miércoles, 6 de septiembre de 2023

supersticiones, torturas y hogueras. así eran los juicios por brujería

 Die Gartenlaube

Foto: Ernst Keil's Nachfolger

¿cómo se desarrollaba un juicio por brujería? Ante esta pregunta la idea más común es que se arrojaba indiscriminadamente a la persona acusada -normalmente una mujer- a la hoguera, todavía viva. Esta impresión se debe en gran medida al arte, que ha inmortalizado algunas de las ejecuciones más famosas como la de Juana de Arco; pero precisamente por ello se trata de la parte más espectacular -y cruel- de un procedimiento muy reglamentado.La brutalidad de este fenómeno es innegable: según las fuentes históricas, alrededor de cincuenta mil personas fueron quemadas en la hoguera y muchas más fueron torturadas por acusaciones de brujeríaen los cerca de tres siglos y medio que duró la caza de brujas -y aunque la práctica se suele asociar a la Edad Media, lo cierto es que se desarrolló mayoritariamente durante la Edad Moderna, entre mediados del siglo XV y finales del XVIII. Y muchos de estos procesos estaban, con toda probabilidad, manipulados; pero contrariamente a lo que se muestra en la ficción, estaban regulados y en muchos casos terminaban con una penitencia menor, siendo la hoguera la pena capital pero no la más habitual.

SOSPECHAS Y ACUSACIONES

Ante todo hay que diferenciar entre procesos por herejía y por brujería. Los primeros constituían una ofensa religiosa y su juicio correspondía exclusivamente a los tribunales de la Inquisición que, si bien bajo el amparo común del Vaticano, operaban de forma independiente en los diversos países, aunque poseían mecanismos que podríamos llamar de extradición. En cambio, los procesos por brujería podían ser iniciados no solo por tribunales eclesiásticos sino también por los seculares; esto se debe a que la brujería no era solo una ofensa a la religión sino que constituía un delito penal, ya que estos supuestos poderes podían usarse para causar daño a otras personas. De hecho, según Pau Castell Granados -profesor de Historia Medieval de la Universidad de Barcelona- “la mayoría de los juicios por brujería eran iniciados por tribunales locales presididos por autoridades seculares, y muchas veces a petición de la propia población; una población que, en un contexto de muertes y epidemias, presionaba a las autoridades para que persiguieran, encontraran y castigaran a los culpables”.

Amuleto alemán del siglo XVIII

La población rural se protegía de supuestos conjuros demoníacos mediante amuletos.

Foto: ALBUM

Y naturalmente, la culpa solía recaer en grupos marginados -como los judíos- o en personas que de alguna manera eran percibidas como extrañas a la comunidad, que vivían apartadas o no se adaptaban a las normas sociales, como mujeres solteras que se dedicaban a actividades consideradas sospechosas como la preparación de ungüentos. La mayoría de acusaciones partían de la propia comunidad, que a menudo acusaba a estas personas “sospechosas” sin más pruebas que el hecho de parecerlo. Y si bien parte de ello se debía a la urgencia de encontrar un culpable, es indudable que las antipatías personales estaban detrás de muchas acusaciones.

Normalmente la culpa de epidemias, muertes o cualquier otra desgracia inesperada solía recaer en grupos marginados, como los judíos, o personas apartadas de la comunidad.

No hay que olvidar que la brujería era, en esencia, una herencia de las supersticiones de raíz pagana que sobrevivían, bien de forma negativa como las maldiciones o de forma positiva como los remedios preparados por curanderas. Desgracias como la muerte inexplicable de personas o de animales, las epidemias o la pérdida de cosechas, que hoy resultan comprensibles gracias al conocimiento científico, eran por aquel entonces atribuidas a la práctica de la brujería por parte de individuos que querían mal a la población. Prueba de lo arraigadas que estaban estas creencias es que el miedo a estas supuestas maldiciones perduró en zonas rurales de Europa hasta principios del siglo XX.

EL PROCESO Y EL JUICIO

La primera fase del proceso era llamada inquisitio de vox et fama (investigación de voz y reputación), durante la cual los jueces realizaban una investigación entre la población de la comunidad: les preguntaban sobre las desgracias a las que atribuían la acción de la magia, las personas que consideraban sospechosas y los motivos concretos por los cuales creían que se trataba de brujas -por ejemplo, si eran curanderas que preparaban remedios o si sufrían enfermedades mentales que se atribuían a una posesión maligna.Con estas informaciones, el tribunal elaboraba una lista de posibles culpables que eran arrestadas, encerradas en un calabozo y convocadas para que declarasen acerca de las prácticas de las que se les acusaba. En el caso de acusaciones por delitos graves, además, sus bienes eran confiscados.

La presunción de inocencia era un concepto desconocido y la sola acusación de brujería ya se consideraba una prueba incriminatoria.

