Un hombre rebelde a la voluntad
de Dios es devorado por un pez gigantesco. A los tres días lo “vomita” en una
playa y así vuelve a la vida para acabar su misión, una misión de la cual no
está muy predispuesto. Este sería el argumento a grandes rasgos del genial
libro de Jonás. El mismo argumento nos traslada inevitablemente al terreno de
lo mitológico. Esto quiere decir que literaria y popularmente el libro
pertenece al género mítico.
A lo largo del relato se halla
siempre presente el simbolismo: el pez simbolizaría el poder de la muerte; su
venganza expresaría la venganza de la muerte; su vientre hablaría del reino de
la muerte en el que el hombre experimenta la ira de Dios. En nuestro caso el
gran pez sería la expresión de lo monstruoso y horrible de esta experiencia. El
devolver o escupir de nuevo a la tierra nos hablaría del retorno a la vida. La interpretación literalista del libro tiene como único argumento
"sólido" el hecho de que en el Mediterráneo existe esta clase de
peces. La comprensión seria del libro debe tener más bien como punto de partida
su composición literaria y su simbolismo mítico. El mundo supuesto en la narración
difícilmente puede recorrerse geográficamente. Va desde Joppe (antigua ciudad
portuaria de Fenicia) hasta Tarsis (Tarso en Cilicia, o tal vez Cádiz,
Tartesos?); se habla de Nínive, pero esta ciudad es mencionada únicamente por
razón de sus características evidentes, en cuanto símbolo del poder antidivino.
A veces se ha presentado al Jonás de nuestra historia como
el profeta del mismo nombre en tiempos de Jeroboám II (785-753), (2Re 14,25).
Hay que tener en cuenta lo siguiente: Nínive no era la ciudad de residencia del
gran rey. Además la problemática que el libro afronta se produce cuando Nínive,
en cuanto ciudad famosa, había desaparecido de la historia hacía ya mucho
tiempo.
Pero
en el libro, el autor hace una crítica fina y despiadada a una
mentalidad raquítica según la cual la salvación estaba reservada únicamente a
los israelitas. Fuera de Israel era imposible la salvación. Jonás, que conoce
perfectamente al Dios de Israel y pertenece al círculo de sus fieles (Jon 4,2)
se rebela y huye. Su protesta podría formularse más o menos así: no hay derecho
a que también los paganos tengan acceso a este Dios y a la vida que
proporciona.
Frente a esta mentalidad raquítica, el autor sagrado afirma
rotundamente que el Dios de Israel perdona a todo aquel que se arrepiente de
verdad. Y el universalismo del perdón ante la sinceridad del arrepentimiento se
pone de relieve eligiendo como término de referencia a Nínive, ciudad
proverbialmente corrompida en la antigüedad. Incluso cuando el castigo parece
ya inevitable, hay siempre un hilo de esperanza (Jon 3,9). Ante la amenaza del
castigo, los ninivitas se agarren al único clavo de salvación: la conversión.
El libro de Jonás es al A.T. lo que la parábola del hijo
pródigo al Nuevo. Jonás, como él hijo mayor de la parábola, quiere excluir a
los paganos de la misericordia de Dios. Es un grave error. El Dios de Israel
derrama su misericordia sobre todos los hombres, no quiere su perdición sino
que se conviertan y vivan. Es un Dios "imparcial", en el que no hay
acepción de personas y que no se deja atrapar por la categorías y cálculos
humanos.
Dentro del universalismo de la salud, el libro de Jonás condena tanto
el pecado de los paganos como el exclusivismo nacionalista judío y su errónea
comprensión de la elección. Más aún, y aquí está la gran lección, el hombre
sólo puede conocer verdaderamente a Dios a través de un nuevo nacimiento (así
lo dirá Jesús a Nicodemo, Jn 3,1ss). Esto se halla implicado en todo el
simbolismo del pez, del tragar y devolver...
Los últimos estudios tienden a
situar a finales del siglo V a.C el escrito de Jonás, uno de los libros
proféticos. El libro lleva el nombre del protagonista que significa “paloma”.
Es un libro lleno de arameismos, una de las características que aboga a favor
de esa datación. Contiene una perspectiva de futuro muy importante: la
salvación de Dios también es para los gentiles, no es patrimonio exclusivo del
pueblo de Israel. Dios también llama a los gentiles, a los extranjeros, a la conversión:
así es la bondad de Dios
Como todo escrito bíblico el libro
de Jonás pretende proporcionarnos sabiduría para la salvación (2 Tm 3:15).
