lunes, 23 de julio de 2012

La práctica de la sati


Una variante de la Antyeshty seria la Sati, la práctica de la sati atañe a una categoría de mujeres. Se las llama las sati porque son mujeres «virtuosas» -tal es el sentido de sati- que siguen a su marido hasta en la hoguera, donde se dejan quemar vivas. Una costumbre tal choca a la mentalidad occidental. En cambio, la tradición india las exalta. La ortodoxia hinduísta considera prestigiosas a las sati y las reivindica como una de las características de su identidad.
            Esta práctica se desarrolló entre los siglos XIII y XIX. La colonización inglesa consiguió abolir este rito. A pesar de esto, en los años 1980 hubo una cantidad importante de suicidios de jóvenes esposas. Ochocientos «suicidios» se registraron en Delhi en el transcurso de un mes. Estas prácticas en cierto modo son una corruptela de la sati, motivada muchas veces por la voluntad del marido y de su familia de hacerse con la dote de la joven induciéndola a inmolarse por el fuego.
            Para la población, las almas de las sati están instaladas en la morada de las delicias eternas. Sólo las viudas se hacen sati. Los servidores de un príncipe se inmolan a su muerte y los guerreros hacen amok (es decir, acatan un ritual de transformación propio de Indonesia) si su jefe ha sido vencido.
            La creencia que alienta el conjunto de estas conductas suicidas es que el muerto debe disfrutar en el más allá de los mismos bienes y servicios que en su vida terrestre. La idea dominante, si nos referimos a la tradición del sacrifició en la India, es zanjar una deuda de deber y amor que liga las diferentes partes al dueño común.
El término sati, que denota amor incondicional, fidelidad absoluta, sacrificio de uno mismo como prueba de ese amor, se ha de relacionar con el término satya, que quiere decir «verdad». Las llamas terrestres, las que se obtuvieron del fuego doméstico instalado en el momento en que la pareja se unió en la ceremonia del matrimonio, levantan alrededor de la sati una cortina que disimula el verdadero espectáculo de su muerte. Antes de hacerse sati, una mujer deja este testimonio: «Mi espíritu me ha dejado, de mí ya no queda sino un poco de tierra que quiero mezclar con las cenizas de mi marido. No sentiré nada al quemarme». Está dicho: «La mujer que se quema sólo padece en proporción a los pecados cometidos en sus vidas anteriores, pecados que son la causa de la viudedad en esta vida».
            Según los tratados del dharma, la esposa fiel debe acompañar a su marido en la vida terrena y anticiparse a él en la muerte. También la muerte del esposo es interpretada como el signo tangible de los pecados de la mujer. Ella habrá faltado al deber de las mujeres o incumplido gravemente la promesa conyugal. La gravedad de su falta se calcula por la edad: cuanto más joven es, más grave es la falta.
            El fuego se muestra como instrumento privilegiado de la purificación de sus faltas. En otro tiempo, quemaban a los leprosos a causa de la maldad de sus crímenes. La infidelidad es la causa de la viudedad femenina en virtud de la ley de la retribución de los actos y de su corolario: la transmigración de las almas de nacimiento en nacimiento. Una víctima consentidora que participa de buen grado en el acto de entrega a la muerte alcanza la eternidad y se libera. Según las leyes de Manu, matar en el sacrificio no es matar. El suicidio es odioso, pero la muerte sacrificial propia es el camino más corto a la liberación. Marido y mujer son uno en el camino del cielo. Son una única y misma «bola funeraria», un único y mismo cuerpo ancestral. La conquista de la liberación constituye al individuo en su propia divinidad. Él no recibe ofrenda.
            Las sati se asemejan a los renunciantes. Ellas escapan al mundo fenoménico, a una figura de sí ilusoria. Por esta ofrenda de sí misma, la esposa que sigue a su esposo en la pira funeraria va a purificar tres descendencias a lo largo de tres o cuatro generaciones: las descendencias de su padre, su madre y su esposo. Su cuerpo de sati es una ofrenda hecha a los ancestros y una fuente de liberación por el mismo motivo que las bolas funerarias. La sati es una expresión de la shakti, es decir, la manifestación de la energía creadora y la encarnación de la diosa. Si las cremaciones de viudas han atraído a grandes multitudes, es porque la visión -dharsan- de la sati en el instante en que se realiza el sacrificio que la fija para siempre en la memoria de los hombres, libera en ella sola un poder salvífico sin igual.
El amor terrestre no es sino el amor sublimado por lo divino. La sati es el testimonio supremo de ello. Podemos evocar el mito de la diosa Sati, esposa del dios Siva en primera unión. Para vengar una afrenta de la que Siva fue víctima, ella se retira al recinto sacrificial y se inmola en el fuego del yoga.
            En la actualidad, aunque cada vez más escasos, aún ocurren casos de satí. Por ejemplo una viuda que se arrojó a la pira en que se cremaba su difunto marido el 21 de agosto de 2006 en el distrito de Sagar (Madhya Pradesh), en India.Muchas veces los lugares donde las esposas se inmolaron se convierten en puntos de peregrinación donde la gente acude a dejar sus ofrendas. Eran mujeres invisibles, cuyo valor social dependía de los hombres y que pasaron a ser eternas. En la India, cuyos líderes políticos y religiosos a veces se muestran ambiguos, y algunos lo defienden como una costumbre y el “derecho religioso” de las esposas a elegir su destino cuando su marido fallece, el satí sigue practicándose. Como muestra de la influencia, tenemos  la novela La vuelta al mundo en ochenta días (de Julio Verne), en la que se describe un satí en el que los protagonistas Phileas Fogg y Passepartout arriesgan su vida para salvar a la princesa Aouda de ser incinerada

Nacho Padró

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