domingo, 27 de abril de 2014

El sagrado recinto de Abidos:«El Cielo en la Tierra»

SITUACIÓN GEOGRÁFICA.
El área arqueológica de Abidos se sitúa al sur de Egipto, unos 97 kilómetros al norte de la moderna ciudad de Luxor, en la orilla izquierda del río Nilo. Enclavado en el desierto líbico, fue en época faraónica capital del Nomo VIII del Alto Egipto denominado también Nomo Tinita. Por el lugar donde se emplaza, su situación fue privilegiada, ya que tenía una perfecta comunicación tanto con el Valle, como a través del Uadi que parte de Nag-Hammadi hacia el Mar Rojo. El yacimiento, cuyos origenes se remontan al Periodo Predinástico, guarda en su seno monumentos de, prácticamente, todas las épocas ya que se mantuvo en activo hasta el Periodo Romano. No obstante, uno de sus momentos más gloriosos data del Imperio Nuevo.
El nombre por el que hoy conocemos el lugar, Abidos, procede de la antigua denominación egipcia, Abdu o Abdyu, aunque también se lo llamó Tinis. El primer apelativo se parece sospechosamente al nombre actual del yacimiento y este hecho no es una excepción en la geografía egipcia, ya que en el Valle del Nilo algunos enclaves conservan prácticamente el nombre que tenían en origen. La cultura que se desarrolló aquí fue tan importante como para que de esta zona procedieran los reyes que Manetón denominó Tinitas (llamados así por su lugar de procedencia), es decir, los primeros monarcas unificadores que formaron las dos primeras dinastías egipcias. Lamentablemente la obra de este clásico no ha llegado íntegra hasta nosotros y sus "Crónicas Egipcias", donde separaba a los monarcas por dinastías, han quedado recogidas en los escritos de otros autores, entre los que se encuentran Eusebio, Flavio Josefo, Julio Africano...

NOTICIAS SOBRE ABIDOS
Tanto Plutarco (Sobre Isis y Osiris) como Herodoto (Historia II) recogieron en sus textos la existencia de esta ciudad, haciendo especial alusión a la tumba de Osiris y a su culto principal establecido tradicionalmente allí.
Ya en tiempos modernos, muchos han sido los viajeros y estudiosos que se interesaron por este yacimiento y excavaron en él. Entre ellos destacaremos, a grandes rasgos, al padre jesuita de la ciudad de Lyon, Claude Sicard. Él llegó a El Cairo en 1707 y murió en una plaga en 1726. Visitó el Alto Egipto (y entre otros lugares, Abidos) en los años 1708, 1712, 1720 y 1721. Otro personaje destacable fue Granger, un físico y viajero francés que visitó el lugar en 1731. Fue realmente el descubridor del templo de Seti I.
En 1863 el gran arqueólogo Mariette, acompañado de su equipo también trabajó en la zona. Simplemente se limitaron a desenterrar una serie de estelas colocadas durante las Dinastías XI-XII y diseminadas por el yacimiento. Habían sido dispuestas en el lugar con la intención de que el difunto lograra identificarse con el dios del Más Allá. Éstas desgraciadamente fueron repartidas por distintos museos europeos sin que fueran entonces objeto de una documentación profunda. Mariette también se ocupó de retirar la arena que enterraba el templo de Seti I y realizó algunas publicaciones en 1869; sin embargo, inexplicablemente no poseemos muchos más datos sobre los trabajos que este hombre realizó en Abidos.
Entre los años 1895 a 1899 el también francés Emile-Clément Amelineau, excavó en Abidos, publicando posteriormente el resultado de sus trabajos. Durante los 4 años en que permaneció aquí, se dedicó a desenterrar monumentos sin tener en cuenta la secuencia estratigráfica, o la situación de los objetos que iba encontrando y por supuesto no levantó planos ni plantas. Los trabajos para poner al descubierto los enterramientos fueron muy apresurados; solamente en el cementerio U, desenterró de 150 a 160 tumbas en únicamente en cuatro días. Este hombre exclusivamente buscaba "tesoros", bajo un simulacro de trabajo arqueológico y, por supuesto, no empleó métodos de excavación medianamente científicos y rigurosos. Además, se dedicó a destruir todos aquellos objetos que a su juicio estaban duplicados, para conseguir que las piezas tuvieran un valor mayor. Con él se perdió, para siempre, una información valiosísima de aquellos primeros tiempos de la civilización faraónica.
