lunes, 24 de junio de 2013

Comentario del texto de M.Eliade Lo Sagrado y lo Profano

El presente texto a comentar, pertenece al Capítulo IV del libro de M. Eliade, Lo Sagrado y lo Profano (Ed. Paidós, Barcelona 1998, pp. 149-155), titulado Existencia humana y vida Santificada. Es en este último capítulo donde Eliade deja traslucir su convicción de que el ser humano moderno no es tan arreligioso como él mismo se dice, puesto que sigue dependiendo en buena medida de un conjunto de gestos iniciáticos de origen ritual para dar sentido a su existencia. Es un texto con el que coincido plenamente. Mircea Eliade (1907-1986) probablemente ejerció una fuerte influencia sobre los imaginarios colectivos de su época, promoviendo el abandono de ciertas posiciones muy asentadas en torno a la religión. A lo largo de una larga producción científica, Eliade hizo grandes contribuciones al campo de la mitología comparada, así como al estudio de la mística, la magia y los estados alterados de conciencia vinculados a prácticas religiosas. En este artículo recurre a una gran cantidad de ejemplificaciones antropológicas para reforzar sus proposiciones, lo que indica no sólo una amplia formación teórica, sino un vasto conocimiento de las costumbres humanas; sin embargo, a mi juicio, elabora generalizaciones sobre el hombre contemporáneo que no pueden ser válidas, en tanto que inferencias obtenidas en contraste a la conducta del hombre religioso. En el primer apartado se hace referencia a la rareza del hombre arreligioso, rodeado de rituales que enmarcan su vida y que no ve o no quiere ver, y que se encuentran en lo que la psicología denomina los ritos de paso (nacimiento, mayoría de edad, matrimonio, muerte, festividades nacionales o personales) que están presentes en lo que denomina “mitología camuflada y ritos degradados”. En el fondo subyace la idea que el hombre, como ser trascendente, y eso lo hace diferente al resto de animales, no puede evitar el buscar la parte a la que trasciende: ya desde los neandertales encontramos muestras de entierros orientados al sol naciente, o bien tenemos las interpretaciones místicos-religiosas de los chamanes que pintaban en las cuevas como Altamira o Lascaux. Es una herencia antigua y primigenia inserta en lo más profundo del ser y que el arreligioso no podría prescindir sin romper el lazo que tiene con su propia humanidad, de ahí que acabe camuflándola en los ejemplos que muestra Eliade ante el deseo de negarlo. Hoy en día, parece que este carácter de iniciación perdura, aunque sólo concebido en cuanto a su aspecto social y sin contenido religioso, sólo lo hemos desplazado y concentrado en otros puntos como podemos observar en el mundo del deporte (Jordi Osúa en su Cuaderno de la Fundació Maragall sobre Esport i Religió), en la religión civil (Rosseau en su Contrato Social o Durkhein en Las formas elementales de la vida religiosa) que se acaban expresando en ceremonias civiles cargadas de mística y/o mitológicas (Joan Surroca en el Manual de Ceremonia Civil) o en los rituales de iniciación de grupos o sectas. De ahí vendrá la necesidad, ya no de ser, sino de proyectar, en la lectura (imaginación) o en los esquemas narracionales del cine esa mitología escondida que nos comenta Eliade en el segundo párrafo y que acaban formando la propia mitología de las personas (los hay lectores y fans de literaturas en concreto como los de ciencia-ficción, o sagas literarias como el actual Juego de Tronos). Y es que en su diario vivir, el ser humano se encuentra en un entorno sacralizado que no le permite dar rienda a esa necesidad de transcendencia, de ahí que Eliade nos explique que se vea en la necesidad de explorar las nuevas pequeñas religiosidades (lo que hemos estudiado hasta ahora como neomisticismos por ejemplo), ante una irrupción de nuevas formas de pensar y de anulación o puesta en duda por el modernismo de las religiones establecidas que lo canalizaban, se produce una sacralización que no da respuesta a la necesidad transcendental y que es cubierta por diferentes vías. Elialde aquí nos habla de las sectas y pseudoreligiones y muy curiosamente de la política, totalmente ritualizada y llena de simbolismos que incluso llegan a conformar su propia mitología. El autor usa el ejemplo de Marx al ser el comunismo lo más anti religioso en sus bases ideológicas, pero se podría actualizar en las referencias religiosas y proféticas del chavismo actual, la mitología conformada alrededor de la figura de los dirigentes de Corea del Norte (con toda una mitología) como salvadores mesiánicos de la población, el Maoísmo (con su propia biblia, “el Libro Rojo”… por poner algunos ejemplos. Así, el marxismo presentaría un profeta (el proletariado) llamado a cambiar el mundo en una lucha contra el mal (en muchísimas tradiciones mitológicas el dios creaba el mundo y al hombre tras vencer a un monstruo, en este caso los burgueses, los ricos explotadores) para conseguir así una humanidad feliz, una nueva edad de oro mítica (la abolición de las clases y de las tensiones históricas). Posteriormente considera al nudismo que sería la expresión de una nostalgia del paraíso. M. Eliade alude al psicoanálisis, que reproduciría el descenso a los infiernos, lo preformal, para luchar contra el monstruo diabólico, vencerlo y salir renovado, renacer victorioso, una imagen que nos trae recuerdos del apocalípsis del Nuevo Testamento En conclusión, podemos ver que M. Eliade hace en este artículo interesantes comentarios, con los que coincido, relacionándolo con esa capacidad trascendente innata en el ser humana. Opino igual que él en la idea de hacer ver que la religiosidad no ha sido abandonada sino ocultada, y que puede verse, aunque camuflado en muchos sitios y expresándose, sobre todo en rituales y mitologías presentes en nuestro entorno. A nivel social parece que el hombre moderno rechaza la trascendencia, pues trata de hacerse a sí mismo (libros de autoayuda y crecimiento personal propios de la New Age), y esto solo lo ve posible en la medida en que se libera, se desprende de la superstición (lo sagrado). Es una emancipación, que parece retratada en el mito de la manzana de Adán, que cae en la tentación por el deseo profundo de ser divino. El impulso trascendente entonces no estaría muerto, sino dormido, al estar camuflado o escondido. Puede que se esté llegando al fin del sueño, y hay razones sociológicas, culturales, filosóficas para pensar en ello, al ver las reacciones contra la modernidad que se han dado en los últimos tiempos (fundamentalismos, new Age…) y en la que se aprecia como una búsqueda desesperada de su propia trascendencia. Nacho Padró

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