¿Cuándo fue la última vez que te tomaste un minuto para respirar? Simplemente, para eso, respirar. Sin mirar el móvil, hablar con nadie ni hacer nada más que estar en el momento presente. Vivimos rodeados de prisas, tareas pendientes y pantallas que nos roban el tiempo, la atención y la conexión con el presente. Por eso no somos felices.
Esta es una de las muchas enseñanzas que nos dejó Thich Nhat Hanh, uno de los grandes referentes del mindfulness en Occidente. Si no estamos conectados con el presente, no podemos ser felices. Porque la felicidad está en esas pequeñas cosas que se nos escapan.
EL ARTE DE LA ATENCIÓN PLENA
Como maestro budista, Thich Nhat Hanh tuvo que recorrer la senda de la meditación. Una de sus ramas es la de la conciencia plena. Debemos comprender que el objetivo último del budismo es evadir el sufrimiento. Y para los budistas, este tiene un origen principal: el ego.
Podríamos pasarnos horas debatiendo sobre la conciencia del yo occidental y la idea del ego en oriente. Pero lo que se haría evidente al final de la conversación es que es nuestra percepción de las cosas lo que nos hace sufrir. Nuestro cerebro tiende a distorsionar, a imaginar, a fingir. Y nuestro ego se resiente.
El ego es el causante de que te lances cada mañana a la calle, sin pensar en el café que te has tomado, en tu vecino que te saluda con amabilidad, ni en las carreteras pavimentadas gracias a las cuales llegas a tiempo a tu trabajo. Somos esclavos de nuestros egos, que nos dicen que en este mundo solo existimos nosotros, y se olvida de los pequeños detalles que nos rodean y en los que, de hecho, podemos encontrar la felicidad.
El mindfulness, o conciencia plena, es arte de desacelerar el ritmo de los pensamientos para obligarnos a tomar conciencia. Es, como lo define Vicente Simón, autor de Iniciación al mindfulness, “abrir resquicio al silencio, a la ausencia de actividad”. Porque solo desde ese silencio podemos apreciar las pequeñas cotas de felicidad que tenemos al alcance de la mano.
EL MUNDO ES UN LUGAR MARAVILLOSO
De cuando en cuando deberíamos obligarnos a pensar que, en realidad, el mundo es un lugar maravilloso. Porque quizá al hacerlo nos daríamos cuenta de que es cierto.
La profesora y doctora en Estudio Budistas, Paula Arai, escribe así en El libro de la sanación zen: “el suelo, la luz solar, el agua, los insectos… infinidad de causas y condiciones dan origen incluso a un simple grano de arroz.
Percibir eso hace que nuestras conexiones con las condiciones cósmicas sean palpables, incluidas las explosiones estelares que hace mucho tiempo generaron los minerales de nuestra comida”. La suya es una de esas grandes reflexiones que, al interiorizarlas, demuestran la belleza del mundo.
Vivimos, al fin y al cabo, en un universo en el que existe el arroz. De todos los universos posibles, de todos los millones de casualidades posibles, vivimos en el mundo en el que existe el arroz. También el café. Y las flores. Y las abejas. Y la Luna. Y la brisa. Y tú. Y yo. Existimos en el mundo en el que todo esto es posible, pero enajenados por el ego lo olvidamos.
Es eso a lo que se refería Thich Nhat Hanh cuando dijo “el momento presente está lleno de alegría y felicidad, pero no lo ves porque no estás atento. Si estás atento lo verás”. ¿Y por qué no lo vemos? Porque el ego nos instala en el futuro y en el pasado
EL PASADO, EL FUTURO
El ego una vez más nos tiende su trampa para hacernos creer que existe algo más que el presente. Lo que vivimos en el pasado nos condiciona, lo que ocupa el futuro nos asusta. Y no nos damos cuenta de que ni uno ni el otro existen en realidad.
Al mantener la mente ocupada en el pasado surgen la culpa, la vergüenza y también el autoengaño. Porque con la nostalgia, vestimos sucesos del ayer con nuevas ropas, y nos imaginamos que fueron tiempos mejores solo porque quedaron atrás.
El futuro despierta la ansiedad, el miedo y la incertidumbre. Nos desasosiega no poder influir ni controlar algo que todavía no existe. Nada podemos hacer para cambiar el futuro, porque aún no se ha dado. Pensar en cómo actuaremos cuando una hipotética situación futura nos dé en las narices es absurdo.
Y mientras que el ego nos secuestra en el futuro y el pasado, nos perdemos el arroz, el café, las flores, las abejas, la Luna, la brisa. Y a ti, y a mí.