ZAKARIYA TAMER.
Se cuenta que, en tiempos muy remotos, hubo una ciudad con ríos y campos que le daban cuanto necesitaba, y que nunca supo de hambre ni de tristeza.
Pero la gente que vivía en las casa de esta ciudad disfrutaba hablando. Sólo trabajaban un poquito: el resto del tiempo lo perdían hablando.
Ocurrió un día la llegada a la ciuda de un hombre que habitaba en la cima de un monte y que informó de haber visto una nube de incontables langostas volando en dirección a la ciudad. Muchos habitantes de la ciudad se apresuraron a hacer largos discursos de agradecimiento para el hombre, por haberles avisado.
Y la ciudad comenzó los preparativos para hacer frente a la plaga: los poetas compusieron versos criticando a las langostas y amenazándolas con la destrucción. También se rastrearon en los libros antiguos, con las hoas bien amarillas, testimonios que afirmaran la posibilidad de vencer perfectamente a las nubes de langostas. También se diseñaron vestidos preciosos para uso de quienes quisieran combatir la plaga. También se escribieron con tiza en la paredes de las casas frases vejatorias para las langostas. También se organizó un congreso en el que participó casi toda la población de la ciudad y en el que se pronunciaron discursos verdaderamente larguísimos. Y salieron de su boca un torrente de frases que insultaban acaloradamente a la plaga:
"Las langostas son totas..."
"Las langostas son feas..."
Los ciudadanos callaron cuando un sencillo labrador, conocido por sus pocas palabras se adelantó y dijo: "Tenemos que encontrar un medio eficaz para acabar con las langostas. Obremos todos como un solo cuerpo, reunámonos alrededor de nuestros árboles y nuestros campos e impidamos que la plaga de langostas se acerque a ellos por cualquier medio".
Cuando el discurso llegó a su fin, aplaudieron mucho y maldijeron a las langostas, pero ya habían olvidado lo que acababan de oír.
La plaga de langostas llegó mientras la gente de la ciudad estaba dedicada a discutir: cada partido intentaba imponer el valor de su opinión por todos los medios. La langosta ocupó la ciudad y no tardó en comerse la yerba y las espigas de trigo y las hojas de los árboles.
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