lunes, 5 de octubre de 2020

Cómo decir que lo sientes

 El lenguaje es tan vasto que nos permite decir unas cuantas cosas más que las que definen las palabras elegidas. Da lugar a lecturas entre líneas o, si se trata de la lengua oral, entre palabras dichas.

Puede tratarse de ironía, pero solo si buscáramos esos dobles sentidos conscientemente. A veces, nuestras intenciones se delatan en las palabras elegidas sin que nosotros lo pretendiéramos. El lenguaje tiene sus propias connotaciones, así que a veces no basta con fijarse en la semántica (el contenido) y la gramática (la forma), sino que hay que prestar atención a ese tercer factor –que resulta de la intención consciente o inconsciente–, a lo que no se ve, para que lo que comunicamos se perciba de la forma deseada y no se vuelva en nuestra contra.

Voy a poner el ejemplo de las disculpas-reproche. En su libro Rework, los empresarios Jason Fried y David Heinemeier Hansson daban algunas claves para trabajar de una forma diferente. Los cito por un breve capítulo de ese libro que titularon How to say you´re sorry (Cómo decir que lo sientes).

Ellos hablaban de un tipo de disculpa que solo lo es en apariencia: tiene forma de disculpa, pero el que la pronuncia o escribe no admite ninguna culpa. Hablaban del típico «siento si esto te ha molestado» (a ti, el aprensivo, el sensible, el que en el fondo tiene la culpa de la molestia) o «siento si crees que no te he apoyado lo suficiente» (obviamente lo he hecho, el problema está en tu percepción).

Cuando realmente sintamos algo, deberíamos dejar de jugar con las palabras y de buscar connotaciones que nos dejen en mejor lugar y en vez de eso ofrecer un «lo siento» llano y claro y no olvidar que una buena disculpa acepta responsabilidades. Esto se puede aplicar tanto al ámbito personal como al profesional.

Los «medios halagos» son otro clásico de la ironía del subconsciente (aunque alguno habrá que los utilice de forma totalmente consciente). Pongámonos en situación: un grupo de amigas queda para salir de fiesta y una llega especialmente guapa, con un vestido nuevo y muy atrevido que se ha comprado. Y entonces una de las amigas suelta el inevitable: «es muy bonito, ¿no tienes frío así?», que en realidad esconde un «todas podríamos ir igual de monas que tú pero no somos tan tontas como para pasar frío por eso». Más de lo mismo con el «muy chulos, ¿son cómodos? Yo no podría ponérmelos» ante unos zapatos de tacón imposible, con el «yo nunca me lo pondría pero a ti te queda genial» o con el «está muy bien para su edad». ¿Qué tal un piropo completo y sin punto negativo de contraste, para variar?

También hay «gracias» que no agradecen. A veces son inocuos, como en «aquí está el informe que me pediste, gracias» (cuando en realidad las gracias las debería dar la persona que recibe el informe y no la que lo entrega), pero otras veces pueden tener un doble sentido. Por ejemplo, al final de una orden tajante se interpreta como un «no hay réplica, tienes que hacerlo y punto». Cuidado. ¿Qué tal si decimos «gracias» mucho, cada minuto, todo lo que queramos, pero siempre para agradecer y no con otras intenciones?

La buena noticia para los amantes de las medias disculpas, los medios halagos o los agradecimientos mordaces es que a menudo ese doble sentido no queda escrito ni registrado de ninguna otra forma; no se puede demostrar. Así que siempre pueden negarlo y escudarse en él «yo solo dije…» Pero a medida que avanzamos como sociedad irónica y rica en múltiples interpretaciones, se quedan más desnudos. Y este uso del lenguaje para restar bondad a las cosas positivas dice muy poco a favor del que lo utiliza y resulta, a fin de cuentas, más perjudicial para él que para ningún otro.


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