domingo, 27 de abril de 2014

EL ROSTRO FEMENINO DE DIOS

El lenguaje sobre Dios
Una afirmación fundamental de la teología de todos los tiempos ha sido colocar la realidad divina más allá de cualquier similitud humana.  Dios es siempre superior y distinto de las palabras y conceptos que usamos para referimos a su ser.  En pura teoría estas afirmaciones nos obligarían a utilizar un lenguaje abstracto para hablar de El, un lenguaje semejante al del mundo de la física o de la matemática.  Sin embargo la realidad histórica muestra que no ha sido ese el camino.
En el campo religioso prima el lenguaje simbólico sobre los demás, una necesidad del ser humano que nunca se ha sentido satisfecho con las abstracciones puras.  No bastan los credos para dar razón de nuestra con lo que recurrimos a formas sustanciales y visibles para dar cuerpo a esas ideas abstractas.  Como dice Víctor Hugo en L'homme qui rit: "Lexpression a des frontiéres, la pensée nén a pas " (La expresión tiene fronteras, el pensamiento no).  Son, precisamente, la metáfora y el símbolo los que nos permiten salirnos del marco de la expresión para adentrarnos en otros campos más abiertos y por lo tanto más sugerentes.
La conclusión formal es que toda religión ha recurrido al mito y al símbolo en su liturgia, ritual y configuración racional.  En casi todas encontramos dos tipos de símbolos.  En primer lugar, los propios de una comunidad humana especifica que, mediante un complejo sistema, relaciona y entrecruza los significantes religiosos con las relaciones entre los sexos, los sistemas matrimoniales, las instituciones de trabajo, la teoría cosmológica... toda la vida.  Por otro, nos encontramos con una serie de denominadores comunes a todas las culturas que son hijos del pseudolenguaje del subconsciente y que se conocen con el nombre de arquetipos colectivos.
En lo referente al lenguaje sobre Dios coinciden los dos tipos de símbolos en atribuirle metáforas que se corresponden con el mundo de lo masculino y de lo femenino.  Dios o los dioses tienen atributos de las dos categorías del ser humano lo que quiere decir que desde un acercamiento analógico Dios comparte rasgos con sus criaturas.  Y no proyectamos los mismos rasgos cuando hablamos de varones y de mujeres pues nuestro inconsciente colectivo suministra categorías diferentes a cada sexo.  Algo que hoy no se corresponde con la realidad, pero que perdura en la mente de las personas.
Todos sabemos que el polo masculino se relaciona con el cielo, la luz, el infinito, la trascendencia, el final de la historia, la salvación, el reino futuro... Que los varones están más próximos a la exigencia , a la ley, al juicio, a la vida pública, al mundo exterior.  En cambio, las figuras femeninas nos acercan al campo privado, a los recintos cerrados, al cobijo, a la noche, a la ternura y al resguardo.  Frente al sol prima la luz lunar y frente al cielo y la trascendencia, la tierra y la inmanencia.
En el campo cristiano el propio Santo Tomás decía que se utilizaban varios tipos de lenguaje para hablar de Dios.  El metafórico que incluía cuerpos concretos como roca, montaña, fuente - en otros credos serian vacas, árboles, lechuzas- y el relacionar, que habla del contacto con las criaturas.  Dentro de este mundo relacionar maternidad y paternidad se llevan la palma pues apuntan a los orígenes de la vida, uno de los referentes de sentido más importantes de las religiones.  Junto a padre y madre son también frecuentes pastores, rey/reina, amigo/a, hermano/a, esposo/a...

Ni que decir tiene que cada cultura proyecta en su Dios relacional las formas y modos de vivir los seres humanos en su momento histórico, lo que afecta a esa imagen de Dios antropomórfica.  Las culturas agrícolas colocaron más énfasis en las figuras maternas de Dios con quienes relacionaban la fertilidad de los campos, rebaños e hijos. Los nómadas y beligerantes se relacionaban con dioses guerreros que les ayudaban en sus contiendas. De hecho, en la medida que las mujeres perdieron prestigio social en la tierra, a las diosas les ocurrió algo semejante en los cielos.  Las Grandes Diosas Madres del neolítico, en un proceso lento pero inexorable, fueron cediendo protagonismo a los dioses masculinos.  Un proceso que se aceleró en la zona del creciente fértil -con tanta influencia en nuestra civilización- por una gran invasión de tribus del norte que no estaban ligados con la agricultura.

