Mostrando entradas con la etiqueta Islamofobia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Islamofobia. Mostrar todas las entradas

martes, 30 de agosto de 2016

Cuando la islamofobia y el machismo se dan la mano


Este verano ha estado marcado en Francia por un agrio debate alrededor del llamado “burkini”, pieza de baño que tapa todo el cuerpo dejando la cara al descubierto y que utilizan algunas mujeres de confesión musulmana. La polémica, reproducida rápidamente en otros países, pone al descubierto la relación entre los discursos islamófobos y machistas. 
Para situar el origen del debate, debemos retrotraernos a mediados de julio, cuando el ayuntamiento de Pennes-Mirabeau, cerca de Marsella, amenazó con prohibir un evento en un centro acuático privado en el que una asociación había programado una jornada reservada a mujeres y niños, precisando que se podía utilizar el “burkini” --pieza habitualmente no autorizada en dicho centro. La declaración del alcalde alegaba que bajo el actual contexto, después de los atentados de Niza y en una iglesia de Normadía, el ambiente no era propicio a tales manifestaciones y que éstas podían derivar en problemas de orden público. 
No iba del todo desencaminado el alcalde, ya que a raíz de su demanda de anulación y la consiguiente mediatización del evento, las responsables de la asociación empezaron a recibir insultos y amenazas. Una de ellas fue destinataria de una carta con una bala. Estos hechos fueron denunciados ante la policía y la justicia por las propias víctimas. Ante todo el revuelo, el centro acuático decidió suspender la jornada antes de que el ayuntamiento cumpliera su aviso de pedir a la prefectura la prohibición del mismo. 
Pocos días más tarde, fue el Ayuntamiento de Cannes el que promulgó un bando municipal prohibiendo el “burkini” en las playas de la ciudad, precisando que el incumplimiento de dicha prescripción sería multado con 38 euros. Pronto, otros ayuntamientos se sumaron a la iniciativa, promulgando bandos similares, y la polémica adquirió una dimensión nacional --internacional al cabo de unos días-- con la implicación de actores políticos, asociativos y mediáticos. 
Los ayuntamientos que han tomado estas decisiones las han justificado con argumentos variados, principalmente por supuestas razones de “seguridad”, pero en muchos casos apelando también a “los derechos de la mujer”. En todos los debates sobre el islam en Europa y, particularmente en Francia, se arguye habitualmente la necesidad de “liberar” a la mujer musulmana, presentada siempre como un sujeto sumiso y víctima de su religión y de su cultura. La República estaría dotada así de una misión “emancipadora”. 
Es así como en el país galo se han justificado las disposiciones que prohíben, por ejemplo, el velo en la escuela o, ahora, el “burkini”. El discurso que subyace bajo estas medidas presenta estas prendas únicamente como símbolos de la opresión, con lo que las mujeres que las llevan no lo harían de forma libre, hecho que justificaría su prohibición. 
Varias voces señalan, sin embargo, que la prohibición de determinadas prendas opera bajo una lógica sexista, ya que el Estado se atribuye la potestad de legislar sobre el cuerpo de la mujer y sobre su vestimenta. Denuncian así que dichas prohibiciones operan desde la misma lógica  que dicen combatir. 
Considerar que todas las mujeres que se cubren lo hacen bajo la imposición de sus maridos o familiares es una concepción fuertemente reductora, fundamentada en una visión postcolonial que siempre ha presentado a la mujer árabe y musulmana de forma estereotipada, como un objeto exótico y sumiso, sin capacidad de decisión propia, lo que justificaría a su vez que “para liberarla” tomemos nosotros --el Estado-- las decisiones por ellas. 
Esta visión --reforzada por el hecho de que, efectivamente, en algunos países musulmanes como Irán y Arabia Saudí, el velo es una imposición legal-- ignora las diferentes realidades ligadas al islam, presentándolo de forma homogénea y monolítica. De esta forma, se pretende explicar la visibilidad religiosa de las mujeres musulmanas europeas a partir de contextos diferentes y distantes. 
Pero esta concepción puede chocar con la realidad y las vivencias de las propias mujeres musulmanas en Europa. En efecto, tal como muestran algunos estudios e investigaciones,muchas de éstas presentan el velo como una elección personal. La mayoría son chicas y mujeres nacidas en territorio europeo y con la nacionalidad francesa. En muchos casos, la decisión de ponerse el velo no ha contado con el apoyo entusiasta de sus progenitores, tenantes de una religiosidad más discreta en un contexto de mayoría no musulmana. 
