martes, 31 de marzo de 2020

Vencedor de ti mismo

Donde quiera que vayas, donde quiera que mores
hallarás más amores que te harán suspirar,
mas ninguno como este santo amor de la vida
que cual rosa encendida te llegaron a dar.

Y si fuiste elegido, ya tu suerte está echada,
no tendrás retirada, tu destino es seguir;
por el bien que te impulsa, porque nunca es bastante
seguirás adelante, adelante hasta el fin.

Para ti se abre un mundo, otra patria soñada,
tu victoria lograda es tu propia verdad;
unas veces con furia, otras veces con menos
seguirás por amenos bellos campos de paz.

Y cambiando de rumbo caminatas deshechas
porque siempre te acecha como lobo el dolor;
quien no sabe de penas, quien no sabe de llanto,
no sabrá nunca cuanto es divino el amor.

Si el saber y la gloria no lo fragua el descanso,
¿para qué ese remanso de comodidad?
¡Adelante! Y por tanto hoy comienzas con brío,
no te rinda el hastío ni la adversidad.

En la brega y la lucha nuestra vida se pule
como canto de río, como roca de mar,
que el fluir de las aguas y el pasar de la vida
son corrientes distintas con el mismo cantar.

¡Es tan bella tu senda que el destino ha trazado!
Y como un buen cruzado lucharás con ardor,
porque el triunfo sonríe al audaz que ha sabido
defender aguerrido su ideal con valor.

Y aunque seas de barro no te agarres al cuello
que también eres cielo al que habrás de ganar;
quemarás muchas horas en la brega y la lucha
pero tú sólo escuchas el hermoso cantar

que en tu pecho resuena musical y sonoro
como un cántico de oro mensajero de paz.
Lo echarás a los vientos y los vientos lo lleven
sin saber nunca adonde llegará a reposar.

Que soñar es tu vida y la vida camino,
eres ya peregrino, caminante gentil,
que se adentra valiente en la nueva andadura,
la mejor singladura del que sabe intuir

esa ciencia escondida, ese mundo lejano,
donde está el soberano trono augusto De Dios,
que hallarás como premio a tu propio heroísmo.
Vencedor de ti mismo ¡no hay mejor vencedor!

¡Vencedor de ti mismo! Con el alma te digo
este adiós de un amigo que lo es de verdad:
"Se valiente, se bueno, y tus sueños, un día,
sin saber como ha sido se te harán realidad".

                                                                      Mariano Sedano



miércoles, 25 de marzo de 2020

el origen de las fallas de valencia


Noche de fallas en Valencia

Foto: iStock
la palabra valenciana falla deriva del latín facula, que significa "antorcha". El significado originario de este término era precisamente ese: se trataba de las antorchas que se colocaban en lo alto de las torres de vigilancia romanas. Con el paso de los siglos, el concepto ha ido evolucionando hasta dar nombre a las fiestas de San José, siendo especialmente famosas las que se celebran en la ciudad de Valencia.

LOS ORÍGENES

Del origen de las fallas hay decenas de versiones. Una de las más conocidas es, sin lugar a dudas, una antigua costumbre de los carpinterosque, en vísperas de la festividad de su patrón, San José, celebrada el 19 de marzo,quemaban trastos viejos a las puertas de los talleres para celebrar el fin del invierno. Junto con los restos de madera se colocaban unos candiles que sostenían en un palo, a modo de candelabro, llamado estayo parot. Esta tradición aparece por primera vez en la Guía urbana de Valencia: antigua y moderna, escrita por el marqués de Cruilles en 1876. Con el paso del tiempo, aunque tampoco se puede afirmar con seguridad, se añadió una figura humana vestida, lo que dio lugar a la aparición del primer ninot y la primera falla propiamente dicha.
Los carpinteros, en vísperas de la festividad de San José, celebrada el 19 de marzo, quemaban trastos viejos a las puertas de los talleres para celebrar el fin del invierno.
Otra hipótesis sugiere que las fallas tienen su origen en un pelele satírico que se lanzaba a una hoguera. Esta era una vieja tradición europea, pero en la Valencia del siglo XIX era costumbre colgar monigotes grotescos en ventanas y balcones durante la Cuaresma ya que un bando de 1740 prohibía las fallas u hogueras por motivos de seguridad a causa de la estrechez de las calles; también lo decía la ordenanza del 13 de marzo de 1784: "No se permiten hacer fallas por las calles en la noche víspera de San Josep, sino en las Plazas". En 1851 se emitió una orden del Corregidor de Valencia por la cual se prohibía encender cualquier tipo de hoguera sin el expreso permiso de la autoridad.

¿CELEBRACIONES SOLARES?

La mayoría de estos documentos –incluyendo un manuscrito valenciano del año1693 perteneciente a la colección de don Rafael Solazquedice que "en Valencia se pusieron muchas fallas u hogueras"– no hacen mención en ningún a ninots o muñecos, sino que siempre hacen referencia a hogueras, antorchas u otro tipo de iluminación como luminarias o candiles. Existe otra hipótesis que sitúa el posible origen de las fallas en las celebraciones de los equinoccios y solsticios, fechas en las que era costumbre encender hogueras. Suponiendo que esto sea cierto, se podría establecer una relación entre las hogueras que se encendían durante el solsticio de verano en la festividad de San Juan y las del equinoccio de primavera en la festividad de San José.
Existe otra hipótesis que sitúa el posible origen de las fallas en las celebraciones de los equinoccios y solsticios.
Un ciudadano llamado José Calasanz Biñeque cuenta los siguiente sobre su visita a Valencia entre los años 1817 y 1819: "La víspera de San José hay función que no se a qué atribuirse, y son las llamadas Fallas, en un tablado, en el medio de las plazas unas figuras de paja o trapos, ya señoritos o señoritas, algunos burlescos, zapateros remendones, y otros sujetos, a quienes se les quiere hacer esta burla; suelen estar muy bien vestidas, y a la moda, con bastante elegancia, igualmente ven muchas coplas y décimas, análogas a quien se dirigía la dicha función: pasean las gentes todo el día, y hasta las criadas deben tener su hora para verlas. Llegada la 2ª oración, principia el alboroto, la algazara y griterío. Tanto hombres y de mujeres, como de los mismos muchachos, y en esto se dan fuego por los cuatro lados y arde todo, que para ellos es una maravilla, quedando reducido á cenizas, tanto la falla como el tablado; y las gentes todavía no satisfechas corren por las calles, a ver si llegan á tiempo de ver otra de las encendidas fallas: estas costumbres hacerlas los carpinteros, y otros, en obsequio de San José, pero ni se el significado, ni el misterio, ni de donde se tomó tal costumbre".
"La víspera de San José hay función que no se a qué atribuirse, y son las llamadas Fallas en un tablado, en el medio de las plazas unas figuras de paja o trapos".

