miércoles, 3 de junio de 2020

Tejedor de mitos: de eros, tiempo y poesía

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Somos platónicos, sí. Venimos de la dualidad cuerpo-alma. Cuando Cavafis escribe «Recuerda, cuerpo, no solo cuando fuiste amado (…) / sino también aquellos deseos de ti / que en los ojos brillaron / y temblaron en las voces», no hace sino recordarnos, valga la redundancia y su potencia etimológica (volver a traer al corazón), esta dualidad. La misma que, en el caso de Gastby, contrapone realidad y sueño.
No se subestima el amor físico que, muy al contrario, es el origen de todo, el disparo certero del dios alado sobre la carne. Pero el alma, la ensoñación que anticipa y fantasea y que, bien como creadora, bien como receptora, antepone su visión a lo real, le es tan necesaria al encuentro amoroso como que el cuerpo, además de sentir, sea capaz, después, de recordar.
El título del libro de relatos Recuerda, cuerpo, está precisamente basado en los versos citados de Cavafis. Marina Mayoral rescata en esta colección el concepto del amor platónico pero dándole otra vuelta de tuerca; no considerándolo el «antes» o el «nunca» de una ambigua relación, por ejemplo, entre un gentilhombre y una joven malcasada provenzal, sino el «después de»; es decir, apelando al recuerdo precisamente de cuando ese «antes» se atrevía a materializar los impulsos de su imaginación sin impedimentos, tal como yo misma expresé en otra ocasión al escuchar a la autora: «cuando nos enamoramos de alguien en la juventud y el amor perdura a lo largo de los años, seguimos anteponiendo la imagen de ese momento inicial (…) a la decadencia física que a todos nos va transformando en otra cosa». Nos aferramos a ese primer ideal encarnado en una belleza aún constatable («aquellos deseos de ti / que en los ojos brillaron / y temblaron en las voces») y, de hecho, vemos, sentimos y amamos a aquel cuerpo ya lejano que se funde con este decrépito de ahora.
Desde este punto de vista, amar es recordar. Envidiábamos a los jóvenes su goce inconsciente del tiempo, y al final resulta que, en estos tiempos en que el mundo envejece, su fruto es nuestro, y solo nuestro…
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Rembrandt, Retrato de Hendrickje Stoffels, National Gallery de Londres, 1654.
La vida sentimental de Rembrandt, sobre todo la parte referida a la infortunada Geertje Dircks, que acabó internada en un sanatorio mental, daría para un escrutinio al menos tan crítico como al que pudiera someterse a Neruda. Sin embargo, no es esta la ocasión. En los últimos años de su vida, asediado por las deudas, cada vez más huraño y arrinconado por el público frente a otros artistas de moda, Rembrandt pinta a su amante y compañera de madurez, Hendrickje Stoffels. La retrata desde la oscuridad, el trazo tosco, la cualidad de trabajo «inacabado» de sus últimas obras, y el rostro a la vez exacto y arquetípico, por paradójico que parezca: el mirar tranquilo y la postura relajada, la piel y las joyas son los atributos de la mujer amada. Pero ese mismo dominio de sí misma, envuelta en sus riquezas y aferrada a su trono, bien pudieran ser los rasgos de una reina hebrea, una reina de rostro inalterable como el de las esculturas clásicas idealizadas.
Pero he aquí que, donde parecería que la única instrucción posible es cómo emplear el ingenio, conforme a las normas de la cortesía, con el fin exclusivo de darle gusto al cuerpo, la traductora Pilar Gómez Bedate nos explica en su magnífica introducción a la obra que tal empleo del ingenio en esa única dirección conlleva, al fin y al cabo, «el perfeccionamiento de todas las facultades del alma, que es un efecto del amor cortés». Pues «esta actitud hacia el amor como un derecho a la satisfacción de los instintos tanto en los hombres como en las mujeres», tema desgranado de múltiples maneras en cada uno de los relatos de la colección, constituye, según Gómez Bedate, «una de las características más claramente humanistas de esta obra», por cuanto el autor nos muestra así «la aceptación consciente de las inclinaciones naturales y la necesidad de dirigirlas racionalmente para que no conduzcan a la catástrofe sino a una vida feliz».

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