martes, 5 de mayo de 2020

Historia de los dos panes

Se cuenta que un día un califa era tan perverso y cruel que publicó esta proclama:
— Si alguno de mis súbditos es sorprendido haciendo una limosna, ¡le será cortada una mano!
Asi que, desde aquel día, todos se abstenían de ayudarse mutuamente, nadie se atrevía a mostrarse caritativo.
Sucedió que un día un mendigo se presentó a una mujer que tenía un hijo, y que era muy pobre, pidiéndole una ayuda por caridad. Ella respondió:
— ¿Cómo quieres que te de algo, si el califa corta una mano a quien haga una limosna?.
El mendigo comentó.
—¡Yo te lo pido en nombre de Dios!
Al oír esto, la mujer no pudo negarse y le dio los dos panes. Pero el califa lo supo, ordenó que llevaran a la mujer a su presencia y le hizo cortar las dos manos.
Aquella mujer era muy guapa. El califa, después de haberla mutilado, se enamoró de tal manera que la quiso por esposa, suscitando mal humor y protestas de parte de las otras mujeres. Celosas del favor que gozaba esta nueva rival, la acusaban ante el rey.
Entonces el califa ordenó que madre e hijo fuesen llevados al desierto, dejándolos abandonados allí para que muriesen de hambre.
Mientras la pobre mujer vagaba por el desierto, llorando su propia suerte con el niño en brazos, pasó cerca de un pozo y se inclinó para beber, porque tenía mucha sed después de tanto caminar.
Pero, al inclinarse, se le resbaló el niño y cayó dentro del pozo. Ella se sentó entonces en el brocal, llorando desconsoladamente. En ese momento, pasaron cerca dos hombres y le preguntaron.
— ¿Por qué lloras?
— Tenía un niño en brazos y se me ha caído al pozo.
— ¿Estarías contenta si lo sacáramos afuera?
— ¡Sí!
Los dos rezaron a Dios y el niño salió del pozo sin ningún daño. Entonces le dijeron.
— ¿Estarías contenta si Dios te devolviera tus manos?
— ¡Sí!
Rogaron a Dios y las manos de la mujer tornaron a ella, más bellas que antes. Finalmente, le dijeron.
— ¿Sabes quienes somos nosotros? ¡Somos los dos panes que ofreciste en limosna al mendigo!, y que fueron la causa de que te cortaran las manos. ¡Alaba por tanto al Altísimo, que no deja sin recompensa ningún acto de caridad!
(De»Las mil y una noches»)

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