miércoles, 10 de junio de 2020

La gratitud perfecta


Publicado por 
Will Wheaton y River Phoenix en Stand by Me. Columbia Pictures.
La religión católica, en relación con el sacramento de la penitencia, distingue entre dos tipos de arrepentimiento, caracterizados por sendos tipos de dolor moral: el dolor perfecto o de contrición y el dolor imperfecto o de atrición. El primero —contritio caritate— consiste en arrepentirse por el mero hecho de haber obrado mal, mientras que el segundo consiste en arrepentirse por miedo al castigo. La Iglesia plantea esta distinción en el terreno religioso y en relación con el pecado, pero es aplicable a cualquier sistema ético o legal. Desde fuera, y a efectos prácticos, ambos tipos de arrepentimiento son indistinguibles; incluso es posible que el miedo al castigo sea más eficaz, como regulador de la conducta, que el mero deseo de obrar bien; pero desde dentro o desde muy cerca —en el ámbito de la subjetividad o de la intimidad— son sustancialmente distintos.
Si la gratitud más genuina, la grata-actitud, es la fórmula mágica que rompe el maleficio de la soledad y nos conecta afectivamente con los demás, la ingratitud es la maldición que rompe el beneficio supremo de la amistad, y que daña sobre todo a quien incurre en ella. Porque si ser objeto de la ingratitud es recibir una puñalada trapera, ser su sujeto es tragarse el puñal, convertirse en una bomba de relojería. La propia palabra lo dice todo: el ingrato es el no grato, el desagradable por antonomasia. Muéstrale al ingrato su verdadero rostro y sentirá horror de sí mismo. Pero no es fácil, porque la ingratitud es una forma de ceguera selectiva, una ofuscación egotista que impide ver al otro como tal, y al no ver al otro, el ingrato deja de verse a sí mismo, pues el otro es el espejo necesario. No es casual que en italiano riconoscenza (reconocimiento) signifique gratitud, pues el agradecimiento supone reconocer —volver a conocer— al otro en lo que ha hecho por ti. El ingrato se niega a reconocer al otro en su generosidad y a sí mismo en su incompletitud, en su necesidad de los demás. La ingratitud es hija de la soberbia, como dice Cervantes, pueril fantasía de omnipotencia, egotismo despiadado, narcisismo suicida.

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