LA VESPRÀ DE SANT JOSEP

Otra explicación sobre esta festividad nos la brinda el marqués, arqueólogo y político francés Alexandre Laborde. De su estancia en Valencia en 1806 cuenta: "Todos los años, el día 18 de marzo y víspera de San José, los ebanistas y carpinteros realizan por calles y casas, cada uno delante de su obrados, unas representaciones verdaderamente teatrales, denominadas falles de sant Josep".
Aunque en el siglo XIX aún no estaban consideradas como una fiesta en sí mismas, sino como un festejo que tenía lugar en el marco de la celebración de la festividad de san José, poco a poco las fallas dejaron de ser un montón de trastos viejos para convertirse en algo mucho más elaborado. Se instalaba una tarima de madera sobre la que se colocaban diversas figuras o ninots a los cuales se vestía con ropa real y se adornaban con máscaras de cartón simulando una escena teatral de contenido generalmente satírico. Esta primitiva escenografía se montaba el día 18 por la mañana y era pasto de las llamas el mismo día por la noche, razón por la que en aquella época se las denominaba falles de la vesprà de sant Josep (fallas de la víspera de san José).
Se instalaba una tarima de madera sobre la que se colocaban diversas figuras o ninots a los cuales se vestía con ropa real y se adornaban con máscaras de cartón.
Walt Disney protagonista de una de las fallas de Valencia en 2013
Walt Disney protagonista de una de las fallas de Valencia en 2013
Foto: iStock

DE PROFESIÓN, FALLERO

Así pues, la costumbre de las fallas fue creciendo poco a poco durante el siglo XIX, pero en 1851 las autoridades, viendo el corte satírico que iban adquiriendo, decidieron tomar cartas en el asunto y obligaron a todas las obras a pasar una censura previa, aunque ésta solo tuvo lugar entre 1868 y 1870. En la segunda mitad del siglo XIX se hizo muy popular la llamada "falla erótica", que satirizaba el matrimonio, los cortejos entre hombres y mujeres o las relaciones sexuales. Por aquella época empezaron a publicarse también los llibrets, panfletos que explicaban las fallas y que vendían los niños por la calle.
En 1901, el Ayuntamiento de Valencia otorgó el primer premio a un monumento fallero. A partir de entonces empezó a construirse un nuevo tipo de fallas que se conocieron como "fallas artísticas". Este premio fomentaba el valor artístico de la obra por encima del crítico, lo que motivo a los falleros a crear fallas que fueran estéticamente más bellas y los talleres se vieron en la obligación de contratar a artistas de calidad para que las construyeran. Esto provocó el nacimiento de una nueva profesión: la de artista fallero. Con el tiempo, algunos de esos profesionales (en su mayoría escultores, pintores y carpinteros) acabaron dedicando la totalidad de su vida laboral a la creación de las fallas.
Los talleres se vieron en la obligación de contratar a artistas de calidad para que las construyeran. Esto provocó el nacimiento de una nueva profesión: la de artista fallero.

TURISMO Y PROPAGANDA

Poco a poco, las fiesta de las Fallas se fue convirtiendo en un atractivo turístico de gran importancia. En 1927 llegó el primer "tren fallero" a Valencia, un ferrocarril lleno de turistas procedente de Madrid. En 1931, Ángeles Algarra fue nombrada la primera fallera mayor de Valencia. Al año siguiente, en 1932, se organizó la primera semana fallera, y en 1934 se eligió al primer ninot indultat (una falla que era salvada de la quema debido a su calidad). La Guerra Civil española puso un punto y aparte a la fiesta, pero en 1937 ambos bandos crearon algunas fallas de contenido propagandístico. Al terminar la contienda, el Ayuntamiento de Valencia creó la Junta Central Fallera, la cual, en 1944, promulgó el primer Reglamento Fallero. En 1945 se oficializó la Ofrenda de Flores a la Virgen de los Desamparados, y a partir de ese momento fue configurándose la fiesta fallera tal como la conocemos hoy en día con la Exposición del Ninot, la plantà, la Cabalgata del Reino, los castillos de fuegos artificiales y la Nit del Foc.

el "calendario" de piedra de nabta playa, el stonehenge de egipto

Nabta Playa se compone de diversos restos arqueológicos descubiertos en la década de 1970 por el profesor Fred Wendorf.