Por otra parte, juzgar el grado de “emancipación” de estas chicas y mujeres a partir de una prenda de ropa puede resultar, de igual manera, profundamente reductor. Todas ellas han pasado por el sistema educativo obligatorio y muchas de ellas cuentan con estudios superiores y tienen sus propios proyectos autónomos vitales y profesionales.
La islamofobia, entendida como la alterización y el rechazo de las personas a partir de su pertenencia, real o supuesta, a la religión musulmana, bebe justamente de estas visiones estigmatizadas, producto del pasado histórico --cruzadas, colonización-- y de una actualidad construida únicamente a partir de cuestiones conflictivas con el supuesto “mundo musulmán” -guerras y conflictos en Oriente Próximo, terrorismo, migraciones etc.  
El fenómeno de discriminación hacia los musulmanes y las distintas formas de manifestación pública de su religión se cierne especialmente sobre las mujeres. Así, se adoptan disposiciones que tienen como objetivo limitar o prohibir ciertos elementos ligados a las mismas : el velo en determinados espacios públicos, el velo integral o, recientemente, el “burkini”. Curiosamente, la visibilidad de la religión por parte de los hombres musulmanes --barbas, djelabas-- no constituye nunca el objeto de estas políticas encaminadas supuestamente a garantizar “la neutralidad religiosa” del espacio público.
En este sentido, autores y militantes hablan de la existencia de una “islamofobia de género”. A. Hajjat y M. Mohammed, dos académicos franceses, consideran que el fenómeno islamófobo está “influenciado por las relaciones sociales de género”. Añaden asimismo que el objetivo de todas estas disposiciones sería conseguir la “disciplina del cuerpo (y del espíritu) de los (supuestos/as) musulmanes/as”.  
Otro elemento relevante es que la mayoría de estos debates y disposiciones se adoptan por responsables políticos, curiosamente hombres en su mayoría, y partidos que se han caracterizado por oponerse siempre a la extensión de derechos para las mujeres --divorcio, aborto, paridad--. Sin embargo, no dudan en utilizar el argumento de la “igualdad” cuando hablan y adoptan medidas que tienen que ver con el islam. 
De la misma forma, la voz de las mujeres musulmanas es ignorada en estos espacios políticos y mediáticos. Un ejemplo revelador es la llamada comisión Stasi, el grupo de expertos que, bajo el encargo del Presidente de la República (Jacques Chirac en la época), propuso la prohibición del velo en todos los niveles del sistema educativo obligatorio en Francia (años 2003-2004). A pesar de que dicha comisión realizó sus trabajos a partir de testimonios de actores supuestamente implicados en el “problema”, rechazó expresamente escuchar el testimonio de mujeres que llevaban velo, arguyendo que “su palabra no era libre”.
Más allá de las disposiciones legales que pueden limitar la expresión religiosa, el fenómeno islamófobo incluye agresiones verbales y físicas a las personas e instituciones musulmanas (o supuestamente musulmanas). Como toda forma de discriminación, la islamofobia es un fenómeno constituido a partir de distintos niveles --ideológicos, prejuicios y actitudes-- que se refuerzan mutuamente. Es así como las disposiciones legales “de excepción” sobre las personas musulmanas y la circulación masiva de discursos mediáticos negativos sobre las mismas condicionan la actitud que el resto de la sociedad puede desarrollar frente a ellas. 
Tal como recogen la mayoría de instituciones y asociaciones que documentan y combaten la islamofobia, en contextos como el actual, los ataques contra personas e instituciones musulmanas se multiplican. La mayoría de las agresiones a individuos son contra mujeres, hecho que denota un doble componente sexista y corrobora la existencia de una “islamofobia de género”. El Colectivo Contra la Islamofobia en Francia (CCIF) constata, en su último informe, que más del 80% de las violencias y agresiones físicas contra musulmanes durante el año 2015, lo fueron contra mujeres. En mayo de 2016, la Red europea contra el racismo (ENAR, por sus siglas en inglés) presentó un informe a escala europea que mostraba el fuerte impacto de la islamofobia sobre las mujeres.    
Todas estas cuestiones deberían hacernos reflexionar acerca de las consecuencias de las disposiciones que pretenden legislar sobre la vestimenta de las mujeres musulmanas bajo pretexto de liberarlas, ya que refuerzan las opiniones y las actitudes negativas hacia las mismas. Tal como se defiende desde el feminismo interseccional, es preciso incorporar y tener en cuenta todas las otras dimensiones --racismo, homofobia…-- que pueden acrecentar la discriminación y la alterización de las mujeres. Desafortunadamente, el debate sobre el “burkini” y el velo van en dirección contraria.     
-------------------------- 
Víctor Albert Blanco es politólogo. Realiza su tesis doctoral sobre “El Islam en el debate público” en la Universidad París 8, en Saint-Denis @victor_ab 

