En 1990, una misión arqueológica canadiense de la Universidad de Toronto, dirigida por el doctor Bryan G. Wood, puso al descubierto los cimientos de los muros bíblicos de Jericó. El carbono 14 los dató -gracias a los fragmentos de cerámica y granos de trigo que había incristados en ellos- entre el 1.400 y el 1.350 a.C. Se trata sin duda del eslabón que faltaba para completar la larguísima evolución histórica de esta ciudad, porque confirma la destrucción de Jericó del AT en tiempos de Josué.
La destrucción se debió, muy probablemente, no a ecto de la resonancias de las trompetas del ejército judío, sino a una causa más terrenal: un seísmo, abundantes en Palestina desde siempre.
Nacho Padró
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