Foto: CC
en una zona del desierto de Nubia, conocida como Nabta Playa (a unos 800 kilómetros al sur de El Cairo y a unos cien kilómetros al oeste de Abu Simbel, donde se alzan los grandes templos excavados en la roca erigidos por el faraón Ramsés II), hace entre 130.000 y 70.000 años se extendía una fértil sabana, con abundante vegetación y numerosa fauna salvaje, bañada por las aguas de un gran lago hoy seco (de hecho, el término playa, en idioma local significa "lago seco"). En ese paradisíaco y frondoso lugar, los humanos se establecieron por lo menos desde el décimo milenio antes de nuestra era.
En Nabata Playa, en el desierto de Nubia, hace entre 130.000 y 70.000 años se extendía una fértil sabana, con abundante vegetación y numerosa fauna salvaje.
Nabta Playa se compone de diversos restos arqueológicos esparcidos por la zona, que fueron descubiertos en la década de 1970 por Fred Wendorf, profesor de Antropología de la Universidad Metodista del Sur de Texas. Wendorf, junto con el lingüista Christopher Ehret, sugirió que las gentes que habitaron Nabta Playa fueron pastores nómadas. Los investigadores hallaron allí evidencias de consumo y almacenaje de sorgo salvaje (un cereal) y restos de cerámica decorada con motivos geométricos, al parecer procedente del África subsahariana, la más antigua descubierta en el continente. Todos los descubrimientos realizados en Nabta Playa han llevado a muchos investigadores a pensar que aquí pueden encontrarse las raíces de las creencias cosmogónicas egipicas.

ESTELAS Y CRÓMLECS

Hacia el séptimo milenio a.C., los asentamientos humanos en Nabta Playa aumentaron y se hicieron más grandes, aunque eran estacionales, coincidiendo con las épocas de mayor capacidad del lago. Sus habitantes cavaban pozos y consumían cereales salvajes, legumbres y frutas. También empezaron a domesticar animales, como cabras y ovejas procedentes del Próximo Oriente. Del sexto milenio a.C. datan algunos túmulos que incluyen restos de sacrificios de animales que fueron enterrados en cámaras cubiertas con losas de piedra, e incluso se encontró un posible sacrificio humano. Cuatro colinas poco elevadas en Nabta contienen asimismo estelas de arenisca, muchas de ellas labradas, algunas antropomorfas y de distintos tamaños y formas.Estas estelas se situaron en posición vertical, rodeadas de piedras menores. Su peso oscila entre los cien kilos y las ocho toneladas.
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Pero sería un milenio más tarde cuando se realizó en Nabta Playa una construcción sorprendente, que en la actualidad aún deja atónitos a los investigadores: hasta seis alineamientos de piedras, colocados de un modo radial, que parecen haber servido para indicar la aparición en el cielo de algunas estrellas o para señalar la dirección aproximada de la salida del Sol durante el solsticio de verano. Esta estructura mide sólo cuatro metros de diámetro y se compone de una treintena de losas de arensica nubia de diferentes tamaños dispuestas de modo circular. La estructura incluye cuatro pares de piedras de mayor tamaño en torno a la circunferencia del círculo y otras seis en el interior del mismo formando dos líneas paralelas de tres piedras cada uno. Cuando los arqueólogos descubrieron el monumento, los demás bloques de piedra que en su día lo formaron se encontraron caídos.
El pequeño crómlec de Nabta Playa mide sólo cuatro metros de diámetro y se compone de una treintena de losas de arenisca nubia de diferentes tamaños dispuestas de modo circular.
Fred Wendorf empleó tecnología vía satélite para estudiar el alineamiento y descubrió que dos de los pares de mayor tamaño se alinean formando una línea norte-sur y los otros dos pares forman una línea este-oeste. Esta última indica el lugar por donde el Sol sale y marca el solsticio de verano, aunque de un modo aproximado.
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UN ENIGMA MILENARIO

Al igual que ocurre con el famoso Stonehenge, numerosos investigadores han pretendido resolver el misterio del "calendario astronómico de Nabta Playa"El arqueoastrónomo norteamericano Kim Malville afirma que algunas losas verticales, hincadas en la arena, parecen estar organizadas según una serie de "puertas" que podrían haber funcionado como marcadores de un calendario al indicar de un modo aproximado la posición del Sol naciente en el solsticio de verano. Por su parte, el astrofísico Thomas G. Brophy sugirió que las tres piedras alineadas al sur representan las estrellas del cinturón de Orión y las otras tres señalarían a su estrella principal.Brophy también cree que los otros cinco alineamientos que rodean el círculo de piedras de un modo radial serían representaciones del lugar del cielo donde se hallan las estrellas representadas por las piedras centrales del calendario durante el orto helíaco (el momento de su primera aparición en el horizonte este). Incluso apuesta por una datación muchísimo más antigua para la estructura: más de ocho mil años.
El astrofísico Thomas G. Brophy sugirió que las tres piedras alineadas al sur representan las estrellas del cinturón de Orión y las otras tres señalarían a su estrella principal.
Pero las teorías de Brophy han sido puestas en duda por la mayoría de investigadores, y un estudio de la Universidad de Colorado en 2007 concluye que las fechas propuestas por el astrofísico son erróneas. Los investigadores de esta universidad norteamericana creen que la zona de Nabta Playa debió de ser un centro ceremonial donde se realizaban sacrificios animales hacia 6100-5600 a.C. La datación que ellos sugieren para el crómlec de piedra es una fecha cercana a 4800 a.C. Las mediciones llevadas a cabo por el equipo con satélite y GPS confirmaron asimismo un posible alineamiento con Sirio, Arturo, Alfa Centauri y el Cinturón de Orión. El estudio sugiere que la orientación de megalitos, estelas y tumbas humanas y animales indicaría una conexión simbólica con el Norte.
Entonces ¿para qué servía esta estructura? Existe cierto consenso entre los investigadores en pensar que sirvió como punto de reunión para celebrar ceremonias religiosas o ceremoniales de algún tipo durante el solsticio de verano. Era un momento clave para los habitantes de Nabta Playa, ya que esta época anunciaba la llegada de las lluvias, un acontecimiento fundamental para un pueblo nómada cuya supervivencia dependía del ganado, el agua, la Tierra, el Sol y las estrellas.