Nuestra herencia judía

¿Y nuestro credo?  El cristianismo no nació de la nada sino que surge como una rama de la religión judía de la que se desgaja.  Incluso nuestro libro religioso que es la Biblia, tiene una primera parte, todo el Antiguo Testamento hebreo, común a la religión de Israel. De aquí la importancia de la idea de Dios que nos ha legado esa transmisión.
Parece claro que los judíos se alejaron de los mitos cosmogónicos de su entorno en cuanto que la creación se lleva a cabo mediante el uso de la palabra.  Queda fuera de ella cualquier tipo de relación sexual. Dios es el soberano que habla: "Hágase" y sus súbditos le obedecen. Yahveh emerge como un Dios asexuado pues es previo al mundo creado y ninguna categoría sirve para definirle. Pero aunque esta es la teoría en la realidad judía Yahveh era un Dios varón pues fueron los varones los que conformaron la sociedad, con lo que era lógico que lo definieran a su modo.  Rey, padre en alguna ocasión y sobre todo esposo, han sido los calificativos relacionases que con más frecuencia se le han atribuido.
¿Y las imágenes femeninas? ¿Es una excepción al mundo judío, a todas las afirmaciones previas con las que inaugurábamos estas palabras?  La verdad es que no se pudieron erradicar del todo.  Junto a Yahveh aparece su compañera Ashera hasta la vuelta del exilio.
Pero además "A su imagen los creó, varón y mujer los creó" Nos permite ver en que medida la vida de las mujeres y de los hombres refleja al Creador.  Es un texto categórico que sale de la mente del autor sacerdotal: el ser humano se caracteriza por ser imagen de Dios, algo fundamental que no puede ser negado ni alterado por la historia.  Todas las segregaciones que se ha hecho a lo largo de los siglos contra mujeres, esclavos y otras razas son contrarias a este principio fundamental.  Incluso creo que se puede afirmar que esta comunión universal en la imagen divina supone una base antropológica sobre la que deben asentarse unas relaciones de justicia igualatoria.
La imagen se concebía como un virreinato de Dios en la Tierra.  En el seno de una sociedad patriarcal era difícil admitir que las mujeres dependientes de los varones en la vida social pudieran tener reconocida una igualdad de dominio para regir el cosmos.  El mundo judío no tuvo excesivos problemas para aceptar el texto, pues desde el principio consideraron los rabinos que la semejanza se realizaba en la pareja; en el varón y la mujer unidos y no en cada uno de los sexos por separado.
          Eso es lo que debe reflejar la imagen de Dios, un ser en el que participan por igual los dos sexos que componen el género humano.  Desgraciadamente, hasta hoy, no ha sido así.
          Junto a los recortes Judíos, los cristianos, que llegaron pronto, de la mano del mismo Pablo.  Aunque con el nuevo credo quedaron abolidas las diferencias entre judíos y griegos, amos y esclavos, mujeres y varones (Gál. 3,28) el enfrentamiento con la realidad social del imperio Romano le empujaron al recorte.  Tras ese largo preámbulo, nuestro intento consiste en recuperar el lado femenino de Dios.

Un Dios que se parece a nosotras.
Y vamos a hablar de un Dios que se parece a nosotras no como un mero ejercicio intelectual, sino como una oferta que puede ser válida para mejorar nuestras relaciones con Dios.  Las imágenes femeninas pueden entrar -y han entrado- en el Dios cristiano por dos caminos: La esposa y la madre.  Es cierto que en el matrimonio de la alianza Dios ocupa el lugar del varón, pero no lo es menos que en un matrimonio perfecto se genera una unión que hace de los dos seres una misma carne.  La carne del ser humano representada por la mujer se funde en esa alianza esponsal con la realidad de Dios.
La Gran Madre
1.-El inicio de la vida
Pero una de las experiencias únicas del mundo femenino es la de la maternidad, una experiencia que no comparten los varones y que conlleva infinidad de mensajes que se pueden trasponer a Dios.  En primer lugar, la comprensión de la Divinidad como madre que es origen y fuente de todo lo creado.  Es la Gran madre en la que se condensa el arquetipo de lo femenino y la idea del matriarcado, un concepto muy desarrollado en los estados primitivos del ser humano.
La imagen se centra en la matriz, que a su vez se divide en dos partes.  La superior, que nos aproxima al mundo del corazón y de los sentimientos, mientras que la inferior nos lleva al mundo subterráneo.  En muchos mitos y rituales se representa con el papel de la tierra que espera a ser fructificado.  Esta interioridad nos transmite la idea de protección.  Dios es entonces como una enorme granada que alberga dentro de su ser un sinfín de granos que somos los seres humanos, incluso todos los seres creados.  La transposición a la idea de cuna o de nido se hace sin excesiva dificultad.  Entonces al abrigo se suman el calor y presencia tranquilizante de la madre.
        Me gusta recordar unos pequeños versos de Unamuno, el gran literato español, en lucha eterna con la fe.  El expresa estas ideas mejor que yo, pues hablándole a Dios dice:
Al corazón sobre tu pecho pones
Y como en dulce cuna allí reposa
Lejos del recio mar de las pasiones
        Toda la espiritualidad del Sagrado Corazón lleva implícitas muchas de estas ideas.  Un salvador varón, como es Jesucristo, se identifica con el resguardo que ofrece la madre al hijo que va a dar a luz.  Los místicos, cuando expresan sus deseos de unión con Dios hablan en términos casi físicos y así, algunos en la Edad Media, conciben el camino de acceso al añorado mundo divino mediante la herida que había hecho la lanza en el costado de Cristo.
        Pero no hace falta ser místicos: calor, cobijo, resguardo, protección... son sensaciones que nos remiten a aquel tiempo sin problemas en el que habitábamos en seno materno.  De aquí todos los deseos del inconsciente de regreso al útero en los momentos trágicos de la vida.  De aquí también, todos los intentos del hombre religioso de perderse en las simas de Dios cuando se siente acosado por el dolor.
        La Gran madre tiene además el atractivo de hacemos conscientes de nuestra fraternidad con todas las criaturas que forman parte del mundo y que han salido de su seno.  En el diálogo con Dios no entran sólo los seres humanos, sino que se abre una tercera banda que da entrada al mundo animal y mineral. La destrucción de los ecosistemas y el peligro de extinción de muchas especies se convierten en responsabilidad del ser humano, gerente del buen gobierno de la familia creada.