Más tarde y de forma algo irregular, Petrie se hizo con la concesión del yacimiento y publicó el resultado de sus campañas entre los años 1903 y 1904, financiado por la Egypt Exploration Found. Como dato curioso, comentaremos que los dibujos que se recogen en su obra estaban realizados por su esposa, que le ayudaba en estos menesteres. Con Petrie se realiza, por primera vez, un trabajo sistemático que se aproxima a los ideales de la moderna arqueología, empleando el tiempo necesario para levantar planos, marcar los hallazgos en mapas, croquis de nivel y documentando todo lo que iba encontrando, algo que, por otro lado, cabría esperar del creador del sistema secuencial de Nagada. Otros arqueólogos británicos que trabajaron en la zona fueron Eric Peet y Charles Currelly (1901).
Dando un salto en el tiempo y llegando a nuestros días, queremos destacar los trabajos del Instituto Alemán de Arqueología Oriental en El Cairo, que desde 1973 ha retomado la limpieza y análisis, sobre todo del área correspondiente a la necrópolis real tinita donde están realizando un cuidadoso estudio arquitectónico y un detallado mapa de la zona. Así, se han localizado 80 nuevas tumbas pertenecientes a los periodos de Nagada I-III, algunas de las cuales tienen hasta 12 habitaciones, y donde, en ciertos casos, se hallaron vasos de origen cananeo que servían, entre otras cosas, para contener vino. Igualmente, la expedición de Pensilvania-Yale está trabajando en la zona donde se encuentran los monumentos de Ahmose, fundador del Imperio Nuevo. Entre los arqueólogos más destacados, mencionaremos a Barry Kemp, que en 1960 volvió a analizar las excavaciones de Petrie y de Peet, con la esperanza de hallar datos que hubieran sido pasados por alto; David O´Connor, que en 1991 encontró una serie de pozos próximos al Shunet el-Zebib, al que nos referiremos más tarde, en los que había una serie de embarcaciones de madera; Stephen Harley, que en 1993 trabajó en el área del templo de Ahmose y Ahmose Nefertari, etc.

ABIDOS, CUNA DE LA ESCRITURA.
El equipo del Instituto de Arqueología Alemán, a cuya cabeza se encuentra el Dr. Günther Dreyer ha sacado a la luz un conjunto de 300 jarras y tablillas de arcilla, localizadas en Umm el-Kab y concretamente en la tumba del rey Escorpión I, enterramiento que no fue localizado hasta el año 1997. Este soberano predinástico nada tiene que ver con el tradicional Escorpión II, propietario de la famosa cabeza de maza de encontrada en el depósito principal del templo de la ciudad de Hierakómpolis, que hoy se expone en el museo Ashmolean de Oxford. La importancia de estos hallazgos reside en que están inscritos con una serie de caracteres jeroglíficos incisos o dibujados con tinta, que constituyen no sólo la tradicional escritura ideográfica -que ya conocíamos en este período- sino que incorpora una verdadera escritura, compuesta con signos fonéticos que nos informan de una serie de impuestos pagados en especie al monarca. En ellos se menciona aceite, lino, etc, así como el nombre de la ciudad correspondiente. Dichas jarras y tablillas han sido datadas del 3.300 a 3.200 a.C, después de haber sido analizadas con carbono 14, siendo por tanto el ejemplo más antiguo de escritura que se conoce y situando a Egipto como la cuna de la escritura.

OSIRIS EN ABIDOS
Osiris fue el dios más importante del Más Allá, sin embargo, su verdadera apoteosis no tuvo lugar hasta el Primer Periodo Intermedio, cuando usurpó el puesto de otra deidad local funeraria más antigua llamada Jentamentiu, cuyo nombre significa "El que está a la Cabeza de los Occidentales".
