Hace cinco años el Papa Francisco, considerado de izquierdas, tercermundista y simpatizante de los LGTBI, canonizó a Fray Junípero Serra. Hace dos semanas la concejal de Justicia Social, Feminismo y LGTBI de Palma de Mallorca, donde se levanta una estatua del misionero mallorquín, hizo un llamamiento a través de Twiter: “Los habitantes toman la palabra en San Francisco y tiran la estatua de Junípero Serra. En Palma, pacíficamente, debería ser igual”.
La concejal de Podemos incorporaba a Mallorca al movimiento vandálico que, con la excusa de las manifestaciones contra el racismo, ataca a las estatuas en Estados Unidos. Porque su tuit tuvo efecto inmediato. La estatua de Fray Junípero en Palma apareció con una gran pintada roja que decía “racista”, y a la que existe en su pueblo natal de Petra le pusieron una bolsa de plástico tapándole la cara y una botella en substitución de la cruz que lleva en la mano.
La Iglesia considera que Fray Junípero fue un protector de los indios californianos, pero si no se le quiere dar crédito por ser parte interesada, puede consultarse el trabajo histórico y literario de Helen Hunt Jackson, H.H. (ése era su seudónimo literario), nacida en Massachusetts en 1830, es pionera entre los norteamericanos blancos en la defensa de los indios. Su libro Un siglo de deshonor (1881) es una feroz crítica del tratamiento que Estados Unidos dio a los nativos, casi exterminados durante la vida de la escritora.
H.H. publicó El Padre Junípero y su obra, una biografía muy encomiástica, pero sobre todo le dio popularidad al misionero a través de su novela Ramona (1884), de la que se harían más de 300 ediciones y cuatro películas. En Ramona, basada en personajes que había conocido Helen Hunt, se cuentan las desventuras de los indios californianos cuando el gobierno abolió el sistema de las misiones que había fundado Fray Junípero, que además de cristianizarlos les enseñó agricultura, industria textil, metalurgia y música. Por aquellos años comenzaron precisamente a elevarse en Estados Unidos monumentos en homenaje al misionero, esas estatuas que ahora ultrajan los supuestos defensores de las minorías.
Entre las esculturas del misionero merece atención especial la que alberga el Capitolio de Washington. La sede del poder legislativo de Estados Unidos tiene un gran hemiciclo donde antiguamente se reunía la Cámara de Representantes, que hoy es el Salón Nacional de las Estatuas. Hay cien justas, dos por cada Estado, y representando a California están la de Ronald Reagan, que demostró que un galán de Hollywood podía llegar a presidente de los Estados Unidos –antes fue gobernador de California- y la de Fray Junípero Serra, unánimemente considerado “fundador de California”.
El historiador Steven Hackel, de la Universidad de California, le ha dedicado una obra titulada precisamente Junipero Serra: California’s Founding Father (Junípero Serra: Padre Fundador de California). En Estados Unidos llaman “padres fundadores” a los líderes políticos que firmaron la Declaración de Independencia y redactaron la Constitución, pero el profesor Hackel sostiene que Fray Junípero es tan importante como Washington o Jefferson en la configuración histórica de los Estados Unidos. Entre otras cosas, Fray Junípero introdujo el cultivo de la vid y la industria del vino que constituyen una de las señas de identidad de California, tanto motivo de orgullo como fuente de riqueza para los californianos.
Constantino en La Picota
A lo largo de la Historia ha habido varios movimientos de iconoclasia, que en griego significa “destrucción de estatuas”. Los iconoclastas del Imperio bizantino veían una muestra de paganismo, de vuelta a la religión antigua, en la veneración de imágenes de Cristo, la Virgen o los santos, por eso las arrancaban de las iglesias. La misma prevención frente a la “idolatría” se produjo en la Reforma protestante, y desde Suiza a Inglaterra se destruyeron muchas imágenes y pinturas religiosas, especialmente en los Países Bajos. En aquellos casos la motivación de la furia destructora era el fanatismo religioso, similar al actual fanatismo ideológico.
Sin embargo lo de ahora tiene un matiz grotesco que no se daba en el pasado. El colmo de la estupidez icnonoclasta actual es la pintada de “Pez racista”, que ha aparecido en la Sirenita de Copenhague. Pero la falta de seso puede alcanzar a personalidades respetables como el arzobispo de Canterbury, cabeza espiritual de la Iglesia de Inglaterra, que prisionero del complejo de culpabilidad occidental y vasallo de la corrección política, parece dispuesto a satisfacer a los que pretenden la retirada de la estatua del emperador Constantino de la catedral de York.
Lo más chocante es que dicha estatua se levantó en el año 2000 como un homenaje cristiano hacia el emperador que legalizó el cristianismo en el Imperio romano y terminó con las persecuciones. Los que quieren que desaparezca el Constantino de York le acusan de apoyar la esclavitud, pero con ese criterio habría que destruir las imágenes de absolutamente todos los emperadores romanos, pues el sistema económico romano –como el de todos los pueblos antiguos- era esclavista.
Precisamente la extensión del cristianismo favorecida por Constantino fue lo que provocaría el final del esclavismo y su sustitución por el sistema feudal, pues los cristianos tenían que liberar a sus esclavos cristianos. Pero los iconoclastas actuales no saben nada de Historia.
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