AUTOR

  • Víctor Albert Blanco

martes, 23 de agosto de 2016

‘Burkini’

‘Burkinis’ a la venta en un establecimiento de Kuala Lumpur (Malasia).  AFP
De todos los muy numerosos aspectos que pueden elegirse para analizar la ideología islamista y su relación con las mujeres, el del invento del estúpidamente llamado burkini es el que me parece más banal y oportunista. Es oportunista porque muchos medios de comunicación se han aferrado a eso para crear una polémica sin mayor profundidad, igual que han hecho algunos políticos, como las autoridades locales de algún pueblo de Córcega.
Y parece como si detrás de esta idea de marketing barato para lectores de prensa sensacionalista, hubiera algo más que lo evidente: el burkini es una payasada; su uso es algo parecido a lo que pasaría si una pandilla de gamberros benignos decidiera bañarse en una playa de gran afluencia vestidos todos de piratas. Y a partir de esta banalidad, que no ha afectado prácticamente a ninguna playa que yo conozca, tenemos que discutir realidades mucho más serias que afectan a las mujeres, y a las árabes en particular. Lo otro, lo podríamos dejar para los Carnavales de Cádiz, donde seguramente encontrará alojamiento, y lleno de talento, el asunto.
Yo he conocido mujeres feministas radicales que han defendido el derecho de mujeres musulmanas a llevar el burka como una muestra de su libertad de elegir. La discusión no lleva muy lejos: si una mujer lleva burka o su estúpida versión playera, lo único que nos puede importar como ciudadanos es si lo hace porque quiere o porque la obligan. Y, si la obligan, tenemos que encontrar la manera de ayudarla de veras a tomar su opción libre.
Porque discutir sobre las que de verdad lo vayan a usar no tiene sentido, sobre todo porque no lo va a hacer casi ninguna mujer. En el sentido contrario, habría que plantearse si hay alguien legitimado para obligar a las mujeres a desnudarse en las playas. Todos recordamos los bañadores, con faldita, que llevaban nuestras madres, y algunas hermanas mayores, hace cuarenta o cincuenta años. Si alguna mujer volviera a ponerse algo así, lo más que pasaría es que se formarían corrillos de gente para reírse, pero nadie exigiría que la mujer fuera detenida y obligada a enseñar sus carnes al público en general.
Las mujeres sufren a diario muchas agresiones en cuanto cruzan el umbral de su casa para ir a trabajar o a estudiar. Yo pondría los medios necesarios para que los piropeadores inoportunos o los salvajes que hacen pública su frustración todos los días en nuestras calles, aprovechando el paso de una mujer, fueran reprimidos con multas y cursillos de convivencia. Eso es más urgente que pensar en el burkini.
JORGE M REVERTEpara elpais.es

martes, 19 de julio de 2016

Guia contra la Islamofobia

BARCELONA.- Insultos, amenazas, grafitis, ataques verbales, violencia física, ciberodio, desprecio, rumores, intolerancia… Son las diferentes formas bajo las que se expresa la islamofobia. Cuando los atentados del Daesh llegan a suelo europeo, como París o Bruselas, aumenta esta forma de racismo sobre esta población. Tienen que soportar constantes ataques que, de forma interesada, se distribuyen cada vez más, sobre todo por las redes sociales.
Para David Karvala, coordinador del libro Combatir la islamofobia, una guía antirracista, el origen de esta corriente parte de una premisa histórica: “Por un lado, el fracaso de la izquierda tradicional en esa región dejó un vacío que ocuparon movimientos inspirados en el islam. Éstos son muy diversos, pero la izquierda no ha sabido entenderlos, ni reaccionar de manera sensata”.

