La Unicidad del Ser
La doctrina de la Unicidad del Ser está también implícita en el Nombre Divino al-Þaqq, la Verdad, la Realidad, pues afirmar la Realidad como característica esencial de la Deidad no podría tener sentido si algo distinto de Dios fuese real. La palabra «Ser» expresa esta Absoluta Realidad, pues se refiere a Aquello que es, como opuesto a lo que no es, y la Unicidad del Ser es la doctrina según la cual detrás del velo ilusorio de la pluralidad creada está la única Verdad Divina: no que Dios esté formado por partes, sino que subyacente a cada elemento separado del universo creado está la Única Plenitud Infinita de Dios en Su Indivisible Totalidad.
Toda mística comprende necesariamente estos diferentes niveles de pensamiento, puesto que es, por definición, el paso de lo finito a lo Infinito. Tiene un punto de partida y un Fin, y no puede pasar por alto lo que se encuentra entre los dos. Ésta es la razón por la que es poco probable que las afirmaciones de un místico procedan todas de un mismo punto de vista, y esto es especialmente cierto en lo que se refiere a las expresiones más espontáneas, como las de la poesía. Pero es natural que los maestros espirituales hayan insistido sobre todo en la Waúdat al-Wuÿèd, porque es la Verdad Suprema y, por consiguiente, el fin último de toda mística; es también, por esta misma razón, el punto de vista «más alejado» del discípulo y aquél para cuya adopción necesita más ayuda. La insistencia incansable sobre la doctrina tiene por consiguiente un gran valor metódico, por no decir «hipnótico»18 pues ayuda al discípulo a situarse virtualmente en el eterno Presente cuando no puede hacerlo de modo actual. El Tratado de la Unidad dice: «Nuestro discurso (es decir, la formulación de la Unidad del Ser) se dirige al que tiene resolución y energía para esforzarse en conocerse a sí mismo con objeto de conocer a Dios, y que mantiene vivos en su corazón la imagen de su búsqueda y su deseo de alcanzar a Dios; no es para el que no posee aspiración ni meta.»
Los tres mundos
A Dios pertenece la prerrogativa del Ser, y el Ser es el verdadero Sí Mismo de
Aquel que es. Es el Ser Absoluto que no se puede limitar ni medir, ni poner de lado. No puede existir otro ser al lado de este Ser, en virtud de Su Infinitud, de la Fuerza de Su Manifestación y de la Inmensidad de Su Luz. Debes saber que este Ser no tolera ninguna negación en el ojo interior de los Gnósticos, como tampoco los objetos sensibles toleran ninguna negación en la visión de los que están velados (por la ignorancia). E incluso la evidencia de la verdad espiritual es para el Intelecto más fuerte y más directa que la evidencia del objeto sensible para los sentidos. Así, la Manifestación del Ser Absoluto se impone a la percepción del Sufí de tal forma que éste se halla completamente sumergido en su realización del Infinito. Si recorre el vasto Sin-Principio no descubre ningún punto de partida, y si se vuelve hacia el Sin-Fin, no encuentra ni límite, ni finalidad. Se sumerge en las profundidades del Misterio más secreto y no encuentra salida, y se eleva a través de la jerarquía de la Manifestación Exterior y no halla escape, de modo que, en su perplejidad, implora un refugio.
La Verdad trasciende todas las cualidades de las cosas contingentes, y si los Gnósticos retiran la envoltura exterior de Su Cualidad de Trascendencia quedan maravillados, pues descubren que la Verdad trasciende la Trascendencia. Desean entonces describir estos misterios maravillosos, pero la profusión de las letras del alfabeto sobre sus lenguas les es un obstáculo; puede ocurrir, pues, que surja una expresión que se parezca a una comparación, capaz de ofender al oído de los que están velados, aunque esta expresión sea en realidad una afirmación extrema de la trascendencia. Nadie está libre de caer en la trampa que consiste en cualificar a la Verdad y en hacer comparaciones respecto a Ella, excepto aquel que se convierte en compañero de los Gnósticos y pisa el camino de los que realizan la Unidad…
En su enseñanza oral, el Šayj acostumbraba a parafrasear como sigue las fórmulas del Šayj Al-Bèz´d´ sobre estas verdades: «El Infinito o el Mundo de lo Absoluto, que concebimos como exterior a nosotros, es, por el contrario universal y existe dentro de nosotros así como fuera. Sólo hay Un Mundo, y es Él. Lo que vemos como el mundo sensible, el mundo finito del tiempo y del espacio, no es más que una conglomeración de velos que ocultan el Mundo Real. Estos velos son nuestros propios sentidos, nuestros ojos son los velos de la Verdadera Visión, nuestros oídos son los velos de la Verdadera Audición, y lo mismo ocurre con los demás sentidos. Para poder tomar consciencia de la existencia del Mundo Real es necesario apartar los velos de los sentidos…
El simbolismo de las letras del alfabeto.
