jueves, 27 de febrero de 2014

LA IMAGEN FEMENINA DE DIOS EN EL NT

Introducción
Como se expresa en los apuntes, algunas de las imágenes de Dios en el AT se mantienen, otras desaparecen y otras sufren variaciones en el NT. Entre estas últimas tendríamos las imágenes femeninas del Dios, que se centran en la Sabiduría (hochmach), la ternura y en parte la de creador y que se concentraran en la figura de Jesús, que se refleja tanto en cómo actúa hacia las mujeres cómo en su manera de dirigirse a Dios-Padre dando nuevos puntos de vista a esta imagen. Como en mi anterior trabajo, sobre la imagen femenina de Dios en el AT, no hay un texto base sino un conjunto de textos que nos ayudan a la comprensión profunda.

El Abba:
El “Abba” de Jesús tiene poco del padre patriarcal que justifica el patriarcalismo. En la nueva familia de Jesús sólo hay un padre, el del cielo, que es un padre-maternal. En ese sentido el Dios de Jesucristo es Abba, Dios próximo, materno, en el cuidado que tiene por los hijos y por la atención que ofrece a la humanidad (Lc 11, 2). Tanto la mística como la tradición monástica del siglo pasado llevan adelante la instancia de libertad y  de identidad femenina. Esta tradición percibió algo importante: no se puede ver a Dios como Padre desde una perspectiva de exclusión y sometimiento de lo femenino y es Jesús quien lo expresa dirigiéndose a él con esa forma “Abba”. Y esta imagen es una aportación nueva de Jesús hacia la imagen de Dios en femenino en el NT, que se nos muestra en el trato que tiene Jesús con las mujeres.

La relación e importancia de las mujeres:
El movimiento de Jesús es un discipulado de iguales, signo de la nueva humanidad. Jesús aprendió de las mujeres. La samaritana, Magdalena, la sirio-fenicia, Marta y María y otras mujeres eran discípulas que luego fueron también apóstoles, anunciadoras, portadoras y primeras testigos del Reino y de la Resurrección. Jesús ha querido que sean ellas, las mujeres, consideradas entre sus contemporáneos como incapaces de ser testigos válidos, las enviadas a los discípulos como testigos privilegiados de la realidad más profunda del misterio de Dios.
La predicación de Jesús contiene un lenguaje inclusivo con metáforas femeninas y parentales (no patriarcales), que muestran la imagen de Dios Padre-Madre. Jesús se identifica con la parturienta que gesta una nueva creación, en la que su Espíritu (Ruah) asiste como comadrona a la madre y al hijo. Del dolor nace la vida. El cuerpo de la mujer no es “ocasión de pecado” sino ocasión de ser mediadora de gracia, dadora de vida. Además Jesús invita a ir más allá de nuestras dependencias, apostando por la apertura a la libertad radical, que es Dios, puro amor y pura libertad. “¿Quiénes son mi madre, mis hermanos y hermanas…?; quien hace la voluntad del Padre”(Mc 3,32-35). “Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí”(Mt 10,37) “quien no me prefiere a su padre, a su madre, a su mujer y a su hijos, a sus hermanos y hermanas y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío” (Lc,14,26). “Pero el que deja casa, padre, madre, hermanos…por mí y por la buena noticia…, recibe ahora cien veces más…y en la edad futura vida eterna”. (Mc 10,29-31).
Por eso la nueva teología femenina considera que más allá de la imagen de Cristo como “Pantocrátor” que significa una cristología del poder, expresada en metáforas patriarcales del Señor, Rey, Buen Pastor…, hay metáforas femeninas en la Biblia y en la tradición que expresan un rostro femenino de Dios, como la panadera que amasa el pan, la anfitriona que recibe en casa, el ama de casa que barre y busca lo perdido, la gallina que cubre con su alas los polluelos, o el seno materno que acoge y amamanta. Jesús se compara con una madre que quiere reunir a los hijos bajo su protección (Lc 13,34); ser mujer es ser imagen de Dios, sin necesidad de proyectar en Dios los tópicos o estereotipos femeninos.

Jesús como icono de la Ternura de Dios.
La base del mensaje en el NT es la proclamación de la acción de Dios en Jesús, (Hch 3, 13-15). Aunque si bien en centro de proclama apostólico es la figura de Jesús, para este el motivo central de la proclama es Dios y su reino venidero como parte central (Mt 28, 17, Lc 15,29). Y es Jesús el mensajero compasivo que se implica de manera cordial ante sus oyentes y con una simpatia que manifiesta la invisible ternura del Dios al que viene a los más necesitados sean publicanos(Mc 2, 13-17), enfermos ((Mt 4, 23-24; 9, 35-36), endemoniados (Mt 8, 16), ciegos (Mt9, 27-31), leprosos (Mt, 8, 1-4), mujeres (Mt  9, 21-28), extranjeros (Mc 7, 24-36), viudas (Lc 7, 11-17), niños (Mc 5, 21-23) y hasta pobres y ricos (Lc 9, 1-10). En sus palabras, la gente puede escuchar el compromiso de un Dios que está por venir a salvarlos (Mc 1, 14-15) y en su actuación compasiva descubren la voluntad de cercanía de Dios que hace que se acerquen a Jesús pidiendo misericordia (Mt 9, 27; 15, 22; 20, 30-31; Mc 1,41, 6, 34; Lc 7,13 y etc).
Pues bien, ese deseo de cercanía a las necesidades del ser humano y para sentir su dolor en las propias entrañas que tuvo el Dios de Israel y es sobre este Dios tierno que nos habla Jesús, así el Dios cristiano es un Dios muy humano “a causa de su entrañable misericordia” (Lc 1, 78) vemos que se mantiene en el paso AT-NT.