Locura y poder

Publicado por 
Malcolm McDowell en Caligola, 1979. Fotografía: Penthouse Films International / Felix Cinematografica.
En 1511 salió impreso por primera vez Stultitiae Laus, el Elogio de la locura, de Erasmo de Róterdam. Esta obra fue enormemente influyente en la literatura occidental. Mordaz, crítica y acorde a los usos del Renacimiento, narra el nacimiento de la diosa Locura (a veces traducida como necedad) de los dioses Pluto y Hebe. Da cuenta de sus acompañantes: la Adulación, el Amor Propio, la Demencia, la Pereza, la Molicie, el Olvido y la Voluptuosidad. La propia diosa es la que canta sus alabanzas, habla de los niños y del matrimonio, de la amistad y de cómo solo gracias a la locura cualquier vínculo humano se puede hacer soportable (sin poder negársele la razón por lo vehemente de sus argumentos). Pero algunos de los pasajes más interesantes de la obra son los dedicados a reyes, príncipes y obispos, de cuya molicie hace una crítica descarnada.
Cuenta Erasmo que los príncipes y los reyes adoran la locura pues, de hacerse un juicio acertado de las cargas que deben soportar, su vida solo podría ser triste y desgraciada. Ser soberano implica trabajar noche y día por el bien común, no apartarse de las leyes, conocer la integridad de sus administradores, recordar que todos le miran y que el soberano puede, por sus costumbres, influir útilmente en los otros. De ser príncipes juiciosos, no podrían ni conciliar el sueño ni comer a gusto en sus banquetes. Ahora, gracias a que en el fondo son presos de la locura, dejan todo en manos del destino y de sus consejeros. Los reyes solo escuchan a quien les cuenta lo que desean oír, dedicados a la pereza, a mirar por su placer, siendo hostiles al saber, contrarios a la libertad y la verdad y buscando nada más que su propio provecho. Todos sus ornatos, sus coronas, cetros y púrpura son casi una parodia de lo que son los poderosos en realidad. 
Otro tanto dice de los cardenales y obispos. Regresado recientemente de Roma, Erasmo está totalmente desencantado con el libertinaje que se ha apropiado de la Iglesia católica, y sus escritos, de hecho, abrirían hasta cierto punto el camino a la Reforma protestante. Hace tiempo, dice, que papas y obispos imitan a reyes y sátrapas. Los pastores se alimentan bien y el rebaño lo dejan en manos de Cristo, olvidando lo que significa obispo: «vigilancia». Ven borrosa la doctrina, aunque a la hora de ir a la caza del dinero no se les embota la vista. Los papas dicen ser los vicarios de Cristo, pero si imitaran su pobreza y sus enseñanzas, dice la diosa Locura, solo podrían ser desdichados. Muchas ventajas perderían de hacerlo, pasando sin remedio de la riqueza al ayuno, los siervos a la vigilia y el estudio. Pues, además, para proteger sus ventajas se alzan en armas y trafican con las leyes de Cristo, recurriendo a la sangre tantas veces haga falta para asegurar sus señoríos. 
En esta mordaz crítica que supone el Elogio de la locura se ve un pensamiento que, solo tímidamente, se va a abriendo paso; se empieza a distinguir entre aquello que el gobernante debería ser y lo que es realmente. A diferencia de los escritos de santo Tomás de Aquino, ya no se habla solo del buen príncipe cristiano sino, como Maquiavelo o Tomás Moro, de cómo los gobernantes son en la práctica. Y lo que Erasmo recoge es que, si príncipes y papas fueran lo que deberían ser de acuerdo con su rango, solo cabría hablar de lo penoso de sus trabajos. Es decir, que nadie en su sano juicio querría el poder. Por lo tanto, de aquí se desprende que solo es posible que haya personas que soporten y se regocijen con la carga del poder porque son necios y locos. Dicho de otro modo, que el ejercicio del poder requiere un grado de psicopatía, unas actitudes que predisponen a la inestabilidad mental. Que el poder enloquece o que solo los más locos acceden a él. 
No hace falta indagar demasiado en la historia para encontrarse con todo tipo de casuísticas que refuerzan la tesis de Erasmo. Se suele hablar del caso de Calígula, el emperador romano, como uno de sus ejemplos más acabados, del que decía Séneca que se le miraba a los ojos y ya se le veían las hechuras. Más allá de que según la leyenda el emperador nombró cónsul a su caballo —lo que quizá dijera poco bueno del cargo o de los candidatos alternativos—, Calígula afirmaba ser Júpiter redivivo. A los veintiocho años fue asesinado y su nombre quedó para siempre asociado a la megalomanía del trono. El poder absoluto de los césares dará más ejemplos de locura, desde Nerón a Cómodo, casos que han llegado a nuestros días por su grabado en piedra, no porque sátrapas y tiranos anteriores, desde Persia hasta Tingitana, no hubieran sido equivalentes. Más contemporáneos tenemos a Otto de Baviera yLuis II, que acabaron bajo tratamiento médico, o a Juana la Loca de Castilla o el zar Iván el Terrible, de los cuales se decía que tenían accesos de paranoia. Hasta Juan sin Tierra o Carlos II, apodado «el Hechizado», tenían hechuras de no estar en sus cabales.
En todo caso, no debería confundirse la locura en los fines con ser expeditivo en los medios. De cualquier gobernante se espera un mínimo de racionalidad instrumental, es decir, que oriente sus acciones a conseguir sus objetivos políticos. A lo largo de la historia eso ha conllevado consigo atrocidades terribles, desde que los partos arrojaran oro fundido por la garganta de Craso hasta las mutilaciones de los desposeídos del trono bizantino o las purgas de las familias de los rivales. Hasta la mayor monstruosidad humana jamás acometida, el Holocausto, fue ejecutada con una meticulosa racionalidad. Por el contrario, la locura es una perversión en el origen de los propios fines, pero esto no tiene por qué condicionar que haya una ejecución minuciosa en él. O al menos no siempre. Lo que implica la locura es algo más terrible: la falta de previsibilidad. Esto, muchas veces alentado desde el propio poder, es lo que más tensión genera en la Corte y el pueblo. Lo opuesto a la ley es dejarlo todo en manos del diablillo que brilla en los ojos del rey loco.
