La opulencia y el lujo esconden a veces secretos oscuros. La historia de Marie Delphine LaLaurie es un buen ejemplo. Casada en tres ocasiones, se hizo célebre con el apellido de su último marido. Había nacido como Marie Delphine Macarty hacia 1775 y formaba parte de una familia acaudalada de Nueva Orleans, en el estado de Luisiana, al sur de Estados Unidos. La mujer y sus cuatro hermanos acostumbraron a frecuentar desde pequeños los salones más refinados y a la socialité de la época. Gran parte de ella acudía a las deslumbrantes cenas que LaLaurie organizaba en su imponente mansión de Royal Street. Bebían champán, bailaban y flotaban en un mar de risas, pero un incendio fortuito destruyó ese castillo de naipes para siempre.
Las llamas revelaron que la mujer maltrataba a sus esclavos. Cuando los bomberos llegaron a la última planta del edificio descubrieron el mismísimo infierno: personas colgadas del cuello por argollas, torturadas y mutiladas. Los supervivientes estaban famélicos y algunos habían sido obligados a ingerir sus propios excrementos. Estas acciones le valieron el calificativo de bruja de Royal Street. Detrás de su posición social se escondía una despiadada asesina en serie que ha dado lugar a innumerables reportajes, libros y series de televisión. En la tercera temporada de la exitosa American Horror Story aparece hasta en 10 capítulos. El papel de LaLaurie lo encarna la oscarizada Kathy Bates, que en una entrevista reconoció haber descubierto “un personaje realmente horrible”. Algunas fuentes sitúan el origen de esta perversión en su infancia, cuando los esclavos de su plantación asesinaron a un familiar durante una revuelta.
Una mujer poderosa
La vida de LaLaurie estuvo marcada por aquella tragedia. Se casó por primera vez en 1800 con un Caballero de la Real y Muy Distinguida Orden Española de Carlos III. Cuatro años más tarde ascendió a cónsul general de España en Luisiana, pero murió meses después en La Habana. Los relatos sobre el suceso difieren. La escritora Grace King narró en 1921 que el viaje fue un castigo militar, pero que la reina quedó impresionada por la belleza de su esposa y le perdonó. Otros autores, como Stanley Arthur, señalan que fue convocado para ocupar un nuevo cargo, pero que nunca llegó a España. Durante su estancia en Cuba, LaLaurie dio a luz a su primera hija. A su vuelta a Estados Unidos se hizo cargo de la hacienda que había heredado: una plantación de caña de azúcar en la que trabajaban decenas de negros, ya que la esclavitud no se aboliría hasta el fin de la Guerra de Secesión, en 1865.
Las nuevas responsabilidades acrecentaron su fama de mujer inteligente, poderosa y hábil en los negocios. En 1808 contrajo segundas nupcias con un banquero y comerciante de ascendencia francesa. Era un hombre muy rico, pero mucho mayor que ella. La pareja tuvo cuatro hijas. El segundo marido de LaLaurie murió en extrañas circunstancias en 1816, aunque nunca se pudo probar el asesinato. Volvió a heredar grandes sumas de dinero y un vasto patrimonio, lo que reforzó su notoriedad en las clases altas de Nueva Orleans. Entonces, decidió dedicarse al entonces lucrativo negocio del mercado de esclavos.
Su tercer matrimonio se celebró en 1825, esta vez con Leonard Louis Nicolas LaLaurie, un médico francés mucho más joven que ella. El matrimonio compró una propiedad en Royal Street, una célebre calle del barrio francés. La mujer administró la finca a su gusto y, sin reparar en gastos, construyó una imponente mansión de tres plantas en la que incluyó dependencias para su servicio doméstico, aquellos esclavos que se encargaban de ofrecer la cena a los invitados. Pero algunos comenzaron a sospechar cuando observaron al servicio “demacrado y desdichado”, como escribiría la escritora inglesa Harriet Martineau en 1838.
Crímenes impunes
Los rumores se expandieron, a pesar de que, públicamente, la mujer se mostraba preocupada por las condiciones de sus esclavos. Los registros de la época demuestran que LaLaurie liberó a dos de ellos (Jean Louis, en 1819, y Devince, en 1832). Un juez local visitó la vivienda, aunque no encontró evidencias de maltrato. A pesar de que la esclavitud estaba permitida, las leyes prohibían explícitamente hacer daño a los esclavos. Semanas más tarde, unos vecinos vieron caer del tejado de la mansión a una chica de 12 años que intentaba huir de su señora, que la perseguía con un látigo para castigarla. La despiadada LaLaurie obligó a amarrar su cadáver a un poste y la azotó con furia. Una investigación la encontró culpable de crueldad y la obligó a vender a nueve esclavos, pero los recompró a través de unos parientes lejanos.
El hallazgo de aquel infierno no se hizo esperar. El 10 de abril de 1834 los vecinos alertaron de un aparatoso incendio en la mansión. Comenzó en la cocina y, según informó días más tarde un periódico local, lo produjo una esclava de 70 años a la que habían amarrado al horno por un tobillo. Quería suicidarse por miedo de que la llevaran al ático, de donde no volvía nadie. Cuando los bomberos alcanzaron la última planta descubrieron una escena dantesca. El juez Jean-Francois Canonge la narró más tarde: “Había una mujer desnuda con un collar de hierro y púas atada a la pared. Tenía abundantes marcas en la espalda que evidenciaban el uso de látigos o hierros al rojo vivo. Otra anciana tenía una herida profunda en la cabeza y no podía hablar ni caminar. También había un hombre castrado y al que habían cortado la lengua”.
La policía rescató con vida a siete esclavos que permanecían encerrados en jaulas. Suplicaban que les mataran para acabar con su sufrimiento. Los trasladaron a la cárcel para curarles las heridas, pero dos de ellos no pudieron superarlo. Por la prisión pasaron miles de ciudadanos, que quedaron horrorizados. Enfurecidos, arrasaron la mansión, de la que solo quedó en pie las paredes. Los LaLaurie consiguieron huir. Llegaron en carruaje hasta el puerto y desde allí viajaron hasta Mobile, en Alabama. El matrimonio se separó en ese momento. Alguna fuente sostiene que el responsable de aquellos actos era el marido, que utilizaba a los esclavos como cobayas. Una investigación posterior descubrió casi un centenar de cadáveres enterrados en el jardín de la mansión, pero el rastro de la pareja desapareció para siempre. En los años treinta del siglo XX, el reverendo del cementerio de Saint Louis descubrió una vieja y rajada lápida con la inscripción “Madame LaLaurie, nació Marie Delphine Macarty, murió en París el 7 de diciembre de 1942, a la edad de 67 años”. Sus crímenes habían quedado impunes.
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