2.-El fin de la vida.
        Junto al principio de la vida, su fin. Vivimos en una civilización que ha dado la espalda a la muerte. No queremos enterarnos que tras unos años de vivir en la tierra nos llega nuestro término. Creo no equivocarme al pensar que el origen de ese rechazo proviene del miedo, del salto a un mundo desconocido. Incluso los que tenemos fe recelamos de dar ese paso incierto que nos sume en el abismo.
        La idea de Dios como Madre puede ayudar en un camino de visión más esperanzada de la muerte. Cuna y ataúd son metáforas semejantes, pues el nacimiento nos lleva inexorablemente a la muerte. Por ello, muchas civilizaciones comparan a las mujeres madres con la tierra en cuanto que ambas generan vida y muchas también contemplan la muerte como ese regreso al útero que nos hizo nacer. Polvo eres y en polvo te convertirás decía la antigua liturgia del Miércoles de Ceniza; “nuestra vida son los ríos que van a dar a la mar que es el morir”, cantaba el poeta español. Tierra y agua que en estos dichos se convierten en dos metas que se identifican como la línea de salida pues de ellas salimos y a ellas volvemos. La mujer como tierra y como agua, Dios que busca el reencuentro profundo con sus criaturas.
Lo que tanto se buscaba expresa Martín Descalzo en estos versos:
Morir solo es morir.  Morir se acaba
Morir es una hoguera fugitiva
Es cruzar una puerta a la deriva
Y encontrar lo que tanto se buscaba

        Desde esta atalaya la muerte pierde parte del miedo con el que se la contempla. Es la vuelta a la madre, al periodo sin preocupaciones, al resguardo y al calor. Es poder descansar definitivamente en los brazos eternos, pues la fe total que colocamos en los brazos de nuestra madre al nacer lo traspasamos al dios del amor. Goethe decía que el ser humano necesita cada día más luz, mientras que para Unamuno nuestra necesidad era de más calor, pues no se muere por la oscuridad sino por el frío. No moriremos nunca mecidos en el regazo del calor eterno pues la resurrección no es mera inmortalidad sino la total comunión con Dios después de la muerte.
        Theilard de Chardin da un paso más cuando contempla al mismo Dios cortando las lianas que nos unen a las personas con el mundo creado. No somos nosotros sino el propio Dios el que busca y aflora ese encuentro. Por eso reza. " Dios mío, hazme comprender (en el momento de mi muerte) que eres tú el que estás pariendo las fibras de mi ser para penetrar en lo profundo de mi sustancia y llevarme al interior de tu persona" Entonces la muerte ya no podrá hacemos daño, pues se habrá convertido para mí en el cuerpo de El que es y del que vendrá dice el propio Theilard enseñándonos a pensar como él.

3.- El alimento materno
Vida y muerte están ligadas a la necesidad de alimento pues cuando éste desaparece, el corazón deja de latir. Esta condición inexorable de comida en nuestras vidas convierte a la lactancia materna en un símil perfecto para aplicarle a Dios, pues a diferencia de otros animales el cachorro humano nace totalmente indefenso y necesita del cuidado de su madre o de otra persona para sobrevivir. El símil mantiene la distancia entre la pequeñez de la criatura y la grandeza de su Creador y se acentúa la necesidad de mano divina para mantener el soplo de la vida.
        La teología cristiana siempre ha enfatizado este alimento, pero colocando el acento en el plano espiritual.  La palabra de Dios y su ley eran para los fieles el sustento del alma. Era en los encuentros de la oración y del diálogo donde el cristiano recibía la comida que su alma iba reclamando. A los poco avezados, a los neófitos espirituales, Dios les iba dando, gota a gota, la leche necesaria para crecer en el camino espiritual. Una leche que sabe dulce al paladar del que sufre aridez espiritual y que aflora cuando no la disfruta. "Si alguno tiene sed que venga a mi" (Jn 7,37) dice Jesucristo en el Evangelio de Juan. Santa Teresa en el Camino de Perfección XXXI imagina su alma como la del niño que mama. Es el propio Jesús el que hace de nodriza, una nodriza que sin que el niño paladee le echa la leche, gota a gota, en la boca "para regalarle" dice la santa.
        San Agustín en Las confesiones expresa su dependencia de Dios con estas mismas palabras: "¿Qué soy sino una criatura amamantada con tu leche y alimentada con la comida que nunca perece?". El cuerpo de Jesús en la eucaristía se hace pan partido y entregado asumiendo una doble faceta alimentarla: la material del pan y la espiritual de su entrega a los fieles.
En el Nuevo Testamento, junto al alimento de la primera fase de la vida se hace alusión a la necesidad de una nutrición sólida en momentos posteriores, en las etapas de la madurez. San Pablo a los fieles de Corinto los considera poco avezados en el mundo religioso de aquí que en su evangelización les dice: "Os di a beber leche y no alimento sólido, pues todavía no lo podías soportar" ICor 3,2. Una y otra comida hacen alusión a la palabra de Dios que Pablo transmite. Palabra que para el cristiano no se reduce a la facultad de pronunciar ideas sino que va acompañada de actos puntuales.
Creo,
Que un hombre honrado
Cuando nos da su pan
Tiene a Cristo entre los dedos
(León Felipe)