El Šayj menciona los juncos de los que está tejida una estera como símbolos de las Manifestaciones de las Cualidades Divinas de las que todo el universo está tejido. Entontramos un simbolismo análogo, pero más complejo, en su pequeño tratado titulado El Libro del Prototipo Único (Al- Unmûaÿal-Farïd) que indica la vía de la realización perfecta de la Unidad considerando lo que significa el envolvimiento de las Escrituras Celestiales en el Punto de la Basmala.
La Gran Paz
El ritmo puede servir ritualmente como puente entre la perpetua fluctuación del mundo, o más particularmente, del alma, y la Inmutabilidad del Mundo Infinito de la Divina Paz. En otras palabras, el ritmo, como la letra Bâ’, por cuya mediación las letras del alfabeto son reabsorbidas en el Alif es un símbolo del Profeta en su función de Hombre Universal, pues éste personifica a todo el universo creado, el macrocosmo, que es de hecho el puente entre el microcosmo, el pequeño universo del individuo, y el Metacosmos, el Infinito Más Allá. Este paso de la agitación a la Paz a través del ritmo, del microcosmo al Metacosmos a través del macrocosmo, del hombre individual a Dios a través del Hombre Universal está reflejado no sólo en la danza sagrada de la éar´qa ‘Alaw´-Darqáw´, sino también en el rosario. En la danza es sobre todo la respiración la que está sujeta al ritmo. El ritmo ordinario de la respiración representa el individuo, el microcosmo, y el sacrificio de los ritmos individuales de los danzantes al ritmo macrocósmico de la danza es un modo de «arrepentimiento» o de «petición de perdón», que es la primera fórmula del rosario. El ritmo de la danza misma, el ritmo del universo, corresponde a la segunda fórmula del rosario, la invocación de Bendiciones para el Profeta, a través del cual el alma es desindividualizada y universalizada. Más allá de su aspecto de plenitud, esta segunda fórmula tiene también un aspecto de extinción o de vacío ante la Faz del Absoluto sobre el que se abre, y sus palabras finales, que son una plegaria por la Paz, son en cierto sentido análogas al final de la danza, en el que la respiración rítmica «expira» y los danzantes se dejan caer al suelo en reposo.
«Cuando el Gnóstico conoce a Dios en Su Esencia y Sus Cualidades y está anegado en su visión directa, esta Gnosis no debe llevarse más allá de los límites prescritos; él mantiene en integración profunda, su sumisión exterior a la Ley y su interior visionario. Su separación (farq) no le vela con respecto a su unión (ÿam’) ni su unión con respecto a su separación. Y, mientras que la Ley se le impone exteriormente, él contempla directamente la Verdad dentro de sí»
La Gnosis
Al considerar lo que es posible y lo que no lo es, el Šayj da como ejemplo de «imposibilidad evidente en sí» la imposibilidad de aislar la Esencia, es decir, de separarla. De ello se sigue, sin que esto sea inmediatamente evidente, que el ojo corporal, cuyos objetos de visión son normalmente las cosas terrestres, no puede ver la Esencia como algo distinto del mundo sensible.
La purificación ritual
Es un principio general del Sufismo el que una perfecta formación exotérica constituye la preparación indispensable para entrar en la vía esotérica; y en la época en que el Šayj escribió Al-Minaú al-Quddèsiyya1, se hacía aprender de memoria a todos los novicios La Guía de los Elementos Esenciales del Conocimiento Religioso, de Ibn ‘Asir, a fin de asegurar con ello que poseían un mínimo de instrucción religiosa.
El simbolismo de un rito es su misma esencia, sin la cual perdería su cualidad ritual.Una prosternación del cuerpo, por ejemplo, que no signifique una anulación interior es un acto meramente físico, y lo mismo vale para una ablución que no signifique purificación interior. La determinación del grado de anulación y purificación interiores, respectivamente, simbolizados por los ritos de prosternación y ablución, varía según la facultad de concepción de cada persona; lo mismo ocurre con todos los demás ritos. Gazzli dice que el acto que realiza el peregrino de quitarse las sandalias antes de su entrada ritual en la Peregrinación, a semejanza del que llevó a cabo Moisés en el Valle Sagrado, significa que se despoja de este mundo y del otro; pero añade: «Sin embargo, si tu alma huye ante este simbolismo, busca consuelo en Sus Palabras: Él hace descender agua del cielo y los valles se inundan con ella, cada uno según su capacidad, pues los comentarios nos enseñan que el agua es la Gnosis y que los valles son los Corazones» y sigue diciendo que «El que no considera más que la significación exterior o literal, aislándola del conjunto,es un materialista , y el que no considera más que la significación interior, aislándola del conjunto, es un pseudomístico, pero el que combina las dos significaciones es perfecto. En este sentido dijo el Profeta: “El Corán tiene un interior y un exterior, como una muralla coronada por una torre de vigía.”. La verdadera relación es ésta: uno debe ir y venir, pasar de uno al otro, de la fórmula exterior al secreto interior.