Dios como Sophia desde la muestra de Jesús.
Como he podido mostrar en el trabajo de la actividad anterior, en la tradición sapiencial, la sabiduría de Dios se presenta personificada en una figura femenina (Prov 8,22-26; Ecle 24,9); entre la Sabiduría y la Mujer existe una estrecha correlación, que permite una transmutación simbólica entre la una y la otra (Prov 31,10.26.30); en el Nuevo Testamento Cristo es identificado con la Sabiduría de Dios (I Cor 1,24-3O; Mt 11, 19; Jn 6,35). Dios y Jesús, se presentan a sí mismos como Palabra y Sabiduría. Imágenes o símbolos que nos hablan de creación, de justicia, de equidad. Lo podemos encontrar en Pro 8,22 ss;  y también en el prólogo de Jn; en  Mt 11,19;  o en Lc 7, 35:  Yahvé  me poseyó al principio de sus caminos... Al principio era la Palabra y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios...  La Sabiduría ha sido justificada por sus obras y por sus hijos. Cristo es la “Sophia” de Dios, y “nuestra madre” como diría Juliana de Norwich

Dios como fuente de Amor maternal:
En el NT aparece la demostración suprema de que Dios es amor: la entrega de su propio y único Hijo a la muerte de cruz por nuestra salvación. Dios, por amor, hace al hombre hijo en el Hijo y lo llama a una nueva vida, a una vida de resucitado, precisamente cuando estaba muerto a causa de su pecado. Dios, por amor, por su gracia, por su misericordia, es el que lo salva. (cf. Ef. 2, 4-8; 2 Tim. 1,9). Por amor, invitará al hombre a una comunión profunda. Creo que Jesús lo expresa claramente cuando habla de la vid y los sarmientos: El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. (en Jn. 15, 1-5).  Dios se deja conocer en el amor. "El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor." (1 Jn. 4,8). Tanto Dios es amor que "el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él." (cf. 1 Jn. 4,16). A la vez, la Biblia transmite que el amor de Dios no puede separarse del amor del prójimo y que el amor mutuo está llamado a ser semejante al de la unión de las personas divinas: "Padre que todos sean uno, como nosotros también somos uno." (cf. Jn. 17, 21-22). Por este amor al hombre también Dios derramará en abundancia el Espíritu Santo por medio de Jesús. Quiere que el hombre permanezca en él y él permanecer en el hombre. (cf. 1 Jn. 4, 13). Un ejemplo claro que ilustrará la imagen maternal de Dios es la parábola del Padre amoroso (Lc 15,11-32) que encontramos en la colección de tres parábolas sobre el amor misericordioso de Dios, en Lc 15. Un Dios-Padre más próximo a la forma de actuar de una madre que de un padre, según los arquetipos patriarcales de la época: corre hacia el hijo, le abraza, le besa efusivamente, lo celebra con una fiesta y se justifica ante el hermano celoso…Así podemos ver que el Dios de Jesús es un Dios acogedor, paternal —más aun, maternal—, que se alegra cuando alguien que se había perdido vuelve, que perdona, que ama generosamente, que corre, abraza y besa tiernamente, que devuelve la dignidad perdida, que quiere que todos y todas participen de su alegría.

La imagen como creador en femenino

Podemos rastrear la imagen de Jesús como Dios creador en: Hbr 1, 2-3: "...nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder..." Jn 1, 1-4: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres." Col 1, 16-17: "Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten." 1 Cor 8, 6: "para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él." Rom 1, 20: "Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa." Efes 2,10: "Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas." Apo 4,11: "Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.". Lo que nos da una muestra de nuevo de esta continuidad entre AT-NT, junto con la imagen de Sophia y la de Maternal.

Nacho Padró

Hallada momia inca de un ritual

Momia sacrificada en un ritual
Foto: ANDREAS NERLICH

   Un equipo de científicos ha hallado en Alemania una momia femenina que fue sacrificada a golpes en un ritual. Para el estudio, publicado en 'PLoS ONE', los expertos analizaron el cráneo hasta encontrar evidencias de un trauma contundente en la cabeza. Además, el análisis de ADN reveló que sufría una infección parasitaria conocida como enfermedad de Chagas.

   La mujer momificada tiene más de 500 años, y habría muerto a la edad de 20. Se cree que llegó a Alemania después de que una princesa bávara trajera la momia de regreso de una expedición a América del Sur en 1898. No se sabe su procedencia concreta, pero, en base a un análisis de isótopos estables de sus huesos y el cabello, se ha determinado que su dieta era rica en pescado. Por tanto, los investigadores sugieren que vivía cerca de la línea de la costa.

   También delata su procedencia la cuerda con que se le ataron las trenzas, realizada a partir de material originario de América del Sur, y su formación cráneo, también típico del pueblo inca.

   Del mismo modo, uno de los autores del trabajo, Andreas Nerlich, ha explicado que la enfermedad de Chagas sigue siendo endémica en América del Sur --especialmente entre los que viven en la pobreza-- y puede ser mortal si no se trata a tiempo. De hecho, ha indicado que, por los síntomas que presenta la momia, le quedaba poco tiempo de vida, aunque se hubiera escapado de sus asesinos.

   "El parásito vive en las paredes de adobe típicas de las de clases sociales inferiores, no en casas de piedra o mejor equipadas, que suponen un entorno más limpio", ha explicado el científico a la BBC.

   Para llevar a cabo esta investigación, los expertos realizaron una reconstrucción en 3D que destacó los signos de una lesión craneal masiva. "Las técnicas de hoy en día ofrecen una riqueza tal de información que podemos reconstruir varios aspectos de las vidas pasadas, las enfermedades y la muerte", ha apuntado el científico.

   En cuanto al ritual, el equipo ha explicado que, en el imperio inca, las jóvenes son ofrecidas al dios del Sol en rituales religiosos. A cambio los padres y la comunidad a la que pertenecía se convierten en miembros respetados.

