El Adviento llega cada año como una invitación a la espera, pero no una espera pasiva, sino una espera que ayuda a despertar.
Es un tiempo breve y silencioso que se abre paso en medio de la prisa, del ruido y de una cultura que reduce la vida a estímulos rápidos y deseos inmediatos.
Este tiempo, tan antiguo y tan vigente, no nos invita a añadir cosas, sino a quitar ruido; no busca llenar, sino hacer hueco. Y quizá sea este gesto inicial —vaciar para poder recibir— el que mejor nos prepara para una pregunta que se vuelve cada vez más decisiva: ¿cómo habitar el mundo cuando la cultura dominante nos empuja a consumirlo todo, incluso a nosotros mismos?
En un entorno donde el brillo de las ofertas sustituye al brillo de la esperanza, el Adviento se convierte en un pequeño acto de rebeldía: recordar que otra forma de vivir es posible.
Juan A. Mateos Pérez
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