martes, 2 de mayo de 2017

Los cátaros: en busca del Santo Grial

En el siglo XIV, la Inquisición dio muerte al último cátaro. Quinientos años más tarde, este movimiento herético despertó el interés de escritores y adeptos al esoterismo

Cuenta la leyenda que en el año 1321, el último cátaro de Occidente, Guilhem Belibasta, pronunció la siguiente profecía antes de morir en la hoguera: «Después de seiscientos años, el olivo volverá a reverdecer sobre las cenizas de los mártires», vaticinio que ha inspirado durante muchos años una visión romántica del catarismo. Sin embargo, estas palabras no se encuentran en los documentos de la época; en realidad, el texto pertenece a un poema occitano de August Teulié titulado Mountsegur y publicado en 1905. Éste es uno de los muchos mitos del catarismo, la mayoría de los cuales nació durante el siglo XIX. Aparecieron en una época marcada por la interpretación esotérica de la historia de los cátaros que se realizó en el marco del movimiento felibre. Lo formaron escritores provenzales para proteger y cultivar la lengua occitana, que se hablaba en la Francia meridional, la antigua Occitania (y de la que el provenzal era una variante). Los felibres veían en el catarismo un símbolo de la identidad de esta región, cuya cultura e historia se proponían recuperar. Y es que fue allí, en el sur de Francia, donde en el siglo XII arraigó aquel movimiento herético.
Para los cátaros no había un solo dios, sino que existían dos realidades opuestas: el bien y el mal, y dos divinidades irreconciliables, Dios y Satán. El primero era el creador del mundo espiritual y el segundo había creado todo lo material: el mundo y sus criaturas. El espíritu vivía prisionero en los cuerpos de los hombres, atado por los deseos y las pasiones. Jesucristo, hijo de Dios, era un ser puramente espiritual que vino a la Tierra para proporcionar un bautismo que garantizaba la salvación: el consolamentum, que se había ido transmitiendo desde entonces mediante la imposición de manos. Era el único sacramento que admitían los cátaros y lo administraban los miembros más puros de la comunidad, los bons homes, a quienes la Iglesia católica llamó «perfectos» en son de burla.

El tesoro de los cátaros

Protegido por la nobleza occitana el catarismo fue destruido por una cruzada que empezó en 1209, y tuvo su hito más significativo en la toma del castillo de Montsegur en 1244 y la quema de los cátaros allí refugiados. Éste fue el origen de una de las leyendas más famosas: la del «tesoro de los cátaros», surgida de las declaraciones inquisitoriales realizadas tras la caída del castillo. En una de ellas, el hereje Arnaut Rotger de Mirepoix afirmaba que «cuando los perfectos salían del castillo de Montsegur para ser entregados a la Iglesia y al rey, Pèire Rotger de Mirepoix retuvo en el castillo a Amiel Aicart y su compañero Hug, y de noche, después de que el resto de perfectos hubieran sido quemados en masa, Pèire Rotger los escondió y se evadieron; y esto se hizo para que la Iglesia de los herejes no perdiera su tesoro que había sido escondido en los bosques». Otra declaración, de Imbert de Salles, afirmaba que «sacaron el oro y la plata e infinidad de monedas».
Estas palabras ponen de relieve que existía un tesoro cátaro y que fue evacuado del castillo antes de la conquista cruzada. Posiblemente debió de estar formado por el dinero con el que se sufragaban los gastos del castillo y los objetos de valor que conservaban los asediados. Por otras declaraciones sabemos que los perfectos lo pusieron a salvo dos veces: la primera, durante la Navidad de 1243, en pleno asedio y para esconderlo en los alrededores; la segunda, durante la noche anterior a la rendición, para llevarlo a otro escondite. Como los relatos no ofrecen más información, se han planteado muchas hipótesis sobre este nuevo emplazamiento. Lo más plausible es que fuera ocultado en alguna de las cuevas o grutas de las montañas del Sabarthez, donde se solían esconder los fugitivos de la justicia.

En busca del Grial

La naturaleza del tesoro también sería objeto de numerosas especulaciones. En el siglo XIX, el escritor Joséphin Péladan fue el primero que impulsó el vínculo entre el Grial y los cátaros, al relacionar Montsegur con Montsalvat, la montaña mágica que albergaba el Grial en una ópera de WagnerParsifal. Ésta, a su vez, se basaba en el Parzival de Wolfram von Eschenbach, una novela alemana sobre el Grial compuesta hacia 1240. A partir de esta teoría, varios autores desarrollaron la idea de que el tesoro de los cátaros era el famoso Grial de las novelas de caballería.

