Cuando
hablamos de fundamentalismo religioso en el mundo contemporáneo, nos referimos
a una serie de movimientos, en diferentes países, que comparten ciertos rasgos
comunes y que se caracterizan por una combinación de elementos, sin que haya
necesariamente una relación entre ellos pero que están unidos por unas bases
comunes. Uno de esos elementos es la invocación de un retorno a los textos
sagrados, leídos de forma literal con una pretensión de hacer derivar su
autoridad en una vuelta unos textos que, según se afirma, derivan de Dios o en
la creencia de que en ellos puede hallarse el modelo para la constitución de un
Estado perfecto en el mundo actual junto con su moral que en el fondo muestra una aspiración sobre todo
a una cosa: al poder e influencia en lo social y político al aplicar esas
doctrinas.
Como
ejemplos podemos pensar primero en el movimiento islámico en Irán que llegó al
poder en 1979 y que ha gobernado el país desde entonces. Pero también podemos
referirnos a los movimientos fundamentalistas de otros países musulmanes —en
Egipto y en Argelia en particular— que de manera similar buscan establecer lo
que ellos llaman un Estado islámico bajo los conceptos, como mujahidin el que se esfuerza en
Afganistan, guerreros de la jihad como
esfuerzo personal de búsqueda, guerra santa, utilizado especialmente por
aquellos que los apoyan o mutatarrifin,
extremistas, utilizado por aquellos que no lo hacen en el mundo islámico. En el
caso de los movimientos islámicos, el término francés intégriste integrista (que sugiere la pretensión de legislar toda
la actividad social) y el término inglés islamist
islamista (que denota la aplicación del Islam a la política) son al menos
igualmente apropiados. Guarda cierto paralelismo también con el esfuerzo ya
mencionado en el seno del cristianismo de las sectas protestantes evangélicas
que surgieron en los años veinte y que pregonaban una vuelta a la lectura
literal de la Biblia. Como cualquier otro término, el fundamentalismo puede
entenderse en parte considerando su opuesto, en este caso el «modernismo»
cristiano, por lo que se refiere a la forma de leer los textos sagrados. En el
judaísmo, también hay corrientes que se consideran de manera convencional como
fundamentalistas, y que representan de algún modo una combinación comparable,
aunque no idéntica, de lealtad a las escrituras y programas sociopolíticos como
sus homólogos del Islam y del cristianismo. Esto es muy evidente entre los
partidos de la derecha religiosa de Israel, los haredim y también entre los nuevos militantes religiosos, en
especial Gush Emumim y otros: de
distintas maneras buscan extender la autoridad de la ley judaica en Israel y
establecer un Estado basado en los textos legales apropiados, en este caso el Halakha.
Aunque
el fundamentalismo en su origen es un producto de las religiones monoteístas, no
es exclusivo de ellas. En la India ha surgido en las últimas dos décadas un
fuerte fundamentalismo hindú que busca establecer el Hindutva, un Estado hindú, y el Ramraja,
un Estado basado en las enseñanzas del dios Rama: el objetivo declarado es
hacer renacer el Estado sagrado de Bharat,
que ha sido deshonrado durante siglos por los enemigos de Bharat, los musulmanes, los judíos, los Sij y en último lugar los
británicos. Tampoco el budismo ha sido inmune a estos fenómenos, como se ha
puesto de manifiesto en la política de Sri Lanka.
No
cabe duda que en el mundo de hoy existen muchos problemas sociales, económicos
y religiosos que acaban influyendo en las percepciones de las personas. Las
corrientes socio-psicológicas de nuestros días se basan en la Ilustración del
siglo XVIII y el modernismo del siglo XIX y XX. En las últimas décadas surgió
el postmodernismo pluralista, que da licencia a todos para hacer lo que
quieran, fomentando la incertidumbre, la pérdida de valores ancestrales y de
normas para reglamentar el comportamiento humano. El individuo tiene dos
opciones para hacer frente a esta crisis existencialista: puede dejar correr
las cosas o buscar una solución extrema, por un lado en la criminalidad, por el
otro en el fundamentalismo político - religioso.
En todas partes
del mundo y en todas las religiones mundiales el fundamentalismo nace como
reacción a las corrientes y patrones de vida postmodernistas, que pueden llegan
a ser insoportables para el individuo.
Para
hacer frente a la inseguridad moral de nuestros días surge el fundamentalismo,
que fomenta seriedad, adherencia a reglas fijas de comportamiento y el retorno
de las costumbres ancestrales. El fundamentalismo preserva la ortodoxia e
instrumentaliza las tradiciones. Rechaza la orientación del "humanismo
secular", que fue muy alabado por los liberales y clave en las ideas del
modernismo, pero indudablemente no sirve para guía universal. El
fundamentalismo crea imágenes y complejos cerrados, que facilitan la
interpretación de todo el mal que existe en el mundo. Se basa en un principio
dualístico y nihilista: el bien contra el mal, conceptos que simplifican los
patrones de orientación y forman la base de un pensamiento filosófico rígido.
Las
reivindicaciones religiosas vuelven a influenciar la vida y el comportamiento
de los hombres. El postulado es absolutista. A menudo el anti-modernismo
fomenta el fanatismo y el terrorismo internacional. A través del fundamentalismo,
los hombres buscan sus raíces, su identidad cultural y étnica, lo que se
observa entre las minorías nacionalistas en muchos países europeos.
El
fundamentalismo ha contribuido al resurgir religioso, pero éste no ha afectado
a las iglesias establecidas, sino que ha guiado a los buscadores de nuevas
experiencias espirituales hacia movimientos religiosos al margen de las
establecidas. Las iglesias fomentan el ecumenismo y el pluralismo, pero parece
que no ofrecen soluciones para evitar la crisis y resolver conflictos y ese es
el caldo de cultivo en el que beben los fundamentalismos.
Nacho Padró
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