Esta parábola no quiere hacer referencia tan sólo a la desigualdad en la distribución de los bienes materiales que hay en el mundo y la necesidad de la solidaridad y caridad cristianas, sino que es un reflejo de la trascendencia de la vida humana. El que se apega a las cosas materiales, como el rico, se verá despojado de todo tras la muerte, pues lo único que ha acumulado en vida, las riquezas, también perecerán. Sin embargo lo que propone Jesús con esta parábola es vivir en este mundo con los ojos puestos en el cielo, nuestro verdadero fin. De ahí que hay que hacer una entrega personal “sin fisuras”, donde la fe ha de prevalecer sobre la racionalidad. Cada persona, durante la vida, tiene que definir si va a seguir a Dios. Si uno sigue Dios, puede ir al cielo, sino, va a ir al lugar donde sufren los muertos. La descripción en la parábola es minuciosa, con algunos elementos que están creados para mejorar la finalidad del tema. Es una parábola de dos temas que se unen en un solo punto. La finalidad de la misma está expresada por el contraste de dos personas, por una parte, un pobre y por otra un rico con dos suertes distintas, así observamos como el rico aquí goza y después sufre y, en cambio, el pobre, aquí sufre y después tiene su felicidad. Hasta este punto, la parábola nos deja dos posibilidades de interpretación, primero podemos pensar que se trata de expresar sólo la posibilidad de que el rico, aunque tenga riquezas como premio a su buena conducta, puede condenarse, puesto que las riquezas no garantizan su salvación, mientras que los pobres, que viven como sino fueran bendecidos por Dios, pueden salvarse. La segunda interpretación, puede ser, que se trata del hecho de un mal uso de las riquezas, y es por lo que se condenan, mientras que el pobre, por ser pobre religioso, sometido en todo a la voluntad de Dios, se salva. En la parábola se intuye que no se habla de una sola posibilidad; se trata de un hecho: una condena y una salvación. Encontramos un uso malo de las riquezas, ya que éstas, de suyo, ni son buenas ni malas; todo depende del uso que se haga de ellas. Igualmente, la pobreza ni es buena ni es mala; depende de la actitud religiosa que se tenga ante ella. Por eso, en esta parábola no se habla sólo de la posibilidad de que en la otra vida, se cambie la suerte de ricos y pobres, como es valorado esto en la mentalidad del Antiguo Testamento, sino que esta posibilidad se ve, porque se expone como un hecho este mal uso de las riquezas y la resignación religiosa ante la pobreza. El uso de los bienes materiales es el criterio de juicio para entrar en el cielo -llamado entonces seno de Abraham pues aún no había resucitado Cristo que abre la posibilidad de una felicidad inimaginable en Dios- o en el infierno -llamado seol o lugar de castigo para las almas pecadoras obstinadas-. La conversión no ha de venir a raíz de milagros, ni de muertos que vuelven a la tierra; pues ya tienen la Ley moral en la Escritura o en sus corazones, sino en el deseo de cumplir la voluntad de Dios que todo judío conocía por la Ley y las Escrituras y todo hombre tiene inscrita en su corazón como ley natural o conciencia o moral social. Fácilmente el rico piensa que resuelve su problema moral dando de lo que a él le sobra. Todo se soluciona dando de lo superfluo. Pero la parábola afirma claramente que la solución no está ahí, ya que el problema -el pecado- está en que uno tenga "bienes" y el otro “males”, se trata de atenuar los males y reducir los bienes. La solución única es terminar con la división entre ricos y pobres. Que todos participen de la misma mesa. Quizá convendría decir claramente que eso no depende principalmente de la buena voluntad de los ricos y ahí parece que nos dice la parábola que no hay medias tintas.
Nacho Padró
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