Mao tocando las palmas. Foto: Cordon.
Los tiranos contemporáneos también recurren a esto en dosis más o menos moderadas. Las dictaduras caracterizadas como personalistas (por oposición a las de partido dominante o las monárquicas), por ejemplo, lo hacen a través de la figura del culto a la personalidad. Enormes retratos en cada plaza, megafonía que canta loas al nombre del querido líder, grabados y figuras conmemorativas, festividades especiales el día de su cumpleaños o alabanzas al dictador como motor del mundo o portador de la lluvia; la obra de un verdadero megalómano con plenos poderes a la cual recurrieron y recurren desde Mao a Lenin, desde Al Asad hasta Kim Jong-un. Son como pequeños Calígulas embebidos de ego y de locura, si bien tienen detrás de esto una intencionalidad. 
Para el tirano ególatra, el culto a su persona es algo que puede servir para la formación de verdaderos creyentes para la causa, algo que siempre es útil. Es posible que de repetir ad infinitum las virtudes del líder termine habiendo quien de verdad lo compre, en especial con los medios de comunicación debidamente controlados. La megalomanía es el cimiento de la propaganda que apuntala al régimen. Sin embargo, la principal ventaja del culto a la personalidad es la construcción de barreras adicionales a que la oposición pueda coordinarse contra el régimen. Resulta tan difícil que nadie puede organizarse, incluso desde una perspectiva psicológica, con los ojos del tirano siempre mirando. Y mientras, siempre hay esos costes asociados a tener que salir al siguiente desfile y aplaudir con la fuerza necesaria, besar con suficiente fuerza los pies de la estatua del dictador. Eso, que el líder combina con una intensa policía secreta y mil maneras de ejecución de sus adversarios, acrecienta el miedo al poder arbitrario. A ese rey loco que controla el país.
Pero viremos hacia el político en cualquier democracia. Cuando nuestros políticos están en un entorno tan cambiante como el de ahora, tan sobreexpuestos a los medios de comunicación, sin apenas tiempo para pensar (y solo para reaccionar), la pregunta pertinente es si el que accede al cargo ya tiene los rasgos de la psicopatía o es la propia púrpura la que lo enloquece. Hay estudios que apuntan que la mayoría de los presidentes de EE. UU., por ejemplo, han tenido rasgos de psicópata, incluso antes de la era Trump. Tiene sentido imaginar que cualquiera lo suficientemente ambicioso para entrar en política debe tener atributos como el desparpajo o la confianza en uno mismo. Con frecuencia, la ambición se marida con la mezquindad, la sociopatía y un concepto de las personas como medios y no como fines en sí mismas. Las presiones sobre el espíritu son demasiado fuertes como para no provocar algún quebranto. 
Pensemos por un momento cómo se sentirá el líder de un partido acosado por conspiraciones internas, en lucha continua con sus rivales de otras formaciones, rodeado de aduladores, vilipendiado en las redes sociales y los medios de comunicación y sintiéndose cada vez más solo y aislado. El poder es una implacable trituradora que encanece las sienes y pudre la razón. Con razón, al final su círculo se cierra y se vuelven locos. Cuanto mayor es el poder, cuanta mayor es la cercanía a la Khaleesi, más fuerte es la presión sobre ellos. Ni siquiera tienen la certeza de si seguirán en el cargo y se aferran cada vez más fuerte a los oropeles del poder, a su disfrute desenfrenado. El pensamiento libre va muriendo, las filas se vuelven prietas y las sonrisas son todas forzadas. En la intimidad, se abandonan al alcohol, las drogas o al sexo, algo que sirva para recordarles que aún están vivos de alguna manera. La locura termina siendo su único escudo.
Decía Max Weber que un político de vocación requería de pasión, responsabilidad y mesura. Pasión para tener un motor interior que espolee sus acciones; responsabilidad para hacerse cargo de las consecuencias que tienen y mesura para tener una respetuosa distancia con el ejercicio del poder. Es probablemente esto último lo que más toca con la relación con la locura, donde él ve la perversión de su tiempo. Él ve al político vacío de pura ambición como algo siniestro que crece cada vez más en la Alemania de entreguerras. Y apunta muy bien cómo el narcisismo de la política termina abriendo el camino a todos los males. Hoy es complicado no pensar que la locura y la política son las dos caras de una moneda, donde pasar un psicotécnico sería impensable en un consejo de gobierno. 
La locura, que viene impuesta por la naturaleza del poder, termina por matar el último elemento que queda para su ejercicio: la empatía. El momento en el que todo gira en torno a las pasiones de ese personaje que se mueve por pulsiones, que empeña toda la energía y esfuerzo en satisfacerlas. Ya no hay capacidad de sentir por el otro, solo por sí mismo. Normal que los antiguos recomendaran escapar del cáliz de la política a aquel que aspirase a la salvación de su alma. Hay que tener un punto de loco para hacer política. Benditos aquellos que la hacen y tienen un ancla en la razón. 

