martes, 2 de julio de 2019

Abderramán III, el primer califa español

En enero del año 929, en pleno rigor del invierno, un gran número de mensajeros fueron despachados desde Córdoba en dirección a todos los confines de al-Andalus.Todos portaban una misma carta, destinada a los gobernadores de provincia, cuyo contenido debió de causar una sorpresa mayúscula: en un estilo solemne, el soberano omeya de Córdoba, Abderramán III, agradecía los dones que Dios le había otorgado, los consideraba digna recompensa por sus esfuerzos en defensa de la fe y anunciaba que, por todo ello, había decidido adoptar el título de califa, dignidad que habían ostentado sus lejanos ancestros, los califas de Damasco, pero que los omeyas de al-Andalus nunca habían reclamado, prefiriendo el mucho más modesto de emires. Aunque ahora, las cosas habían cambiado: "Todo el que usa el título de Comendador de los Creyentes (amir al-muminin), fuera de nosotros, se lo apropia indebidamente, es un intruso en él y se arroga una denominación que no merece".


Al proclamarse califa, Abderramán III estaba reclamando, como representante de Dios en la tierra, la dirección espiritual de todos los musulmanes del orbe. Lo hacía en competencia con los califas abbasíes de Bagdad, responsables de la desaparición de los omeyas de Damasco a mediados del siglo VIII y enemigos declarados de sus descendientes andalusíes. Sin embargo, nadie se llamaba a engaño. Los verdaderos enemigos de Abderramán III no eran estos antiguos y lejanos rivales, cuyo poder hacía aguas por todas partes, sino unos recién llegados que acababan de ocupar los territorios del actual Túnez en medio de grandes celebraciones y proclamas que anunciaban el advenimiento de una nueva era.
Abderramán reclamó el título ostentado por sus antepasados omeyas de Damasco, derrocados por los abasíes en el sigo VIII
Estos soberanos se hacían llamar fatimíes y reclamaban el califato en razón de una formidable genealogía que les hacía descender de Ali ibn Abi Talib, primo y yerno del profeta Mahoma, con cuya hija Fátima se había casado. Todos quienes creían que el fuerte carisma y la autoridad religiosa del Profeta se habían transmitido a la descendencia de su yerno Alí sólo podían sentirse impresionados por la llegada al poder de estos fatimíes: por primera vez el bando (shía) de Alí estaba en condiciones de guiar a la comunidad musulmana.

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Al adoptar el título califal y el apodo de al-Nasir, "el Victorioso", Abderramán III mostraba su disposición a aceptar el reto planteado por los fatimíes. Ostentar el califato no era para él una cuestión de genealogía, sino de merecimiento; no entrañaba lanzar mensajes demagógicos, sino demostrar con hechos la confianza que Dios había depositado en los omeyas. De este modo, Abderramán III, dos años después de proclamarse califa, decidió atacar a los fatimíes, ordenando que sus tropas cruzaran el Estrecho y ocuparan Ceuta. Iniciaba, de este modo, una larga secuencia de enfrentamientos con los califas fatimíes en el Magreb durante las décadas siguientes.


Con todo, no era sólo el nuevo panorama del mundo mediterráneo lo que impulsaba a Abderramán al-Nasir a tomar el título califal. También la propia evolución de la sociedad andalusí respaldaba su inédita decisión. Transcurridos dos siglos desde la conquista de 711, al-Andalus era ya un territorio con mayoría de población musulmana, una sociedad de "creyentes" sobre la que un califa ejercía su autoridad espiritual y terrenal. Esta conversión paulatina, pero masiva, de la población indígena parece haberse iniciado en fechas muy tempranas. Puede atestiguarse a través de indicios como las sucesivas ampliaciones de la mezquita de Córdoba, que llevaron casi a duplicar su superficie original en el siglo IX, o el gran número de mezquitas surgidas no sólo en la capital –algún autor habla aquí de más de un millar y medio–, sino también en ciudades como Sevilla, Toledo o Zaragoza, o en enclaves tan diversos como Tudela (Navarra), Almonaster (Huelva) o Tortosa (Tarragona).
En el siglo X, al-Andalus era un territorio con mayoría de población musulmana, sobre la que el califa ejercía su autoridad espiritual y terrenal
Esta proliferación de lugares de culto iba unida a un aumento de hombres de religión –los llamados ulemas–, gentes versadas en el derecho, la exégesis o la teología musulmanas, y que durante los siglos IX y X aparecieron por todas las latitudes de al-Andalus, señal inequívoca de un conocimiento cada vez mayor tanto del texto coránico como de la tradición profética musulmana entre amplias capas de la población.

01 corte abderraman III Baixeras. El califa en su palacio
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El califa en su palacio

Este óleo orientalista de Dionís Buixeras, pintado en 1885, muestra a Abderamán III en el salón rico de Medina Azahara. Tras años de luchas contra sus rivales internos y contra los reinos cristianos de la península, el califa de Córdoba decidió retirarse a Medina Azahara, el palacio-fortaleza donde instaló su corte y donde se dedicó a recibir y agasajar a embajadas extranjeras hasta su muerte, en 961. Paraninfo de la Universidad de Barcelona.

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