Para amar, para calentar el corazón entre las manos y mover todo el ser al ritmo pausado y firme de sus latidos.
Para llegar más allá, al filo de la sonrisa, a la profunda alegría de ser, de estar, de bailar, a nuestro peculiar ritmo, el sincero baile de la vida como solo, cada cual, podemos hacerlo.
Para transitar más allá de las lágrimas, las tristes estancias del dolor donde aprendemos su melodía ineludible y la tarareamos, a media voz, sin huidas, sostenidos por la confianza.
Para caer y volver a levantar un día y otro día y otro con marcas en las rodillas y heridas en el alma, que se anima una vez más a emprender el vuelo.
Para oler una flor, pasear por las nubes, dormir sobre la hierba, escuchar el silencio y nadar en tu mirada, en la de cada tú que nos mira y nos invita a pasar, a estar en su casa.
Para acoger y abrazar con tiempo y a tiempo a todos los seres que llegan y quieren un espacio en el que descansar, en el que decirse y encontrar comprensión.
Para soltar y dejar ir a los que desean marchar e impulsar sus velas con el aliento de la libertad.
Para contemplar la vida, la de dentro y la de fuera, sin juicios, agradeciendo cada color, cada matiz, cada hueco que nos habla de la impermanencia que somos, cada manantial que brota y habla del amor que somos, de eso que permanece siempre, de eso que nos sostiene y nos ensancha.
Para mí, Para ti, para los míos y las tuyas (con amor y sin posesión) para todos y todas, para la unidad que nos trasciende PARA VIVIR.
Esther Fernández Lorente.