la historia está llena de mujeres excepcionales cuyos logros han conseguido cambiar el mundo y la visión que este tenía de ellas. Freya Stark fue, sin duda, una de ellas. Convertida en una de las mayores exploradoras del siglo XX, Starck tuvo que lidiar con numerosas dificultades por el mero hecho de ser mujer, aunque ello no le impidió ser la primera en llegar a los rincones más recónditos del planeta, lugares que incluso ningún hombre se había atrevido a visitar.
UNA INFANCIA DOLOROSA
Nacida en París en 1893, la vida nómada de Freya Starck empezó muy pronto. Pasó su infancia a caballo entre Italia (de donde era su madre) e Inglaterra (de donde era originario su padre), lugares a los que viajó con sus padres y con su hermana Vera. Como regalo en su noveno cumpleaños, Freya recibió un ejemplar de Las mil y una noches y desde aquel momento se enamoró por completo del misterioso y exótico Oriente. Freya había nacido prematuramente, lo que le acarreó graves problemas de salud durante su infancia y juventud. Así, los largos períodos en los que se vio obligada a permanecer en cama, convaleciente, la joven de alma inquieta aprovechó para devorar con pasión todos los libros que caían en sus manos.
Como regalo en su noveno cumpleaños, Freya recibió un ejemplar de Las mil y una noches, y desde aquel momento se enamoró por completo del misterioso y exótico Oriente.
A los trece años, un terrible accidente marcaría un punto de inflexión en la vida de Freya. Durante una visita a una de las fábricas textiles de su padrastro (sus padres se acabaron separando y su madre volvió a casarse), la niña sufrió un aparatoso accidente con una máquina de coser industrial. Su larga melena color castaño se enredó en una enorme rueda de acero que en ese momento estaba en movimiento. Freya fue lanzada por los aires, y su padrastro, para salvarla, y sin esperar a que algún operario detuviera la máquina, le arrancó el cabello de la rueda, lo que provocó que Freya perdiera parte del cuero cabelludo, de la oreja, el párpado y piel de la sien derecha. Tras la larga y delicada operación a la cual fue sometida (sin anestesia), y en la que se le extrajo piel de los muslos para injertársela en las zonas más gravemente dañadas de su cabeza, empezaría para la joven una larga y lenta recuperación que le dejaría unas cicatrices indelebles que la obligarían a llevar sombrero toda su vida.
EL SUEÑO DE ORIENTE
A pesar de haber pasado por ciertos apuros económicos, Freya logró matricularse en el Bedford College de Londres en 1913, así como en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos, donde recibió sus primeras lecciones de persa y de árabe. Desgraciadamente para Freya la escuela cerró debido al estallido de la Primera Guerra Mundial y la joven tuvo que regresar a Italia con su familia, donde sirvió como enfermera voluntaria en la unidad de ambulancias de la Cruz Roja Británica. En aquella época se enamoró del médico Quirino Ruata, o Guido, como le gustaba llamarlo. Pero cuando estaban a punto de casarse, Guido rompió repentinamente su compromiso, lo cual representó un duro golpe para ella. Los años siguientes continuaron siendo muy complicados para Freya, hasta que por fin atisbó la luz al final del túnel. En 1920, se trasladó a San Remo para asistir a unas clases de árabe impartidas por un monje que había vivido en Beirut. Así, cuando tuvo la oportunidad, en noviembre de 1927, Freya decidió embarcar en el carguero Abazzia con destino al Líbano. Pero antes de emprender el viaje, sufrió una grave úlcera gástrica por la que tuvo que ser operada de urgencia.
Freya se matriculó en el Bedford College de Londres en 1913 y en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos, donde recibió sus primeras lecciones de persa y de árabe.
Aunque la salud de Freya era muy débil, eso no le impidió hacer las maletas y poner rumbo hacia las tierras que hasta ese momento solo había visitado en su imaginación: "Es tan maravilloso estar lejos, realmente lejos y descubrir cada mañana una nueva tierra", exclamó entusiasmada. A su llegada a Beirut, lo primero que hizo fue perfeccionar su árabe y familiarizarse con unas tradiciones que con el tiempo asumiría como propias. Gran admiradora de T. E. Lawrence(el famoso Lawrence de Arabia), Freya no había perdido detalle de las correrías del coronel británico a lomos de su camello, atravesando el árido desierto; también admiraba al explorador Richard Burton, que disfrazado de peregrino afgano había llegado hasta La Meca y Medina, en Arabia.
TRAS LAS HUELLA DE LOS HASHASHIN
Un año más tarde, Freya viajó hasta Damasco, donde se reunió con su amiga Venetia Buddicom. Su estancia en la capital siria fue bastante atípica. Alejada del glamur de los hoteles de cinco estrellas, Freya se alojó en el barrio de las prostitutas lo que escandalizó a las delegaciones diplomáticas europeas de la ciudad. La intención de la entusiasta exploradora era visitar la aldea de Qanawat, donde vivía el principal líder druso del país (una minoría religiosa que habita principalmente en Siria y Líbano). Gracias a la ayuda de su guía, Naim, Freya y Venetia pudieron entrevistarse con el jeque Ahmed el Hajari, un venerable anciano que quedó muy sorprendido por la visita de dos mujeres, y además extranjeras. A su regreso a Italia tras siete meses de duro viaje, Freya logró publicar su primer artículo en la revista Cornhill Magazine firmando con el seudónimo "Tharaya", nombre árabe de una de las estrellas de la constelación de las Pléyades.