El concepto de presunción de inocencia era desconocido y se consideraba que un cierto número de acusaciones ya constituían, de por sí, una especie de prueba incriminatoria que por norma general los jueces buscaban reforzar y demostrar. En casos de poca gravedad, la mejor opción para la persona acusada podía ser la de reconocerse culpable y confesar, ya que así podían evitar las penas más duras y “expiar” su culpa mediante el pago de una multa o acciones de penitencia.De hecho, en algunas épocas incluso se intentaba incentivar esta vía ya que constituía una fuente de ingresos para las arcas públicas o de ayuda gratuita. No obstante, el precio a pagar para quien se confesaba culpable era el ostracismo y, tras cumplir su condena, no le quedaba otra opción que emigrar a un lugar donde no le conocieran.

T. Mattson. El interrogatorio de una bruja (1853)
Foto: CC

Si la persona acusada mantenía su inocencia, correspondía al tribunal probar que era una bruja. Como primer procedimiento habitual se procedía al examen del cuerpo en busca de “señales del maligno”, como verrugas o lunares de forma “extraña” que supuestamente eran la prueba de un pacto con el Diablo. Si se encontraban, constituían una prueba suficiente para la condena, pero generalmente no era así. Se iniciaba entonces la fase más cruenta del juicio, llamada interlocutoria tormentorum, es decir, interrogatorio bajo tortura. El objetivo era arrancarle una confesión, objetivo que más pronto que tarde se conseguía casi siempre, incluso con acusaciones tan disparatadas como transformarse en animales y provocar lluvias de granizo. No obstante, las declaraciones obtenidas de esta manera debían ser ratificadas posteriormente por la persona acusada.Todos estos procedimientos estaban descritos con macabra minuciosidad en manuales como el Malleus maleficarum (“El martillo de las brujas”), publicado en 1486 y considerado la Biblia de los cazadores de brujas, con una exhaustiva lista de acciones provocadas por la brujería, métodos de detección de presuntas brujas, preguntas para el interrogatorio y métodos de tortura. De ahí que las confesiones arrancadas bajo tortura sigan un patrón similar -la acusada se reúne con el Diablo en forma de macho cabrío en una montaña, le jura lealtad y mantiene relaciones sexuales con él- ya que se basan en lo que, según estos manuales, hacía supuestamente una bruja para obtener sus poderes.

Tortura de una acusada de brujería

Una de las torturas más habituales consistía en colgar a la acusada por las manos e ir añadiendo pesos en los pies, provocando la dislocación de los miembros.

Foto: CC

LA CONDENA

Por la propia praxis de estos procedimientos, la mayoría de juicios terminaban en condena. Las personas acusadas raramente sabían leer y podían firmar confesiones que eran incapaces de entender. Incluso aunque contasen con un abogado defensor, a menudo este tenía poco margen de maniobra ante las confesiones obtenidas mediante tortura y, dada la presunción de culpabilidad, para conseguir una absolución debía demostrar y convencer al jurado de su inocencia sin la menor sombra de duda.

Los procedimientos para conseguir la "confesión" de las acusadas de brujería incluían las más variadas torturas.

Los procedimientos para demostrar dicha inocencia eran por lo general absurdos, como sacar un objeto sumergido en agua hirviendo como prueba de fe; otras veces, si la acusada tenía suerte, resultaban más “sencillos”, como la llamada “prueba de las lágrimas” en la que se le inducía a llorar -incluso mediante violencia física- para demostrar que no era una bruja, ya que supuestamente estas habían perdido la capacidad de llorar mediante su pacto con el Diablo. En estos casos, la víctima podía considerarse relativamente afortunada al ser absuelta, a pesar de los tormentos que había sufrido durante el juicio.

La muerte de Juana de Arco en la hoguera

El 30 de mayo de 1431 Juana de Arco fue sentenciada a morir en la hoguera en Ruán (Francia). Se la acusaba de hereje, reincidente, apóstata e idólatra: el proceso fue ideado por los ingleses para desprestigiar al rey de Francia, que había obtenido el trono gracias a ella.

ANN RONAN PICTURE LIBRARY / HERITAGE IMAGES / GTRES

Si la sentencia era condenatoria, no necesariamente implicaba la muerte. Si el delito era considerado menor -por ejemplo, la elaboración de pociones- se podía imponer una penitencia a la persona condenada, previa abjuración ante la cruz y un Evangelio. Mediante la abjuración, la acusada reconocía sus faltas, se arrepentía de ellas y se comprometía a acatar en adelante los principios de la Iglesia. Con ello se ganaba el derecho al perdón y a la “reconciliación”, es decir, a ser aceptada de nuevo en el seno de la comunidad cristiana, habiéndose librado de su pacto con el Diablo.

La hoguera se reservaba para tres casos: los crímenes graves (que implicasen la muerte de personas o daños graves a la comunidad), los condenados que se negaban a reconocer su culpa o a arrepentirse de ella y los relapsos, es decir, aquellos que habiendo sido reconciliados reincidían en su crimen -siempre, claro, según el criterio del tribunal. Antes de la ejecución se les daba una última oportunidad para arrepentirse y, si lo hacían, se les concedía la “clemencia” de ser ahorcados o estrangulados antes de arrojarles a la pira; en caso contrario, se les quemaba en vida. Ese fue el caso de la más famosa condenada por brujería, Juana de Arco: para la mentalidad de muchos, sus proezas solo eran posibles para una enviada de Dios o para una bruja, y sus enemigos tenían clara la respuesta.

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