   Por otra parte, el análisis de esta momia ayudará también a los científicos a comprender el origen del patógeno Chagas y su construcción molecular.


miércoles, 26 de febrero de 2014

Lo femenino y lo maternal como Imagen de Dios en el Antiguo Testamento.

Aunque en las Escrituras y en la teología predominan los aspectos masculinos, también se encuentran aspectos femeninos y maternales. Así, no solamente podemos encontrar a Dios como Padre fuerte, sino también como Madre compasiva, consoladora y protectora, que revela fuerza, pero también creatividad, equilibrio y belleza. Son huellas ligeras pero que demuestran que a pesar de la fuerza del entorno social androcéntrico hay algo arraigado en el fondo del ser humano que le lleva a hablar de la madre y de sus características, enfocándolos en su imagen de Dios. El problema reside en el hecho que no tenemos un texto que claramente nos muestre esa imagen femenina y maternal de Dios, sino que es una imagen escondida, camuflada, quizás menos sutil en Isaías, que se ha de estudiar en contexto viendo diferentes textos. De ahí que en vez de un texto, mostraré diversas muestras de esa imagen de Dios mediante textos bíblicos más o menos representativos.
En el AT para referirse a Dios, existen unos “núcleos” semánticos que abren el acceso a la realidad femenina del misterio de Dios. Una de las expresiones usadas con frecuencia es “rachami”, palabra que describe la clemencia, la misericordia. La raíz de la palabra es “rechem”, que significa el útero materno. Las “rachamin” se refieren a aquel lugar del cuerpo de una mujer en donde el niño es concebido, nutrido, protegido, donde crece y después es dado a luz. La palabra compara el amor de Dios con el de una madre: ¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti.”  (Is 49, 15) o al afirmar ¿No es Efraín hijo precioso para mí? ¿no es niño en quien me deleito? pues desde que hablé de él, me he acordado de él constantemente. Por eso mis entrañas se conmovieron por él; ciertamente tendré de él misericordia, dice Jehová.”  (Jer 31, 20); como en “Desde el siglo he callado, he guardado silencio, y me he detenido; daré voces como la que está de parto; asolaré y devoraré juntamente” (Is 42, 14).  Donde el vínculo tan estrecho que se produce entre madre e hijo, en esta circunstancia, es signo de cómo Dios ama a su pueblo pese a todo.
            Vemos en el símil del parto como Yahvé concibe en sus entrañas de madre. Los textos están describiendo una forma de amar que hunde sus raíces en la forma de querer que una buena madre tiene hacia el hijo que lleva en sus entrañas. De hecho ambas expresiones están relacionadas con la palabra que traducimos por útero materno y comparten la misma raíz: Dios ama con un amor entrañable, misericordioso, compasivo, «Él [es] amor entrañable» (Sal 78,38). Son imágenes escandalosas de un Dios preñado de su pueblo (Is 43,4-6) y de una serie de fenómenos de la naturaleza: ¿Tiene la lluvia padre?,¿O quién engendró las gotas del rocío?¿De qué vientre salió el hielo? Y la escarcha del cielo, ¿quién la engendró? (Job 38,28-29) lo que nos hermana a todos los seres creados en el útero divino. De este origen nacen una serie de imágenes que hablan de no abandono, de ira aplacada, de dolor por el pueblo que se relaciona con los dolores del parto, dolores de los que Yahvé no está exento (Is 42,13-15). Dolor por el hijo que nace y dolor por el hijo que sufre a lo largo de toda la vida. Ese sufrimiento le hace ser especialmente cercano a todos los que padecen por eso el mismo profeta nos habla de que Dios se compadece como la mejor madre de sus hijos (Is 49, 14-16) a la par que los consuela “como a uno a quién su madre le consuela, así yo os consolaré” (Is 66, 12 -13). Este amor invencible, que evoca la intimidad misteriosa de la maternidad, se muestra de modos distintos en la Biblia hebrea. Aparece como protección, salvación en los peligros, perdón para los pecados, como principio de fidelidad, manteniendo las promesas e impulsando a la esperanza, a pesar de nuestras infidelidades.
Encontramos estas imágenes femeninas y maternales en la “hesed” de Dios, la clemencia profunda, la fidelidad para las personas, a pesar de sus infidelidades y pecados, viene del corazón maternal de Dios, de sus “rachamin”. En una descripción llena de ternura Dios se ocupa del océano que acaba de contener dándole “las nubes por toquilla y los densos nublados por pañales” (Job 38,9). Mientras que para Adán y Eva nacidos a una nueva vida cose túnicas de piel para vestirlos: “ Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió.” (Gén 3,21), donde usa la palabra túnicas de piel (kotnot `or). Las túnicas son de piel y no las frágiles vestiduras que se habían hecho el hombre y la mujer (Gén 3, 7). Esta nueva piel los prepara para una nueva existencia. Este versículo pone de relieve la ternura de Dios y, al mismo tiempo, introduce una nota de esperanza: aunque el hombre haya caído y traicionado, Dios sigue preocupándose del ser humano, como muestra que hará a lo largo de toda la Biblia con el pueblo elegido. Aparece la solicitud amorosa de Dios.
La fe de Israel es dirigida a este Dios como al útero de su madre. Llama y pide protección amorosa, con palabras que hacen sentir y experimentar a Dios de modo materno: “Mira desde el cielo, y contempla desde tu santa y gloriosa morada. ¿Dónde está tu celo, y tu poder, la conmoción de tus entrañas y tus piedades para conmigo? ¿Se han estrechado? (Is 63, 15). Una maravillosa metáfora para hablar del cuidado de Dios por los suyos: “¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho? Pues si ellas llegaran a olvidar yo no te olvido” (Is 49,15). ¿Qué amor más intenso como imagen de comparación que el de una madre?.
Nos encontramos luego el término “ruach” que también es evocativo. Significa “viento”, “espíritu” o “respiración de vida”. Pero cuando lo leemos en el relato de la creación (Gn 1, 2), cuando la “ruach” se mueve sobre la tierra, evoca la presencia de una Madre Grande que da a luz la creación a partir de su útero generoso y amoroso. Este mismo Espíritu aparece como “ruach”, madre de vida, y como aquello que da respiración de vida a todo lo que existe. Además de crear a su imagen a hombre y mujer!!. (Gn 1, 26-27).
Otra expresión femenina y significativa en el AT es la Sabiduría (hochmach), descrita como “la hija de Dios”. Con ella Dios crea y realiza su trabajo de dar vida. En Pro 8, 24-32: “Antes de los abismos fui engendrada; Antes que fuesen las fuentes de las muchas aguas. 25 Antes que los montes fuesen formados, Antes de los collados, ya había sido yo engendrada; 26 No había aún hecho la tierra, ni los campos, Ni el principio del polvo del mundo. 27 Cuando formaba los cielos, allí estaba yo; Cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo; 28 Cuando afirmaba los cielos arriba,Cuando afirmaba las fuentes del abismo; 29 Cuando ponía al mar su estatuto, Para que las aguas no traspasasen su mandamiento; Cuando establecía los fundamentos de la tierra,  30 Con él estaba yo ordenándolo todo, Y era su delicia de día en día, Teniendo solaz delante de él en todo tiempo.  31 Me regocijo en la parte habitable de su tierra; Y mis delicias son con los hijos de los hombres. 32 Ahora, pues, hijos, oídme, Y bienaventurados los que guardan mis caminos, la Sabiduría es imaginada como una madre que transmite sabiduría a sus hijos.  El autor del libro de la Sabiduría la retrata como una presencia femenina en la historia de la salvación. Ella era compañera y guía. Ayudó a los humanos en dificultades y peligros. Pasó con ellos el Mar Rojo. “Abrió la boca de los mudos y soltó la lengua de los pequeñuelos” (Sb 10,21) de forma que pudieran alabar a Yahvé. Aquí se describe un “tipo femenino” de presencia y actividad de Dios. El tema aparece también en el Eclesiástés 24 pero sin salirse esta vez de lo típicamente femenino. Un Dios-mujer que coloca su tienda entre los hombres y planta un maravilloso jardín lleno de árboles frutales. El Dios Ella no prohíbe sus frutos e invita a entrar en la casa donde ha preparado un magnífico festín personalmente. El convite resuena con fuerza: “¡Ven! ¡Come mi comida y bebe mi vino!” Por si no bastara el alimento añade una promesa. “Viviréis los que comáis