De este modo Jentamentiu, en lugar de permanecer como dios funerario de Abidos, fue absorbido por Osiris y su nombre pasó a ser un apelativo de éste; así, durante el Imperio Medio se convirtió en Osiris-Jentamentiu. Desde entonces, los difuntos se hicieron denominar "el Osiris..." debiéndose añadir en esta línea de puntos el nombre del personaje inhumado, en un deseo de identificarse y fusionarse con el dios. Por esta y otras muchas razones, podemos afirmar que se produjo una democratización de las creencias funerarias, ya que hasta ese momento el soberano era el único que podía disfrutar de una calidad de vida en el Más Allá que más tarde se extiende a todos los que puedan cumplir determinados requisitos (ajuar, papiros religiosos, sarcófago, momificación...). La divinidad del Más Allá poco a poco se hizo dueña de la zona llegando a eclipsar al dios local y Abidos se convirtió en un lugar santo donde idealmente se situaba su tumba sagrada. Todos aquellos individuos que con medios más escasos no podían hacerse construir un cenotafio, levantaban en su lugar una serie de estelas donde aparecían sus nombres identificados con el dios, es decir, Osiris; se garantizaban de este modo la eternidad presentándole sus ofrendas. También se han hallado en la zona algunos pozos excavados en la arena donde los más pobres se hacían enterrar. Así el viaje o la peregrinación a Abidos se convirtió en una obligación, en un precepto que pervivió más allá de la Baja Época. Todo ciudadano que se preciara, habría de realizar esta visita si quería disfrutar de una vida próspera tras su muerte. En el caso de que no pudiera efectuarse en vida, en las tumbas se enterraban unas pequeñas barcas, que les facultaban para realizar la visita una vez muertos. La importancia que alcanzó la ciudad fue muy grande. Esta urbe fue un centro eminentemente religioso, cuya sacralidad no le fue a la zaga a otros lugares tradicionales tales como Heliópolis, Menfis o Tebas.
Fue precisamente en esta época cuando comenzaron a realizarse conocidos festivales y procesiones, todos ellos dotados de una gran pompa y a los que acompañaban los personajes más importantes del momento, que acudían a Abidos desde alejados lugares del Valle, para orar y ver a su dios. Las fiestas o "Misterios de Abidos" eran un acontecimiento excepcional, que los monarcas no dudaban en celebrar puntualmente con toda clase de detalle. En ellas se rememoraba la muerte y resurrección de Osiris y la victoria sobre el mal. Un documento imprescindible para conocer cómo se desarrollaban es el texto recopilado por un personaje llamado Ijernofret, enviado por orden de Senusert III como delegado del monarca para llevarlo a cabo.
En el Imperio Nuevo, Osiris apareció ya como un dios completamente consolidado que ya no necesitaba identificarse con el antiguo Jentamentiu; su importancia traspasó con mucho los límites de su propia provincia. Abidos se afianzó como el centro de su culto y sus procesiones se hicieron aún más sagradas.

EL TEMPLO DE SETI I
Casi todos los soberanos egipcios dotaron a la ciudad con distintos decretos de exención y construcciones, pero ninguno consiguió un lugar tan bello y armonioso como el templo mandado erigir por el faraón Seti I "La Mansión de Men-Maat-Ra", a comienzos de la Dinastía XIX. Esta es la construcción "estrella", pero deberíamos preguntarnos ¿cuál fue el motivo para que dicho rey levantara tan magnífica edificación precisamente en este lugar?. Evidentemente una de las razones es de origen mitológico, relacionada directamente con la leyenda de la muerte y resurrección de Osiris.
Este rey se nos muestra como un gran devoto del dios del Más Allá. Sin embargo, es posible que su espléndida construcción también respondiera a otro simple hecho: Seti tenía en su propio nombre el del enemigo de Osiris, el dios Set, aquel que asesinó a su hermano, por lo que como prueba de confraternización se encontraba en la obligación de levantar un santuario en su honor. De este modo obtenía el favor de un clero muy importante y los beneplácitos de la divinidad que habría de juzgarle tras la muerte.
Como hemos citado, fuentes clásicas, tanto griegas como romanas, nos mencionan en sus textos la belleza y la magnificencia de este recinto templario. En concreto, Estrabón, en su obra geográfica lo identificó con el Memnonium, ya que creyó que se trataba del enterramiento de Memnón, al confundir uno de los nombres de Seti I, Men-Maat-Ra, con el del héroe griego. Todo ello también se hace sentir en los grafitos dejados por los viajeros griegos, romanos y semitas, que no dudaron en inscribir, como los viajeros románticos o los modernos gamberros, sus nombres propios o sus impresiones sobre los muros del templo. Los coptos emplearon este santuario como iglesia, durante un periodo breve en la historia.