        Unos versos en los que el poeta identifica la eucaristía con el compartir. El pan del altar se hace uno con la hogaza de la caridad.
        Toda persona que ha dado de mamar a un niño puede trasponer sus sensaciones a Dios. El Creador que se vacía en aras de otro. Es el momento de la gratuidad total pues en los primeros días ni siquiera hay la posibilidad de obtener una sonrisa. Son instantes en los que la madre se anula a sí misma, no piensa en la falta de sueño, ni en el cansancio sino en la suerte del hijo que pende de su pecho. La madre alimenta al hijo para que viva, para que sea independiente, para que la abandone llegado el momento y forme su propio hogar. Pocas imágenes más atractivas para aplicar a Dios.
El cristianismo, además, tiene como oración básica el Padrenuestro. Una plegaria en la que se pide a Dios que nos conceda el pan diario. En este caso se habla del alimento que necesita el cuerpo y se le pide a Dios, como las diosas de la fertilidad, que las tierras fructifiquen. Estamos haciendo alusión a lo que la teología tradicional llamaba la creación continua: el mundo creado se desvanece si Dios no lo mantiene en vida.
        El ser humano imagen de Dios y la imposibilidad de actuación divina que de otro modo que no sea inspirando a las personas, nos obliga a prestar especial atención a todos aquellos que están faltos de lo necesario. El pan se convierte en un símil de necesidad "no sólo de pan vive el hombre" y los cristianos tenemos que hacer realidad la maternidad divina que proclamamos. Serán entonces nuestros brazos, nuestras caricias y nuestros alimentos el vehículo de transparencia de la Madre divina.

La teoría de la ternura
        Toda la psicología moderna enfatiza la importancia de la ternura tutelar en los primeros años de vida del ser humano, una ternura que se conoce con el nombre de la cuna del ser, cuna de la subjetividad. Una labor que está fundamentalmente en manos de las madres y que permiten que crezca la autoestima y la confianza del niño. El acceso a Dios puede estar mediado por esta experiencia primaria.
        Son muchas las horas que pasan juntos las madres con los hijos: alimento, vestido, aseo, enseñanza.. son funciones que les unen y que van dejando en el niño la sensación de que su madre puede colmarle todos sus deseos. Esa seguridad que proyecta la madre le hace fuerte a pesar de su debilidad. Se sabe querido, protegido dentro de unos brazos cálidos, besado una y mil veces por unos labios dulces. De noche se despierta y pide agua pero realmente lo que quiere es presencia para sentirse seguro en medio de su pesadilla.
        El niño tiene la lágrima fácil. Alejado del regazo materno descubre su precariedad y tiene miedo a peligros reales o imaginados. Vuelve corriendo al regazo materno donde encontrar consuelo a sus penas. Imágenes todas fácilmente extrapolables a la vida del cristiano con Dios. Muchas veces buscarnos el regazo de Dios para colocar nuestra frente dolorida y recabar consuelo. "Como uno a quién su madre consuela así yo os consolaré" dice el propio Dios en Isaías 66,12-13.
        En ese contacto diario con la madre el hijo ha ido adquiriendo la certeza de que su madre está siempre dispuesta a ayudarle si la necesita. Es una experiencia personal pero también le basta mirar a su entorno y ver a madres a las puestas de las cárceles, junto a las cabeceras de hijos que mueren por enfermedad o por drogas, en las Plazas de Mayo de la historia pidiendo justicia para los suyos. Adquieren la conciencia de la fidelidad inquebrantable de la madre que aplicada a Dios se multiplica por infinito. "Si mi padre y mi madre me abandonan Yahveh me acogerá" dice el salmo 27.
        Son intuiciones que hacen perder el miedo a Dios y que en la noche oscura del alma proyectan la idea de que Dios camina a nuestro lado aunque su presencia no se advierta. La mejor receta nos la suministra San Juan de la Cruz.
Quédeme y olvídeme
El rostro recliné sobre el Amado
Dejando mi cuidado
Entre azucenas olvidado.

