martes, 6 de abril de 2021

Hilma af Klint, la pintora con la visión sagrada

 


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Hilma af Klint
Hilma af Klint, 1895. Fotografía: Cortesía de Stiftelsen Hilma af Klints Verk / DP.

Los profetas describen lo que vieron en Visiones… con sus órganos imaginativos e inmortales. Un Espíritu y una Visión no son, como supone la filosofía moderna, un nuboso vapor o una nada: se hallan organizados y articulados meticulosamente, más allá de lo que pueda producir la naturaleza mortal y perecedera. Quien no imagina rasgos más fuertes y mejores, y bajo una luz más fuerte y mejor que la de su ojo perecedero, no imagina en absoluto. (William Blake, un catálogo descriptivo de cuadros, 1809)

La belleza se convertirá quizás en un sentimiento inútil para la humanidad y el arte será algo que se situará a mitad del camino entre el álgebra y la música. (Gustave Flaubert, Correspondencia, 1852, Vol.III, pág. 18, París, 1927)

Hilma af Klint era una completa desconocida hasta hace poco. No aparece en ninguna enciclopedia del arte contemporáneo, ni se encontrarán referencias en los estudios sobre la pintura del siglo XX. Pero este no es un caso de olvido injustificado ni de artista maltratada por su tiempo. La pintora sueca dejó en su testamento la prohibición de mostrar su obra no menos de veinte años después de su muerte. Cuando el propietario de la finca donde había residido anunció que iba a demoler la vivienda, su sobrino tuvo que recoger apresuradamente la inmensa obra que allí guardaba y apilarla en el ático de su casa durante años. Fue en los ochenta cuando el mundo contempló por primera vez su trabajo, dentro de la exposición The Spiritual In Art. Abstract Painting 1890-1985 (Museo del Condado de Los Ángeles). La respuesta no fue demasiado entusiasta. Las tendencias no eran entonces proclives a conectar con la dimensión ocultista de pintores como Kasimir Malevich. Hilton Kramer, el conocido crítico, puso incluso en duda el objeto de aquella retrospectiva. Según él, el rasgo espiritual en la pintura abstracta solo se podía aplicar a los pioneros del movimiento y no era un factor determinante. Todavía pesaba en muchos intelectuales el lastre contra la Iglesia, por un lado, y que el nazismo hubiese tenido algo más que un coqueteo con lo esotérico. Kramer también juzgó los cuadros de Klint como inferiores respecto de los otros artistas. Concluía que, de no haber sido una mujer, no habría entrado en la exposición.

No fue un hecho aislado. En la exposición del MoMA de 2012 sobre el nacimiento de la pintura abstracta, Inventing Abstraction. 1910-1925, no hubo ningún cuadro de Klint. La comisaria del evento, Leah Dickerman, justificó su ausencia porque la pintora nunca había definido su pintura como «arte». Tener esa obra oculta de forma deliberada al público y al comercio es algo totalmente incomprensible para cualquiera, ya no que no pertenezca a este mundo, donde todos nos matamos por publicar nuestras ocurrencias, sino del de antes del 2500 a.C.

Cuando se empezaba a resquebrajar el edificio de la certeza neoliberal, ya no fue tan extraño encontrar lecturas y estudios acerca de la relación entre el arte contemporáneo (pintura, arquitectura, literatura, música…) y el mundo esotérico. Con el descubrimiento de Hilma af Klint, esta huella del ocultismo en la pintura ha quedado más evidente que nunca. En 2013, el Moderna Museet de Estocolmo celebró una completa retrospectiva, con el título de Una pionera de la abstracción, esta vez con enorme éxito de crítica y público. Sus paisanos se emocionaron al contemplar los cuadros y el mundo globalizado dio la bienvenida a una extraña que por alguna razón lo tiene todo para triunfar en estos días. Hace un año, las colas de turistas daban vueltas al edificio de Cibeles en Madrid para contemplar, también por alguna razón y diez euros por cabeza, la retrospectiva de Vasili Kandinsky, el pintor ruso que tan bien se supo vender a sí mismo como el inventor de este género. Pero a estas alturas la discusión sobre quién fue el primer artista abstracto solo debe interesar a los suecos por la publicidad. La relación de Klint con el cubismo abstracto es evidente. Aunque la mayor parte de su vida la pasara trabajando de manera aislada, fuera de los circuitos artísticos, sí conoció de primera mano las obras de los pintores de su generación, de hecho participó en exposiciones junto a nombres como el propio Kandinsky.