Entre sus muchas obras, Seti I, nada más ascender al trono de Egipto, ordenó construir en Abidos este suntuoso templo, dotado con los relieves más bellos, exquisitos y elegantes de la época, pero no pudo concluirlo. Su hijo Ramsés II, corregente desde muy temprana edad, finalizó la obra decorativa del santuario, enriquecida posteriormente por otros soberanos del periodo ramésida (Dinastías XIX-XX), entre los que se encuentran Merenptah, y los Ramsés III y IV. Este templo se halla en un estado de conservación excelente, siendo digna de destacar la presencia de sus techos originales, poco frecuentes en templos egipcios, así como la policromía de sus relieves, ya que se mantuvo enterrado en la arena, que actuó como agente conservante hasta el siglo pasado.

Desde el año 4 del reinado de Seti I, según el llamado Decreto de Nauri, sabemos que el templo estaba exento de impuestos y protegido de forma especial, advirtiéndose que la profanación de tales derechos podía causar el azote o la mutilación, además de tener que pagar una multa en proporción de 8 a 1 con relación a los daños causados. Nadie que se encontrara al servicio del recinto sagrado podía ser reclutado para otro trabajo que no fuera la asistencia al dios en su ciudad, ni siquiera del rey. Igualmente, según la estela de Redeshiya de Seti I, el santuario tenía derecho a la explotación de las minas de oro del desierto oriental, cuyos productos preciosos eran trasladados hasta el templo por hombres también adscritos a éste por decreto real; precisamente por este motivo llegó a ser depositario de una gran riqueza. Asimismo su personal podía navegar por el Nilo sin necesidad de pagar ninguna tasa; poseía, además, una serie de tierras en las proximidades del recinto templario y en lugares tan lejanos como Kush.La planta del santuario de Seti I, aparentemente, difiere de la tradicional en un santuario egipcio, sin embargo, una mínima observación hace que nos demos cuenta de que no se aparta demasiado de la ortodoxia. El templo tiene una estructura en forma de "L" invertida, estando orientado este-oeste y se compone de los siguientes elementos: un primer pílono de Seti I, que hoy prácticamente no se conserva y un primer patio hípetro (como en los santuarios más antiguos), quizá decorado por Ramsés II, dotado de unas cavidades donde se plantaban árboles y baños para las abluciones purificadoras de aquellos que debían penetrar en el santuario. Las paredes que lo circundan están decoradas, a la manera tradicional, con escenas que exaltan el poder real, con el objeto de poder ser observadas por el pueblo que acudía a esta zona pública en las grandes fiestas.
De este primer patio parte una escalera que nos lleva a un segundo pílono y a un segundo patio, también decorado por Ramsés II, situado en un nivel superior. Tras el segundo patio, otras escaleras se elevan para introducirnos ya en el "cuerpo" principal del templo, cuya fachada está precedida por doce columnas cuadrangulares en las que aparece el soberano acompañado de distintos dioses; tras éstas y en la fachada, originariamente, se abrían siete puertas que se correspondían con siete capillas ubicadas en el interior, consagradas a siete divinidades del panteón, como veremos más adelante. Así se podía acceder por la puerta correspondiente, atravesar las dos Salas Hipóstilas y llegar directamente al santuario escogido. Durante el recorrido se encontraban, de forma insistente, relieves relativos al dios de la capilla situada al fondo. Las puertas de acceso exterior a cada una de las capillas fueron cerradas por Ramsés II que dejó abierta, como entrada principal al templo, la puerta central, y dos secundarias. Concluyó la decoración exterior, donde grabó una gran inscripción en la que recordaba que, habiendo visitado el lugar en el primer año de su reinado y apenado por el estado del monumento, decidió concluirlo y embellecerlo, mientras que, en una segunda parte, relata que las obras han sido finalizadas. Igualmente, en el templo encontramos otro curioso texto en el que se describe la corregencia con su padre en un alarde de engrandecimiento; Ramsés II dice que ha sido nombrado corregente cuando comenzó a dar sus primeros pasos. Merece la pena entresacar un fragmento del mismo: "me crió y engrandeció el propio Neb-er-dyer (Seti I) desde que yo era un niño hasta que fui el soberano. Él me entregó el país desde que yo estaba en el huevo, con los grandes besando la tierra ante mí. (Después) fui designado primogénito y príncipe sobre el trono de Geb..." Lo cierto es que Seti I le adscribió al trono más o menos al cumplir los 15 años, aunque algunos textos nos dan una edad más temprana (8 años). Lo que sí es cierto, es que a los 10 ya tenía el cargo de "Jefe de los Ejércitos".