Relucen en él la omnipotencia y el poder milagroso de Dios haciendo dócil al
profeta. Resalta, en particular, el amor perdonador y misericordioso de Dios
hacia todos, incluso los páganos peores, con tal de que se arrepientan. (Na
3,1; 4.19). Pero esta enseñanza viene matizada con una perspectiva especial: si
nos convertimos, "Dios se arrepentirá del furor de su ira y no
pereceremos" (Jon 3,9). Estos sentimientos misericordiosos de Dios, son
distintos de los del profeta y le producen a éste tal pesadumbre que quiere
sustraerse a su misión (Jon 4,1-3) dando lugar a situaciones bastante cómicas
que nos permiten humanizar a Jonás e incluso hacerlo más cercano a nosotros
(más de un lector seguro que se siente identificado con él por sus reacciones y
comentarios humanos) y hacia esas personas parece que va dirigida la obra, pues
con el proceder suave con que Yahvé reprende y educa al testarudo profeta, quiere
conquistarse a todos los hijos de su pueblo que tienen un corazón mezquino, así
el libro de Jonás de un modo exquisito y ameno nos revela la voluntad salvífica
universal de Dios como podemos leer en las palabras finales del libro donde
Yahvé le instruye amablemente (Jon 4,9-11)117.
La conducta singular del
protagonista es destacable pues reprocha en su fanatismo a la misma bondad y
misericordia divina, cosa inaudita para un judío. El desearse la muerte después
de la sequía del ricino (Jon 4,6 ss.) resulta ridículo. Son rasgos de tozudez
infantil. Caricatura tanto más intencionada cuanto que se hace con palabras (Jon
4,3.8) tomadas del caso de Elías narrado en 1 R 19,4. Pero Elías estaba en una
situación extrema: perseguido a muerte por Jezabel, ve venirse abajo toda la
obra de su vida: el conducir de nuevo a Israel hacia Yahvé. Al lado de esto la
actitud de Jonás provoca risa117.
Como personaje, Jonás es un personaje
curioso, Dios le manda ir a Nínive, una ciudad muy escondida de Asia (como si
no hubieran lugares más cercanos) y él decide escaparse a Tarsis todo enfadado,
es decir, casi en las antípodas según el mundo conocido, a eso se le llama
alejarse de Dios, aunque al final de la aventura acabará soltándolo todo al ver
que no se puede huir. La misión de Nínive no parece muy complicada, simplemente
anunciar que por los pecados, en 40 días la ciudad sería destruida. Tampoco era
una novedad dentro de la tradición Bíblica. Aquí ya vemos que Jonás no es de la
piel de Abraham, a quien lo primero que se le ocurrió cuando Yahvé le dijo que iba a destruir a Sodoma, fue
interceder a ver si podía hacer cambiar de parecer a Yahvé. Parece mentira,
pero lo que a Jonás le preocupaba era que Dios pudiese ablandarse y que la
amenaza proclamada no llegase a cumplirse. Lo importante era el prestigio y el
poder del clero. Que la gente pereciera, resultaba secundario, sobre todo si
era pecadora. Siendo un elegido por Yahvé, a priori no se trataba de un ser
inhumano, que desease que Dios abrasara la ciudad y sus habitantes. Por eso no
tenía muchas ganas de que a Yahvé se le ocurriese anunciar la catástrofe.
Ahora, eso sí, de anunciarla, hay que cumplirla, porque el profeta no puede
quedar mal. Parece como si Jonás supiera o sospechara que Yahvé es tan bueno y
misericorde, que se ablanda como ya había dado prueba en otras ocasiones
(Abraham, Moisés…), dejando a un clérigo serio como Jonás a la altura del
betún, y así dándonos una visión muy humanizada desde la ironía de la estirpe
sacerdotal del momento. El caso es que se embarcó para Tarsis, pagando
religiosamente su pasaje, porque era un hombre formal y digno.
Los marineros eran buenas personas,
y cuando estalló una borrasca de no te menees, mientras Jonás estaba durmiendo
en el sollado, le despertaron para que rezara a su Dios, Luego echaron a
suertes, a ver quién era el gafe, y le tocó la china, que ya es tener mala
suerte. Entonces empezaron a preguntarle cosas. Jonás, que no era mala persona,
en el fondo, aunque algo antipático, confesó que venía huyendo de Yahvé y que
por eso había venido la tormenta118.