Temo, luego existo

Publicado por 
La pesadilla. Henry Fuseli, 1781.
En el mes de agosto de 1944, nosotros, internados cinco meses antes, nos contábamos ya entre los veteranos. Como tales, nosotros, los del Kommando 98, no nos habíamos asombrado de que las promesas hechas y el examen de química aprobado no hubiesen tenido consecuencias: ni asombrados ni demasiado tristes: en el fondo, todos teníamos cierto temor a los cambios: «Cuando se cambia, se cambia para peor», decía uno de los proverbios del campo. Mas en general la experiencia nos había demostrado ya infinitas veces la vanidad de toda previsión: ¿con qué objeto esforzarse en prever el porvenir cuando ninguno de nuestros actos, ninguna de nuestras palabras lo habría podido influenciar en lo más mínimo? Éramos viejos Häftlinge; nuestra sabiduría consistía en «no tratar de entender», ni imaginarse el futuro, no atormentarse por cómo y cuándo acabaría todo: no hacer y no hacerse preguntas.
¿Conozco el miedo? Me lo pregunto seriamente por no acumular más palabras inútiles y por no perpetrar nuevos énfasis. Primo Levi, en Si esto es un hombre, tarda pocas páginas, las mismas que le llevan a Auschwitz, en decir «Ya no teníamos miedo». No creo que mienta, aunque más tarde utilice la palabra miedo varias veces. Su narración es un work in progress. El mismo Levi lo explica mejor, lo pienso desde mi ignorancia, en el párrafo que comienza este artículo. El miedo se enraiza en la previsión. Lo hay cuando hay futuro.
Suelo mencionar una frase maravillosa de Polibio que conocí en la inigualable obra de Basil Liddell HartEstrategia: la aproximación indirecta, y que viene a decir que para el ser humano lo más insoportable es la incertidumbre y que, una vez ha tomado una decisión, es capaz de arrostrar las más terribles dificultades. La incertidumbre y el miedo fueron paridos por la misma madre. Los seres vivos somos extravagantes centros de disipación, aceleradores de la muerte térmica, estructuras transitorias, mejoradas por un impulso destructor. Y la muerte es la cuenta que nos trae la naturaleza después del festín.
Hay quien dice que no tiene miedo a la muerte. Incluso parecen existir pruebas circunstanciales de ello, aunque nunca conoceremos la verdad sobre tan interesante cuestión: los únicos testigos válidos no pueden ser traídos al tribunal porque están muertos. Admitamos como hipótesis verosímil que la frase «peor que la muerte» no solo sea un lugar común: cómo es posible que nos dé más miedo lo que pueda sucedernos que el propio hecho de dejar de existir y que, pese a ello, admitamos tanto para seguir viviendo.
Levi, en uno de los lugares más espantosos que pueda imaginarse, incurre en una aparentemente paradójica contradicción: afirma que tenían miedo al cambio, porque siempre era para peor, para luego afirmar que supieron de la vanidad de la previsión y decidieron no atormentarse por cómo y cuándo acabaría todo.
Creo, con una convicción llena de dudas, que la fuente principal del miedo es la incertidumbre. Es también la fuente de nuestro placer. Así, en cierto sentido, nuestro miedo sería producto de nuestro afán por ser felices. Las religiones, esas adormideras, lo saben bien: siempre intentan asegurar un estado final inmutable. No es que esa eternidad lo sea de felicidad por alguna cualidad añadida. Llaman felicidad a la ausencia de miedo. A la parálisis. A la nada. Al todo. A esas metáforas en las que fluimos hacia la quietud eterna. La manifestación más extrema de esta perversión se encuentra en el budismo, enemigo del yo.
Nuestro afán por el placer es tan poderoso que siempre hay quien explora caminos nuevos. La cultura es «lamarckiana»: los aciertos, tanto los imaginados como los insospechados, pueden ser retenidos. Y llegamos a deshacernos voluntariamente de lo que nos es absolutamente inútil, sin acumular órganos vestigiales. Los avances y la acumulación son resultado de la tensión entre el miedo a lo nuevo y la búsqueda de la felicidad.
Levi dice que tenían miedo al cambio porque siempre era para peor. Vivían y no querían dejar de vivir. No, al menos Levi, ni aquellos que no se quitaron la vida. Sin embargo, poco después afirma que su sabiduría consistía en no querer prever el futuro. No imagino nada más angustioso que saber que cada futuro segundo está en las manos de decisiones ajenas a toda racionalidad. Que no sirva para nada decidir hacer o no hacer, que cualquier cálculo sea inútil. Pese a ello, Levi afirma que se «acostumbraron». Que crearon en su mente una rutina que consistía en no tener rutina alguna. Que para no tener miedo al cambio excluyeron que el comportamiento arbitrario de sus verdugos se incluyera dentro del cambio. Es como si sus guardianes se convirtieran en el fondo, en el paisaje, como fenómenos naturales, como lo que los anglosajones llaman «actos de Dios». Es como si en las mentes de esas pobres gentes los nazis ya no fueran hombres.
A nosotros nos parece terrible. Nos atemoriza físicamente un lugar así, porque es imposible, sin sufrir el mal en grado tan extremo, alcanzar el estado psicológico de los que sí lo sufrieron, hombres para los que el futuro era ese lugar en el que no cambiaba nada, en el que su vida solo consistía en estar vivos, porque se les había privado de la oportunidad de escoger.
Por eso creo que vivir sin miedo es imposible. Hay placer y miedo, como ruido de fondo, en el simple hecho de poder actuar, es decir, de estar vivos.  
Avanzamos a tientas, intentando sucesivamente distinguirnos y camuflarnos. Cada decisión es la apertura de oportunidades para el error y el dolor, pero es la única manera de vivir. Y cada estructura creada, cada regla moral, cada costumbre, cada ley, son pasos sobre sagrado, mosquetones que aseguran las cuerdas con las que nos asomamos a los abismos. Somos conservadores por miedo. La incertidumbre es la fuente del miedo porque nos impide prever el futuro. Cuando repetimos caminos conocidos lo hacemos porque son los que nos permiten calcular las consecuencias de manera más fiel. Sí, lo sabido y perfectamente anticipado nos puede dar miedo o placer, pero de forma trivial. Lo prueba la disminución progresiva del placer y del dolor cada vez que recorremos el camino trillado. El éxito de las disciplinas dirigidas a controlar el miedo, a minimizar sus efectos, se basa precisamente en replicar situaciones que generan el estado mental que se pretende dominar. Es decir, se basa precisamente en la previsión y la repetición. No me extrañaría que alguien que busca controlar el miedo a toda costa tenga un miedo insensato por el miedo mismo, por dejarse llevar por él.
El miedo no mata la mente. A la mente solo la mata la muerte. Temes, luego existes.