En este punto, y como conclusión, creo que es interesante comparar el relato de la creación del Génesis, con la descripción de la actividad creadora de la Sabiduría (Sab 7-8, donde destaca Sab 7, 12: “Y yo me regocijé con todos estos bienes porque la Sabiduría los trae, aunque ignoraba que ella fuese su madre). En el Génesis, Dios forma “lugares” y crea formas de vida. Él ve desde fuera y está satisfecho. Es una imagen masculina. En el libro de la Sabiduría vemos la creación como un proceso continuo de “ordenar”, moldeando, inspirando, sosteniendo, cambiando desde dentro. Este trabajo ingente sólo puede ser captado correctamente desde ese punto de vista, por alguien que vive y siente con la Sabiduría, en femenino.

Nacho Padró

martes, 25 de febrero de 2014

¿Qué aportan al pueblo de Israel y después al cristiano en su comprensión del Dios de la Biblia?

Para responde adecuadamente a la pregunta deberíamos primero ver cual es la imagen de Dios en la Biblia (AT) para poder ver la aportación que hacen y cuantos de estos rasgos característicos ayudarán y complementaran la aportación de la compresión de Diosl. Así empecemos con el pueblo de Israel:

La comprensión de Dios en el Pueblo de Israel
Cuando Israel habla de Dios no lo hace reflexionando sobre su naturaleza, sino que nos ofrece sus experiencias concretas, sus vivencias profundas. El pueblo tiene conciencia de que ha descubierto a Dios a través de su vida cotidiana, de sus luchas, fracasos y triunfos. Es en esa historia concreta de los hombres donde, trabajosamente, el pueblo va intuyendo el verdadero rostro de Dios. Unas veces acertadamente, otras atribu­yéndole rasgos que después tendrá que ir abandonando como inadecuados, en la medida en que vaya conociendo más a ese Dios que se les revela en su historia como un Dios que salva (en un primer momento a ellos solos, mientras que destruye al enemigo).
Israel recorre un largo proceso no sólo en el descubrimiento del rostro de su Dios, sino en el reconocimiento de que Yahvé, su Dios, es el único Dios. El pueblo hace estos descubrimientos ayudado por los profetas, que le van enseñando a leer la historia desde la fe y a reconocer las acciones salvadoras de Dios.
La más antigua profesión de la fe de Israel parece ser Dt 26,5-10, texto que recoge el núcleo central de su fe. En ella, se recapitulan los datos principales de su historia (opresión-libera­ción‑conquista), reconocida como historia de salvación. Es ésta una de las características más destacadas y originales de la fe de Israel en relación con la fe de los pueblos vecinos: su fe tiene su origen en lo histórico y no en lo mítico, su Dios no es el Dios de la naturaleza con el que hay que comunicarse a través de ritos mágicos, sino el Dios de la historia que se revela en lo cotidiano.
Hoy nadie pone en duda lo original de la fe de Is­rael al ser los primeros en descubrir el significado de la historia como epifanía de Dios. Una epifanía (revelación, manifestación) activa, eficaz, parcial, inclinada hacia el más débil.El Dios bíblico se revela en la historia de unos hombres oprimidos y despreciados, en sus es­fuerzos y luchas por alcanzar su liberación. (Sal 146,7‑10)
Dios llama siempre hacia adelante en la historia. La nove­dad del Dios bíblico es que entra en la historia humana, revela su nombre, establece una alian­za y ‑más aún‑ misteriosa pero realmente, es un Dios que El mismo se hace historia, se encar­na, “pone su tienda entre los hombres" (cf. Jn 1,14) y se hace "Dios con nosotros". La revelación de Dios en la historia, hecho historia, es la gran verdad que enfrenta a Israel pri­mero y a los cristianos hoy, con su propia historia. Es ahí donde los hombres tienen que bus­car los signos de su presencia e identidad.
La tradición yahvista, cuando en el siglo X hace la primera gran síntesis teológica, se recono­ce heredera de la fe de los padres y ese reconocimiento teológico lo expresa emparentando a Abraham, Isaac, Jacob entre sí y reconociéndolos como sus antepasados. En la fe de los Padres, Israel descubre el interes de Dios por el pueblo y descubre al Dios que toma la iniciativa, que busca al pueblo. A diferencia de la religión de los pueblos vecinos, Is­rael no vive la "relación" con su Dios como una conquista por parte del pueblo, como un in­tento de alcanzar a su Dios o aplacarle, sino como un pueblo que se siente interpelado a dar respuesta a una palabra que le ha sido dada, como una elección de la que ha sido objeto. "Tú eres mi pueblo, yo te he elegido" es una constante en toda la historia de Israel. Esta iniciativa en la elección la remonta el pueblo a Abraham, Isaac... (cf. Dt 7,6‑7).