Tras flanquear la puerta de entrada, llegamos a una primera Sala Hipóstila sustentada por 24 pilares, agrupados en conjuntos de cuatro para dejar espacio a las siete puertas; éstas daban acceso a una segunda sala de las mismas características, sustentada por igual número de columnas que la anterior, pero con una fila añadida en un plano algo más elevado, es decir, delante de las capillas de las divinidades a las que se accede a través de unas pequeñas rampas. En esta primera Sala Hipóstila, destacan los relieves relativos a la Ceremonia de Fundación del Templo y la representación de los Nomos del Alto Egipto, mientras que los del Bajo Egipto se inscriben en la Segunda Sala.
Ambas estancias representan, como en otros templos, el lugar donde crece la vegetación. Así, el cielo es Nut, diosa de la bóveda celeste y el suelo es Geb, dios de la tierra, y de éste nacen los papiros y los lotos, simbolizados en las columnas con capitel vegetal. Después de ascender por una de las siete pequeñas rampas que se encuentran ante la fachada oeste de la Segunda Sala Hipóstila, encontramos las siete puertas de acceso a las pequeñas capillas (números 1 a 7 en el plano), todas ellas enmarcadas por relieves alusivos a la ofrenda que el rey presentaba a la divinidad que se adoraba en el interior. Ésta se encuentra acompañada de su familia, es decir, de la triada, en un gran relieve ubicado en la parte alta del muro, así como en dos pequeñas hornacinas, una a cada lado de la puerta, que enmarcan la entrada a la capilla.
De sur a norte (o de izquierda a derecha) las capillas están encomendadas a: Seti I divinizado, Ptah, Ra-Horajti, Amón-Ra, Osiris, Isis, y Horus. El interior de estas reducidas capillas (de unos 10 x 5 metros) está decorado de forma similar y están dispuestas en dos estancias separadas por unos pilares ligeramente salientes. En general la decoración se encuentra en muy buen estado, a excepción de la capilla de Ptah, sin embargo, los relieves en su mayoría carecen de policromía, aunque las capillas de Osiris y de Amón aún la mantienen.
La puerta de entrada a cada una de ellas se encuentra en el muro este, mientras que en el oeste se sitúa una Estela de Falsa Puerta y el techo está formado por una bóveda de cañón. En las paredes norte y sur, así como en la este, a ambos lados de la puerta, se sitúan relieves relativos al Ritual Diario del Templo. Igualmente, se hacen representar las barcas, donde mágicamente los dioses se desplazan y que, en este caso, figuran en las paredes, en lugar de ser depositadas físicamente en la capilla que, por sus dimensiones reducidas, no podía acoger un elemento de este tipo.
Toda esta decoración se ha venido interpretando hasta hace algunos años de una forma concreta, ya que se pensaba que el detalle del Culto Diario sobre los muros servía para guiar al sacerdote oficiante en sus liturgias. Sin embargo, la falta de orden en las viñetas y la omisión de algunos pasajes, nos hace suponer que ésta no es una tesis correcta. Por un lado los relieves se repiten prácticamente en el mismo lugar de los muros, en las capillas de Ra-Horajti, Isis, Horus y Ptah, pero en las de Amón-Ra y Osiris, esta armonía se rompe, ya que se omiten algunos de ellos. El orden también varía, sobre todo en la de Osiris, donde existen una serie de pasajes adicionales, algunos de los cuales nada tienen que ver con el Culto Diario del Templo. Es más, en esta capilla aparecen representaciones relacionadas con la Ceremonia en honor a los Ancestros, tan importante en el Antiguo Egipto.
Esta distribución es válida para todas las capillas excepto una, la de Osiris, es decir, la número 5 si las enumeramos de sur a norte. Ésta carece en la pared oeste de la Estela de Falsa Puerta y, en su lugar, se abre una puerta que da paso a la zona más sagrada del santuario, allí donde se llevaban a cabo los ritos más misteriosos relacionados con Osiris. No obstante antes de centrarnos en esta zona vamos a detenernos un poco más en esta estancia.
La abundante decoración policroma de la capilla de Osiris es similar a la de sus homónimas. Pese a todo ello, parece que en este lugar jamás se realizó ningún Culto Diario, sino que sirvió como un espacio de paso hacia la zona más sagrada del santuario. El hecho de que esté decorada como las demás es simplemente por la necesidad y el amor de los egipcios hacia la estética y la simetría. Desde la segunda Sala Hipóstila, es aparentemente como las otras y solamente al penetrar en ella, nos damos cuenta de sus diferencias.