Según Karvala, la caída del muro de Berlín, de la URSS, y el declive de la izquierda tradicional hicieron que la oposición al imperialismo en Oriente Medio se expresase cada vez más en términos del islam político. “Así que a partir de los años 90, la derecha y los Estados de Occidente empezaron a responder ante esta oposición con discursos islamófobos. En una muestra de hipocresía, la derecha adoptó los argumentos de la izquierda islamófoba, como la defensa de las mujeres o de la laicidad”, relata el autor.

Por eso, con este libro y con la campaña Stop Islamofobia pretenden frenar estos actos y, además, mediar y solucionar los problemas sociales que se generan. Desde otros colectivos y asociaciones o desde el mundo docente también se intenta atajar cada día el crecimiento de esta hostilidad hacia el islam. Cuatro especialistas responden a algunos de los mitos o ideas falsas que más circulan entre quienes potencian la islamofobia, para contrarrestar los prejuicios, los estigmas y las creencias erróneas que generan.

Mito 1: "El hiyab va en contra de la mujer y muestra una falta de integración en la sociedad occidental"

Estudiantes de la Universidad de El Cairo durante una protesta. REUTERS
“En el informe de la Plataforma Ciudadana contra la Islamofobia de 2015, se apunta que la mayoría de las víctimas de islamofobia son las mujeres porque son las más visibles, sobre todo aquellas que llevan el hiyab. Ocurre por igual en España, Francia y Bélgica. En Francia llega al 80% de los casos, y la mayoría de los agresores son hombres.

Respeto al hiyab hay que contextualizar en este tema. Cualquiera puede decidir llevar velo, minifalda o escote dentro de la libertad de imagen. Si el Estado determina imponer una determinada vestimenta, todas las feministas deberíamos unirnos. No en el falso debate de la prenda a favor o en contra, sino en el hecho de que el Estado legisle sobre las mujeres.

Si legislamos sobre las vestimentas, hagamos un amplio debate con todas las feministas y cuestionemos el uso del tacón, la cirugía estética, faldas en las azafatas… Algunas usan el velo por moda, otras porque sus amigas van así y así se identifican, otras porque en su ambiente es un signo de que buscan pareja… Muchas veces son claves culturales y sociales, y no pasa siempre por la religión.

Y es absurdo relacionar este tema con la integración. ¿Un trozo de tela significa estar más integrado? Nosotros también tenemos cánones, como no ir desnudos. Llevar sombreros o gorras es legal. ¿Existe imposición por parte de algunos hombres musulmanes para que ellas se vistan de una manera? Sí, igual que hay parejas de hombres no musulmanes en España que no quieren que su pareja lleve tacón o minifalda, porque son posesivos y celosos. ¿Tiene que ver con la religión? No tiene nada que ver con la religión y sí con las realidades machistas, que eso es común a la mayoría de las culturas”.

Natalia Andújar. Profesora en la Escuela Halal y vicepresidenta de Junta Islámica

Mito 2: "Los musulmanes abusan de nuestro sistema y no se integran en nuestra sociedad"

Turistas musulmanes en una terraza de la Plaza Mayor de Madrid en una imagen de archivo. EFE
“Arcadi Oliveres, como economista, deja bien claro en una de sus conferencias lo que aportan los inmigrantes y lo que se gastan, y el balance hasta ahora es a favor del inmigrante. La mayoría de los que vienen son jóvenes y fuertes y van muy poco al hospital. Muchos trabajan cuidando a personas mayores o a la infancia española.

