martes, 1 de octubre de 2019

¿Quién es el Coco y por qué quiere comerte?

Ni estrellas brillantes ni elefantitos alados. Los padres españoles decidieron hace siglos que la mejor nana para arrullar a sus bebés hablaría de un hombre malvado que vendría a devorarles si no se dormían al momento. «Duérmete niño, duérmete ya, que viene el coco y te comerá», canturreaban con voz melosa. Cabría preguntarse qué clase de padre querría asustar a su pequeño con una amenaza hecha canción. La respuesta es bien sencilla: un padre cansado.
El miedo ha sido desde siempre un arma de control efectiva, incluso en el ámbito doméstico. Es también una herramienta de aprendizaje que cristaliza en personajes escalofriantes. El Coco enseña a los niños a dormir a su hora; el Hombre del saco, a volver a casa antes de que caiga la noche; y el Lobo feroz, a no fiarse de extraños. Los niños los temen, pero los adultos delegan en su persona (o personaje) una función pedagógica. Para eso han quedado los monstruos, no tanto para asustar como para enseñarnos valiosas lecciones vitales. Para educarnos. Para controlarnos.
El control empieza en la cuna, pero se intensifica con los años. En su libro, American Fear: The Causes and Consequences of High Anxiety, el periodista Peter Stearns fija 1964 como el inicio de la carrera política del Coco. Fue entonces cuando se estrenó el famoso spot electoral Daisy. Con él, el presidente estadounidense Lyndon Johnson utilizó el miedo a una guerra nuclear como argumento para movilizar a los indecisos. El anuncio no solo supuso un punto de inflexión en la campaña de las elecciones (que acabó ganando Johnson), sino que cambió para siempre y a nivel global la manera de hacer política.
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Fue quizá el momento en que la ideología del miedo se modernizó, pero esta siempre ha sido una gran aliada del poder. Desde Calígula, que prefería ser temido a ser amado, hasta Maquiavelo, que apuntaló esta dicotomía de la dominación, distintos mandatarios han sabido usar el miedo en su propio beneficio. Joanna Bourke, autora de Fear: a Cultural History, revela que el miedo, como sentimiento colectivo e individual, varía según las épocas y los contextos históricos. Y constata que en la actualidad está en niveles muy altos.
El miedo en política sirve para iniciar guerras y levantar muros, sirve para movilizar a los indecisos, para arengar a las bases y atribuir rasgos monstruosos al adversario. Sirve incluso para llenar el centro de Madrid de contaminación al grito de que sin coches, las ciudades se convierten en un sindiós de delincuencia. Porque en el uso del miedo siempre ha habido clases y gente que lo ha sabido hacer con más o menos sentido.
En esto, los campeones han sido siempre los estadounidenses. George Bush hijo inició a principios de este siglo la «guerra al terror» contra el «eje del mal», un cuidado uso de la retórica que atribuía a su campaña algo de épico y mucho de terrorífico. Donald Trump ha ido más allá y ha basado toda su campaña en torno al miedo al diferente.
Ea, niña de mis ojos, / duerma y sosiegue, / que a la fe venga el coco / si no se duerme.
Juan Caxés, Auto de los desposorios de la Virgen. Siglo XVII
Pero los mensajes políticos no pueden calar en la sociedad sin la ayuda de los medios. En los últimos años, los mass media e incluso la ficción han incidido en ese temor, dando forma a un miedo amorfo y atávico, sobredimensionando ciertas amenazas más televisivas en detrimento de otras más cotidianas.
Los crímenes violentos, el terrorismo o los ataques de tiburones venden mucho más que el tabaco, las hamburguesas y los coches. Así el Coco se ha instalado en nuestro telediario a base de buenas historias.
Es lo que asegura el libro The Culture of Fear: Why Americans Are Afraid of theWrong Things, del sociólogo Barry Glassner, que pone como ejemplo un caso recurrente. A raíz de los atentados del 11 de septiembre, el número de pasajeros en aviones se desplomó en Estados Unidos.
La gente canceló sus vuelos, cogió sus maletas y se lanzó a la carretera. En los 12 meses posteriores a los ataques, el número de fallecidos en accidente vial aumentó en casi 1.600 personas con respecto al año anterior. La cifra multiplica por seis el número de pasajeros (246) que murieron en los cuatro aviones secuestrados.

