viernes, 17 de mayo de 2013

Un Usurero en el Cielo.

Un buen día llegó un usurero al Cielo un poco nervioso, ya que su vida había sido algo extraña. Se acercó despacio a la entrada principal y se admiró de ver que no había que hacer cola, lo que podría significa que, o no había muchos clientes, o que los trámites se realizaban sin complicaciones.

Las puertas estaban abiertas de par en par. Golpeó la puerta y dijo el Ave María Purísima. Nadie respondió. Miró y se quedó admirado de las cosas bellas que se veían dentro. Pero no había ni ángeles, ni santos, ni nada que se le pareciera. Siguió andando y admirado de la honradez de todos sus habitantes viendo que no había nada cerrado. Entusiasmado llegó hasta la puerta llamada La Gloria, que le pareció admirable. Dada la serenidad con que iba viendo entró, siguió pasando de sala en sala, de jardín en jardín, admirándose cada vez más de la belleza y serenidad de todo lo que encontraba. 

De repente se encontró con el Despacho del Padre Dios. Por supuesto que estaba abierto. Titubeó un poco pero, al final, entró hasta el escritorio del Padre Dios. En la mesa estaban las gafas de Dios y nuestro amigo usurero no aguantó la tentación de usar las gafas de Dios y mirar por ellas. ¡Qué maravilla! Se veía todo claro y potente. Con esas gafas se veía la realidad profunda de todo y de todos sin la menor dificultad. Con ellas miraba las intenciones de todas las personas de la tierra, tanto hombres como mujeres, ancianos como niños. Se veía hasta los sufrimientos de las dos terceras partes de la humanidad.

Se le ocurrió echar una ojeada a su antiguo despacho en la tierra y ver a su compañero de trabajo. No fue difícil conseguirlo. En ese mismo momento su compañero estaba tratando de engañar a una señora viuda y pobre que aún la dejaría en la más pura miseria. Tal fue su enfado al ver el engaño (cosa que antes no le había pasado, sólo ahora con las gafas nuevas) que le subió hasta su corazón un deseo profundo de justicia. Rápidamente, buscó por debajo de la mesa del Despacho del Padre Dios y encontró una banqueta para apoyar los pies y, sin pensarlo dos veces, la lanzó sobre la cabeza de su antiguo compañero con tanta puntería que lo tumbó en el suelo.

Sin tiempo a más, el asustado usurero oyó un sinfín de gritos de alegría y de cantos armoniosos. Eran los angelitos que celebraban la presencia del Padre Dios que volvía a su Despacho. Dios no se asombró de la presencia del usurero allí, pero éste estaba temblando de miedo. 

-¿Qué haces aquí? –le dijo Padre Dios. 
-Bueno, estaba en la puerta… no había nadie… he pasado… 
Papá Dios le corta y le dice:
-¿Dónde está el banquito de reposar los pies?

El usurero comenzó a contarle a Dios cómo había entrado en su Despacho, la curiosidad de sus gafas… y Dios le interrumpió.
-No, no te pregunto eso.

El usurero empezó a pedirle mil perdones, pero Dios le interrumpió de nuevo.
-No te pido que me pidas perdón, te pregunto dónde está mi taburete.

Al final el usurero le contó todo lo que había pasado con su antiguo compañero y lo que pasó cuando vio con las gafas que estaba engañando a una mujer pobre. Cómo le entró un arrebato de justicia y le lanzó el taburete a la cabeza.

-Ahí te equivocaste –le dijo Padre Dios-. No te diste cuenta que si bien te habías puesto mis gafas, te faltaba tener mi corazón. Hay que tener mucho cuidado con ponerse mis gafas si no estás seguro de tener también mi corazón. Sólo tiene derecho a juzgar el que tiene poder de salvar. Baja de nuevo a la tierra y aprende a mirar a las personas y al mundo con los ojos y el corazón de Dios.


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