En cuanto a los refugiados, no se explica quién está detrás de esos conflictos ni quien está armando a los grupos que se están enfrentando. España también tiene que recordar su pasado. Gracias a la acogida recibida en otros lugares del mundo, mucha población encontró refugio. Nuestros abuelos y padres nos explicaron muchas historias sobre la gente española que se instaló en Marruecos o Argelia y como llegaban agotados, hambrientos y con ropa hecha de trapos cuando huyeron de la Guerra Civil, Franco y su miseria.
La islamofobia aumenta porque la gente está muy desinformada. A unos cuantos les interesa que haya crispación para llevar a cabo sus políticas en un ambiente de miedo
Sobre la integración… te integras donde te sientes bien valorado. Un trabajador en una empresa no puede sentirse bien y dar lo mejor de él si el jefe o los compañeros le machacan en cada momento. Aguantará porque no tiene remedio, pero difícilmente se puede hablar de integración. Otro tema es la ley de extranjería y sus injusticias. Para renovar la residencia tienes que acreditar una vivienda digna y cotización, con lo que supone durante este periodo de crisis económica. Si estás cobrando el paro no puedes visitar a tus familiares a Marruecos. Si cobras la ayuda, aún peor. Hay personas que no han podido asistir a la defunción de sus padres ni al nacimiento de sus hijos.

La islamofobia aumenta porque la gente está muy desinformada. A unos cuantos les interesa que haya crispación para llevar a cabo sus políticas en un ambiente de miedo. Creo que la mayoría de nosotros diferenciamos entre la gente normal de la calle, nuestros vecinos del barrio, que nos conocen, nos tratan y nos hacemos amigos. Esos son los que nos hacen estimar el país. Muchísimos de nosotros trabajamos y cotizamos. Lo que recibimos a cambio es un derecho ya pagado con nuestros impuestos, porque contribuimos”.

Fatiha El Mousali Samadi, Miembro de UCFR

Mito 3: "Todos los islamistas son unos terroristas"

Activistas de varias organizaciones paraguas de mezquitas y musulmanes se congregaron para mostrar su apoyo a las víctimas de los atentados de Bruselas en el Dam, Amsterdam. EFE
“El Daesh o Estado Islámico es una organización que utiliza la fuerza armada, la violencia y el terror para imponer su proyecto de sociedad totalitaria a las poblaciones bajo su dominio. Grupos con propósitos y métodos parecidos, desgraciadamente, han existido a lo largo de la historia de la humanidad en sociedades y contextos donde la religión predominante no era precisamente la musulmana.

A menudo son los propios Estados los que practican la violencia y el terror para imponerse. El recurso a la fuerza, la violencia y el terror, tanto por parte de grupos armados como de estados, se ha dado tanto en sociedades donde impera el cristianismo como incluso en nombre de proyectos políticos totalitarios laicos. Pero a nadie se le ocurre decir que la violencia, el terror y la barbarie son inherentes tanto el cristianismo como al laicismo. Entonces, ¿por qué se sigue repitiendo hasta la saciedad el binomio “Islam=Terrorismo”? Dando por hecho que la violencia es intrínseca al Islam, como no lo es en ninguna otra religión. Pero, además, obviando que la gran mayoría de las víctimas (de lo que se llama, sin demasiado criterio, “terrorismo yihadista”), ¡son musulmanas!

Por eso es tan importante explicar cómo se origina, se desarrolla y se expande el “Daesh” desde Iraq hacia Siria en los últimos diez años. Y cómo a pesar de una pátina o envoltorio religioso con el cual intentan dotarse de cierta legitimidad o justificarse, nada tienen que ver con el islam ni con la gran mayoría de musulmanes del mundo.

Explicaciones sobre éste fenómeno u otros similares hay que buscarlas en razones históricas, sociales, políticas o económicas. Por ese camino no sólo no vamos a conseguir hacer “desaparecer el problema”, sino todo lo contrario. Lo único que se consigue es fomentar el miedo, el odio, la estigmatización y discriminación de una parte importante de la población a causa de una cultura, aspecto u opción religiosa. A la vez que sirve de pretexto para imponer nuevas medidas de seguridad y políticas que persiguen el retroceso en todo tipo de derechos y libertades individuales y colectivas que nos afectan a todos”.