El ejercicio abstracto en el dibujo y la pintura eclosionó en el siglo XX, pero si nos ponemos estrictas deberíamos atribuirles todo el mérito a la escuela pitagórica. Y con más razón habríamos de señalar como inventora de la corriente esotérica de esta pintura, no a Hilma af Klint, sino por ejemplo a la inglesa Georgiana Houghton, una de las figuras más conocidas del espiritismo, quien ya en el siglo XIX expuso, también como producto de sus experiencias en trance, dictada por las almas de varios espíritus de artistas del pasado, una serie de dibujos en los que se adelanta al trascendentalismo abstracto.

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Retablos, de Hilma af Klint.

Hilma af Klint fue una artista que consideraba que con sus cuadros estaba produciendo algo mucho más importante que un objeto decorativo de salones o museos, sino algo dotado de alma, mágico y trascendente. En eso coincide con otros pintores de su época. A comienzos de siglo, la teosofía y el espiritismo calaron hondo en la vida artística. La gran mayoría de los pintores pertenecientes al posimpresionismo abrazaron estas creencias y las aplicaron en sus obras. A finales del XIX, deudora del simbolismo y la influencia de los salones de Sar Péladan, la escuela holandesa empezó a prescindir de la representación figurativa en favor de los trazos lineales. Piet Mondrian, adepto de la teosofía, fue uno de los primeros en usar el color y las líneas divisorias, alejadas del naturalismo, buscando el ritmo y el espíritu tras la apariencia. La presencia de árboles y flores son temas de la teosofía. La matemática subyacente en el orden del universo para ser aplicada a las bellas artes fue la otra gran aportación. La búsqueda de la belleza espiritual, objeto de la teosofía, puede verse en el tríptico Evolución (1910-1913), tres enormes óleos de Mondrian, quien va reduciendo las formas hasta sus expresiones geométricas. El matrimonio DelaunaySonia Robert, fue el primero en llegar a la abstracción desde el cubismo, inspirándose en las matemáticas y su dimensión poética y musical, la llamada por ellos mismos «Sección Áurea». La pintura prescinde de los sentidos y rasga el velo de las apariencias, busca el lenguaje esencial del mundo, el que dicta la ley de la geometría y la matemática. Kandinsky fue más allá. Su concepción de la pintura como sinestesia, aplicación de los patrones matemáticos de las partituras musicales para obtener el ritmo del color y los trazados, ya estaba en artistas como Seurat, pero él elabora un corpus teórico desconocido en artistas del siglo XX hasta entonces.

La obra de Hilma af Klint, sin embargo, realiza un salto de fe sobre la de Kandinsky: lo que en el primero es la plasmación artística de sus fundamentos intelectuales, la pintura como medio para ver la esencia de lo real a través de nuevas técnicas de dibujo y color, en la segunda es el resultado de sus experiencias como médium: las visiones que una entidad espiritual le dicta y que ella plasma, a veces en trance, como han hecho otros artistas. El checo Frantisek Kupka (1871-1957), otro pionero de la abstracción, también fue médium en sesiones de espiritismo y pintó numerosos cuadros, de imágenes sobrecogedoras, resultado de sus viajes astrales.

La teosofía llegó a Suecia en 1895. Su intento de asimilar todos los credos sagrados en un único sistema había tomado parte de las ideas del sueco Emanuel Swedenborg, el científico y teólogo del siglo XVIII conocido por sus visiones místicas y sus poderes de clarividencia que asombró a media Europa y consiguió que sus libros fuesen prohibidos por la Iglesia. Estocolmo tenía muchos grupos interesados en esta corriente, como af Klint, vegetarianos y amantes de la vida fuera de las grandes ciudades.

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Izquierda: The Parsifal Series. Derecha: Serie Átomos, No. 8. Hilma af Klint.

