sábado, 13 de febrero de 2016

La Navidad es una fiesta romana

"Bah, paparruchas", responde Ebenezer Scrooge cuando le felicitan las Pascuas. Sin embargo, pocos personajes han contribuido de una forma tan profunda a la idea contemporánea de la Navidad como el amargado protagonista de la novela de Charles Dickens. Su inútil intento de resistirse al espíritu de las fiestas refleja, en el fondo, hasta qué punto estas celebraciones invernales están asentadas en nuestro universo cultural. No hay una fiesta que tenga un origen tan claro y que a la vez sea tan universal: durante las Saturnales, que se celebraban entre el 17 y el 24 de diciembre, los antiguos romanos encendían luces, se intercambiaban regalos, invertían los papeles sociales —los amos servían a los esclavos y los esclavos a los amos—. Eran días de banquetes y disfraces durante los que las celebraciones se apoderaban de las ciudades.
Es impresionante ver hasta qué punto algunas cosas han cambiado muy poco, sobre todo en el terreno del consumismo desatado. Caroline Lawrence, escritora de novelas infantiles sobre Roma, recuerda cómo el gran poeta satírico Marcial se quejaba en el siglo I de algunos regalos que recibía por Saturnales: "La bandeja de plata que solías enviarme, Sextiliano, por los días de Saturno, este año se ha ido a parar a tu amiga, y la toga que me ofrecías para las calendas de marzo se ha convertido en un justillo verde claro para cenar. Ya han empezado a resultarte baratas las queridas, porque haces el amor con ellas a costa de mis regalos".
Matthew Charles Nicholls, profesor del Departamento de Estudios Clásicos de la Universidad de Reading y autor de una impresionante recreación digital de la antigua Roma, asegura que estas fiestas dedicadas a Saturno, dios de la agricultura, "tenían un enorme arraigo popular, como todas las celebraciones relacionadas con la luz que tienen lugar al principio del invierno en las culturas del hemisferio occidental". El solsticio de invierno —en torno al 21 de diciembre— ha tenido siempre un enorme poder simbólico. De hecho, las Saturnales culminaban el 25 de diciembre con celebración del Sol Invictus, el astro invencible, cuando los días, de nuevo, comenzaban a alargarse y la luz vencía a la oscuridad.
"Los cristianos tomaron todos los elementos de las Saturnales para preservar, y santificar, esa celebración popular", prosigue el profesor Nicholls. Aunque no se sabe si Jesús nació en invierno, ni siquiera si fue en Belén como sostiene la tradición, el papa Liberio declaró en 354 que el sagrado alumbramiento había tenido lugar el 25 de diciembre. Como explica Richard Cohen, autor de Persiguiendo el Sol. La historia épica del astro que nos da la vida, "las ventajas eran evidentes. Dado que los cristianos participaban también en esas celebraciones, los padres de la Iglesia llegaron a la conclusión de que podían utilizar el mismo día y decretar el 25 como la fecha de la Natividad".
La transición de las Saturnales a la Navidad se prolongó durante varios siglos y fue el concilio de Tours en 567 el que decretó el periodo festivo entre el 25 de diciembre y el 6 de enero. En cierta medida sigue siendo una fiesta profundamente ecléctica, que incorpora mitos de todo el mundo, desde la imagen de Santa Claus del anuncio de Coca-Cola de los años treinta hasta el árbol de Navidad, el propio Dickens y sus fantasmas o la bruja que reparte regalos en Italia.
Pero la profundidad con la que la Navidad está asentada en nuestra cultura va mucho más allá de la Roma antigua. Como explica Richard Cohen, todas las culturas celebran de alguna forma los solsticios, el día más corto y más largo del año. "El aparente poder sobrenatural que se manifiesta en los solsticios y los equinocios para gobernar las estaciones se celebra desde que tenemos memoria, provocando diferentes reacciones en las distintas culturas", afirma
Guillermo Altares
elpais.com

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