Meritxell Bragulat, miembro de Sodepau 

Mito 4: "En las mezquitas sólo hay radicales que fomentan el terrorismo y el Corán sólo incita al odio"

Un grupo de musulmanes reza en la mezquita de la M-30 de Madrid. EFE
“Las mezquitas son centros de cultos inscritos en el registro de entidades religiosas del Ministerio del Interior. Cada mezquita tiene su propia personalidad que depende de quiénes la componen y la corriente del Islam que siguen, que suele estar condicionado a la corriente del país de origen. Las diferencias suelen ser por escuela jurídica (madhhab) que define si el centro de culto es sunnita o chiíta o por el hecho de que los fieles están adscritos a una cofradía espiritual (sufismo), e incluso a veces el centro de culto es mixto y une a personas de diferentes procedencias y corrientes del Islam. 
El terrorismo es una actividad delictiva que requiere de una organización que actúe bajo el más absoluto secreto y discreción, y ahí la mezquita no es el lugar idóneo para ello.
Existe la misma posibilidad de encontrar extremistas en un centro de culto, como delincuentes en un club deportivo de fútbol. No hay una relación de causa y efecto que garantice que en uno u otro lugar existen delincuentes o terroristas. Incluso en aquellas mezquitas subvencionadas por países terceros como Arabia Saudí y en el que la corriente que se sigue es el wahabismo o salafismo, no queda acreditada en la doctrina wahabí-salafista ninguna invitación a la violencia terrorista contra occidente, si bien se puede hallar un discurso de odio intra-musulmán (anti-chiita) que podría justificar cierta violencia sectaria, y que está muy condicionado por el conflicto en Oriente Medio y el pulso entre Irán y las monarquías del Golfo.

El terrorismo es una actividad delictiva que requiere de una organización que actúe bajo el más absoluto secreto y discreción, y ahí la mezquita no es el lugar idóneo para ello.

No es cierto que el Islam incite al odio. Parafraseando a Adnan Ibrahim, ¿cómo puede una religión llamada Islam ser violenta, si el Islam es la paz, derivado del verbo “salima” (estar en paz)?. El saludo de los musulmanes hacia todo el mundo es “la paz sea contigo”. La gente dice que el Corán llama a la violencia y articula un discurso de odio. Es absolutamente falso. Sólo promueve la guerra defensiva, no una guerra de rapiña para proveerse de rehenes con los que comerciar, ni una guerra religiosa. El Corán lo dice claramente.

Ibrahim Miguel Ángel, de Musulmanes contra la Islamofobia en Publico.es

La islamofobia como ideología

Sol, veleros, bicicletas de colores y bastante miedo. Temor a que la plácida vida que los habitantes de Volendam han conocido hasta ahora deje de existir. A que sus hijos no encuentren trabajo, a que Bruselas decida por ellos y en su contra, a la indomable globalización y a que extranjeros musulmanes vengan a imponer sus costumbres. El catálogo de miedos de los vecinos de Volendam es además de variado, una traslación del esqueleto ideológico del PVV, el todopoderoso partido de Geert Wilders, que alimenta los miedos más recónditos de los holandeses y que les ha situado en guerra declarada contra el islam. Si hoy se celebrasen elecciones en Holanda, el PVV, gran referente de la ultraderecha europea, sería el partido más votado. Lo que ocurre en Volendam no dejaría de ser una curiosidad de no ser porque es una muestra fiel de los sentimientos que recorren y desagarran el país y parte de Europa.
Volendam tiene canales, queserías, zuecos de madera y japoneses que se fotografían en un estudio vestidos de holandeses. Tiene también una Praathuis, una encantadora casita de madera, dedicada explícitamente a la “conversación”, donde Cornelius y otros pescadores se juntan para charlar al pie del muelle. ¿Piensan votar al PVV? Unos cuantos asienten con la cabeza. “Queremos protestar, queremos que se enteren los políticos de La Haya de que estamos hartos de que nos ignoren”, dice Cornelius. La pesca ya no abunda como antes y competir con las gambas de Senegal es misión imposible. Ellos, con 12 años se iban a la mar. Ahora con 23, sus hijos buscan todavía trabajo. Luego está la pensión que no les alcanza y lo que cuesta ir al médico. Dicen que Wilders por lo menos ha venido a visitarles un par de veces a esta localidad de 35.000 personas. Los demás, ni eso.
Casi el 35% de la población votó a Wilders en las elecciones al parlamento europeo (2014) en Volendam, muy por delante de cualquier otro partido. Aquí no hay apenas inmigrantes ni rastro de los supuestos estragos de la multiculturalidad contra la que batalla el PVV. Pero precisamente por eso votan al político de melena oxigenada. Porque los pescadores que se patean el país vendiendo su género dicen que no quieren que su ciudad acabe como Rotterdam o Ámsterdam, con chicas con hiyab por la calle y chavales magrebíes echando el día en los parques. El suyo como el de millones de europeos es un voto preventivo y conservador en el sentido más literal. Quieren preservar su preciado estilo de vida.

