lunes, 11 de marzo de 2024

cátaros, la iglesia de las mujeres

 en 1147, Évervin, un monje de la abadía de Steinfeld, próxima a Colonia, relató en una carta a Bernardo, abad del Císter, el juicio y la condena de dos herejes a los que califica de «apóstoles de Satán». Sin duda se trataba de cátaros, los disidentes cristianos que en esas décadas de profundas transformaciones y reformas en el Occidente cristiano se habían propagado por el sur de Francia (Occitania), en el territorio comprendido entre Albi, Tolosa, Carcasona y Foix. 

Considerándose ellos mismos como los únicos herederos legítimos de la Iglesia de los Apóstoles, los cátaros acusaban a la jerarquía católica de haber traicionado el ideal de vida de las primitivas iglesias cristianas. Según Éverin, estos «apóstoles de Satán» habían captado adeptos por toda la región, y en particular entre la población femenina. «Tanto monjas como viudas, vírgenes y también sus esposas» formaban parte de esta «Iglesia» herética, «unas en calidad de elegidas, otras como creyentes, siguiendo así el ejemplo de los Apóstoles que estaban autorizados a llevar mujeres con ellos». 


El testimonio de Évervin refleja una particularidad del movimiento cátaro: el notable protagonismo que en él alcanzaron las mujeres, en contraste con lo que ocurría en la Iglesia católica oficial. Aunque a partir del siglo IV, las mujeres, y principalmente las diaconisas, pudieron ejercer ciertas responsabilidades y funciones pastorales, el diaconato femenino desapareció dos siglos mas tarde, en la época merovingia. Para las mujeres, la vía más accesible de integración en la vida religiosa eran las órdenes monásticas. Sin embargo, los territorios del Languedoc no disponían prácticamente de comunidades femeninas, ni siquiera por parte de las nuevas órdenes religiosas que se fundaron tras la reforma gregoriana en el siglo XI: cartujos, premonstratenses, gramonteses... 

Ello influyó en la aceptación tan favorable que las mujeres occitanas manifestaron hacia la Iglesia cátara. Muchas acudían a las predicaciones de los «buenos hombres» cátaros (el equivalente a los clérigos católicos); por ejemplo, en el vizcondado de Castelbon, donde se había creado un diaconato cátaro a partir de 1226, la esposa y la hija del vizconde formaban parte del auditorio femenino que asistía a la predicación del diacono de los «buenos hombres». 

La Iglesia cátara, como la católica, contaba con obispos. Arriba, báculo episcopal de Mondoñedo, de bronce y esmalte. Siglo XIII. MNAC, Barcelona.

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Otras iban más lejos y se integraron en comunidades cátaras femeninas, semejantes en algunos aspectos a los conventos católicos. Así, hacia 1200, las mujeres de la mediana aristocracia de los castros de Carcasona y de Tolosa, casadas, viudas o solteras, podían entrar en la Iglesia cátara como «buenas mujeres». Los registros de la Inquisición contienen numerosos ejemplos que ilustran el interés y la atracción de las mujeres occitanas por la religiosidad catara: «He visto a [una tal] que tenía públicamente una casa de heréticas con sus compañeras». 

LAS BUENAS MUJERES 

Cada iglesia o diócesis cátara se componía de comunidades separadas de «buenos hombres» y de «buenas mujeres». Estas comunidades vivían en casas bajo la autoridad de un «anciano» o de una «priora», responsables de su comunidad, célula de base de la iglesia cátara. Ciertas poblaciones se destacan por haber acogido sobre todo «casas» de «buenas mujeres», como Mirepoix (cincuenta casas) y Villemur (cien casas), ambas en el condado de Toulouse. 

Según los inquisidores, en los tiempos que precedieron a la cruzada de 1209 «los herejes vivían libremente en sus casas religiosas», a las que calificaban de domi hereticorum, «casas de herejes». Al ingresar en una de estas casas, la futura «buena mujer» seguía un período de noviciado, que podía variar entre algunos meses y tres años, en el que aprendía los preceptos evangélicos y la moral de la «regla de justicia y de verdad», que orientaría su vida como religiosa en su nueva «casa». 

El conde de Foix, Raimundo Roger, protegio´ a los ca´taros, entre ellos mujeres de su propia familia, y sufrio´ los asaltos de Simo´n de Montfort en 1211 y 1212. Sobre estas líneas el castillo de la ciudad de Foix.