Como dice Von Rad: "Israel reconoce que los patriarcas y su clan viven "ante" Dios y "con" Dios y se convierten así en portadores de la promesa". Su fe está anclada en algo que está por venir: la tierra, la descendencia, y una relación de comunión entre Dios y esta descendencia. (Gen 17,7). Sin embargo, las promesas de Yahvé a Israel nunca se verificaron totalmente en el presente. Los patriarcas nunca poseyeron a tierra en exclusiva; los cananeos la habitan con ellos (Gen 12,6). Tampoco Moisés entrará en la tierra prometida.
La lectura atenta del Antiguo Testamento nos aporta un dato repetido a través de toda la his­toria de Israel; el éxodo, el paso de la esclavitud a la libertad, fue para Israel la gran situación de revelación de Dios. Este hecho le permitió contemplar la presencia benevolente y activa de Dios como algo más hondo que el conjunto de los factores históricos desplegados en aquella situación y perceptibles como un todo. En este "todo" podía discernirse "el paso" de Dios.
El punto de partida de la revelación de Dios a Moisés es una situación de miseria y opresión. En este contexto, Moisés se siente llamado por Dios a actuar como profeta y como guía para la liberación de los oprimidos. Será el hombre que "escucha" la Palabra de Dios y lucha por hacerla verdad.
"El Señor le dijo: He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opreso res, me he fijado en sus sufrimientos. Y he bajado a liberarlos de los egipcios, a sacar­los de esta tierra para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel, el país de los cananeos, hititas, amorreos, fereceos, hevaceos y jebuseos. El clamor de los israelitas ha llegado a mi y he visto como los tiranizan los egipcios. Y ahora anda, que te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas" (Ex 3,7‑10). Este texto nos muestra a Yahvé como aquél que conoce los sufrimientos del pueblo, se deja afectar por ellos y toma la iniciativa para liberarlo,
Moisés será el mediador y, junto con el pueblo, el realizador de esa liberación; pero hay un profundo convencimiento: iYahvé es el liberador!. Israel tiene conciencia clara de que Yahvé se ha revelado como su Dios. En esta situación, Dios los hace "su propiedad personal'' (Dt 7,6‑8)
Así es como descubren que Dios es un Dios parcial, Dios de los pequeños, pobres y vencidos. Su Dios los libera de la dominación egipcia para hacerlos un pueblo y darles una tierra; para permitirles ser un pueblo santo que practique la justicia y la equidad; para que ese pueblo sea fiel; le rinda culto a El como a su único Salvador.
En la dura marcha por el desierto, Dios, a través de Moisés, les irá educando lentamente en una liberación que va más allá de la posesión de las cosas, pero que pasa necesariamente por la conquista de su libertad y dignidad. El desierto será para el pueblo el símbolo del lugar del despojo, de la purificación y, al tiempo, el lugar del encuentro. Encuentro con su Dios que hizo posible la solidaridad entre ellos, de modo que pasaron de ser un grupo disperso y esclavo a ser un pueblo con identidad y libre.
En la tradición del Éxodo queda reflejado el asociar el nombre de Yahvé con los orígenes de la Alianza. Yavhé es el Dios que se ha revelado a Israel que se ha justificado por sus obras salvíficas. Ha establecido una relación de Alianza con el pueblo.
Israel tiene conciencia de que Dios ha tomado la iniciativa, de que esa elección no se debe a las cualidades del pueblo, sino que tiene su origen en el amor fiel de Dios. "Si el Señor se enamoró de vosotros y os eligió no fue por ser vosotros más numero­sos que los demás -porque sois el pueblo más pequeño- sino por puro amor vues­tro, por mantener el juramento que habla hecho a vuestros padres..." (Dt 7,7-8)
La relación bipolar de la alianza es: Dios‑pueblo. No se trata de una relación individual sino de una comunidad y en ese ir haciéndose pueblo, en ese sentir las relaciones mutuas, en ese ir comprometiéndose en cumplir y respetar sus leyes, caen en la cuenta y descubren que su Dios hace alianza con ellos, si ellos hacen alianza con los otros. Así surgirán los distintos decálogos que nos muestra el Éxodo (Ex 20,2‑17; Dt 5,6‑8; 6,4‑7).
La Alianza del pueblo con Dios implica una relación de fraternidad entre ellos. La alianza in­troduce un factor de solidaridad del pueblo entre si y con Dios. En este compromiso mutuo que se establece con la Alianza, el pueblo no se siente pasivo, sino que se sabe interpelado a dar una respuesta, a elegir y responder (Dt 30,15‑20). Israel se compromete a ser fiel a la alianza guardando el Decálogo, es decir, entrando en una dinámica de fraternidad, de justicia, benevolencia y ayuda mutua. Israel, pueblo liberado, debe actuar como liberador (Dt 24,22; Dt 17‑18).