Ganar terreno al mar

El museo de la ciudad recrea la lucha de los holandeses de los pólders, de hombres y mujeres hechos a sí mismos que gracias a la cohesión social y al apoyo mutuo fueron capaces de ganarle terreno a la mar. Crelis Tuip ha venido hoy con sus alumnos a visitar el museo. “Mire, aquí todos nos conocemos. Hay un control social que funciona. Si viene gente de fuera, ¿cómo vamos a controlar su conducta? Si encima no trabajan y hay que pagarles el desempleo...”. Tuip dice que nunca votaría al PVV, pero que comprende a al perfección porqué sus vecinos lo hacen.
Thierry Baudet tiene aires de aristócrata y un vino espumoso en la mano, que degusta frente a un canal surcado por barcazas chatas de colores en el centro de Ámsterdam. Es escritor próximo al PVV y fundador del Fórum para la Democracia, la plataforma que promovió el referéndum contra el acuerdo de asociación entre la UE y Ucrania que ganaron por goleada los euroescépticos en abril. Asegura ser también fuente de inspiración para Wilders. Su discurso es calcado al que circula con fluidez por el resto de Europa. “Nuestro sistema político está secuestrado por lobbies y élites políticas que solo piensan en ellos mismos. No son conscientes de su decadencia. Es una crisis general. Es como el inicio del fin del Imperio Romano”. Y sigue: “El islam es violento y muy distinto a nosotros. Quieren imponernos su cultura. Estamos perdiendo el control de cómo organizamos nuestras vidas. Hay barrios que ya no parecen holandeses, se están islamizando”.
Wilders ha marcado el camino a sus partidos hermanos europeos identificando la lucha contra el islam como la gran emergencia europea y profesando una devoción hacia Israel impropia de las fuerzas de extrema derecha europeas, de tradición antisemita. La islamofobia es hoy uno de los ejes ideológicos que cimenta la alianza entre estos partidos.
Dannij Van den Sluijs, un político del PVV del norte de Holanda ahonda en la tesis de la invasión. “Los musulmanes están haciéndose con Holanda y nosotros tenemos que elegir entre la religión o la libertad de expresión”. Pero zanja en seguida la conversación telefónica con este diario porque no acostumbran a hablar con la prensa, sus canales son otros. Prefieren las redes sociales y los encuentros cuerpo a cuerpo con los votantes “No voy a hablar más con usted, ¿Para qué? No lo necesito, no voy a ganar nada”. Tal vez tenga razón.
En las redes y hasta en el Parlamento, la marea xenófoba parece estar fuera de control. Los grupos contra mezquitas y centros de refugiados no dejan de crecer y los extremistas hacen gala de una asertividad impensable hace décadas en Holanda, antes reino de la corrección política y la progresía. Una de esas andanadas le ha costado a Wilders un proceso judicial tras pedir “limpiar” el país de marroquíes.
Sus palabras tienen un reflejo en la calle, donde la segregación entre los musulmanes y el resto de la población es una realidad. “La brecha se agranda. A los holandeses les da miedo el islam y los musulmanes temen a los holandeses. Es una sociedad cada vez más segregada”, dice Maarten Zeegers. Este joven es una de las personas que mejor conoce ambos mundos. Ha vivido infiltrado durante tres años en Schilderswijk, el llamado triángulo de la sharia. En este barrio de La Haya vivió y rezó como un musulmán y acaba de publicar un libro, Yo fui uno de ellos, que le ha costado tener que huir de la ciudad amenazado. Zeegars sostiene que Schilderswijk es un mundo paralelo, en el que muchos musulmanes viven temerosos de que la ola xenófoba les alcance, cuenta en una cafetería de Rotterdam.

