Todos, sin
excepción presentan un recelo que raya la paranoia frente al aperturismo que
supone la modernidad que les hace reaccionar con una confianza ciega y
absoluta a los textos fundadores (Torá,
Biblia o Corán) en el caso de las religiones del libro, que les hace leerlos de
forma acrítica y textual, con el consiguiente cerrazón de mente que puede
suponer (basta leer el texto de Tamayo). Hasta el punto se encuentran
paralelismos que hasta los analistas sociológicos parece que llaman también
fundamentalistas a los movimientos islámicos, cuando es un concepto sacado de
los protestantes (evangelistas concretamente)
Además
básicamente encontramos los mismos patrones comunes en todos los ámbitos: fundamentalistas de las distintas religiones
se consideran elegidos por Dios para llevar a cabo una misión mesiánica tanto a
nivel mesiánico (ultraortodoxos judíos), como parusía (cristianos
tradicionalistas) o como convocados por Dios (Allah) para una guerra santa (fundamentalistas
musulmanes). Todos ellos, opuestos y enfrentados al discurso de la “religión
oficial” a la que se enfrentan con una vuelta a las tradiciones primitivas
(wahabismo, evangelistas) con una moral mejor que la permisiva de la modernidad
actual (neoconservadores) y que se cierra frente al pluralismo existente
La palabra
“tiene una presencia omnímoda en todos los debates, cualquiera que fuere el
tema” (J.J. Tamayo, Fundamentalismo y diálogo entre religiones, 74). “El
Fundamentalismo es el clima ambiental de la época”, escribe Mardones; “recorre
la sociedad y la cultura, aunque tenga un aposento especial en la religión” (10
Palabras clave sobre Fundamentalismos, 9.10). Es un tiempo de sensibilidad
fundamentalista, afirmaba René Girard en 1997. Y Samuel Huntington, el famoso
profesor del cambio social de Harvard, defiende la tesis de que el
fundamentalismo es la religiosidad adecuada a la modernidad tardía en que
vivimos.
En el fondo
siguen los mismos patrones comunes aunque cambiando el contenido: Búsqueda de
un fundamento inamovible, lectura literal de los textos sagrados, pretensión de
verdad absoluta, dependencia de una autoridad indiscutible, defensa de una
moral inmutable, fe en un Dios supuestamente conocido y una visión maniquea del
mundo.
Nacho Padró
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