El arte, los nazis y la banalidad del mal

'Tío Rudi', óleo sobre lienzo, una de las obras de Gerhard Richter presentes en la exposición del Met Breuer.
'Tío Rudi', óleo sobre lienzo, una de las obras de Gerhard Richter presentes en la exposición del Met Breuer. 
Entro en la exposición de Gerhard Richterque acaba de abrir las puertas en el museo Met Breuer de Nueva York. El primer cuadro que me viene al encuentro es una mesa, pintada de manera realista, que a continuación el pintor disimuló con pinceladas grises. La pintura data de 1963. Dos años antes Richter, entonces un joven y conocido pintor de murales del realismo socialista en la Alemania Oriental, escapó al Occidente. En el cuadro que observo, Richter sustituyó la mesa realista, que representaba el pasado, por abstractas pinceladas grises. Toda una declaración de intenciones de un pintor que, desde la libertad que le ofrecía la Alemania Occidental, se comprometió con toda clase de movimientos pictóricos, tanto figurativos como abstractos, como si nunca se saciara de experimentar.
En las salas de la exposición se constata que Richter dejó atrás el realismo socialista para volcarse primero en la fotografía. Utilizó y casi copió a pinceladas el lenguaje fotográfico para retratar en blanco y gris lo que más le preocupaba: la indiferencia de los alemanes ante el nazismo, y la actitud plácida, como si de algo corriente se tratara, con la cual habían actuado los nazis. Por las mismas fechas, Hannah Arendt llamó esa actitud "la banalidad del mal".
Tío Rudi es uno de los cuadros más característicos de esta fase del pintor: su tío mira de frente con cara ilusionada y una sonrisa alegre y bondadosa. Y sin embargo viste el uniforme de la Wehrmacht. El tío de Richter, como su padre, fueron miembros del Partido Nacionalsocialista.
Otro cuadro en la misma sala muestra a una familia feliz en la playa. Al igual que Tío Rudi y otros cuadros de esa etapa, Familia a la orilla del mar parece una fotografía borrosa. En el lenguaje del pintor, lo borroso significa una alerta porque nada es lo que parece. Como un pilar de la familia se erige el padre-patriarca; es el suegro del pintor, una autoridad médica que durante la Segunda Guerra Mundial ayudó a los nazis a implementar su programa de "eutanasia".
En el siguiente cuadro descubrimos a una de las víctimas de esa eutanasia forzada. Es Marianne, la tía preferida de Richter durante su infancia, una mujer presuntamente esquizofrénica y contraria al nazismo, a quien se le aplicó la eutanasia en 1945. Richter basó el retrato de su tía abrazada a él en una foto que halló entre otras muchas fotografías que, tras su huida a Occidente, su madre le había enviado en una caja de zapatos desde Dresde: para un exiliado, los recuerdos representan el bien más preciado.
Camino entre retratos, paisajes y esculturas que componen esa exposición de unas cien obras. En la última sala se halla una instalación compuesta por cuatro fotos de atrocidades cometidas por los nazis en Auschwitz-Birkenau, cuatro cuadros abstractos basados en ellas y sus cuatro copias digitales. Desde que Richter vio esas cuatro fotografías en la Academia de Dresde, nunca dejó de preocuparle la idea de la aparente cotidianidad de los verdugos nazis que charlan juntos, relajados y despreocupados mientras queman los cuerpos asesinados. Un espejo grande en el cual se reflejan fotos, cuadros y personas completa esa capilla dedicada a la reflexión sobre el hombre y el mal.
"En el arte, lo verídico es lo bueno," afirma Richter en el video que acompaña sus obras. Sí, pienso mientras salgo a la calle, las obras de Richter expresan verdad. Siempre.