Es muy posible que el Šayj haya sido el primero —y demostrará ser el último—
en escribir un comentario dando una interpretación metafísica de los menores detalles del rito, no sólo en lo concerniente a lo que es obligatorio (fard), sino también a lo que está recomendado (manduh), permitido (mubah), fuertemente desaconsejado (makru) y prohibido (haram). Y dentro de este tema se preocupa por el tema de la Pureza-impureza justificándola mediante el comentario de la ablución. En la Ablución, la impureza (úadat) —indica el Šayj—, significa la existencia efímera (úudèt), es decir, la existencia de lo que es otro que Dios. Ésta no es expulsada del Corazón del Gnóstico, y su velo no es apartado de su ojo interior para ser reemplazado en su visión por la Eternidad, más que por el hallazgo del Agua y por su Purificación con Ella. Si no está purificado por Ella, él está lejos de la Presencia de su Señor, es indigno de entrar en Ella, y más aún para morar en Ella. De igual modo, el siervo no dejará de suponer la existencia de una impureza en todas las criaturas hasta que haya echado esta Agua Absoluta sobre su apariencia exterior. Sin Ella, no cesará de condenarlas, y ¿cómo revocaría su veredicto si sus ojos ven la impureza de las criaturas, y si su corazón cree
en la existencia independiente de la creación? Lejos de él el tomar la apariencia exterior de las cosas por algo distinto de lo que él ve que es, y el considerarlas puras, como si la causa por la que las condena hubiera desaparecido de su vista.
Al distinguir entre las dos abluciones, la mayor y la menor, el Šayj dice que la pureza obtenida con la menor, que consiste en lavar sólo ciertas partes del cuerpo, significa la extinción en las siete Cualidades de la Verdad —Poder, Voluntad, Conocimiento, Vida, Oído, Vista y Habla—. Esta pureza, dice, «es corriente entre la generalidad tanto de los sufíes como de los elegidos, al contrario que la Gran Pureza, que sólo es para los Profetas y para los más grandes de entre los Santos». A cada uno de éstos, cuando ha obtenido la pureza de la extinción completa, simbolizada por el lavado de todo el cuerpo en la ablución mayor, “la Verdad se le aparece de súbito, inmediatamente después de haber terminado su ablución, y esta Visión viene a él en Su Totalidad, sin ninguna limitación ni interrupción, sin revelar una parte con exclusión de otra; por el contrario, la Verdad se le aparece en todas Sus Manifestaciones, de modo que conoce, viéndola directamente y viviéndola, la verdad de Sus palabras adondequiera que os volváis, allá está la Faz de Dios”.
La oración ritual
Sobre la Fatiha Alawi dice: “Éste es el íntimo discurso que se requiere específicamente del adorador en la Presencia Divina, cuando se halla ante su Señor y cuando los Secretos de la Divinidad fluyen abundantemente sobre él. Las Luces de la Santa Presencia resplandecen sobre el que alcanza esta Manifestación Divina, y el que La alcanza ha llegado a un estado de proximidad más allá del cual no se puede ir. Después de esto no queda más que el intercambio de confidencias”.
Relacionado con la Oración Ritual, está la relación maestro-discípulo. Cuando el discípulo se entrega a un Šayj para que pueda unirle a su Señor, el Šayj debe conducirle a la Presencia de Dios con un rito cuyas obligaciones son cuatro. Entre las obligaciones que rigen la realización de esta muerte y la sepultura de la existencia del discípulo, se encuentran cuatro afirmaciones de la Grandeza de Dios. Esto significa que el maestro debe imponer al oído de su discípulo los cuatro Aspectos del Ser, Primacía y Ultimidad, Manifestación Exterior y Ocultación Interior, todo a la vez, saliendo al paso de todos sus argumentos y cerrando todas las escapatorias. Entonces la verdad de las Palabras de Dios Él es el Primero y el Último, el Exteriormente Manifiesto y el Interiormente Oculto se vuelve tan evidente que, cuando estos Aspectos han cerrado sus filas y, por no haber resquicio alguno entre ellos, el discípulo no encuentra ninguna salida, el Espíritu de éste parte y su cuerpo se aniquila, puesto que las direcciones del espacio ya no existen para él por el hecho de que, hacia cualquier lado que se vuelva, no encuentra, entre estos cuatro Aspectos, ni siquiera el espacio de la punta de un dedo. Incluso si se vuelve hacia sí descubre que él mismo es uno de estos Aspectos, y así ocurre adondequiera que se vuelva, de acuerdo con Sus Palabras adondequiera que os volváis, allá está el Rostro de Dios.
Nacho Padró
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