Empecemos por el
neomisticismo que no es sino una reacción compleja frente a las ideas y valores
dominantes de la cultura occidental y una respuesta al posmodernismo imperante.
La pérdida generalizada de confianza en los antiguos fundamentos de la vida personal
y social, como fruto de la descristianización ha ido acompañada por un retorno
inesperado a la religiosidad cósmica, a los rituales y a las creencias
antiguamente suplantadas por el cristianismo.
Su
idea fundamental sería que “Dios”, como entidad superior, se encuentra en el
fondo de nuestro interior: somos dioses y debemos
descubrir el poder ilimitado que hay dentro de nosotros. Para la nueva mística, la perfección significa alcanzar la
propia realización según un orden de
valores que nosotros mismos creamos y que alcanzamos por nuestras propias
fuerzas.
Por el contra, por
fundamentalismo religioso en
el mundo contemporáneo, nos referimos a una serie de movimientos, que comparten
ciertos rasgos comunes y que se caracterizan por una combinación de elementos
unidos por unas bases comunes. Uno de esos elementos es la invocación de un
retorno a los textos sagrados, leídos de forma literal con una pretensión de
hacer derivar su autoridad porque, según se afirma, derivan de Dios o en la
creencia de que en ellos puede hallarse el modelo para la constitución de un
Estado perfecto en el mundo actual junto con una moral que, en el fondo muestra
una aspiración sobre todo a una cosa: al poder e influencia en lo social y
político al aplicar esas doctrinas. Las corrientes socio-psicológicas de
nuestros días se basan en la Ilustración del siglo XVIII y el modernismo del
siglo XIX y XX por las cuales,
el individuo
tiene dos opciones para hacer frente a esta crisis existencialista: puede dejar
correr las cosas o buscar una solución extrema, por un lado en la criminalidad,
por el otro en el fundamentalismo político - religioso.
El
fundamentalismo ha contribuido al resurgir religioso, pero éste no ha afectado
a las iglesias establecidas, sino que ha guiado a los buscadores de nuevas
experiencias espirituales hacia movimientos religiosos al margen de las
establecidas. Las iglesias fomentan el ecumenismo y el pluralismo, pero parece
que no ofrecen soluciones para evitar la crisis y resolver conflictos y ese es
el caldo de cultivo en el que beben los fundamentalismos.
De ahí, autores como
Mardones consideran que no es extraño que nos encontremos con una pluralidad de
tradicionalismos y fundamentalismos nostálgicos de otros tiempos cuando la
religión gozaba de una centralidad que la modernidad y la secularización
liquidaron. Es en esta añoranza de los tiempos pasados y la búsqueda de nuevos
valores frente a unos que no satisfacen las exigencias de la modernidad donde
podemos encontrar el enlace entre fundamentalismos y neomisticismos
Por eso aparece un rebrote de fundamentalismo, ortodoxo o radicalizado, que
si por una parte es visto con preocupación incluso por los mismos jerarcas de
la religión organizada. Pues frente a ese “renacimiento” la religión organizada
va perdiendo el monopolio del sentimiento religioso, que cobra vida fuera de
los templos: “New-Age”; neomisticismo; neoesoterismo; “cristiandad irreligiosa”
(Bonhöffer); “el significado secular del Evangelio” (van Buren), la “teología
del diálogo” (Buber), “el Dios sobre Dios” (Tillich), “la muerte de Dios”
(Altizer, Hamilton, etc).
El antimodernismo radical, producido por el rechazo
del ideal del racionalismo ilustrado, cientificista y positivista, que confluía
en el gran proyecto moderno, ha conducido a la época hacia una crisis de las
“narrativas maestras”, en palabras de J. F. Lyotard, programas racionales «que cantaban
las esperanzas y la fe en la liberación de la humanidad». Esto ha
conllevado a un radical desprestigio de los proyectos utópicos durante la
posmodernidad que ve cumplida sus ideales, por
un lado, en la imposición de proyectos socioculturales marcados por los
fundamentalismos político-religiosos, y, de otro lado, por proyectos
globalizantes, también marcadamente ideológicos y fuera del contexto de las
religiones establecidas (los neomisticismos).Y en esta crítica a las religiones
históricas, autores como Torralba consideran que se produce una identificación
simplista entre las religiones bíblicas y el fundamentalismo.
El
fundamentalismo como tal sería una patología de la religión, pero no puede ser
identificado con el fenómeno religioso. Por el contrario, frente a las
particularidades históricas y culturales de cada religión, frente a las identidades
espirituales, la New Age proclama la unidad espiritual, la unidad religiosa del
mundo, la disipación de las diferencias y la superación de los provincianismos
espirituales en nuevos aspectos espirituales. Estos movimientos contraculturales del posmodernismo
son caldo de cultivo para la búsqueda de nuevas soluciones captadas en el
espacio occidental. Así aparece en escena un neomisticismo traído de la mano de la filosofía y la
espiritualidad orientales. La Nueva Era asimila la cosmovisión oriental, pero
traduciéndola a su propio contexto sociocultural. Nueva religiosidad en que se
mezclan sugestión, magia, sacro cuidado de la naturaleza, búsqueda de lo
novedoso y anómalo, e incluso hasta auténticas inquietudes religiosas, en
definidas cuentas, un movimiento recorrido «por un utopismo pararreligioso de
armonía y solidaridad mundial con los hombres y con la naturaleza».
Nacho Padró
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