martes, 23 de abril de 2013

La vasija agrietada

Un cargador de agua de la India, tenía dos grandes vasijas que colgaban a los extremos de un palo que él llevaba encima de los hombros. Una de las vasijas tenía una grieta, mientras que la otra era perfecta y entregaba el agua completa al final del largo camino a pie: desde el arroyo hasta la casa de su patrón.
Cuando llegaba, la vasija rota sólo contenía la mitad del agua. Por dos años completos esto fue así diariamente. Desde luego, la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, perfecta para los fines para la cual fue creada.
Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su imperfección y se sentía miserable porque sólo podía conseguir la mitad de lo que se suponía debería hacer. Al cabo de esos dos años, la vasija le habló al aguador diciéndole: «Estoy avergonzada de mí misma y me quiero disculpar contigo «.
¿Por qué?, le preguntó el aguador.
Porque debido a mis grietas sólo puedes entregar la mitad de mi carga. Debido a mis grietas sólo obtienes la mitad del valor de lo que deberías.
El aguador se sintió muy apesadumbrado por la vasija y con gran compasión le dijo: «Cuando regresemos a la casa del patrón quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino».
Así lo hizo y, en efecto, vio muchísimas flores hermosas a todo lo largo del camino; pero de todos modos se sintió muy apenada porque al final sólo llevaba la mitad de su carga. El aguador le dijo:
«¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grietas y quise obtener ventaja de ello. Sembré semillas de flores a todo lo largo del camino por donde tú vas y todos los días tú las has regado. Por dos años yo he podido recoger estas flores para decorar la mesa de mi patrón. Sin ser exactamente como eres, él no hubiera tenido esa belleza sobre su mesa...»

Cada uno de nosotros tiene sus propias grietas. Todos somos vasijas agrietadas. Pero si le permitimos a Dios utilizar nuestras grietas para decorar la mesa de su Padre... «En los maravillosos planes de Dios, nada se desperdicia».

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