lunes, 24 de junio de 2013

Los Fundamentalismos


Cuando hablamos de fundamentalismo religioso en el mundo contemporáneo, nos referimos a una serie de movimientos, en diferentes países, que comparten ciertos rasgos comunes y que se caracterizan por una combinación de elementos, sin que haya necesariamente una relación entre ellos pero que están unidos por unas bases comunes. Uno de esos elementos es la invocación de un retorno a los textos sagrados, leídos de forma literal con una pretensión de hacer derivar su autoridad en una vuelta unos textos que, según se afirma, derivan de Dios o en la creencia de que en ellos puede hallarse el modelo para la constitución de un Estado perfecto en el mundo actual junto con su moral que  en el fondo muestra una aspiración sobre todo a una cosa: al poder e influencia en lo social y político al aplicar esas doctrinas.
Como ejemplos podemos pensar primero en el movimiento islámico en Irán que llegó al poder en 1979 y que ha gobernado el país desde entonces. Pero también podemos referirnos a los movimientos fundamentalistas de otros países musulmanes —en Egipto y en Argelia en particular— que de manera similar buscan establecer lo que ellos llaman un Estado islámico bajo los conceptos, como mujahidin el que se esfuerza en Afganistan, guerreros de la jihad como esfuerzo personal de búsqueda, guerra santa, utilizado especialmente por aquellos que los apoyan o mutatarrifin, extremistas, utilizado por aquellos que no lo hacen en el mundo islámico. En el caso de los movimientos islámicos, el término francés intégriste integrista (que sugiere la pretensión de legislar toda la actividad social) y el término inglés islamist islamista (que denota la aplicación del Islam a la política) son al menos igualmente apropiados. Guarda cierto paralelismo también con el esfuerzo ya mencionado en el seno del cristianismo de las sectas protestantes evangélicas que surgieron en los años veinte y que pregonaban una vuelta a la lectura literal de la Biblia. Como cualquier otro término, el fundamentalismo puede entenderse en parte considerando su opuesto, en este caso el «modernismo» cristiano, por lo que se refiere a la forma de leer los textos sagrados. En el judaísmo, también hay corrientes que se consideran de manera convencional como fundamentalistas, y que representan de algún modo una combinación comparable, aunque no idéntica, de lealtad a las escrituras y programas sociopolíticos como sus homólogos del Islam y del cristianismo. Esto es muy evidente entre los partidos de la derecha religiosa de Israel, los haredim y también entre los nuevos militantes religiosos, en especial Gush Emumim y otros: de distintas maneras buscan extender la autoridad de la ley judaica en Israel y establecer un Estado basado en los textos legales apropiados, en este caso el Halakha.
Aunque el fundamentalismo en su origen es un producto de las religiones monoteístas, no es exclusivo de ellas. En la India ha surgido en las últimas dos décadas un fuerte fundamentalismo hindú que busca establecer el Hindutva, un Estado hindú, y el Ramraja, un Estado basado en las enseñanzas del dios Rama: el objetivo declarado es hacer renacer el Estado sagrado de Bharat, que ha sido deshonrado durante siglos por los enemigos de Bharat, los musulmanes, los judíos, los Sij y en último lugar los británicos. Tampoco el budismo ha sido inmune a estos fenómenos, como se ha puesto de manifiesto en la política de Sri Lanka.
No cabe duda que en el mundo de hoy existen muchos problemas sociales, económicos y religiosos que acaban influyendo en las percepciones de las personas. Las corrientes socio-psicológicas de nuestros días se basan en la Ilustración del siglo XVIII y el modernismo del siglo XIX y XX. En las últimas décadas surgió el postmodernismo pluralista, que da licencia a todos para hacer lo que quieran, fomentando la incertidumbre, la pérdida de valores ancestrales y de normas para reglamentar el comportamiento humano. El individuo tiene dos opciones para hacer frente a esta crisis existencialista: puede dejar correr las cosas o buscar una solución extrema, por un lado en la criminalidad, por el otro en el fundamentalismo político - religioso.
En todas partes del mundo y en todas las religiones mundiales el fundamentalismo nace como reacción a las corrientes y patrones de vida postmodernistas, que pueden llegan a ser insoportables para el individuo.
Para hacer frente a la inseguridad moral de nuestros días surge el fundamentalismo, que fomenta seriedad, adherencia a reglas fijas de comportamiento y el retorno de las costumbres ancestrales. El fundamentalismo preserva la ortodoxia e instrumentaliza las tradiciones. Rechaza la orientación del "humanismo secular", que fue muy alabado por los liberales y clave en las ideas del modernismo, pero indudablemente no sirve para guía universal. El fundamentalismo crea imágenes y complejos cerrados, que facilitan la interpretación de todo el mal que existe en el mundo. Se basa en un principio dualístico y nihilista: el bien contra el mal, conceptos que simplifican los patrones de orientación y forman la base de un pensamiento filosófico rígido.
Las reivindicaciones religiosas vuelven a influenciar la vida y el comportamiento de los hombres. El postulado es absolutista. A menudo el anti-modernismo fomenta el fanatismo y el terrorismo internacional. A través del fundamentalismo, los hombres buscan sus raíces, su identidad cultural y étnica, lo que se observa entre las minorías nacionalistas en muchos países europeos.
El fundamentalismo ha contribuido al resurgir religioso, pero éste no ha afectado a las iglesias establecidas, sino que ha guiado a los buscadores de nuevas experiencias espirituales hacia movimientos religiosos al margen de las establecidas. Las iglesias fomentan el ecumenismo y el pluralismo, pero parece que no ofrecen soluciones para evitar la crisis y resolver conflictos y ese es el caldo de cultivo en el que beben los fundamentalismos.

Nacho Padró

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