La bella es la bestia: ética, estética y semiótica de la mujer fatal
Publicado por Carlo Frabetti
La identificación de la bondad con la belleza es una constante del pensamiento occidental, desde Platón hasta Wittgenstein pasando por Disney. Y en la cultura popular esta identificación se plasma de forma recurrente en el arquetipo de la heroína buena y hermosa, cuya antítesis es la bruja fea y malvada. Una heroína necesariamente joven, puesto que, para la grotesca (nunca mejor dicho, pues procede de las cavernas) lógica patriarcal, la belleza femenina es inseparable de la juventud. Y solo una doncella puede ser buena, hermosa y joven, ya que, para la lógica cavernaria, la bondad, en la mujer, es inseparable de la castidad.
Pero la ancestral antinomia doncella-bruja no basta para dar cuenta de la realidad femenina ni de la fantasía masculina, que es la que desde siempre ha dominado nuestra cultura. No en vano se dice de algo estupendo que es «de puta madre», expresión que manifiesta mejor que ninguna otra la fusión de contrarios que torpemente intenta el imaginario machuno. La doncella virtuosa de los cuentos, que casi siempre acaba casándose con el héroe, es la madre potencial perfecta; pero la horrible bruja no cumple la función simbólica de la prostituta, que es la encarnación de la sexualidad desenfrenada y desenfrenante. En el panteón patriarcal hace falta un tercer arquetipo/estereotipo femenino, una mujer que, refutando por reducción al absurdo la ecuación belleza = bondad, sea a la vez bella y sexualmente activa, es decir, «mala»: la mujer fatal.
La mujer fatal muestra su cuerpo de forma estratégicamente fragmentaria. No es casual que, en la secuencia antes mencionada, la protagonista lleve un vestido que cubre por completo su torso y su cuello, para centrar la atención en la danza de las extremidades desnudas. Y en El ángel azul, Marlene Dietrich muestra generosamente las piernas (lo cual, en 1930, fue un auténtico escándalo), pero no el escote. La típica falda larga con una raja lateral que permite enseñar y ocultar alternativamente una pierna, es una clara muestra de esta fragmentación estratégica del cuerpo (que, dicho sea de paso, algunos psicólogos asocian con la histeria).
Con la «revolución sexual» iniciada en los años sesenta del siglo pasado y, sobre todo, gracias a la reivindicación de la sexualidad femenina por parte del feminismo, las mujeres «liberadas» dejaron de ser necesariamente malas, y aunque el mito de la mujer fatal no desapareció, se difuminó y relativizó notablemente, tanto en el cine y la literatura como, sobre todo, en el cómic. Barbarella, Jodelle o Valentina, por no mencionar más que a las pioneras, proponen un nuevo modelo femenino que, pese a su ambigüedad y su oportunismo, cuestiona el estereotipo machista de la «buena chica» casta y recatada: son heroínas positivas y, a la vez, mujeres sexualmente activas (o incluso hiperactivas, como la insaciable Barbarella).
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