El Dios inmanente
        Desde los principios del cristianismo el dualismo griego se introdujo en el pensamiento haciendo que todo lo referente a las necesidades del cuerpo se despreciara. Había que cortar todo aquello que nos relacionaba con la materia para primar la parte espiritual. Las doctrinas ascéticas vienen de estas consideraciones, pues privarse de comida, bebida, sueño, ropa, sexo... hacían a la persona más espiritual y por lo tanto más cercana a Dios. En el otro extremo, el horror a que el ser de Dios se contaminara con la materia le fue alejando de la tierra primando su aspecto trascendente.
        Si decimos que Dios se parece a nosotras y dentro del género humano los varones son considerados con mayor excelencia por ser más espirituales y racionales, nuestra afirmación afecta a la trascendencia divina. Siendo consecuentes, el hecho de pensar a Dios en femenino introduce todo un factor de inmanencia en su descripción. Deja de ser un ente alejado y pasa a estar profundamente anclado en la realidad. Una filósofa francesa lo llama el trascendental sensible y muchas mujeres teólogas lo vemos formando parte del cosmos, dinamizando en su interior la masa inerte. Dios, entonces, no habita en el cielo, sino en el centro cálido de cada ser y todo ello al estilo agustiniano, que ve a Dios como lo más intimo de la persona, interior intimo meo.  Entonces damos un paso más proclamando que sólo podemos contemplar lo divino en lo humano y que toda la secularidad es sagrada.

        Sin consideramos más materia que los varones de hecho nuestro trabajo a lo largo de los siglos ha consistido en cuidar a los cuerpos. Por ello no nos asusta primar la inmanencia de Dios, ni que su concepción materna le involucre en gestar, parir, nutrir al cosmos. No nos asusta que Dios “se contamine" con el mundo material y postulamos el uso de los cinco sentidos para hablar de Dios y con Dios. Hasta ahora sólo hemos utilizado la vista y el oído que tienen un carácter más intelectual y están mejor considerados. Decimos que el hombre está a la escucha de la Palabra y se habla del futuro de los bienaventurados, como gozando de la visión beatífica. Nunca olemos - oler tiene muy mala prensa pues mientras no se le añada un adjetivo es indicativo de suciedad- gustamos o tocamos a Dios o nos dejamos tocar por El.
        No es indiferente que nuestro pensamiento haya seguido esos derroteros.  La ascética nos ha impedido gozar del mundo creado y gustar de Dios de forma que los cristianos vayamos con la sonrisa por la vida. El tacto, considerado peligroso por sus connotaciones sexuales, se nos ha prohibido, impidiendo su lenguaje mucho más tierno y cercano que las palabras. ¡A las mujeres cuantos hombres de Dios nos han negado el beso o la mano! Todavía hoy, hay órdenes religiosas que tienen prohibido besar y eso que algunas se ocupan de enfermos ¿Cómo se puede atender a una persona necesitada prescindiendo de la ternura que lleva involucrada la caricia? Por otro lado, el olfato nos llevaría fácilmente el encuentro con Dios pues su presencia se densifica en los lugares con poca agua y mucha basura.
        Podemos orar con el poeta a ese dios que se nos hizo trascendente para que se acerque. ¿Por qué no te oigo?
¿Por qué no te veo?
¿Por qué no me hablas?
¿Por qué no te siento?
José Bergamín.
        No será que estamos buscando a Dios en el cielo inconscientes de que tenemos su presencia al alcance de la mano y no acertamos a verla.

1- El Dios imnanente sufre.
        Un Dios que se parece a nosotras sufre con su creación. La madre lo realiza pronto en el mismo acto de traer el fruto de su vientre a la vida, en los dolores de parto. Dolores que pronto se olvidan cuando el niño descansa en nuestros brazos. Pero no es sólo el dolor físico sino el moral el que acecha a la maternidad. ¿Qué madre no tiene el corazón partido cuando ve a uno de sus hijos sufrir? Precisamente es en la capacidad de dolor donde se mide la capacidad de amar. Si Dios es incapaz de sufrir es más pobre en sus sentimientos que los seres humanos que sabemos las dos cosas: amar y penar. O renunciamos a definir a Dios como amor o tenemos que aceptar que sufra con nosotros y por nosotros.
        Es una conclusión a la que se llega más por intuición femenina y mística que por fríos análisis racionales. Desgraciadamente en nuestra descripción de Dios la palabra de los filósofos se llevó la palma a pesar de que Jesucristo y el mismo AT soplaban otros vientos. En el AT Dios hizo suyo el llanto de Raquel que lloraba por sus hijos Jer 31, 15-20; en contextos de guerra padeció la suerte que sufría el pueblo elegido Jer 48, 31,36 y la propia historia de la salvación comienza cuando Dios se entristece al ver la suerte de pueblo esclavo en Egipto.
       Si todo el sufrimiento en el cosmos Dios lo comparte también la degradación de la condición femenina. Muchas mujeres son las más pobres de los pobres, violadas, y maltratadas por las personas con las que conviven se convierten en nuevos Ecce Horno. No sólo en la maternidad sino también en el envilecimiento y el desprecio somos imagen de Dios. Esta vez en la cruz.

