miércoles, 28 de agosto de 2019

El misterioso santo enjaulado que apareció en lo alto de un monte en Pontevedra

No hace milagros, no se sabe si es santo o santa y no tiene ni iglesia que lo acoja. Pero el Aparecido merece una fiesta maravillosa y guasona a finales de agosto en los Pazos de Borbén

SANTIAGO SEQUEIROS 
Hoy voy a empezar contándoles algo que ya saben. Rara es la villa, pueblo o incluso aldea minúscula de España que no tenga en sus inmediaciones una iglesia o ermita con una figura de devoción local. Siglos de tradición católica en España han salpicado toda nuestra geografía con un ejército de santos y vírgenes en número suficiente como para tomar los cielos al asalto, si nos pusiéramos a ello. Y eso por no hablar de la cantidad de reliquias -reales o falsas- repartidas con generosidad en esos mismos templos, que lo de la necrofilia religiosa viene de viejo. Solo en la Península Ibérica hay trozos de la Vera Cruz suficientes para construir una cabaña de madera y fémures de santo, cuerpos incorruptos de santas y cosas aún más peregrinas (existe incluso algo llamado el Santo Prepucio, que tiene que ser digno de admiración) como para llenar un museo de curiosidades. Pero lo que no es tan común es que en un pueblo celebren una romería en honor a un santo del que no saben absolutamente nada. Y es que por no saber, ni siquiera están seguros de si es un santo o una santa. Y por encima, lo mantienen en lo alto de una montaña, encerrado en una jaula. Por si acaso. Así que hoy nos vamos a Pazos de Borbén, en Pontevedra.
A finales de agosto se celebra una romería en lo alto del monte da Berra, cerca del pueblo de Pazos de Borbén. El río Borbén forma un gran valle que se esconde entre A Serra do Galleiro y los montes de Festín y cuando se llega a la cima del monte da Berra uno se encuentra un paisaje de belleza sobrecogedora. Justo en la cumbre del monte, y cerca de un precipicio se levanta una cruz sin nada en particular, excepto una jaula de acero encastrada a media altura de su fuste. Y dentro de esta jaula, está una vieja talla de piedra, con los rasgos ya borrados por el tiempo. Es difícil precisar si se trata de un hombre o una mujer y sobre los hombros tiene algo que podría ser parte de un traje o incluso las alas de un ángel, si se le mira desde el ángulo adecuado. 
La historia del santo misterioso se puede resumir muy rápido: Hace mucho tiempo, en una excavación, apareció la misteriosa figura. Esta es una constante en la aparición de figuras milagrosas desde la Edad Media, sobre todo las de advocación mariana, que solían ser figuras de la Virgen que algún pastorcillo encontraba al lado de una fuente o en un lugar sagrado. Pero en este caso, la figura es tan andrógina y con pocos rasgos que costaba encontrarle una identidad. Es, si me permiten la pequeña irreverencia, un "sin papeles" dentro del santoral. 
En vez de enviarla a un museo, los vecinos de la zona decidieron que sería una idea estupenda celebrar una romería que mezclase lo religioso con lo pagano -al fin y al cabo, no es un santo reconocido por la iglesia- y por lo tanto, desde hace mucho tiempo, reúnen a cientos de personas en lo alto de la montaña para honrar al "Santo Aparecido". Así, sin más complicaciones ¿Para qué molestarse en buscar un nombre, crear una leyenda sobre su milagrosa aparición o dotarle de un trasfondo? Lo único seguro es que tenían una imagen... y el resto ya iría sobre la marcha.
El problema es que, al no ser un santo reconocido, no había una sola iglesia que aceptase colocarlo dentro de alguno de sus templos, por lo que la única alternativa era dejarlo en la cima de la montaña en la que había aparecido. Eso a su vez suponía otro desafío, porque el alto del Monte da Berra es un sitio idílico en verano, pero es también un lugar inhóspito y poco visitado en los duros meses de invierno. La tentación de robar la figura podría ser irresistible para algún amigo de lo ajeno o, peor aún, se podría convertir en el objetivo de algún grupo de vándalos. Así que, ya metidos en harina, los vecinos decidieron que enjaular al santo, para su propia seguridad, sería la mejor opción. Ya, total, que más daba.
Y en estas estamos. Si pasan por Pazos de Borbén la última semana de agosto, no se pierdan la oportunidad de disfrutar de la hospitalidad de su gente y suban hasta lo alto del monte da Berra para contemplar al santo prisionero del que no se sabe nada más. Quizá ustedes saquen sus propias conclusiones. O no. Pero lo que es seguro es que no bajaran de esa montaña sin haber comido estupendamente y haber disfrutado de un buen rato de música y diversión. Porque quizá el Santo Aparecido no haga milagros, pero lo que si garantiza es una fiesta llena de buen ambiente. Que, si lo piensan bien, tampoco es poca cosa.

Manuel Loureiro

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