martes, 18 de agosto de 2015

“Sin Pablo, el cristianismo habría sido una secta judía”

A Pedro Miguel Lamet, jesuita, teólogo, escritor, periodista, poeta, filósofo y profesor de cine, la figura de Pablo de Tarso le sobrepasaba. Ha escrito medio centenar de libros, entre otros las mejores biografías sobre Juan Pablo II, el prepósito Pedro Arrupe y los jesuitas del Pozo del Tío Raimundo José María de Llanos y José María Díez-Alegría, y también decenas de ensayos y hasta diez novelas históricas. Sin embargo, dudó durante años ante el reto de abordar la ajetreada vida del llamado apóstol de los gentiles, primer responsable de organización del cristianismo, hasta entonces una acobardada secta del judaísmo después de la crucifixión de su fundador, el nazareno Jesús. Por fin, Lamet (Cádiz, 1941), lo hace en 370 páginas en El resplandor de Damasco. Pablo de Tarso, el apóstol de las naciones (La Esfera de los Libros).
Pregunta. ¿Por qué esas dudas en alguien como usted, acostumbrado a historias más complejas, como las tribulaciones de la Compañía de Jesús en España, que relata en El último jesuita?
Respuesta. Pablo provoca un contraste de amor y rechazo, una mezcla de subida teología inasequible y excesiva seguridad en sí mismo, la convergencia de un carácter fuerte y una debilidad de vaso de barro. Buscaba responderme a mí mismo en un libro sobre sus paradojas y hacerlo vivo y asequible a través de una novela a la vez divertida y rigurosa. Pablo sigue siendo un desconocido para muchos creyentes, incluidos no pocos sacerdotes.
Sigue siendo un desconocido para muchos creyentes, incluso sacerdotes"
P. ¿Qué encontró al final de la búsqueda?
R. He encontrado un Pablo más tierno de lo que parece, apasionado, gigantesco, y a un verso suelto, que actúa por libre gracias a una iluminación interior muy potente, articulada desde una base cultural e intelectual judeo-helénica-romana. Algunos han dicho que estaba loco. ¿Qué loco es capaz de llevar adelante tan eficaz estrategia de difusión? Físicamente era poca cosa, tirando a feo, pero tenía magnetismo.
¿Qué loco es capaz de llevar adelante tan eficaz estrategia de difusión?”
P. ¿Tiene sentido calificarlo como el primer secretario de Organización del cristianismo?
R. Sin Pablo no habría cristianismo. Se habría reducido a una secta judía. Jesús es un predicador rural que solo se dirige “a las ovejas de Israel”. El nombre de cristianos es acuñado por los romanos en Antioquía. Gracias a cómo Pablo contesta a la Iglesia de Jerusalén se rompe el gueto judío, y gracias a su independencia creativa se produce la expansión universal. Pablo es el creador de un marketing muy eficaz. Frente a las aburridas y complicadas religiones mistéricas de Grecia y Roma, ofrece un par de sencillas ideas: el hombre se salva mediante el asentimiento de la fe y la praxis del amor, y el único rito requerido es bien humano: una comida entre hermanos.
P. ¿Con qué mimbres elaboró Pablo su manual de campaña?
R. Con una red de iglesias domésticas en las grandes ciudades de la época, Roma, Éfeso, Antioquia y Corinto, que mantienen sobre todo mujeres. Su comunicación es el boca a boca y correos navales que transportan los rollos de papiro que contienen sus cartas. ¿La economía? Compartir bienes y ayuda mutua. Pablo es autónomo, vive de su trabajo, lleva en su morral las herramientas de curtidor de tiendas.
P. Es soberbia la historia de la caída del caballo cuando iba a Damasco a apedrear cristianos. No resulta creíble.
R. Pablo es el fanático fariseo que guarda impasible las ropas del apedreado Esteban. De pronto, la luz le cambia la vida y de perseguidor se transforma en perseguido por el Mesías, que le ha derribado. Surge entonces, por su formación y conocimiento de la Biblia, el primer teólogo de la historia. Después de peregrinar por Arabia se pasa solo quince días en Jerusalén para contactar con los apósteles. Sale por piernas casi siempre por donde pasa. Su conexión con los apóstoles-testigos es mínima. Actúa por libre.
P. Según su relato, para la historia de la Iglesia romana parece más decisivo Pablo que Pedro, presentado como el primer Papa.
R. Hay tres figuras clave en la primitiva Iglesia: a la derecha, Santiago, el “hermano de Jesús” —casi desconocido, del que apenas se habla—, que no se convierte hasta después de la muerte de Cristo, pegado a la ley mosaica, que quiere llevarse bien con el poder judío y llega a enviar espías a Pablo; a la izquierda, Pablo, aperturista e independiente, que se siente apóstol y directamente enviado, supera la circuncisión y prescripciones judías y abre el cristianismo a los paganos “hasta los confines de la tierra”; y en medio, en el centro, Pedro, que contemporiza con los dos y recibe bofetadas de ambos.