la cruz, de castigo ejemplar a la promesa de la vida eterna


aunque se haya convertido en el símbolo por antonomasia del castigo romano, en sus orígenes la crucifixión fue concebida muy lejos de Roma. Los primeros registros que se tienen de este procedimiento como método de ejecución datan del Imperio Aqueménida -aunque probablemente se usara ya en Asiria- y responden a la fe zoroastriana, que se extendió notablemente bajo el mandato persa: según sus creencias, el fuego y la tierra son sagrados y enterrar o quemar a un criminal contaminaría estos elementos, por lo que se les clavaba a leños de madera para dejarlos morir y que las aves carroñeras dieran cuenta de sus restos.
Los romanos entraron en contacto con esta práctica durante su expansión por el Mediterráneo: griegos y cartagineses la conocían por mano de los persas, y el propio Alejandro Magno la practicó contra los supervivientes de ciudades que se habían opuesto con más tesón a su conquista. Para estos pueblos no zoroastrianos, la crucifixión representaba un método de ejecución particularmente cruel y humillante. El condenado podía morir en cuestión de horas o al cabo de varios días, dependiendo de las circunstancias, pero en cualquier caso resultaba una imagen terrible que servía de escarmiento y advertencia: en el siglo I aC, tras aplastar la revuelta de esclavos liderada por Espartaco, unos 6.000 prisioneros fueron crucificados a lo largo de la Vía Apia.
A partir del siglo V d.C. la cruz se difunde ampliamente como símbolo del cristianismo. Previamente el más usado por los cristianos era la figura de un pez.
Por ello, la cruz despertaba en el mundo antiguo un horror particularmente intenso. Solo a partir del siglo V d.C. se difunde ampliamente como símbolo del cristianismo, y ello es debido al cambio de mentalidad que ejerce la fe cristiana y al interés del hombre que la favorece: el emperador Constantino el Grande.
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El pez, primer símbolo cristiano
Durante los siglos siguientes a la muerte de Jesús, el cristianismo sufrió una persecución generalizada, interrumpida a veces por algunos períodos de tolerancia. Las particularidades de esta religión la convertían en una amenaza para el poder romano, por lo general bastante tolerante en lo que se refería a las costumbres de los pueblos conquistados: su negativa a rendir culto a los emperadores y a los dioses oficiales, considerados garantes de la prosperidad del Imperio, era vista como un desafío a la autoridad de Roma.
Las ejecuciones de cristianos, a menudo realizadas por medio de la crucifixión, daban a la cruz un significado infamante, pues era un método reservado a los peores criminales. San Agustín de Hipona, que vivió en el siglo IV d.C. -pocas décadas después de que Constantino promulgara el Edicto de Milán, que garantizaba el fin de las persecuciones-, describe que en los primeros tiempos el símbolo del cristianismo era un pez, que representaba la búsqueda la verdad profunda oculta a simple vista, como los peces se ocultan bajo las aguas. Por otra, su nombre en griego -ΙΧΘΥΣ, ictys- servía como anagrama de Iēsous Christos Theou Yios Sōtēr: “Jesucristo, Hijo de Dios, el Salvador”.
Puerta medina de Túnez
El ictys sigue siendo un símbolo usado por los cristianos de Oriente y África, como se muestra en esta puerta de la medina de Túnez. Su origen se encuentra en el Nuevo Testamento, en el que Jesús se refería a sus apóstoles como "pescadores de hombres".
Abel de Medici
El ictys era un símbolo de reconocimiento mutuo entre cristianos cuando esta religión era practicada clandestinamente: al encontrarse, uno de ellos dibujaba una línea curva y, si el otro la dibujaba a la inversa completando el símbolo de un pez, podían estar seguros de que ambos eran cristianos. Al ser un símbolo secreto, si uno de ellos resultaba ser un espía era descubierto enseguida; además, a ojos de extraños no era más que un simple garabato y no delataba la presencia de una comunidad cristiana.
Este símbolo siguió siendo usado durante muchos siglos. En las medinas del norte de África, las puertas están decoradas con muchos símbolos que sirven para identificar a la comunidad que vive en esa casa y, entre otros aspectos, la fe que profesan: la media luna para los musulmanes, la estrella para los judíos y el pez para los cristianos.
El emperador Constantino legalizó el cristianismo en el año 313 mediante el Edicto de Milán. En el año 380 Teodosiopromulgó el Edicto de Tesalónica, por el cual esta fe se convertía en la religión oficial del Imperio Romano.
Fusión de tradiciones
La adopción de la cruz como símbolo cristiano puede atribuirse con bastante certeza a las comunidades coptas de Egipto y es el resultado de dos factores: por una parte, una casualidad lingüística y por otra, una semejanza gráfica con el ankh, un símbolo que fue reciclado de la antigua religión egipcia.
Los coptos tuvieron un papel fundamental en el ascenso del cristianismo: Constantino tuvo que luchar por el poder contra su rival Majencio y buscó apoyos en los territorios de Oriente, donde el cristianismo era más fuerte. Según Eusebio de Cesarea, autor de una biografía sobre el emperador, antes de la decisiva batalla del Puente Milvio (312 d.C.) Constantino tuvo la visión de una cruz en el cielo y más tarde, “en sus sueños, el Cristo de Dios se le apareció con el mismo signo que había visto en los cielos, y le ordenó que abrazara ese signo que había visto en los cielos, y que lo usara como un talismán en todos los combates con sus enemigos”.
La donación de Constantino
Este fresco de la Basílica de los Cuatro Santos Coronados, en Roma, representa la Donación de Constantino, un decreto según el cual el emperador habría transferido al papa Silvestre I el gobierno de Roma y los territorios circundantes. Hoy se sabe que este decreto es una falsificación que tuvo como objetivo justificar el poder temporal de los papas: en la Europa occidental, el cristianismo sustituyó a la romanidad como elemento aglutinador.
Sin embargo, el símbolo que usó Constantino no era la cruz que conocemos sino un crismón, un anagrama formado por las letras griegas ji (representada como una X) y rho (representada como una P). Más adelante la letra ji fue sustituida por la tau (representada como una T), como abreviación de la palabra stauros -“cruz” en griego- significando “Cristo en la cruz”. Esta combinación guarda una gran semejanza con el ankh, el símbolo de la vida en la antigua religión egipcia, relacionado habitualmente con Isis. Según el mito, esta diosa había resucitado a su marido Osiris, quien se había convertido en el señor del Más Allá: esta analogía clara con Jesucristo habría ayudado a difundir la nueva religión reciclando conceptos arraigados desde hacía milenios en la mentalidad egipcia.
Los coptos fueron una de las primeras comunidades que abrazaron el cristianismo incluso antes de su legalización en el imperio -según la tradición, fue el propio evangelista Marcos quien la fundó en el siglo I d.C.-, siendo de gran importancia en la estructuración de la Iglesia como culto organizado. Su iconografía fusionaba las ideas cristianas con los símbolos usados en el Egipto faraónico -como el propio ankh o el disco solar que se convertiría en la aureola de los personajes bíblicos- y fue adoptada por la naciente Iglesia cristiana.
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La cruz como promesa de la vida eterna
Gracias a su asociación con el ankh egipcio, la cruz, que había sido durante siglos un instrumento de tortura, se convertía en la promesa de la vida eterna. Una razón de mucho peso en la difusión del cristianismo sobre todo entre la gente más humilde fue precisamente que, en un tiempo en el que la mayoría de la población llevaba una vida muy difícil, daba sentido a sus padecimientos. La cruz se difundió como símbolo del cristianismo durante el siglo V, marcado por la creciente inseguridad -en especial la invasión de los hunos liderada por Atila- y deterioro de las condiciones de vida.
A medida que el poder imperial se debilitaba, el religioso emergía como el nuevo elemento unificador, especialmente en el Imperio de Oriente o Bizantino, que lograría sobrevivir durante mil años más y en el que la Iglesia tendría un papel crucial; mientras que en Occidente, la lucha entre el poder regio y el papal marcaría toda la Edad Media. El símbolo de la cruz permanecería en ambos casos como la promesa de una recompensa de ultratumba a los sufrimientos de un mundo en el que las guerras y carestías eran la norma.