El
Concilio de Nicea II se celebró del 24 de septiembre al 13 de octubre de 787 en
Nicea. Fue convocado por Irene, madre del emperador Constantino VI. Los
participantes más destacados de la asamblea fueron Adriano I, los legados
papales: el Arcipreste romano Pedro y el Archimandrita del monasterio griego de
san Saba y el patriarca de Constantinopla Tarasio. El concilio fue convocado a
raíz de la controversia iconoclasta iniciada por el emperador León III el
Isáurico en el 726.
En
Nicea el Papa envió legados que aceptaron el compromiso. Pero no hubo
representantes de la Iglesia
occidental. Carlomagno denunció el resultado del Concilio, porque lo consideró
una afrenta a su dignidad y a la jerarquía de la Iglesia occidental. El y
sus sacerdotes de la corte produjeron Libri
Carolini, una diatriba violentamenta antigriega, que calificó los
resultados del Concilio de "entupidos,
arrogantes, erróneos, criminales, cismáticos y desprovistos de sentido o
elocuencia... un nauseabundo pozo del infierno". Los francos no solo
denunciaron el Concilio - que en definitiva, fue la última reunión universal de
la iglesia - sino que llamaron la atención sobre una nueva diferencia
doctrinaria entre los latinos y los griegos. Fue la inserción, en el credo, de
la formulación agustiniana Fililoque, que subrayaba la
divinidad integral de Cristo al insistir en que el Espíritu Santo precedía del
Hijo tanto como del Padre. Incorporaron a este concepto el credo, que ahora se convirtió en
material estándar y obligatorio en todas las misas celebradas en los
territorios francos. El papado aconsejó enérgicamente que se insertara el Fililoque,
pues sabía que la formulación no podía ser aceptada en Constantinopla.
Constantino ansiaba evitar una riña, si tal cosa era posible, y si había que
afrontarla, quería buscar una solución honrosa.
Había otras razones por las cuales estos obispos Francos objetaron los
decretos del concilio. Su pueblo había sido recientemente convertido de la
idolatría y sospechaban de cualquier cosa que pudiera parecer como un retorno a
ella. Los germanos no sabían nada de las elaboradas formas Bizantinas de
respeto; postraciones, besos, incienso y tales signos que los Griegos usaban
constantemente para con sus emperadores, aún hacia las estatuas de los
emperadores, y por tanto se aplicaban naturalmente a las santas imágenes; esto
parecía a estos Francos servil, degradante, aún idólatra. Los Francos
pronunciaban la palabra proskynesis
(que significaba solamente reverencia y veneración) traducido adoratio y la entendían como
significando que el homenaje era sólo debido a Dios. Finalmente, estaba su
indignación contra la conducta política de la Emperatriz Irene,
el estado de fricción que llevó a la coronación de Carlomagno en Roma y el
establecimiento de un imperio rival. La sospecha de todo lo hecho por los
Griegos, el disgusto por todas sus costumbres, llevó al rechazo del concilio lo
que no significó que los obispos Francos y Carlomagno se alinearan con los
Iconoclastas. Si rehusaron a aceptar el Concilio de Nicea, igualmente
rechazaron el sínodo Iconoclasta de 754. Tenían imágenes sagradas y las
conservaron: pero pensaron que los Padres de Nicea habían ido muy lejos, habían
alentado lo que sería una verdadera idolatríaNacho Padró
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