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Los rituales cátaros describen la ceremonia de consagración de la novicia, el momento de la recepción del sacramento del bautismo espiritual por imposición de manos o consolamentum. A la recepción de esta consolación del Espíritu Santo, la «buena mujer» –como el «buen hombre»– pronunciaba los votos monásticos de la regla cátara: obediencia a la moral evangélica (no matar, no mentir, no jurar); práctica de la ascesis y de la pobreza; abstinencia de alimentos carnales, así como de la leche y sus derivados. También estaba obligada a practicar el ayuno durante tres cuaresmas al año, así como a recitar las horas monásticas y la oración –el Padre Nuestro– varias veces al día, antes de cada comida. 

Igualmente, prometían –como recordaba la «buena mujer» Arnaude de Lamota en su declaración ante el inquisidor en 1244– «que nunca prestaríamos juramento, ni mentiríamos y que no caeríamos en la lujuria ni abandonaríamos la secta por temor del fuego». Luego, siempre según el testimonio de Arnaude, el diácono y los otros buenos hombres les imponían «la mano y el libro sobre la cabeza», y tras leer en común el Padre Nuestro hacían varias genuflexiones y les daban «la Paz con el libro y con el hombro». La «buena mujer» recibía entonces su hábito religioso e iniciaba una vida consagrada a Dios y al Evangelio en alguna casa de cátaros. 

 

Albigensian Crusade 01

Simón de Monfort estuvo a la cabeza de la brutal cruzada contra los cátaros (arriba). Miniatura del siglo XIII, Biblioteca Británica, Londres.

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Cuando Astorga de Lamota, aristócrata de Montauban, se quedó viuda con nueve hijos a su cargo, envió a dos de sus hijas, Arnaude y Peyrone, a las «casas de buenas mujeres» de Villemur. Años más tarde, ella misma entraría como religiosa en una de esas casas. Esta actitud era frecuente en la aristocracia de la época, como lo demuestra el ejemplo de Esclarmonda de Foix, hermana del conde de Foix, que recibió, en 1204, junto a otras tres damas de Fanjeaux, la ordenación del consolamentum de las manos del obispo cátaro de Tolosa, Guillabert de Castres. 

También a principios del siglo XIII se remonta la creación del primer monasterio femenino creado por santo Domingo de Guzmán en Prouille, cerca de Fanjeaux, para acoger a las «buenas mujeres» que habían abjurado de la herejía cátara. Con ello, la Iglesia católica intentaba competir con el catarismo en su terreno. Pero, en realidad, las casas cátaras estaban muy lejos de ser conventos de clausura. 

Situadas en medio de las ciudades o de los burgos fortificados, estaban abiertas a la sociedad y participaban de la vida económica y social de la época. Las «buenas mujeres» podían salir y entrar libremente de las casas, así como recibir a los miembros de su familia o de su entorno. Sabemos, por ejemplo, que Blanca de Laurac y su hija Mabilia, acompañadas de su hijo y hermano, así como de otros miembros de su familia, recibían a menudo en su «casa» a los caballeros de Roquefort que venían a visitarlas. 

TRABAJO Y PREDICACIÓN 

Al contrario de los monasterios católicos, los «buenos hombres» y las «buenas mujeres», siguiendo el ejemplo de los Apóstoles, trabajaban para vivir y sus casas constituían verdaderos talleres comunitarios, especializados en una profesión u oficio como tejedores, curtidores, etcétera. En las casas entraban continuamente los que aportaban la materia primera para la realización de las labores artesanales. Así, en Fanjeaux, burgo cercano a Carcasona, los niños llevaban a los «buenos hombres» bobinas de hilo para tejer. En el burgo de Mas Saintes-Puelles se alquilaban los servicios de las «buenas mujeres» para trabajar el cáñamo e hilar el lino. Otras de estas casas podían servir de hospicio para los viajeros y los pobres o bien de hospital para los enfermos. 

Pedro Berruguete   St Dominic and the Albigenses

este retablo de Pedro Berruguete, del siglo XV, representa el «milagro del fuego»: Santo Domingo pone sobre la hoguera un libro here´tico, que es destruido, y el suyo, que se eleva.