Hilma af Klint (1862-1944) estudió en la Real Academia de Arte de Estocolmo. Su padre era capitán de marina y no vio con muy buenos ojos la decisión de su cuarta hija, pero en aquellos años en Suecia las mujeres (de clase media-alta) podían estudiar Bellas Artes y trabajar por su cuenta. En 1887 Klint se matriculó como pintora de retratos, paisajes y bodegones. También le interesaban las ciencias naturales: estudió los trabajos de otro ilustre sueco, el investigador y botánico Carlos Linneo y dibujó animales para una clínica veterinaria. Realizó numerosos cuadros de estilo naturalista y figurativo, retratos y paisajes. Los vendió a familias burguesas y fueron expuestos en varias salas del país, pero sus intereses eran otros. La época y las circunstancias personales marcaron un devenir artístico muy alejado de la pintura convencional. Era el tiempo de los descubrimientos científicos y la nueva espiritualidad. Klint se hizo devota de las enseñanzas de Rudolf Steiner, especialmente de su interpretación de la obra de Goethe, las ideas sobre la física y estética de los colores (dualidad luz/ oscuridad) y los pasos en la evolución humana que marcaron a la teosofía.

En 1880, la muerte de su hermana pequeña a causa de gripe la condujo al espiritismo, como a millones de personas. Durante una década (1896-1906), celebró sesiones espiritas con otras pintoras. Se hacían llamar Las Cinco (De Fem). Klint, que siempre fue persona muy sensible (pero no sentimental) era la médium. Frente al altar de su piso de estudiante, donde se mezclaban cruces católicas con triángulos y elementos budistas, Klint y las otras cuatro pintoras pusieron en práctica una técnica primitiva que popularizaría poco después el movimiento surrealista: dibujar y escribir en trance. En una de las sesiones, Klint entró en contacto con unos «grandes maestros» que le encargaron una serie sobre el plano astral. En 1905 comienza a pintar estos cuadros sobre la condición espiritual del hombre, que se desprenden del arte objetivo y entran en la abstracción con motivos geométricos y colores simbolistas. Son las Pinturas para el Templo, ciento noventa y tres obras dividas en grupos, en las que emplea unos diez años y culmina con tres lienzos de gran tamaño, los Retablos. Af Klint las pintó para un futuro edificio circular, con salas concéntricas y en forma de espiral donde distribuirlas de forma temática. A continuación vendrán las series Átomo y Parsifal. Todas han sido dictadas por un espíritu llamado Amaliel. Klint lo explica en sus diarios, más de mil páginas mecanografiadas. Los «simples diagramas coloreados» con que los despachaba Kramer, el crítico del Times, son elementos de la tradición neoplatónica rehabilitados por Steiner: los colores rosa y amarillo representan lo masculino; los azules y morado, lo femenino. El color verde es la unidad de ambos. Las espirales son el símbolo de la evolución, y el cisne, que af Klint pintó en un cuadro memorable, es la realización final del proceso alquímico. En los lienzos hay múltiples referencias a la doble dimensión humana, cuerpo/alma, luz/oscuridad, y las formas trascendentales donde se unen: círculos, óvalos…

Durante su juventud y salvo algunos parones, como los cuatro años que deja la pintura para cuidar a su madre, trabajó hasta la extenuación, terminando un cuadro cada tres días. En las últimas décadas de su vida volvió a la figuración, los paisajes, el agua y las plantas, como si la etapa de sus cuadros de geometría orgánica hubiese sido el resultado, efectivamente, de la intromisión en su vida de otro plano de existencia ajeno a la suya. Estudió a fondo la antroposofía y formó parte de la sociedad teosófica de Estocolmo. Su maestro, Rudolf Steiner, pudo contemplar sus cuadros y le aconsejó que estos permanecieran ocultos no menos de cincuenta años, porque antes de ese tiempo nadie los entendería. Sabemos del don de la clarividencia del gran pensador. Ha tenido que pasar un siglo para conocer esta obra, a años luz del arte autoconsciente de su valor como burda mercancía.

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Un visitante entre dos obras de Hilma af Klint en la Serpentine Gallery de Londres, 2015. Fotografía: Cordon Press.

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