La hora de Dios no se deja encerrar en calendarios ni en previsiones humanas; llega cuando menos lo esperamos, porque Dios irrumpe siempre de modo sorprendente y desconcertante.
Estar en vela no significa vivir angustiados, sino mantener el corazón despierto, libre de rutinas que adormecen y de seguridades que nos vuelven ciegos.
Es vivir atentos a los pequeños signos que revelan su presencia: una palabra que ilumina, una necesidad que nos llama, una persona que nos sacude, un silencio que nos abre los ojos.
Adviento es aprender a no dar nada por supuesto y a reconocer que Dios puede venir por cualquier camino y a cualquier hora.
Por eso la vigilancia es una forma de amor: quien ama espera, y quien espera permanece despierto.
Así, velando con humildad y esperanza, descubrimos que la hora de Dios no está lejos, sino que se acerca suavemente a nuestra vida.
Juan Antonio Mateos Pérez
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