Ramadán en La Haya

Schilderswijk no se parece en nada a Volendam. Los edificios son más bien feos y a diferencia del resto de Holanda, casi todos tienen las cortinas cerradas para que las mujeres puedan pasear por casa sin el hiyab que se calzan para salir a la calle. El paisaje humano es de lo más variado y exótico para un país de pieles claras y cabellos rubios. Hoy es día de mercado y hay mucha actividad, aunque algunos puestos de comida funcionan a medio gas porque ya ha empezado el Ramadán y toca ayunar.
“La gente que no ha estado aquí se cree todo lo que dice Wilders”, explica Aad Van Loenen, director de una escuela de formación profesional del barrio donde la gran mayoría de los alumnos son de origen extranjero. Cuenta que son chicos con poca confianza en sí mismos y en su futuro. Piensan que no van a tener las mismas posibilidades que el resto de los holandeses. Él les trata de convencer de lo contrario. En la muñeca lleva una pulsera naranja con el mensaje que trata de inculcar a los chicos: “No hay límites, no hay excusas”.
El perfil del votante del PVV que traza Peter Kanne, de la casa de encuestas I&O Researches es el de un hombre blanco, enfadado, de entre 35 y 65 años, probablemente con pocos estudios, pero no solo. Hay también ingenieros, arquitectos, abogados, de todo. Viven en el campo o en los barrios obreros de las ciudades. “Tienen la sensación de que el Estado ayuda a los refugiados, a Grecia… a todos menos a ellos”.

MIEDO AL CAMBIO

En La Haya, Kim Putters, director del oficial Instituto holandés de investigación social ofrece datos muy reveladores: “Cuando preguntamos de qué presumiría de Holanda ante un extranjero dicen tres cosas: el Estado de bienestar, la libertad de expresión y el éxito de sus multinacionales. Ahora sienten que las tres están en peligro”. Explica que Holanda figura entre los cinco países del mundo con más esperanza de vida, productividad y que tiene un Estado de bienestar fuerte, pero que la gente no lo percibe así. El cambio climático, el ISIS, la crisis financiera y los recortes han desatado el miedo a un futuro lleno de nubarrones. “Además, la gente cada vez está más formada y aspiran a participar más en las decisiones. Sienten que las instituciones les están fallando”.
La digestión del miedo al cambio pasa por el rechazo a lo que viene de fuera, ya sea la globalización o los refugiados. “Nunca antes había habido tanta tensión desde la Segunda Guerra Mundial. Vemos que atacan centros de refugiados y que la policía militar protege las sinagogas”. Los datos que recopila su instituto indican que la confianza en los políticos en 15 países de la UE es más bien baja -ronda el 5,8 de media y que Holanda está un poco por debajo de esa media. Muestran también que el 33% de los holandeses cree que se debería dejar entrar a pocas o a ninguna persona de otra raza o grupo étnico.
Ese retrato robot se ajusta a Richard e Irene, una joven pareja de Eindoven. Están convencidos de que La Haya y Bruselas llevan años engañándoles y sienten que ha llegado la hora de decir basta. Ella trabaja en una panadería, él es ingeniero informático y rondan los 30. “Es el único partido al que puedes votar si te opones a que vengan más. No hay dinero para garantizar nuestras prestaciones sociales y pagar a los inmigrantes. Hay que elegir”, cree Irene.
“No me gusta la UE. La gestión de los refugiados ha sido catastrófica. No puede ser que no sepamos quién entra y quién sale de nuestras fronteras”, piensa Richard, que cayó un día en una de las reuniones ciudadanas que organiza el PVV por el país y hasta hoy. “Si ves la tele, pensarías que son malísimos, pero cuando les escuchas es diferente”. Como muchos de sus compatriotas está convencido de que Wilders es poco menos que un profeta, que predijo el caos en Europa y que no se equivocó.
Volendam para el País.com