EL COCO, LA FAMA Y EL ‘REBRANDING’ DEL MIEDO

El problema del Coco es que es viejo y famoso. Y los monstruos llevan mal la edad, pero mucho peor la fama. Este personaje del folclore medieval surgió en el norte de Portugal y sur de Galicia. Se representaba como un fantasma con una calabaza vacía con tres agujeros a modo de cabeza.
Las tradicionales calabazas de Halloween se inspiraron en él y la fruta homónima también, debido a los tres agujeros que suele tener su cáscara. Este acontecimiento fue mortal para el Coco; ni Van Helsing podría haberle hecho tanto daño.
Se tiene miedo a lo desconocido. Por eso cuando tu cara se ha convertido en merchandising de una fiesta y tu nombre en el de una fruta exótica, tus días de asustar han llegado a su fin. Necesitas un rebranding.
¿Sabes tú, niño, / qué quiere el coco? / que tengas miedo / (ni mucho ni poco).
Isabel Escudero, Cántame y cuéntame. Cancionero didáctico.
La serie documental sobre las niñas de Alcàsser producida recientemente por Netflix tiene algunos fallos de bulto, pero también algún acierto. El más evidente es analizar el escalofriante suceso desde una perspectiva de género y relacionarlo con otros casos mediáticos.
El secuestro, violación y asesinato de tres adolescentes del municipio valenciano de Alcàsser conmocionó a toda España por varios motivos. Uno de ellos fue el hecho de que las niñas se metieran en el coche de sus asesinos haciendo autostop. La práctica pasó en poco tiempo de ser relativamente común a desaparecer en la zona.
La historia de las niñas de Alcàsser tiene una moraleja: no hagas autostop. También la tiene la de la víctima de La Manada: no bebas, no salgas sola, no te fíes de unos chicos que has conocido de fiesta.
La historia de la profesora Laura Luelmo habla de los riesgos de salir a correr sola, de que no debes fiarte del vecino. Son adaptaciones contemporáneas (y tristemente reales) de los cuentos de terror, historias de Caperucitas modernas que se acercaron demasiado al lobo.
Duérmete niño, / duérmete ya, / que viene el coco / y te comerá.
Canción popular sobre la melodía de Rock-a-bye Baby
El problema es que los medios han puesto el foco en Caperucita y no en el Coco, han inculcado el miedo en las potenciales víctimas en lugar de centrarse en la educación de sus verdugos. Y han caricaturizado la figura del violador, que dista mucho de ser un Lobo o un Coco. Normalmente es una persona aparentemente normal que conoce a la víctima.

DING-DONG. EL COCO LLAMA A TU PUERTA

Lo que hace terrorífico al Coco es su cercanía. La certeza de que está acechando en las proximidades y que en cualquier momento, amparado por el anonimato de la noche, puede irrumpir en tu casa. Y esto Amazon lo sabe.
El pasado mes de mayo varios medios estadounidenses se hicieron eco de una curiosa oferta de trabajo dentro de la empresa de Jeff Bezos: buscaban periodistas especializados en criminología. En realidad, la empresa que los contrataría no sería la matriz, sino una filial, Ring, dedicada a la venta de mirillas inteligentes con cámara de seguridad.
Ring no solo ofrece modernos timbres, sino acceso a una especie de foro de barrio donde se comentan los robos y crímenes de cada ciudad, con la posibilidad de limitar las noticias a aquellas que se suceden más cerca de nosotros, una especie de Tinder de los atracos. El periodista contratado debería buscar, catalogar y escribir sobre los allanamientos y robos para después subirlos a la plataforma de Ring.
Vívete, niño, vívete / que viene el Coco / y se lleva a los niños / que viven poco.
Gloria Fuertes, Nana al niño que nació muerto
Es un ejemplo pequeño y concreto de una práctica común: el miedo es también una herramienta de marketing. Una forma de hacernos comprar armas, alarmas o seguros de vida.
En España mueren por homicidio o asesinato cerca de 300 personas al año, un 30% menos que hace 30 años. Sin embargo, la sensación callejera es que los crímenes no se han reducido sino, más bien, todo lo contrario.
Es esta una tendencia global que se da en todos los países desarrollados. La diferencia entre la realidad y la versión de la misma que nos contamos es cada vez mayor.
Mãe e o coco está ali
queres vós estar quedo co’ele?
Demo: Passa passa tu per i.
Menino: E vós quereis dar em mi
Ó demo que o trouxe ele.
Canción portuguesa. Auto da Barca do Purgatório (1518), de Gil Vicente
La culpa no está solo en los medios, sino en su público. La socióloga Catherine Lutz sostiene que la credulidad de la sociedad es básica para que el pánico estalle. La autora pone como ejemplo el pánico colectivo desatado por la retransmisión de La guerra de los mundos de Orson Welles en 1938, cuando una ficción radiada sobre un ataque alienígena hizo que cundiera el pánico entre los estadounidenses.
Lutz analiza este evento a la luz de otro sucedido diez años antes en Inglaterra. Fue entonces cuando se radió una emisión equivalente de la BBC realizada por Ronald Knox. El miedo colectivo fue entonces mucho menor y sus ecos apenas han llegado a nuestros días.
El Coco sí lo hecho. Mucho ha cambiado la sociedad desde que los juglares recogieran sus primeras andanzas en el siglo XV, o desde que Goya pintara su silueta en el cuadro Que viene el Coco de finales del XVIII. Pero este personaje ha sabido adaptarse e infiltrarse en nuestras pesadillas. Y en nuestra realidad. Como dice Stephen King, una de las personas que más y mejor conoce el terror: «Los monstruos son reales, y los fantasmas también. Viven dentro de nosotros y, a veces, ellos ganan».

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