El Culto Diario del Templo consistía en un ritual de origen Heliopolitano, que pronto incluyó pasajes del culto a Osiris, fundiéndose en un solo ceremonial a partir del Imperio Medio y de forma aún más completa, durante el Imperio Nuevo. Así comenzó a ser realizado en todos los templos egipcios, tres veces al día: una al amanecer (la más importante), otra al mediodía y finalmente una más en la noche. Se encuentra representado en muchos santuarios, entre los que destacaremos Karnak, Dendera y Edfú.
Los servicios del mediodía y de la noche no eran en absoluto tan completos como el que se realizaba en la mañana. Básicamente, el sacerdote oficiante se acercaba a la capilla para "despertar" al dios, lavarlo, vestirlo, adornarlo, alimentarlo, etc., con el fin de que otorgara todos los bienes que Egipto esperaba y deseaba. Era necesario que el mismo sacerdote se protegiera con una serie de fórmulas mágicas, ya que la divinidad podía confundirle y matarle de inmediato. Así, después de los actos profilácticos y de protección, se le presentaban una serie de bandejas con comida y bebida, que tras un tiempo prudencial, era retirada para ser ofrecida a los sacerdotes, ya que el dios sólo se alimentaba de su esencia.
Avanzando a través de la capilla de Osiris, llegamos a la zona más íntima del templo (siglada en el plano con el número 12), un recinto de 10 metros por 20, tradicionalmente denominado Primer Vestíbulo de Osiris. Allí era donde tenían lugar los rituales más misteriosos cuyo exacto protocolo se ignora. Toda la sala está decorada con escenas relacionadas con el culto a esta deidad.
Aquí los relieves nos muestran imágenes inequívocas del dios: el pilar Dyed, símbolo de Osiris en Busiris y trasladado aquí, el fetiche que guardaba su cabeza, la vara Sejem de oro, con unos ojos humanos. Este símbolo, aunque puede representar a distintos dioses (Anubis, Jentamentiu...) aquí puede relacionarse con Osiris que, en ocasiones, es denominado "Gran Sejem". Hacia el este, encontramos una sala con 4 pilares (número 11 en el plano), extensión de la anterior, el llamado Segundo Vestíbulo de Osiris. En este lugar pudo situarse la Casa de la Vida; si esto fuese así, se habrían archivado los rollos de papiros en unos nichos preparados para tal fin.
Partiendo de la sala interna (nº 12) sustentada por 10 columnas, encontramos tres capillas al este (números 13, 14 y 15) y tres al norte (números 8, 9 y 10), encomendadas (estas últimas) a la triada Osiríaca, donde Seti fue de nuevo identificado con el dios del Más Allá. Así, de este a oeste tenemos: la de Horus, Osiris, e Isis. Tras ellas, existen dos misteriosas habitaciones sin relieves (la número 16), sustentadas por dos columnas, sin acceso ni ventilación, dispuestas una encima de la otra. Su utilidad no ha podido determinarse, y se ha especulado sobre si pudiese ser el habitáculo donde se encontraba el tesoro, objetos sagrados depositados en la construcción del templo o simplemente Serdabs, aunque esta última interpretación particularmente nos parece fuera de sentido.
El grupo de 3 capillas que parten al sur del Segundo Vestíbulo de Osiris, tenía muros cuidadosamente labrados y pintados pero, desgraciadamente, están muy deteriorados; no han conservado suficientes elementos para determinar su función.
Ésta es básicamente la distribución de la parte principal del santuario, sin embargo, deberemos dirigirnos hacia uno de los laterales para explicar las zonas anexas a éste. Para ello partiremos de nuevo de la pared sur de la Segunda Sala Hipóstila en el eje principal. Allí encontramos dos puertas, la primera situada al este y la segunda hacia el oeste. Ambas llevan a un área del santuario que fue proyectada después de la concepción original del plan del templo, pero bajo el reinado de Seti I, aunque muchas de estas salas también fueron decoradas por Ramsés II. Esta ampliación se realizó para poder acoger determinados e importantes pasajes del ritual.