Posteriormente nos encontramos con el Dios de los Profetas. La profecía surge con fuerza en Israel durante la monarquía, en una época difícil para la fide­lidad del pueblo a la fe de los padres. Israel se ha hecho un gran pueblo, su poderío con David llega a su máximo esplendor. Esto llevó consigo, además de un desarrollo económico, generador de desigualdades sociales e in­justicias, un progresivo abandono del culto a Yahvé siguiendo a los "baales", (los dioses de los pueblos vecinos). Ya no confían en Yahvé sino en los pactos y alianzas con las grandes poten­cias. Ya no son un pueblo misericordioso que practica la justicia sino el fraude, el robo, el ase­sinato. Incluso en ese contexto se observa el amor de Dios a su pueblo. Un amor de Dios que  supera al amor materno: "¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañase Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. Mira, en mis palmas te llevo tatuado, tus muros están siempre ante mi” (Is 49,15‑16)
Todo el capitulo 11 de Oseas es un canto al amor tierno y solícito de Dios con el pueblo: ''Yo enseñé a andar a Efraín y lo llevé en mis brazos, y ellos sin darse cuenta de que yo los cuidaba. Con correas de amor los atraía, con cuerdas de cariño. Fui para ellos como quien levanta el yugo de la cerviz; me inclinaba y les deba de comer”. (Os 11,24)
La imagen más audaz y la más empleada por los profetas es la imagen conyugal. Por eso, cuan­do los profetas denuncian al pueblo su pecado, la acusan de adulterio, de infidelidad.
Oseas describe magistralmente esta bella imagen en el capitulo 2. Igualmente y con un lengua­je aun más realista, lo hace Ezequiel en el capítulo 16.
El descubrimiento de que el Dios en el que creen es fiel, a pesar de la infidelidad del pueblo y ésta no deroga la alianza y el amor, llega a su plenitud en el destierro. El pueblo se encuentra allí sin templo, sin ciudad, sin rey, en medio de un pueblo paganizado, pluralista, hostil. En este momento viven en la angustia de creer que Dios ya no está con ellos. Es entonces cuando los profetas levantan de nuevo su voz para mostrarles la gratuidad del amor de Dios, para des­velar un rostro de Dios presente y cercano al pueblo en la situación en la que éste se encuen­tra. El vive también con sus hijos en las orillas del río Quebar en Babilonia. (Ex 3,10‑23; Jer 20,11‑12) ''Aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no se retirará de ti mi misericor­dia ni mi alianza de paz vacilará -dice el Señor, que te quiere"  (Is 54,10)
Junto a la experiencia de la cercanía y el amor de Dios, los profetas resaltan que Yahvé es un Dios inmanipulable (zarza ardiendo sin consumirse, ''soy el que soy"). Cuando la tradición elohista narra el acontecimiento del Horeb (Ex 20,18‑20) pone en boca del pueblo esta fra­se: "Háblanos tú y te escucharemos, que no nos hable Dios que moriremos". Y la tradición, que no duda en hacer esta audaz afirmación ''El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con un amigo" (Ex 33,11), no por eso pierde de vista la abso­luta trascendencia de Dios, su santidad y la radical incapacidad humana para encerrar a Dios en sus conceptos, imágenes y visiones (Ex 33,22‑23). La grandeza de Dios, su santidad y pureza está especialmente subrayada por Isaías (29 veces nombra a Yahvé como el Santo de Israel). El capitulo 6 es, todo él, un cántico a la santidad absoluta de Dios.
También el pueblo teme a Yahvé, el Dios terrible que "habla" entre truenos y relámpagos. Un Dios que castiga, que se enciende su ira, que juzga (Núm 11,15). El esquema infidelidad‑cas­tigo es frecuente en los profetas. La cólera de Dios expresa su visión crítica sobre la historia y su voluntad irrenunciable de li­berarla del pecado. Es un aspecto del amor.
Pero también es un Un Dios "justo" que quiere justicia. La justicia de Dios tal como aparece en el Antiguo Testamento, tiene poco que ver con nues­tro concepto de justicia de "dar a cada uno lo suyo". La noción semita de justicia implica siempre una relación entre personas. Es una acción más que un estado. "Sedegah'' ("justo") es aquél que satisface las exigencias de una relación comunitaria. Es el que establece la relación adecuada.
En el Antiguo Testamento, Dios es justo a causa de su fidelidad a las exigencias de la Alianza y su justicia está encaminada a favorecer al débil.
Las normas civiles se consideraban consecuencia de la justicia de Yahvé que de manera espe­cial se manifestaba como defensor del oprimido y pequeño, del huérfano y la viuda.
Justicia que en el fondo es gracia e intervención salvadora. "Inminente, cercana está mi justi­cia, como la luz saldrá mi liberación'' (Is 51,5).
Junto a esta concepción "salvadora" de la justicia está el convencimiento de que Yahvé es un Dios celoso que quiere justicia. Conocerle, ofrecerle un culto agradable, es convertirse, practi­car la justicia, la piedad, la liberación de los oprimidos, eliminar la opresión (ls 58,25; Jer 22,13; Os 2,21...)
Si Yahvé es el Dios parcial, protector de los pobres, el hombre que le "conoce" tiene también que ser un hombre de y para los pobres y oprimidos.

