miércoles, 20 de mayo de 2020

Cuando el mundo se acaba

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Fotografía: Corbis..
De niño me preocupaba sobrevivir al fin del mundo. Me inquietaba no estar preparado porque no sabía hacer fuego ni tirar con arco. Pero sobre todo me interesaba el asunto. ¿Cómo sería sufrir una pandemia o un error nuclear? ¿Qué refugios quedaban cerca de casa? La culpa era de la ficción posapocalíptica: un género que ha producido obras enormes.
La premisa es simple. Una mañana soleada la civilización se derrumba y un puñado de personas sobreviven como náufragos. Estos supervivientes —que nunca son héroes— buscan refugio, temen a los extraños y cargan camiones con latas de conservas. Algunos pasan la primera noche en un gran hotel y al despuntar el sol saltan al vacío. Otros resisten. Deambulan entre rascacielos ruinosos o fortifican una granja. Viven de los despojos. Habitan un mundo nuevo.
Hay montones de novelas y películas sobre esos primeros días después del desastre nuclear, vírico o climático. Muchas son malas. Eso lo concedo. Pero las mejores obras tienen dos grandes virtudes. La primera son sus protagonistas: ¡El fin del mundo les sucede a tus vecinos! No ocurre en otro país ni hace doscientos años. Podría pasar perfectamente en tu pueblo. Son historias de personas corrientes en circunstancias extraordinarias, que suelen ser las mejores. La otra virtud son las reflexiones que esconde el género. ¿Cuánta humanidad nos queda después del colapso? ¿Somos más egoístas, más crueles, más solidarios? Cuando nos desprendemos del Estado y de sus instituciones, ¿qué ganamos, qué perdemos y qué permanece? Es un género político.
Estas y otras virtudes se ven mejor si no se explican. Las podéis encontrar en mis cinco obras favoritas del género: dos novelas, una película, una serie y un videojuego.
Una novela mítica. El clásico de la literatura posapocalíptica es El día de los trífidos, de John Wyndham (1951). Un hombre se despierta una mañana demasiado silenciosa y descubre que mientras dormía la sociedad se ha desmadejado. Ahí arranca su aventura. Es una novela divertida y optimista: casi deseas que nos caiga un meteorito. Para compensar existe otro libro más crudo y mucho más triste: La tierra permanece, de George R. Stewart (1949). Las dos novelas parecen llenas de clichés, pero no están cayendo en tópicos sino inventándolos.
Una serie de televisión. La ficción posapocalíptica más exitosa de los últimos años es una serie televisiva: The Walking Dead, de Robert Kirkman (2010). No me gustan las historias de zombis. Sesgan el relato hacía el terror y roban tiempo a los conflictos entre personas (dentro del grupo, con rivales o con extraños). Hacen las historias peores. Pero The Walking Dead es buenísima. En especial desde su cuarta temporada, es una serie intensa y bellísima. Maltrata a los espectadores y por eso da miedo. Además, aborda los grandes temas. El dilema hobbesiano de la violencia preventiva. O la tensión entre mantenerse vivo y mantenerse humano. Es asombroso ver con el pasar de temporadas cómo los protagonistas reducen su círculo de empatía. La supervivencia fortalece los lazos entre unos pocos —la familia, el clan, «one of us»— mientras debilita los vínculos con los extraños.
Una película. Hay decenas de películas posapocalípticas, pero la mayoría suceden demasiado tarde. Una virtud de Hijos de los hombres, de Alfonso Cuarón, es que sucede ya. Nos reconocemos en los protagonistas porque podríamos ser nosotros. Es una película sobre la esperanza en un mundo sin ella.
Otra novela. La mejor novela posapocalíptica para la gente que no lee ciencia ficción: La carretera, de Cormac McCarthy (2006). Otra obra tristísima. Un padre y un hijo que cruzan una Norteamérica devastada. Es una historia de supervivencia verdadera: cuando el único propósito de vivir es seguir vivo.
Y un videojuego. En 2013, Naughty Dog produjo un videojuego que captura mucho de lo mejor del género posapocalíptico: The Last of Us. Es divertido jugarlo, pero puede disfrutarse solo mirando. El relato, los personajes, los escenarios, la fotografía, el doblaje… todo funciona. Es una magnífica ficción que disfrutará cualquiera que alguna vez haya disfrutado de un videojuego, y alguno más.
La última virtud de la ficción posapocalíptica es que es un género juvenil. Si eres niño o tienes uno cerca, te ofrece otra ventaja: es una forma de realidad aumentada mejor que Pokémon GO. De niño las historias del fin del mundo siguen contigo al cerrar la página o apagar la consola. Te envuelven cuando sales a la calle. Te descubres localizando con ojo experto los mejores refugios del vecindario. Dibujas mapas con bibliotecas y farmacias cercanas. Ves el mundo con ojos nuevos. Quizás hasta pides que te apunten a clases de arco

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