La leyenda que unía el Grial y los cátaros culminó después de la Primera Guerra Mundial con la aportación de algunos intelectuales del nazismo. Su principal artífice fue Otto Rahn, autor de una teoría sobre el Grial que motivó la visita de Heinrich Himmler al monasterio de la montaña de Montserrat el 23 de octubre de 1940, en busca de su posible emplazamiento.
Otto Rahn había cursado filología y se convirtió en un estudioso de las leyendas literarias de la Edad Media, entre ellas, la del Grial.
También visitó y estudió el castillo de Montsegur. En 1933 escribió La cruzada contra el Grial, un libro fundamentado en la novela de Von EschenbachRahn buscó el trasfondo histórico de la leyenda de Parzival y llegó a la conclusión de que los cátaros fueron los últimos protectores del Grial, que custodiaban en Montsegur. Con el nazismo en el poder, Rahn fue reclutado por Himmler como oficial de las SS y trabajó para la inteligencia alemana en el sur de Francia.

A raíz de sus nuevas investigaciones, Rahn publicó en 1937 su segunda obra, La corte de Lucifer, esta vez de espíritu nacionalsocialista y con connotaciones antisemitas, que tuvo una gran repercusión y contribuyó a situar el Grial en la montaña de Montserrat.
¿Escondieron los cátaros el Grial? En realidad, el Grial es un producto literario de las novelas de caballería, un símbolo de perfección espiritual cristiana. Y no hay que olvidar que el motivo central del Grial es el oficio religioso, la misa, que los cátaros repudiaban: sólo aceptaban el ritual del consolament.

Un templo solar

Después de la Segunda Guerra Mundial aparecieron nuevas leyendas sobre Montsegur. Una de las más importantes fue la idea de que el castillo era un templo cátaro. Fernand Niel, ingeniero e historiador de Béziers, fue uno de los impulsores de esta hipótesis durante la década de 1950, cuando presentó una serie de trabajos con detalladas mediciones y cálculos para concluir que Montsegur era en realidad un templo solar y zodiacal meticulosamente preparado durante el período de los cátaros, capaz de detectar los solsticios y los equinoccios con la alineación de los muros. Sin embargo, los trabajos arqueológicos posteriores demostraron que la fortaleza fue derruida tras la conquista cruzada y que no se conservan trazas del recinto que en su día albergó a los cátaros. La estructura que aún hoy sigue en pie fue obra de los nuevos señores católicos, que remodelaron la fortaleza anterior.
Durante la década de 1960, la televisión contribuyó a la difusión de mitos cátaros y a consolidar los lugares de culto de su memoria. En tal sentido cabe recordar un documental emitido en marzo de 1966 por la televisión francesa que dio a conocer al gran público la tragedia de los cátaros de Montsegur, convirtiéndolo en el lugar más importante de la historia de los cátaros. Este trabajo consolidó la imagen trágica del «campo de los quemados» de Montsegur, donde en 1244 ardieron más de 225 cátaros.

Desde entonces se ha desarrollado una imagen de los cátaros que poco tiene que ver con su historia y que en el sur de Francia ha dado lugar a una pujante actividad turística en base a la ruta de los «castillos cátaros». En realidad, no existen tales castillos: excepto en los casos de Montsegur y, en parte, de Quéribus, que acogieron a comunidades heréticas, el resto son, como mucho, fortalezas donde puede que, en algún momento, vivieran cátaros.
Tampoco existen las llamadas «cruces cátaras». No es de extrañar, porque, como se preguntaba Guilhem Belibasta, el último cátaro, ¿acaso algún cristiano puede adorar la cruz cuando fue el lugar del martirio del hijo de Dios? Las cruces que hoy día se conocen como «cátaras» son, en realidad, emblemas de la nobleza occitana que respaldó de forma más o menos intensa a los cátaros. La frontera entre leyenda y realidad es tan ambigua como frágil, y, como nos recuerdan los mitos sobre el catarismo, la leyenda se ha impuesto muchas veces a una realidad demasiado prosaica.

Para saber más

Nosotros, los cátaros. Prácticas y creencias de una religión exterminada. Michel Roquebert. Crítica, Barcelona, 2010.
Cátaros e Inquisición en los reinos hispánicos. Sergi Grau. Cátedra, Madrid, 2012.
Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo. Rosa Sala Rose. Acantilado, Barcelona, 2003.
El testamento del último cátaro. Antoni Dalmau. Temas de Hoy, Madrid, 2006.
National Geogrpahic

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