 

La comprensión de Dios a los cristianos
Una vez vista la aportación al pueblo de Israel, veamos cual es la aportación al cristianismo. Nos encontramos ahora ante el Nuevo Testamento y nos preguntamos por el rostro de Dios que se nos revela en Jesús. Para el desarrollo seguiremos teniendo como línea conductora, la que nos ha parecido más adecuada para intentar aproximarnos al Dios de la revelación: descubrirle en la  historia. En Jesús acontecerá la gran novedad. No sólo descubriremos al Dios que "actúa" en la historia sino hecho Historia, poniendo "su tienda entre nosotros" (Jn 1,14).
La cercanía de Dios que la primitiva comunidad percibió en Jesús no invalida lo que hemos dicho varias voces sobre la dificultad de hablar de Dios. Acerca de esto González Faus nos dice: "Hablar de Dios es siempre un poco blasfemo o un poco idólatra. Siempre tiene algo de tomar el nombre de Dios en vano... Santo Tomás decía que la última palabra que el hombre puede pronunciar sobre Dios consiste en afirmar que son mentira todas sus palabras anteriores, aún las más profundas, o que no se ha dicho nada con ellas".
Las primeras comunidades cristianas, después de la experiencia de Pascua, expresan, cada una desde su contexto y cultura, una fe común: Jesús es el valor supremo: "El Señor" "El Cristo", "El Mesías", "La imagen de Dios" .. De muy diversas maneras confiesan su fe en que, en Jesús, Dios mismo se ha revestido de Historia, "se ha hecho carne" (Jn 1,14). Por eso, cuando la comunidad primera reconoce en Jesús la singular ''epifanía" (manifestación) de Dios no duda en poner en su boca: "El que me ha visto a mi ha visto al Padre" (Jn 14, 9).
La vida de Jesús se convirtió de hecho en una escandalosa revelación de Dios. Las polémicas de Jesús con los representantes "oficiales" de Dios, (que acabaron con la condena y muerte) muestran que hay, de hecho, una cierta ruptura o "una puesta al revés de la imagen de Dios del Antiguo Testamento".
Jesús parece que comienza su predicación anunciando una buena noticia: "El Reino de Dios está cerca, convertios y creed esta buena noticia" (Mc 1,14). Dios mismo ha salido al encuen­tro del hombre y está ya próximo. El Dios próximo que anuncia Jesús es el Padre que acoge, sale al encuentro, perdona (Lc 15). Toda la vida de Jesús fue eso: hacer visible esta proximidad de Dios, ser "samaritano", próxi­mo a cualquier hombre en necesidad y a más necesidad más cercanía.
Pero el anuncio y, más aún, la realización de esta desconcertante proximidad no se realiza im­punemente. Y Jesús pagó por ello un alto precio.
Después de la Resurrección, Pablo dirá a sus comunidades que Jesús es la "imagen del Dios in­visible" (Col 1,15) y Juan, cuando intenta expresar con la mayor verdad y concisión posible quién es Dios, nos dice magistralmente: "Dios es amor" (1Jn 4,8).
Desde Jesús esa expresión se hace concreta e histórica. Pero anunciar y hacer verdad la cercanía de un Dios amor, en un contexto donde no se vive el amor sino la división y la injusticia es algo peligroso, "sub‑versivo" o por lo menos produce un profundo escándalo.
El Dios que Jesús anuncia y hace visible es un Dios que hace salir el sol sobre justos e injustos, que no tiene acepción de perso­nas, que no acepta nuestras clasificaciones, diferencias y anatemas. Creer en un Dios "parcial" no es negar sino afirmar una predilección que la tradición judeo­cristiana ha puesto repetidamente de relieve. El Dios revelado en la Biblia no es un Dios sin propiedades. Se caracteriza por una clara solidaridad y predilección por los pobres, pequeños y marginados El Dios reve­lado en Jesús es el mismo y único Dios de Abraham, Isaac, Jacob. El Dios que salva, liberador, protector de los pobres y viudas, el Dios que llama "propiedad personal" a un pueblo esclavo y oprimido.
Esa imagen de Dios queda ratificada en Jesús a quien domina "una inédita pasión por lo per­dido" (Dodd). El Dios cristiano es un Dios de los hombres, de todos. Pero en Jesús se nos reve­la especialmente como Dios de los pobres, los desheredados, los sin ley, los víctimas del egoísmo. Si hay algo unánimemente repetido por todos los estudiosos de Jesús es que éste se puso de parte de los desfavorecidos de este mundo. "Habló y actuó en su favor y por ellos murió y resucitó" .
No sólo proclamó bienaventurados a los pobres sino que puso gratuitamente todas sus posibi­lidades al servicio del enfermo, necesitado, pecador... Los milagros de Jesús, hechos siempre para remediar alguna necesidad, son el modo cómo Jesús simbólicamente expresaba y antici­paba la salvación total del hombre "en necesidad".
Su predilección por los pequeños y sencillos la proclama Jesús como expresión de esa misma predilección de su Padre: "Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque si has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, se las has revelado a la gente sencilla; si Padre, bendito seas por haberte parecido eso bien" (Mt 11,25‑26) Jesús mostró con su acción que "El Dios a quien invocó como Padre no es un Dios que opri­me, sino un Dios que libera Eso es lo que Jesús reprochó a los escribas y fariseos: encadenar a Dios a sus propios intereses, y hacer de su acción liberadora una razón para oprimir a los de­más... Para ellos el sábado es el día del honor de Dios, no el de la libertad de los hombres. Si los evangelistas han consagrado tantos episodios a estas oposiciones sobre el silbado, es por­que Jesús considera fundamental poner en claro que a Dios se le honra en donde se hace li­bres a los hombres. Por consiguiente, si el día consagrado a Dios es aquél en que precisamente resulta imposible trabajar por la liberación del hombre, el Dios al que se honra de esa forma no es Dios" ( C. Duquoc, Dios diferente).
