miércoles, 4 de junio de 2014

San Gennaro: MILAGRO BAJO EL VOLCAN.

En la capilla del santo patrón de Nápoles una mujer es la que lleva la voz cantante. Gesto vivaz, cabello plateado y el mejor vestido de domingo, azul oscuro con pequeños topos blancos. Ni demasiado alegre ni excesivamente discreto, porque la señora Franca Parisi, setenta años muy bien llevados, es la "capopopolo" de las adoratrices de san Genaro, obispo y mártir, venerado hasta la extenuación bajo la sombra majestuosa del Vesubio. Seguramente el santo más milagroso de todas las orillas del Mediterráneo, amoroso caldo de cultivo de tantas divinidades nacidas donde el sol restalla y la mente se ilumina.
La señora Franca es la jefa de las "parenti", el reducido grupo de mujeres que con sus oraciones mantiene viva la leyenda. Y san Genaro, generoso, sigue recompensado a los napolitanos con la sorprendente licuefacción de su sangre, se supone que conservada desde hace más de 1.700 años en dos pequeñas ampollas de cristal. Un milagro que la ciudad convoca con ansia tres veces al año para comprobar si todavía cuenta con la protección del cielo, mientras el Vesubio duerme un sueño ligero. Tan ligero que los vulcanólogos están convencidos de que no tardará muchos años en volver a despertar, con posibles consecuencias catastróficas para las 600.000 personas que habitan en sus laderas, muchas de ellas en situación de flagrante pero tolerada ilegalidad.
"Nos llaman las "parenti" -nos cuenta la señora Franca en un interludio de sus oraciones- porque cuando los romanos le cortaron la cabeza a san Genaro su madre murió de dolor y fue la mujer que lo amamantó, Eugenia, la que se hizo cargo del cuerpo y recogió su sangre. Como Eugenia, nosotras también somos las parientes del santo. El día 19 de todos los meses nos reunimos para orar juntas en la capilla."
El milagro no puede empezar sin ellas, los tres días del año que la ciudad lo invoca: el sábado que precede al primer domingo de mayo, en recuerdo del definitivo traslado de la reliquia; el 19 de septiembre, aniversario del martirio, y el 16 de diciembre, fiesta del patrocinio, jornada en la que el prodigio suele ser menos frecuente, como si a san Genaro no le gustase el templado invierno de la bahía napolitana. Cuando la licuefacción tarda en llegar, las "parenti" redoblan sus oraciones, si es necesario en febriles turnos de varios días en los que la letanía se vuelve más enérgica, llegando alguna vez, cuenta la leyenda, a la imprecación.
La preciosa reliquia se guarda celosamente en una caja f uerte situada detrás del altar de la monumental capilla barroca, construida a principios del siglo XVII en la catedral para agradecer la intercesión del santo durante una epidemia de peste. Las cuatro llaves que abren la caja son celosamente custodiadas por la Diputación de la Real Capilla del Tesoro de san Genaro, otra auténtica reliquia, en este caso de la Nápoles bor bónica, del viejo poderío de la aristocracia napolitana. Presidida por el alcalde -hoy, el ex comunista Antonio Bassolino-, la diputación reúne a diez representantes de la vieja nobleza y a dos delegados del pueblo, todos ellos designados en la actualidad por el presidente de la República.
"Representamos una tradición de más de cuatrocientos años", cuenta en la sacristía de la capilla Pieriuigi Sanfelice Di Bagnoli, marqués de Sanfelice, mientras se ajusta el frac y se coloca la banda roja que distingue a los miembros de la corporación. "Nuestra misión es salvaguardar la tradición, cuidar la capilla y organizar el culto a san Genaro. Por la mañana de los días señalados abrimos la caja fuerte para ver cómo están las cosas. Alguna vez nos hemos encontrado con la sorpresa de que la sangre ya se ha licuado.. es un auténtico misterio."
Extraído el relicario, comienza la procesión hacia la nave central. Inicia el cortejo el busto del santo en plata dorada, construido en 1305 por artesanos provenzales cuando Nápoles estaba bajo el dominio de los Anjou. El busto, ataviado con lujosos ornamentos episcopales, conserva en su interior los restos del cráneo del mártir. Detrás, el abad tesorero y los seis capellanes abren paso al arzobispo, portador de una delicada pieza barroca de 1646, en cuya parte superior, dos ángeles sostienen una esfera de cristal. En su interior se conservan las dos pequeñas ampollas con la sangre del obispo que el emperador Diocleciano mandó decapitar a principios del siglo IV d.C., pocos años antes de que Constantino llegase al poder y proclamase el cristianismo religión oficial del imperio.
