en el siglo XVI los europeos llegaron por primera vez a Japón, la legendaria Cipango de la que Marco Polo había oído hablar durante su estancia en la corte de Kublai Khan. Eran principalmente comerciantes en busca de nuevos productos y misioneros que esperaban llevar a cabo una evangelización que nunca llegó a buen puerto. Algunos fueron recibidos por los daimyô, los señores de la guerra que en esa época gobernaban un Japón dividido y fuertemente militarizado.
Entre estos daimyô se contaba Oda Nobunaga, uno de los primeros en intentar unificar el país. Era un hombre curioso que de inmediato se sintió interesado por las novedades que traían estos exóticos viajeros, como sus extrañas ropas. Pero nada le llamó más la atención que uno de los miembros de la comitiva italiana que le visitó en 1579: un paje africano que acompañaba al misionero jesuita Alessandro Valignano.
EL GUERRERO DE ÉBANO
Oda Nobunaga jamás había visto una persona negra; de hecho, al principio pensó que su piel estaba cubierta de betún o alguna otra sustancia y le pidió lavársela delante suyo para comprobar que, en efecto, era su color natural. También le llamó la atención la extraordinaria altura del hombre, casi 190 cm, así como su fuerte constitución, si bien no existe ningún dibujo suyo realizado por un contemporáneo. Aunque su origen es incierto, se cree que no era un esclavo, sino un hombre libre al que Valignano había tomado como guardaespaldas personal en algún punto del viaje mientras bordeaba el sur de África.
Oda Nobunaga jamás había visto una persona negra. Decidió tomarlo a su servicio como samurái y le dio el nombre de Yasuke.
Impresionado por su fuerza y destreza, Nobunaga decidió tomarlo a su servicio y le dio el nombre de Yasuke (su nombre original es desconocido). En poco tiempo se ganó la confianza del daimyô, quien le concedió el rango de samurái, el primero de origen no japonés del que se tiene constancia. Yasuke luchó por su nuevo señor y llegó a formar parte de su círculo íntimo, incluso de los pocos elegidos que podían cenar con él. Sin embargo, su carrera no duró mucho ya que en 1582 Nobunaga cayó en su intento por unificar el país, traicionado por uno de sus generales, Akechi Mitsuhide: acorralado en el templo Honnô-ji, en Kioto, el daimyô murió entre las llamas.
Yasuke, que había participado en la defensa de su señor, se retiró del campo de batalla para unirse al ejército de Oda Nobutada, el primogénito de Nobunaga. En medio del contraataque fue capturado por las fuerzas de Akechi, que le perdonó la vida pero lo despojó de su rango. El samurái africano fue devuelto a los jesuitas, que vivían en una iglesia de Kioto, y a partir de ese momento desapareció de la historia.
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