Otro aspecto llamativo y diferencial es sobre su trato personal con Dios. Los datos que nos trasmiten los evangelios dan pie para pensar que Jesús se dirigió siempre a Dios llamándole ¡Padre!, más aún invocándole como ¡Abba! El llamar a Dios Padre no es exclusivo de Jesús, pues ya en el Antiguo Testamento aparece el término padre para nombrar a Dios. Palabra aramea que las primeras comunidades, asombradas por esta singular invocación, no se atrevieron a traducir y optaron muchas veces por transmitirla en el lenguaje original en que fue pronunciada. “¡ABBA! “Padre, todo te es posible, aleja de mi este cáliz; más no sea lo que yo quie­ro, sino lo que quieres tú” (Mc 14, 36)
Esta palabra es de origen infantil, familiar. Expresaría nuestro "papá" o "padre mío" con to­nos de especial ternura y afecto "querido papá". Esta designación aplicada a Dios no tiene paralelo en toda la literatura religiosa, ni ambiental ni judía, ni bíblica. Para una mentalidad judía habría sido irreverente y por ello impensable llamar a Dios con esta palabra tan familiar. Lo inaudito de esa expresión, hecha oración habitual en Jesús, de alguna manera nos adentra en el misterio ultimo de Jesús. Allí donde es más el mismo, donde se sabe hijo en referencia al singular modo de experimentar la paternidad de Dios. Esta experiencia del "Abba" no es con­quista de Jesús, es Dios mismo que se hace "sentir" así en él. Es una experiencia que es reve­lación.
González Faus en su libro Acceso a Jesús pone ésta como una de las notas más singulares de Jesús. "Jesús cree y predica que no hay acceso a Dios fuera de la búsqueda dolorosa del Reino... y también que no hay Reino posible sino en la paternidad de Dios, porque el Reino, en última instancia, no es reino "mío" o "nuestro" sino "del otro". Porque Dios es ¡Abba! el anuncio de la cercanía del Reino es un anuncio liberador y ese anun­cio brota de la cercanía y el modo con que Jesús experimenta a Dios como ¡Abba!. Esta fue su pasión y la polarización de su vida: anunciar y hacer verdad la venida de un Reino donde todos somos hijos de un Padre común. Esta unión indisoluble Abba‑Reino es también una manifestación de Dios. Es la revelación de que es posible la "experiencia de Dios en la humanidad del hombre que se realiza, en la escla­vitud que salta, en la prostituta que llega a ser mujer... en el inhumano que se hace humano. Lo que el mismo evangelio llama "alegría en el cielo" o "máxima alegría en el cielo". Y "Dios es alegría".
Es verdad que invocar a Dios como Padre es un don, un regalo, pero también es una tarea. Je­sús invoca al Padre y lo desvela en su forma de ser y vivir liberador y fraterno. Es un contrasentido invocarle ¡Padre! con los labios si la vida no revela el esfuerzo por vivir como hijos y, por tanto, por crear fraternidad allí donde no la hay, haciéndola crecer allí don­de brota, revelándola donde no se conoce, proclamando la alegre noticia de que tenemos un Padre común.
En cambio, hablar de un Dios "entregado" y "pasible" (que "sufre") parece romper con la idea que normalmente se tiene de Dios. Quizá a muchos nos resuenan aún dentro, las definiciones de Dios que hemos aprendido de niños. Un Dios eterno, inmutable, todopoderoso, infinito. No es ese el lenguaje bíblico. A Dios lo podemos "conocer" por su "actuar", en la historia y en su Hijo. En el Nuevo Testamento nos encontramos dos frases muy semejantes -en contextos cultura­les y cronológicamente muy distantes- que nos remiten, sin duda, a algún rasgo original del acontecimiento Jesús: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo” (Jn 3,16) “El que ni siquiera escatimó darnos a su propio Hijo sino que nos lo entregó”  (Rm 8, 32)
En el Antiguo Testamento aparecía clara la imagen de Dios "protector" de los suyos. Si uno es fiel acude a Dios y El le salva. La dura crisis de la imagen de Dios, que hemos visto expre­sada en Job, se resuelve con la "intervención salvadora" de Dios. Este "desvela" su rostro y cura a Job, le devuelve la salud, los hijos y las posesiones y "justifica" así al hombre fiel. Esta profunda convicción del Antiguo Testamento es la que, de alguna manera, queda puesta al revés en Jesús.
El Dios silencioso y oculto, ese desconcertante rostro de Dios que no es una ventaja para el que cree en El, llega a su máxima revelación en la cruz de Jesús. Dios no solamente no acude a salvar al justo sino que éste ni siquiera encuentra "su rostro, sino su silencio que suena a abandono: Dios mío ¿Por qué me has abandonado? (Mt 27,43‑46 y Mc 15,32‑ 34). Dios no acude a salvar de la muerte a su propio Hijo.
Después de la muerte de Jesús en la cruz, ante el aparente "desentendimiento" de Dios Padre, ya no se puede hablar de Dios sin experimentar el desconcierto de un Dios "a merced del hombre", de un Dios que “padece” la injusticia en su propia "carne" en su "propio Hijo".
En Jesús, muerto injustamente en la cruz, nos sale al encuentro Dios como Aquel que está a merced del hombre en la historia. El poder de Dios pasa por la impotencia de la cruz. El "Dios es amor" puede también expresarse como "Dios es pasión". Porque sólo sabe de amor quien sabe de dolor. El Dios en el que creemos es un Dios que "sufre" y ésta es la posibilidad de que en el Nuevo Testamento pueda verse el dolor de la historia como dolor hecho a Dios. "A mí me lo hicisteis" (Mt 25). "Saulo, Saulo por qué me persigues". Estos textos del Nuevo Testamento no son fundamentalmente una consideración moral sino una revelación de Dios. Dios está en el dolor del hombre.


Nacho Padró