“¡Atrévete a pensar!” (Sapere Aude). Tomada de la segunda epístola de Horacio popularizada por Kant en ¿Qué es la Ilustración?
Kant es el Copérnico de la filosofía: revolucionó a través de su teoría, el entendimiento se apartó de la realidad y el centro se volvió la experiencia. De manera más simple: Kant dejó de mirar la realidad para preguntarse de qué manera podía comprender el entendimiento.
Immanuel Kant fue bautizado como Emanuel, pero cambió su nombre a Immanuel tras aprender hebreo. Nació el 22 de abril de 1724 en Königsberg, fue el cuarto de nueve hermanos, de los cuales sólo cinco alcanzaron la adolescencia, creció en un hogar pietista que ponía énfasis en una intensa devoción religiosa, la humildad personal y la interpretación literal de la Biblia. Se matriculó en la Universidad de Königsberg en 1740, ahí estudió la filosofía de Leibniz y Wolff con el profesor Martin Knutzen, racionalista quien lo introdujo en la nueva física matemática de Newton y lo previno del idealismo, pensamiento que refutaría en una de sus obras principales: Crítica de la razón pura. En 1770, a la edad de 45 años, Kant fue nombrado finalmente Profesor de Lógica y Metafísica en la Universidad de Königsberg.
Murió el 12 de febrero de 1804. Cerca de la tumba se halla una placa con la siguiente inscripción tomada de la «Conclusión» de Crítica de la razón práctica: “Dos cosas me llenan la mente con un siempre renovado y acrecentado asombro y admiración por mucho que continuamente reflexione sobre ellas: el firmamento estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí”.
Entre sus obras destacan la Crítica de la razón pura (1781, en la que habla sobre las condiciones del conocimiento), la Crítica de la razón práctica (1788, sobre la moral) y la Crítica del juicio (1790, que habla sobre la estética y los fines supremos). A través de estas obras busca contestar las tres grandes preguntas: ¿qué puedo conocer? ¿qué debo hacer? Y ¿qué me cabe esperar?
Prólogo a la segunda edición de la Crítica de la razón pura.
Kant logró superar al racionalismo y el empirismo enfocando su punto en la cuestión del conocimiento o del entendimiento, con lo que colocó en el centro al sujeto. Sostenía que los filósofos anteriores (racionalistas y empiristas) se enfocaban y discutían sobre lo que conocían. Unos afirmaban que conocemos “ideas” por medio de la razón (juicios a posteriori) y otros que conocemos “fenómenos” a través de los sentidos (juicios a priori); pero ambos coincidían que el “conocer” es reproducir las cosas de un modo pasivo, receptivo. Para Kant, el centro del problema no era: ¿Qué conocemos? (el objeto), sino ¿Cómo conocemos? (el sujeto); el sujeto no encuentra el objeto del conocimiento sino que lo construye, es un sujeto activo. En términos del filósofo no se conoce “la cosa en sí”, es algo que no podemos saber, pero la construimos gracias al mundo del entendimiento que habitamos; alcanzó una nueva corriente filosófica en la que tomó los ideales de ambas líneas y logró un cambio.
Pongamos un ejemplo, tomado de El Mundo de Sofía, de Jostein Gaarder:
–Quiere decir que la conciencia del ser humano no es una «pizarra» pasiva que sólo recibe las sensaciones desde fuera. Es un ente que moldea activamente. La propia conciencia contribuye a formar nuestro concepto del mundo. Tal vez puedas compararlo con lo que ocurre cuando echas agua en una jarra de cristal. El agua se adapta a la forma de la jarra. De la misma manera se adaptan las sensaciones a nuestras «formas de sensibilidad».
–Creo que entiendo lo que dices.
–Kant decía que no sólo es la conciencia la que se adapta a las cosas. Las cosas también se adaptan a la conciencia. Kant lo llamaba el «giro copernicano» en la cuestión sobre el conocimiento mano. Con eso quería decir que la idea era tan nueva y tan radicalmente diferente a las ideas antiguas como cuando Copérnico había señalado que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol y no al revés.
–Ahora entiendo lo que quería decir cuando decía que tanto los racionalistas como los empiristas tenían algo de razón. En cierta manera, los racionalistas se habían olvidado de la importancia de la experiencia, y los empiristas habían cerrado los ojos a cómo nuestra propia razón marca nuestra percepción del mundo.
Kant concedió a los empiristas que todo el conocimiento comienza con la experiencia, sin el aporte de ésta las formas de la razón quedarían vacías. Sin embargo, agregaba que no todo conocimiento proviene de la experiencia, sino también de lo que el sujeto aporta –y de su manera de interpretar la experiencia de acuerdo a sus condiciones de tiempo y espacio. Al mismo tiempo, la crítica kantiana es una especie de crítica ideológica del espíritu humano: cuando no conozco las condiciones de posibilidad de mis experiencias, tiendo a proyectarlas a la realidad. Por ejemplo, la palabra “Dios” (Gott en alemán) suena de manera muy similar a la palabra “pan” (Brott, en alemán) y desde el punto de vista gramatical ambas se usan de forma idéntica, lo que hace creer que Dios es tan real como el pan, aunque se carece de toda experiencia sensible de Dios.
Kant transformó radicalmente la concepción del conocimiento. Prácticamente todas las teorías son constructivistas, somos nosotros quienes construimos nuestra realidad, por lo tanto: los límites de nuestro conocimiento se dan por esta construcción. Del mismo modo que solamente podemos oír los sonidos comprendidos dentro de determinada frecuencia de onda, y no las ondas ultrasónicas que si pueden escuchar los perros.
Los factores de nuestro sistema cognoscitivo pueden estar condicionados por factores cambiantes como: la historia, la sociedad, el sexo, la cultura, el contexto o de intereses inconscientes. Todos descubrían así las razones de la estrechez de su visión: un capitalista sólo puede pensar en términos de maximización del beneficio, sólo puede pensar en categorías económicas; dando pie a la “sospecha ideológica” que precedería los dos siglos siguientes a la filosofía kantiana, proporcionando justificaciones puesto que no se era consciente.
A pesar de su carácter oscuro y hermético, los textos de Kant operaron una verdadera revolución en la filosofía posterior cuyos efectos llegan hasta la actualidad.
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