        Si llevamos estas ideas hasta el fin tenemos que afirmar que buscamos consuelo en Dios pero nunca pensamos que también su persona necesita ser consolada. Consuelo en obras que mitiguen el dolor de sus criaturas, y consuelo en palabras cuando nos relacionamos con El. Eso es la amistad: compartir alegrías y sufrimientos.

2- El Dios imnanente es débil
Un Dios que se parece a nosotras no tiene poder, pues tradicionalmente las mujeres no lo hemos detentado. Nuestro Dios débil no pasa por el escándalo de un ser todopoderoso que no hace nada por terminar el sufrimiento del mundo que ha creado. Muchas mujeres se han liberado de la proyecciones infantiles sobre la omnipotencia de Dios conscientes de que nuestro credo no se basa en las acciones de un salvador victorioso sino fracasado. El misterio del Dios amor que quiere compartir la vida de los seres humanos es un misterio de debilidad que la historia ha demostrado puede ser mejor que la fuerza. Desde una concepción divina de este tipo es más factible la búsqueda de métodos menos arrogantes y más humildes de evangelización.
        Un teólogo procesal, Whitehead, nos alerta sobre el hecho de haber olvidado que nuestra religión tiene su base en le cruz. Sus palabras reflejan lo que debe ser nuestro credo. "El cristianismo no enfatiza al cesar gobernante, o al implacable moralista o al inamovible principio del movimiento. Se apoya en los elementos tiernos del mundo, que despacio y sin ruido operan mediante el amor; y encuentran sentido en presente inmediatez de un reino que no es de este mundo. El amor no gobierna y no permanece inmutable; a su vez tiende a ser olvidadizo de la moral. No mira al futuro sino que tiene su recompensa en el presente inmediato.
        Junto a las metáforas que nos hablan de Dios como roca, fortaleza, rey, montaña... ofrecemos otras como nube, tienda, camino, agua. Con ellas nos acercarnos a la vulnerabilidad de Dios, al riesgo que asumió al creamos de fracaso y de abandono. Un riesgo que hoy sabemos se convirtió en realidad cuando muchas personas niegan conocerle, incluso niegan su existencia. "Estoy a la puerta y llamo" es la lógica del amor a que no obliga. El poder de Dios no está en El sino en hacemos libres a nosotros de abrir esa puerta que nos lleva a la plenitud. Su convite es de amor persuasivo pero sin coaccionar.
        Esta autohumillación de Dios en la impotencia es la que hace posible tanto la libertad humana como la reciprocidad en la relación que Dios establece con los seres humanos. Ésta se haría prácticamente imposible desde una figura divina que no estuviera dispuesta a bajar mil escalones para ponerse cerca de su criatura. Este esquema debe servir de ejemplo a la Iglesia, limitándose en su poder, para dejar espacio de diálogo a los cristianos y al os que no lo son.
        El sufrimiento y la debilidad van acompañados de su pasión por la justicia y de una justa ira cuando ve los derechos humanos pisoteados. Ese enfado genera toda una serie de acciones encaminadas a mejorar lo que no es justo. A las mujeres se nos ha educado a suprimir nuestra ira, a ser pacientes y a soportarlo todo, pero si queremos ser imágenes de Dios tenemos que salir al paso de las situaciones inmorales. Esa ira de Dios por el mal que sufren sus hijos es la mejor comprensión del pecado.  No es la ofensa al Creador sino el mal trato que damos a sus criaturas donde está la negatividad.

La sabiduría de Dios
Hasta ahora hemos hecho un recorrido por imágenes femeninas para Dios que se conformaban con los patrones clásicos. La mujer en casa al cuidado de los hijos y el marido, refugio caliente y brazos amorosos para unos y otros. Entramos en un siglo en el que el porcentaje de mujeres que trabaja fuera del hogar es numeroso y muchas familias no verán a Dios reflejado e estas metáforas que no se corresponden con lo que pasa en su casa.