El mejor de los apóstoles o un gran falsificador

J. G. B.
Pablo es la figura más documentada del Nuevo Testamento, gracias sobre todo a sus cartas, y a Los hechos de los apóstoles, que vienen a ser la primera crónica biográfica del apóstol escrita apologéticamente por Lucas. Nacido en la ciudad cilicia (hoy turca) de Tarso, entonces un importante núcleo comercial en la ruta de Anatolia a Siria, Pablo siempre ha suscitado controversias entre cristianos y judíos y es hoy el más citado de todos los apóstoles (sin haberlo sido realmente: no conoció a Jesús sino de oídas), muy por delante de Pedro, tenido por el primer papa romano. Nietzsche lo presenta en El Anticristo como el auténtico fundador del cristianismo y, al mismo tiempo, como su “gran falsificador”. En todo caso, lo que no lograron ni profetas ni rabinos, lo logró él: difundir por todo el mundo la fe en el Dios de Israel. “Con toda razón dijo Pablo, hablando en defensa propia, que su obra había sido mayor que la de los demás apóstoles”, sostiene Hans Küng en ‘Pablo de Tarso. El cristianismo se convierte en religión universal’ (Trotta. 1995).
Muy conflictivo en vida, lo ha seguido siendo a través de la historia, suscitando intensas controversias entre biblistas, teólogos, historiadores, exegetas e investigadores creyentes, agnósticos o ateos, cristianos o judíos. Predicado, mitificado, manipulado y estudiado con pasión, las interpretaciones se disparan aún ahora: desde la herejía del dualista Marción en el siglo II, a recientes estudios que pretenden demostrar que Pablo no dejó de ser judío, pasando por la teoría de la justificación por la fe de Lutero, origen de la Reforma, y la rocambolesca tesis de que fue el culpable remoto del exterminio nazi.
Entre las biografías asequibles a un lector medio destacan San Pablo, Heraldo de Cristo, de Joseph Holzner; Pablo el apóstol de las gentes, de Rinaldo Fabris; Pablo de Tarso y los orígenes del cristianismo, de G. Barbaglio; Pablo de Tarso, de Borkamm; Pablo, su historia, de Murphy-O’Connor; Pablo apóstol, ensayo de biografía crítica, de Simón Légasse; Pablo, el apóstol de los paganos, de Jürgen Becker, quizás una de las más científicamente críticas; Pablo de Tarso, apóstol y testigo, de Joachim Gnilka; Pablo, apóstol y mártir,de Jean Colson; Itinerario espiritual de San Pablo, de Luicen Cerfaux, y como síntesis de todos los temas paulinos, Pablo de Tarso, de Juan José Bartolomé Lafuente. Tuvo impacto en el lector español de su tiempo El Evangelio de Pablo (1988), del canónigo y periodista José María González Ruíz.
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