Avanzando por la segunda puerta nos introducimos directamente en el complejo de Sokar (números 17-19). La primera estancia es la Sala de Nefertum y de Ptah-Sokar-Osiris (número 17). Ésta precede a dos capillas, situadas al oeste de la estancia, encomendadas a estos dioses del área menfita y relacionados con la muerte y resurrección (números 18 y 19). En la habitación situada más a la izquierda (número 19), encontramos el famoso relieve en el que Osiris yace muerto y fecunda a Isis convertida en milano. En ésta se situaban unas estatuas que representaban a ambas deidades, colocadas en el interior de unos nichos sobre el muro, así como, una Estela de Falsa Puerta.
En opinión de muchos autores, entre los que se encuentra Geoffrey Graham, en origen y antes de que se pensara en la ampliación lateral, aquí se situarían tres capillas en lugar de dos. La tercera pertenecería a Sejmet, esposa de Ptah y madre de Nefertúm pero ésta habría sido eliminada para dar cabida a la última parte del corredor que daba salida al templo (nº 20) hacia el Osireion, en la parte posterior del mismo.
En este complejo se realizaba un rito muy sagrado: "La Fiesta de Sokar" que se celebraba en el mes de Joiak. Como se ha citado, básicamente consistía en la rememoración de la muerte y resurrección del dios Osiris, aquí asociado a Sokar (Sokar-Osiris). Entre los complicados ritos imprescindibles, hay que destacar una ceremonia tan importante como para que debieran asistir varias divinidades; consistía en el enterramiento de una figurilla de barro y grano, representando a Osiris, que ya había realizado su función: la germinación y la muerte. En su lugar ésta se sustituía por otra de las mismas características que pasado el tiempo estipulado, correría la misma suerte, renovándose el proceso mágico de nacimiento-muerte-resurrección. A éstas se las llama "Osiris Vegetantes".
Partiendo de nuevo de la Segunda Sala Hipóstila, nos introducimos ahora por la puerta este de la pared sur desde donde, en la pared derecha, parte una galería (la número 33) cubierta por un techo plagado de estrellas y por los cartuchos con el nombre de Seti I. Sobre las paredes laterales se encuentran las figura de Seti I y de su hijo Ramsés II, que hacen ofrendas ante la famosa lista de los reyes, es decir, realizan el importante culto a los Ancestros ante 76 soberanos ya fallecidos. Dividida en dos registros, comienza con Menes y finaliza con el reinado de Seti I; están colocados cronológicamente, aunque se omiten aquellos reyes "malditos", (como Ajenatón) o aquellos que no se desea recordar (Hatshepsut). La lista se cierra con los nombres de Ramsés II y Seti I que se repiten 19 veces en cartuchos dobles. Ésta es la llamada Segunda Lista de Abidos, ya que la primera se encontró en el vecino Templo Funerario de Ramsés II y hoy se aloja en el Museo Británico.
La galería desemboca en el llamado Vestíbulo de los Toros (número 32), conectando el templo con la zona de almacenes y de matadero (esta es la zona numerada del 22 al 29). El Vestíbulo está sustentado con 7 columnas y se utilizaba tanto como centro de sacrificio animal (matadero), como para preparar las ofrendas que se hacían en el santuario, es decir, a modo de cocinas. Aunque toda esta zona está inconclusa, los muros están decorados con pinturas donde se representan sacrificios, pero sin esculpir (al igual que en la sala anexa de 4 pilares, es decir, la número 29) y es precisamente en esta sala donde se encuentran, en pintura roja, los únicos restos de la ocupación copta del templo.
En las paredes sur y oeste de esta sala se abren cuatro puertas que llevan a una serie de habitaciones de servicio y almacenes, todas ellas sustentadas también por columnas y decoradas por Merenptah, aunque inacabadas. Todas aquellas que se sitúan partiendo del muro oeste (números 22 a 29), servían para el almacenamiento de vasos, alimentos o utensilios para el sacrificio, etc., sin embargo, la pequeña habitación situada en el sur (la número 31), pudo haberse empleado para llevar a cabo las purificaciones que los sacerdotes debían realizar sobre sus cuerpos antes de efectuar el ritual de sacrificio.
Al norte del Vestíbulo de los Toros, se abre otra puerta al exterior, que comunicaba el templo con el Palacio de Seti, provisto de una sala de recepción con 10 columnas y situado frente a la cara este del santuario. Éste fue construido para supervisar e inspeccionar las obras de construcción del templo, para residir durante el desarrollo de las fiestas, etc. Alrededor de él existían una serie de construcciones en adobe, utilizadas como almacenes y para, entre otras cosas, alojar a los animales destinados para el sacrificio.