        Por eso, es bueno sacar a relucir otros textos de un Dios en femenino que sigue un comportamiento menos clásico. Tienen el valor añadido de demostrar que los estereotipos culturales no son rígidos y que todos los seres humanos pueden adoptar actitudes maternas o ser dirigentes de la comunidad con independencia de su sexo. Hoy muchas matronas son varones y muchas mujeres son ministros.
        Hay unos textos en el AT que encajan en estas ideas. Son todos los que hacen referencia a la sabiduría personificada de Dios que se disfraza de mujer. Con ello siguen una tradición de esta zona que relaciona sabiduría con el mundo femenino.  Pitonisas, profetisas, brujas... muchas civilizaciones han tenido la intuición de que las mujeres tenían más capacidad de llegar a los arcanos del saber. Incluso muchas diosas eran titulares de la sabiduría siendo una de las más conocidas en esa faceta Maat en Egipto. En el libro de los Proverbios, una mujer, que personifica a Dios, nos invita a entrar en la casa que se ha construido ella misma y en la que ha preparado un gran banquete. Es mujer rica puesto que tiene sirvientes a los que manda con las invitaciones y, sin embargo, faena ella misma dedicando tiempo y esmero en los preparativos. No quiere dejar ningún cabo suelto y sabe que su interés es mayor que el de sus asalariados. Sorprende el llamamiento que hace pues convoca a su mesa a los simples e incluso a los faltos de juicio. Hay urgencia en sus palabras y para hacerlo ver emplea el imperativo: "¡Ven! Come mi comida, bebe mi vino!". Para convencer a los futuros comensales la oferta va unida a una promesa: "viviréis los que comáis".
Junto a estas imágenes que siguen el estereotipo de las actitudes femeninas: mujer en casa, preparando la comida, invitando al banquete. ...nos encontrarnos que esta misma persona actúa en otros textos de forma muy diversa. Su interés por los seres humanos es tal que teme no ser escuchada dentro de los límites del hogar con lo que sale a los caminos, se coloca en el cruce de las carreteras, sin temor a perder su reputación pues sólo las mujeres de vida pública se comportaban de esta forma. Dios no hurta esfuerzos, ni le importa el que dirán si con su actuación consigue el amor de los seres humanos.
Pero no sólo sorprende el sitio que utiliza para darse a conocer, sino que también sorprenden sus palabras.  "A vosotros, hombres, os llamo, para los hijos de hombre es mi voz. ...Escuchad voy a decir cosas importantes y es recto cuanto sale de mis labios. ...Yo soy la inteligencia, mía es la fuerza. Por mí los reyes reinan y los magistrados administran la justicia” Prov. 8. La sabiduría en forma de mujer le está prestando a Dios su palabra, su inteligencia, su presencia. ...para encaminar a los hombres por la senda adecuada. ¡Qué distinta imagen de las prohibiciones de Pablo de hablar las mujeres en las asambleas!
La importancia de estos textos es doble pues se le aplican a Jesucristo en el prólogo del evangelio de San Juan. Jesús sale a los caminos y nos da de beber y comer su propia carne garantizando vida eterna a sus comensales. Un Jesús al que tachan de afeminado quizás porque no hay constancia de su matrimonio pero también porque se declara a si mismo "manso y humilde de corazón" (Mt 11,29) porque muestra cariño con los niños, llora ante el sufrimiento ajeno, consuela y exhorta a las mujeres y habla de si mismo como de una gallina que ha querido recoger a los polluelos de Israel bajo sus alas y no han querido. Frente a estas imágenes también hay otras que nos hablan de su faceta materna: es el grano de trigo que cae en tierra y muere para dar a luz, es la viña que alimenta con su savia a los sarmientos, es el pan repartido y entregado. Un comportamiento que le alejaba de los varones de su época.
En la Edad Media se retomaron estas ideas con mucha fuerza componiendo toda una tradición de Jesús madre que como dice un diccionario de espiritualidad francés, "a muchos teólogos hace temblar".  Un temblor por el que espero no pasen los que escuchan o leen estas palabras.

El Dios amor y el Cantar de los Cantares
Quiero antes de terminar hacer un breve apunte que sugiera una nueva metáfora para hablar de Dios y que tiene relación con el Cantar de los Catares. En esta colección de cantos con los que se celebraban las bodas en Israel se ha visto con mucho acierto reflejado el amor de Dios por su pueblo. Lo negativo ha sido que en el matrimonio patriarcal la figura del esposo tenía necesariamente que servir para reflejar a Dios pues la mujer no tenía la suficiente dignidad. La esposa era la que encarnaba un comportamiento perennemente infiel que caracteriza a los seres humanos.
Me gusta más imaginar que la pareja refleja también el amor interno de Dios, el amor que se profesan las personas de la Trinidad y que nos sirven de modelo de amor a los hombres. En los cantos es difícil precisar cuando hablan él o ella pues ambos celebran el deleite de la compañía mutua, la donación absoluta de sus personas y la igualdad en su relación. La naturaleza que les rodea también goza y exulta de ver el amor de la pareja. Son sujetos libres y autónomos que deciden con plena responsabilidad unirse en una alianza eterna. Cualquiera de las personas de la Trinidad se puede simbolizar con la mujer igual que tradicionalmente se ha hecho con el varón. Son imágenes que reflejan de Dios las dos caras de un ser que como Jano tiene dos lados, en nuestro caso uno femenino y otro masculino de tal manera que ninguno desmerece del otro.
Es la forma de terminar con los dualismos y poder descubrir nuestra imagen dual, de varón y mujer, en su persona. Esa unión nos permite encontrar las motivaciones que le llevan a Dios a obrar, a seguir un comportamiento muchas veces incomprensible. Pues su cara de varón se regirá, siguiendo el estereotipo, cultural por la razón y la lógica mientras que el rostro femenino cogerá la senda del sentimiento. Y es que como decía Pascal: "L'amour a des raisons que la raison ne connait pas". (El amor tiene razones que la razón es incapaz de comprender).