Alejada del glamur de los hoteles de cinco estrellas, Freya se alojó en el barrio de las prostitutas escandalizando a las delegaciones diplomáticas europeas de Damasco.
En 1929, Freya Stark emprendió un peligroso viaje a Irak, entonces protectorado británico. Su llegada a Bagdad, la capital iraquí, supuso un quebradero de cabeza para los británicos, ya que Freya se negó a hospedarse en la legación diplomática y prefirió hacerlo en un barrio céntrico de la capital. Freya quedó fascinada por la ciudad a pesar de que poco quedaba ya del esplendor que tuvo la Bagdad del siglo VIII bajo el reinado del califa de las Mil y una noches Harún al Raschid. Sintiéndose preparada para emprender la marcha hacía un destino que aún nadie había cartografiado, Freya abandonó Bagdad equipada con una pistola, varios mapas, un equipo de supervivencia, un botiquín y el libro de viajes de Marco Polo en su bolsa. Durante los diez días que duró la marcha, Freya cabalgo a lomos de un burro hasta su destino final: la legendaria roca de Alamut, conocida como el castillo de Qasi Khan, refugio de la famosa secta de los hashashin y de su líder, el sanguinario Han ibn al-Sabbah.
ENTRE IRAK E IRÁN
A pesar de que el castillo de Qasi Khan se encontraba en ruinas, Freya anotó todo lo que vio y fotografió todos y cada uno de los rincones que visitó, situando el emplazamiento en su lugar correcto en los mapas. A su regreso a Bagdad, Freya se había convertido en un personaje famoso, hasta el punto de que la Royal Geographical Society, una institución vetada entonces a las mujeres, quedó fascinada ante la crónica de sus viajes. En una carta dirigida a su madre, Freya le dijo: "Un día de estos tengo que hacer una lista de las razones por las que se me ha considerado una loca y de los que así lo han hecho: sería una mezcla sumamente divertida". A pesar del éxito de su viaje, Freya, completamente agotada y con la salud muy resentida, tan solo deseaba regresar a su casa en Europa y descansar.
A su regreso a Bagdad, Freya se había convertido en un personaje famoso, hasta el punto de que la Royal Geographical Society, una institución vetada a las mujeres, quedó fascinada ante la crónica de sus viajes.
En el año 1931, Freya ya había completado tres de las rutas más peligrosas por el desierto del oeste de Irán, lugares por los que ningún occidental se había aventurado antes.Todas sus experiencias quedaron reflejadas en la obra Los valles de los asesinos, publicada en 1934. Esperando averiguar cuál era la ruta de los comerciantes de incienso del Hadhramaut (en el golfo de Adén), Freya navegó por el mar Rojo hasta la ciudad de Adén, y desde allí viajó a la antigua Shabwa, en el actual Yemen, de la que se decía que había sido la legendaria capital de la reina de Saba. Sus viajes asimismo la llevaron a conocer de primera mano una realidad muy dura en aquellas tierras: la existencia de la esclavitud. Sus experiencias en aquel viaje fueron publicadas en tres libros: The Southern Gates of Arabia: A Journey in the Hadhramaut (Las puertas del sur de Arabia: un viaje en el Hadramaut, 1936), Seen In The Hadhramaut (Visto en el Hadramaut, 1938) y A Winter in Arabia (Un invierno en Arabia, 1940).
VIAJERA INFATIGABLE
En 1947, cuando tenía 54 años, Freya Starckse casó con Stewart Perowne, un administrador británico, arabista e historiador que le ocultó su homosexualidad. La relación fue muy complicada, y al final la pareja se separó en 1952.Tras ello, Freya volvió a viajar de nuevo, esta vez a Turquía. El resultado de este periplo fue la publicación de varios libros: Ionia a Quest (Jonia, una búsqueda, 1954), The Lycian Shore (La orilla Licia, 1956), Alexander's Path (El camino de Alejandro, 1958) y Riding to the Tigris (Cabalgando hacia el Tigris, 1959). Incansable, Freya siguió viajando a pesar de su edad. En 1968, a sus 75 años, viajó a Afganistán en la que sería su última expedición. La veterana exploradora quería visitar el minarete de Jam, del siglo XIII, y en 1970 publicaría un libro sobre sus experiencias en este viaje.
Su matrimonio con Stewart Perowne fue un fracaso y tras su separación Freya volvió a viajar de nuevo, y lo haría hasta los 75 años.
Freya Starck recibiría un reconocimiento a su labor en 1972, cuando fue nombrada Dama Comandante de la Orden del Imperio Británico. Retirada ya de la vida activa, la "nómada apasionada" (tal como fue bautizada por Jane Fletcher Gienesse en su biografía de la exploradora), partió hacía su destino final en su casa de Asolo el 9 de mayo de 1993, poco antes de cumplir los cien años, tras vivir una vida intensa y llena de aventuras. Una vida con el viaje como eje central, porque tal como ella misma dijo una vez: "No tengo ninguna razón para ir [a cualquier destino], excepto que nunca he estado, y el conocimiento es mejor que la ignorancia. ¿Qué mejor razón podría haber para viajar?".
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