Penetrando de nuevo en el edificio, aproximadamente hacia el centro de la galería donde se encuentran las listas reales y de la pared oeste, parten dos corredores ascendentes: el primero lleva a la llamada Sala de las Barcas (sala número 30), quizá el lugar donde se alojaban las barcas sagradas del dios, aquellas que se utilizaban en las procesiones. Sobre los muros se encuentran representadas nueve de estas embarcaciones, algunas de ellas conservan sus nombres, pero lamentablemente no se han conservado el nombre de tres. Así se pueden distinguir las de: Horus, Amón, Ra-Horajti, Ptah, Isis, y Osiris. Ésta es la sala que hacia el año 300 d.C sería utilizada como oráculo del dios Bes. De allí parten unas escaleras que conducen a la terraza del templo, lugar desde donde los sacerdotes podían realizar observaciones astronómicas. Saliendo de nuevo al corredor de las listas reales y también en la pared oeste, encontramos el acceso a otro corredor ascendente (número 20) que nos conduce a una salida posterior del templo. Este pasillo fue construido por Seti I y decorado por Ramsés II y tiene unos relieves inacabados de calidad inferior a los del resto del santuario. Es de unos 25 metros y está dividido en dos zonas, la primera es el denominado "Corredor de los Toros", nombre que recibe de una serie de escenas de cacería de toros a lazo por el rey, acompañado de un príncipe, y la segunda nos lleva directamente por unas escaleras ascendentes que conducen al exterior, al Osireion.

EL OSIREION
Bajo este nombre reconocemos el cenotafio de Seti I, un lugar cargado de una gran simbología como veremos a continuación.
Fue descubierto a comienzos de este siglo (1903) por Margaret Murray, que trabajaba bajo las órdenes de Petrie; en aquellos momentos no se llevaron a cabo estudios detallados del recinto. Más tarde, en 1920, terminó de ser excavado por Henri Frankfort, que plasmó su trabajo en una publicación, datándolo bajo el reinado de Seti I. No obstante, con posterioridad, se han identificado en el recinto elementos aún más tempranos que, de forma muy controvertida, los estudiosos datan de la Dinastía IV al Imperio Medio. No cabe duda, de que aunque estos elementos sean anteriores, la mayor parte hoy visible corresponde al reinado de Seti I.
Aunque no es objeto de este artículo el detallar este edificio religioso, de por sí importante para más de un trabajo, sí vamos a tratarlo someramente. Consiste en un recinto subterráneo de calcárea blanca con pilares de gres rojizo completamente enigmático y carente, en la actualidad, de superestructura, construido al noroeste del templo de Seti I y separado de éste por tan solo 3,30 metros. Fue identificado por los griegos como la tumba de Osiris. Estrabón, en su obra geográfica, nos habla de un canal del río que corría bajo el cenotafio, lo que provocaba que al menos la parte principal del templo quedara anegada por las aguas. Así el Osireion buscaba, con su organización interna, la evocación de la creación, la colina primigenia que emergió de las aguas primordiales, ya que su disposición era la de una isla rodeada por un canal.
La superestructura pudo estar formada por un túmulo sobre el que estaban plantados sauces, símbolos vegetales del dios Osiris.

CONCLUSIÓN
Toda la obra constructiva del faraón Seti I, como la de otros soberanos de épocas anteriores y posteriores, deja patente la importancia de Abidos como centro religioso, económico y cultural. Aquí se desarrolló una actividad religiosa que los reyes egipcios no pudieron ni quisieron obviar. El drama de la muerte y resurrección del dios Osiris era uno de los acontecimientos más importantes y entrañables, por lo que su leyenda tiene de humano. No en vano los difuntos se asimilaban al dios al morir disfrutando de vida eterna. ¿Existe mejor razón para construir uno de los más bellos templos egipcios y adornarlo de los más elegantes relieves?. Indudablemente, para Seti I esta pregunta tuvo una respuesta afirmativa.
BIBLIOGRAFIA.


Amélineau, E.C.: Le Tombeau d´Osiris. Paris 1899.
David, R.: A Guide to Religious Ritual at Abidos. Warminster 1981.
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Petrie, W.M.F.: The Royal Tombs of the First Dynasty. Londres 1900-1901.

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