Los detractores
En principio tanto los sectores tradicionales como los liberales son conscientes de que muchas cosas tienen que cambiar en la Iglesia Católica con respecto a las mujeres. Las imágenes de Dios como madre han tenido éxito en cuanto que contentaban a los dos bandos. A los más conservadores puesto que apuntalaba la figura de la mujer madre, de la mujer en casa al cuidado del marido y los hijos. A los más progresistas en cuanto que lo veían como un paso en una buena dirección que exigiría dar muchos más en ese sentido.
Con todo ha habido críticas y es bueno conocerlas. Hay personas que no consideran lícito introducir palabras nuevas para hablar de Dios si éstas no aparecen en la Biblia. Si además son femeninas piensan que oscurecen la kénosis divina, el gran salto del poder a la fragilidad humana, un salto que pasaría desapercibido en femenino pues en las mujeres no somos capaces de ver poder.
Pero lo que más recelo produce es hablar de un Dios inmanente. Hay miedo de volver a la Diosa Gaia, y a las Grandes Diosas Madres, un concepto del que se separó el pueblo de Israel pues en sus relatos creacionales lo que quiso fue enfatizar la trascendencia divina. Se habla de retroceso en este pensar e imaginar a Dios pues el Dios matriz es la vuelta a concepciones menos personales y más arcaicas. Para mí, en la medida que la materia ha perdido su carácter negativo nada hay de malo en que Dios le infunda vida desde dentro. Pienso, a su vez, que la consideración de que un Dios matriz es menos personal es hija de la vieja teoría que nos concibe a las mujeres como útero y pechos, desprovistas de cabeza.
Será el tiempo el que determine si nuestra oferta el válida y enriquece nuestras imágenes de Dios. Cada persona decidirá de momento por sí misma.

A modo de conclusión
De cualquier manera muchas cosas tienen que cambiar. Si Dios se parece a nosotras tendrán que declararse santas a más mujeres, pues su vida habrá reflejado la del Creador. De momento sólo representamos el 25% de los santos declarados oficialmente por la Iglesia. Incluso si la maternidad es un espejo de Dios, algunas de esas santas tendrán que ser mujeres casadas, ya que al día de hoy la mayoría de las canonizaciones femeninas corresponden a religiosas. También tiene que cambiar el leccionario y la liturgia, pues el porcentaje de varones que celebramos es muy superior al femenino-
A lo largo de los siglos hemos traído vida al mundo, hemos dado de beber, y de comer, hemos vestido.... El programa de vida que Jesucristo presentó a sus seguidores para alcanzar el reino. El sentimiento, la ternura, la cercanía han formado parte de nuestra actuación pero son valores universales que se deben impulsar. Estamos en un momento histórico en el que las mujeres nos sentimos llamadas a compaginar la maternidad y el cuidado del hogar con otros quehaceres que nos alejan de nuestras casas. Para que esto sea posible y no se resientan los hijos y las personas mayores a nuestro cargo, pedimos a los varones que nos ayuden en esas cargas que antes eran sólo nuestras. Pensamos que el lavatorio de los pies supuso un convite a seguir ese ejemplo a todos los cristianos con independencia de su sexo...
Tras muchos años de recorte, las mujeres sabemos que podemos ser iconos de Dios y no sólo en las características que se corresponden con la presunta feminidad, sino que queremos transparentar a dios en la administración del mundo, en su inteligencia, en su creatividad, en su relación con otros seres... Todos los seres humanos podemos ser iconos de Dios en todas sus facultades.  Esa imagen en la que fuimos creados se hace flexible y vuelve al donante pues las personas que hemos recibido ese don, nos convertimos en metáfora de lo divino. Es un descubrimiento reciente para las mujeres que queremos compartir con todo el mundo pues nos llena de satisfacción y de legítimo orgullo.
Si somos capaces de ver a Dios en una imagen dual de varón y de mujer, crecerá nuestra estima por su ser, pues hay riqueza en el Dios masculino, pero pobreza si no se complementa con el femenino. Por un lado, será la exigencia que nos empuja a superamos cada día y por otro la certeza de que nuestro hacer va acompañado de una música de fondo, de una nana que promete mecer en el regazo, que habla de cercanía, aporta consuelo y anuncia un final feliz. El que nos convoca a la trascendencia y a la libertad nos nutre, nos cobija y responde con ternura a las caídas en el camino. Si tomamos el riesgo de la aventura, el Dios femenino nos asegura que está con nosotros, pase lo que pase.
No es fácil hablar de Dios y siempre hay que hacerlo con respeto y conciencia de la enorme diferencia con los hombres. Platón en el Timeo decía que "descubrir al hacedor y padre de este mundo es una ardua tarea; y cuando lo habéis encontrado es imposible hablar de él ante el pueblo"(28c9). Nuestra oferta es modesta y sacada de la vida, pero pienso que ofrece una imagen de Dios nueva y atractiva, que al ser menos racionalista y más experiencial, se hace más fácil de captar por las personas. Por eso pienso que esta oferta merece la pena, y me pregunto cual ha sido nuestra ceguera que nos ha impedido describir a Dios en estos términos antes.


Por Isabel Gómez-Acebo
Licenciada  en Ciencias Políticas, a los 40 años decide estudiar Teología en la Universidad de Comillas, donde actualmente es profesora

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