lunes, 16 de octubre de 2023

Afrodita: la diosa griega del amor y la sensualidad

 De una belleza radiante y a la vez seductora, Afrodita era una diosa griega que no dejaba indiferente a nadie, ya fueran mortales o inmortales. Ella, sin embargo, tampoco supo ser indiferente a los encantos del amor. 

Si una diosa había entre los griegos que despertara pasiones, esa era indiscutiblemente Afrodita. Era la diosa de la belleza, la sensualidad y el amor, entendido este como ese impulso erótico que, para ser satisfecho, no se detiene ante nada. Ni siquiera los dioses eran inmunes a él.  

EL DOBLE NACIMIENTO DE AFRODITA

Los mitos no se ponen de acuerdo acerca del nacimiento de Afrodita. La versión más antigua explica que la diosa surgió directamente de la espuma (en griego, aphrós significa “espuma”) provocada por los genitales de Urano (el Cielo), que su hijo Crono había segado con una hoz y arrojado al mar.  

Mas, allá por el siglo VIII a. C., época en la que probablemente vivió el poeta Homero, este origen debió considerarse excesivamente cruento, por lo que empezó a difundirse otra versión más amable según la cual Afrodita era hija del rey de los dioses, Zeus, y de una diosa de la primera generación divina, Dione. De ese modo pudo ser incluida entre las divinidades olímpicas. 

AFRODITA, UNA DIOSA GRIEGA MUY ORIENTAL

En lo que sí coinciden todas las versiones es en el origen asiático de la diosa Afrodita: los mitos señalan que había crecido en Chipre, pero que venía de más al este aún.

Los propios griegos incluso reconocían que Afrodita podía identificarse con diosas orientales como la sumeria Inanna, la babilonia Ishtar y la fenicia Astarté, todas ellas relacionadas con el amor, la belleza y el sexo, pero también con la guerra.  

De Asia, su culto pasó a las islas de Citera y Chipre, y de ahí, a Grecia, donde Afrodita no tardó en convertirse en una de las diosas más amadas.  

LAS RELACIONES DE AFRODITA CON DIOSES

Sea cual sea su origen, Afrodita acabó integrándose en la familia de los olímpicos. Y dado que los más jóvenes de ella no eran inmunes a su perturbadora belleza, la esposa de Zeus, Hera, decidió casarla con el más feo de todos, su hijo Hefesto, el dios cojo y siempre tiznado de hollín de la fragua.  

Mas el amor que representa Afrodita no entiende de convenciones como el matrimonio, por lo que la diosa no tardó en tener relaciones con otros dioses.

Así, con Hermes, el mensajero divino, tuvo a Hermafrodito, un joven tan arrebatadoramente bello que la ninfa Salmacis pidió a los dioses que fusionaran su cuerpo con el de él; de ese modo, Hermafrodito acabó siendo a la vez hombre y mujer. 

De su relación con Dioniso nació Príapo, dios rústico de la fecundidad y, como tal, dotado de un miembro viril descomunal. 

La más escandalosa y duradera de las relaciones de Afrodita con otros dioses fue la que mantuvo con Ares, el impulsivo y violento dios de la guerra. Hefesto llegó a atraparlos un día in fraganti en una red y a mostrarlos ante todos los olímpicos, pero, si con eso buscaba que los amantes se avergonzaran de su comportamiento y se enmendaran, erró completamente.  

Fruto de los encuentros de Afrodita y Ares, la familia olímpica se vio incrementada con nuevos miembros, dos parecidos a su madre (Eros, el dios del impulso amoroso, y Harmonía, la diosa de la concordia) y otros dos a su padre (Deimos, “dolor” o “terror”, y Fobos, “miedo”). 

LOS AMORES DE AFRODITA CON HUMANOS 

Afrodita tuvo también aventuras con humanos. Uno de ellos fue el troyano Anquises, con quien tuvo a Eneas.

Esa relación y ese hijo motivaron que la diosa ayudara a los troyanos durante la guerra de Troya.  Una guerra, por cierto, que ella misma había provocado: fue con motivo de la disputa que Afrodita, Hera y Atenea mantuvieron por ver cuál de las tres era la más bella.

Como Zeus no quería involucrarse en esa historia, el juez escogido para dirimir la cuestión fue un apuesto príncipe troyano, Paris, quien acabó escogiendo a Afrodita. Los encantos de la diosa sin duda tuvieron algo que ver en esa decisión, pero no menos importante fue la promesa que ella le hizo al joven de concederle a la más bella de las mujeres, Elena.

El esposo de esta, Menelao, no llevó a bien que ella se fuera con otro y, para recuperarla, reunió un gran ejército que marchó contra Troya…  

Otro amor de Afrodita fue Adonis, un joven también amado por Perséfone, la esposa de Hades y reina del mundo de los muertos. Adonis hubo de repartirse entre ambas: pasaba seis meses con una y otros seis con otra, hasta que, un día, un jabalí lo mató. De su sangre brotaron las rosas y de las lágrimas de Afrodita, la anémona. 

Trágica fue también la historia de Afrodita con Hipólito, solo que en este caso el motivo fue que el joven, como buen devoto que era de la diosa cazadora Ártemis, había hecho voto de castidad. Todos los intentos de Afrodita por seducirlo acabaron así en fracaso. Poco acostumbrada al despecho, Afrodita provocó que la madrastra de Hipólito se enamorara de él y que el joven muriera en un espantoso accidente de carro. 

EL CULTO A LA DIOSA AFRODITA  

Aunque la devoción por Afrodita estaba extendida por toda Grecia, los santuarios más importantes se hallaban en Chipre y Corinto

  • Chipre: en el santuario de la ciudad de Pafos, cuyos restos se remontan al siglo XII a. C., la diosa era adorada en la forma de una piedra cónica. El culto se mantuvo vigente hasta bien entrado el siglo IV de nuestra era. 
  • Corinto: el santuario de Afrodita de esta ciudad era el más famoso de la Grecia continental. En realidad, eran varios los templos con que contaba allí la diosa: uno en la acrópolis, más tarde convertido en iglesia y mezquita; otro en la ciudad, y otro más en el puerto. 

Los autores antiguos refieren que, tanto en el santuario de Pafos como en el de la acrópolis de Corinto, las hieródulas o “siervas sagradas” practicaban la prostitución ritual. El de Corinto, concretamente, llegó a contar con un millar de cortesanas que atraían a miles de visitantes procedentes de toda Grecia. La ciudad se enriqueció así de tal manera, que dio lugar incluso a un famoso proverbio: “No está al alcance de todo hombre viajar a Corinto”. 

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