Las Analectas nos
muestran un Confucio que amaba el aprendizaje y la cultura, observaba los
detalles del ritual con seriedad y respeto, más que con formalismo vacíos, y se
mostraba dedicado a los demás y atento con ellos, especialmente con sus discípulos.
La mayor parte de sus enseñanzas se centran claramente en el ámbito humano, y
con todo, en las Analectas se ve como Confucio entendía su misión civilizadora
como procedente del Cielo, que le protegía y a su vez, le inspiraba.
De ahí que uno de
los aspectos fundamentales del LunYu es la importancia que se le da al estudio.
Confucio concedió una especial importancia al estudio; era fundamental en su vida
(Lun yu V, 27) y en su filosofía.
Defendía el estudio con fuerza y entrega (Lun
yu VIII, 17). Anteponía el estudio al linaje (Lun yu IV, 24) y lo consideraba una forma válida de jerarquizar a
los individuos (Lun yu XVII, 2), de
los que incluso hace una pormenorizada clasificación (Lun yu, XVI, 9). Esta importancia dada al estudio nos muestra una
manera de considerar al ser humano como potenciable en sus características, es
decir, de las posibilidades que tiene el hombre de acceder a la cultura aunque
las condiciones de nacimiento no le favorezcan. Por ello, lo principal del
pensamiento político de Confucio radica “en el gobierno por medio de la
virtud”.
Mirando el
pensamiento religioso de la población, Confucio también trató con conceptos
religiosos como es “el mandato del cielo denominado” “tianming” que hace referencia al orden natural de las cosas
y también al destino, lo que el Cielo predetermina para cada uno de nosotros.
El destino es aquello que, según Confucio, sólo se conoce a partir de los cincuenta
años de edad (Lun yu, II, 4). En
cualquier caso, el concepto de predestinación está presente en numerosas
versos, (Lun yu, XII, 5). Quizá sea
éste uno de los pocos elementos religiosos presentes en la doctrina ética
confuciana. Bunsen resume en los siguientes términos la idea del cielo de la
doctrina de Confucio: “El Cielo (Tien) es
para Confucio sinónimo de la Divinidad, de la cual la expresión más sublime es
el mundo de los astros. La palabra Dios no es para él un sonido vacío, hueco y
destituido de significación real, sino que expresa el conjunto de los cuerpos”.
Parece que él mismo creía estar cumpliendo el Mandato del Cielo. El Cielo en
Confucio no representa a un Dios personal, que los chinos denominaban Shang-di,
sino a una “Providencia bastante
abstracta” (Kaltenmark).
Nacho Padró
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