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Sin embargo, pese al destacado papel de las mujeres en la vida de las comunidades cátaras, hay que reconocer que, durante la mayor parte de su historia, el catarismo, como disidencia típicamente medieval, también las excluyó de la jerarquía. Como las monjas católicas, las «buenas mujeres» cátaras no tenían derecho a predicar. Para las dos Iglesias, católica y cátara, la predicación era un ministerio reservado a los miembros de la jerarquía. En la Iglesia cátara ésta se componía de obispos, diáconos y ancianos. Eran principalmente los primeros los que predicaban, utilizando la lengua vulgar, el occitano –y no el latín, como hacía el clero católico–, y lo hacían tanto en las casas de «buenos hombres» y «buenas mujeres» como en el exterior, en las plazas de los burgos o en las casas particulares de los creyentes o fieles cátaros. Entre estos últimos, la jerarquía cátara podía reclutar a los futuros «buenos hombres» y «buenas mujeres», su clero regular. 

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Catedral de Santa Cecilia. El obispo Bernat de Castanet mandó erigir esta espléndida catedral gótica en la ciudad de Albi, en 1282, como símbolo del triunfo contra los cátaros.

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Pese a ello, en la fase final de su historia se dio una mayor apertura ante las mujeres en lo referente a la administración de los sacramentos. En 1244 fue tomado el castillo de Montsegur (Ariège), en donde se había refugiado la jerarquía cátara tolosana, y los dirigentes cátaros que no fueron capturados tuvieron que huir a tierras de Italia.

Sin la jerarquía, fueron los «buenos hombres» los que, imitando la práctica de los Apóstoles, se encargaron de administrar un sacramento de gran importancia en la religiosidad cátara: el bautismo espiritual o consolamentum de los moribundos, el único sacramento que, según la Iglesia cátara, aseguraba la salvación del alma, el retorno de ésta al reino de Dios del que había sido expulsada al principio de la creación por el diablo. 

¿IGUALDAD EN LA IGLESIA CÁTARA? 

En el ritual cátaro occitano, redactado en torno a 1250, se decía: «Este santo bautismo se ha transmitido de “buen hombre” en “buen hombre” hasta hoy, y la Iglesia de Dios lo conservará hasta el fin de los tiempos». Belibaste, el último «buen hombre» conocido, que murió en la hoguera en 1321, afirmaba que «este sacramento se ha transmitido igualmente de “buena mujer” en “buena mujer” porque hay “buenas mujeres” como hay “buenos hombres” y uno puede salvarse tanto por ellas como por ellos». Belibaste añadía en 1318 que las «buenas mujeres» podían administrar el sacramento de la salvación solamente en ausencia de «buenos hombres», excepción que también confirma el ritual occitano. 

King Philippe, nicknamed Dieudonné passes judgement on heretics

Los nobles cátaros del sur de Francia fueron atacados por el rey francés Felipe IV durante la cruzada. En la miniatura superior el rey condena a muerte a dos herejes. Grandes Crónicas de Francia, siglo XIV.

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En los tiempos de la persecución del catarismo, sobre todo a partir de la creación de la Inquisición, muchos testimonios informan de la vida errante y clandestina que llevaban las «buenas mujeres», temiendo en todo momento ser denunciadas. Como los «buenos hombres», tenían que ir siempre en compañía de una «socia». En su vida errante podían acudir a la casa de algún miembro de su familia, en donde podían «bendecir el pan» antes de cada comida. 

Este rito de la bendición del pan, los cátaros lo practicaban en recuerdo de la última cena en la que Jesús había pedido a sus discípulos que hicieran lo mismo en su memoria. Del mismo modo, las «buenas mujeres», como los «buenos hombres», recibían el saludo ritual o melioramentum, triple inclinación y triple demanda de bendición que los creyentes solicitaban al encuentro de estos religiosos. Los inquisidores llamaban a este rito la «adoración de los herejes». 

Los últimos «buenos hombres» llegaron a afirmar que «todas las almas son buenas e iguales entre ellas y que el diablo había sido el responsable de la diferencia entre ellas cuando fabricó los cuerpos». Pero lo cierto es que este aparente igualitarismo se dio tan sólo en los últimos tiempos de la disidencia, para paliar la ausencia tanto de la jerarquía cátara como de los «buenos hombres», cuyo número disminuía cada vez más. 

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