Una vez en el altar mayor, el arzobispo levantará el relicario para que los fieles vean que la sangre se halla aún en estado sólido. Y de nuevo entre plegarias, las ampollas son sometidas a un suave movimiento de rotación, arriba y abajo, arriba y abajo... hasta que la masa sólida comienza a disolverse y se desliza hacia el fondo de la esfera. ¡Milagro! Un atronador aplauso estalla en la catedral. El cardenal Angelo Giordano aparece de golpe en la planta noble de la sede episcopal, como si el alma traviesa de Fellini anduviese suelta entre las paredes del palacio. Apenas un ligero frufrú de sotanas al abrirse un ascensor anuncia al arzobispo más polémico de Italia, un hombre grueso, hijo de una familia campesina de la vecina región de la Basilicata, al que no cuesta imaginar en un espléndido banquete barroco.
"Guarda, uno spagnold" ("Mira, un español"), dice entre socarrón y cortés, mientras acomoda la pesada púrpura en un sofá. El cardenal ha accedido a una breve entrevista con la única condición de que no haya preguntas sobre el proceso judicial que le tiene en vilo desde hace un año y que le imputa una supuesta complicidad en un caso de usura y mala gestión de los fondos de la diócesis. En perfecta sintonía con la interpretación oficial de la Iglesia, monseñor Giordano se resiste a utilizar la palabra milagro. "La primera noticia que tenemos del prodigio se remonta al año 1389. Y desde el siglo XVII tenemos plena constancia de que no se han abierto las dos ampollas de cristal. La reliquia ha sido sometida a diversos estudios, siempre sin abrir las dos botellitas, el último de los cuales fue un análisis espectrográfico que confirmó que la sustancia es hemoglobina, sangre. También desde finales del siglo pasado se han intentado numerosas reproducciones en laboratorio y ninguna ha conseguido recrear, sin manipulaciones, el fenómeno de la licuefacción. ¿Dígame si no estamos ante un fenómeno prodigioso?"
La misma pregunta se hizo en 1798 el escritor y filósofo francés Montesquieu durante su visita a Nápoles en busca del alma del sur. La respuesta que escribió en su "Viaje a Italia" es más bien escéptica: "Creo haber visto la licuefacción, aunque es difícil observarlo porque sólo te muestran el relicario durante un momento y el cristal está empañado por los besos de la gente. De todos modos creo que se trata de un termómetro; la sangre o el líquido que contiene viene de un lugar fresco, y recalentado por la multitud que llena la catedral y el gran número de velas que arden en su interior, debe licuarse a la fuerza. Me he fijado incluso, que el sacerdote se acerca con la reliquia al busto de san Genaro, donde arden muchas velas. Y lo tiene siempre entre las manos, de manera que nunca le falta el calor. Estoy convencido de que actúa como un termómetro". Siguiendo las huellas de Montesquieu, la última explicación racional al milagro de Nápoles la intentó en 1991 un grupo de investigadores de la Universidad de Pavía, cuyas conclusiones reprodujo la revista británica "Nature". Su tesis es que en el interior del relicario hay una gelatina que tiene la propiedad de disolverse al ser sometida a una vibración y de volver a cóaguiarse cuando cesa el movimiento, un fenómeno llamado tasotropía, ya conocido por los alquimistas medievales.
"Cuando digo que ningún experimento en laboratorio ha conseguido reproducir el prodigio de san Genaro, subrayo la palabra ninguno y me refiero también a los recientes experimentos con sustancias tasotrápicas", insiste el cardenal Giordano en clara referencia a las veces que la sangre no ha querido licuarse, pese a los repetidos movimientos del sacerdote y las insistentes plegarias, o a las ocasiones en que al abrir la caja fuerte se ha observado que la sangre ya se hallaba en estado líquido, como ocurrió en 1992. "El alivio que el milagro produce en el pueblo -escribió también Montesquieu- es increíble. Si no se produce, la gente se desespera y la consternación es general."
Muy mal augurio para una ciudad terriblemente supersticiosa, empeñada en leer en los sueños el pronóstico de los números ganadores de la loto, la divertida "smorfia". "No, no podemos asociar la sangre de san Genaro a un presagio, qué peor noticia podemos tener que el malestar social y el paro que afligen a todo el Mezzogiorno de Italia", afirma el cardenal Giordano. Pero Nápoles no sabe vivir sin la paterna protección de su santo. Tres veces al año le pide una señal. La sangre que conjura el fuego. El viejo rito que las "parenti" invocan con una melodía casi orienta: "San Genaro mio puttente, prega a Dio pé tanta gente; san Gennare mio pottetore, prega a Dio nostro signore"

Enric Juliana
La Vanguardia

5 diciembre 1999

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