Realmente los marineros eran unos
benditos al no querer hacerle mal (aunque entonces ¿para que miran quien era el
gafe?, ¿morbo?). Así que hay que convencerles que le tiraran al mar (que
teniendo en cuenta la fama de supersticiosos que tienen los marineros y más en
esa época en la que ya pintaban ojos en las barcas para eludir al mal tiempo…
no sé si habría que haber insistido mucho). Curiosamente Jonás se embarcó en la
única barca que no le tenía miedo ni a la tormenta ni a los dioses pues se
encabezonaron en hacerle llegar a la costa remando como desesperados (tengo
curiosidad llegados a este punto en saber cuánto pagó de pasaje, sería un
fortunón para que la tripulación actuara de esa manera). Al final, tras ponerse
Yahvé a la faena, los hombres se convencieron de que era verdad que había que
echarle del barco. Le cogieron y le tiraron al mar. Y el mar se calmó. Entonces
le tragó aquel monstruo marino, que el creador de su historia no especifica,
pero que la gente dijo después que era una ballena. Y estuviste en la barriga
del pez tres días con sus noches.
Aquí el gran autor del libro, que
además de gran humorista nos muestra que era poeta, pues puso en sus labios un
cántico lleno de fuerza, una especie de antología de frases de salmos y de
expresiones sobrecogedoras, aunque caradas de descripciones sobresalientes como
éstas: “Me envolvían las aguas hasta
el alma, me cercaba el abismo, un alga se enredaba a mi cabeza. A las raíces de
los montes descendí, echó la tierra sus cerrojos tras de mí para siempre, más
de la fosa tú sacaste mi vida, Yahvé, Dios mío”.
El pez le devolvió a la tierra sin
muchas finezas, pues para sacarle de su barriga no le quedaba otro
procedimiento que vomitarlo. Entonces Yahvé, como sí no hubiese pasado nada, le
dijo suavemente: “Levántate, vete a
Nínive, la gran ciudad, y anuncia lo que yo te diga”. Para mí Yahvé
tiene una dosis impresionante de humor, a la vez que una paciencia conmovedora.
Tras la paliza recibida no le queda más remedio que ir a Nínive sin rechistar,
aunque inquieto y malhumorado, y predicarlo que él te dijo: “Dentro de cuarenta días Nínive será
destruida”.
Y ahora viene lo bueno, dándole la
razón al pobre Jonás. Resulta que los ninivitas creyeron en Dios y se pusieron
a hacer penitencia. Eso sí, de una manera un poco primitiva. A lo integrista.
Porque la penitencia se organizó bajo la batuta del rey y de los grandes. Y
además obligaron a ayunar a los animales, que no se habían metido en nada (¿por
qué en el Antiguo Testamento siempre tienen que recibir los pobres animales que
no han hecho nada, y que yo recuerde en el paraíso no se comieron nada
prohibido?). Pero Yahvé, con su humor y
su misericordia, tuvo por bueno aquello, y pasaron los cuarenta días y la
ciudad seguía en pie.
Menudo enfado que le vino a Jonás,
a pesar de que desde dentro de la barriga del pez había estado tan humilde, que
hasta le había hecho levantarte a las cumbres de la poesía, ahora se le olvidó
la humildad, le vino la rabieta, y la tomó nada menos que con Yahvé mostrando
un carácter de los fuertes y diciéndolo algo así como “ya te lo dije”. El pobre
no sabe lo que le espera. Con la pataleta y la rabia dentro del cuerpo, decide
salir de la ciudad hacia el Este, y allí se hizo un chamizo, una sombrita, y se sentó tranquilamente a ver
qué pasaba con la ciudad, todavía con la secreta esperanza de que viniera la catástrofe,
para que su poder clerical no quedara desautorizado y él no quedara en
ridículo. Tanto esperar le dolió la cabeza y encima Yahvé no hacía nada.
Entonces hizo él crecer un ricinillo, tanto y tan deprisa, que le daba sombra en
la cabeza. Y a esperar la ruina de la ciudad, para contemplarla desde la de
sombra en primera línea. Pero, al amanecer del día siguiente, es decir, cuando
el sol iba a empezar a castigar de firme, el guasón de Yahvé mandó un gusanito para que picara el ricino.
Y el ricino se secó. Y por si la broma no fuera suficientemente pesada, al
salir el sol, envía Yahvé un viento solano achicharrante.
El enfado fue descomunal, hasta el
punto de desear morirse, al fin y al cabo, era un poco más digno desesperarse
por el dolor de cabeza, que por despecho de que la gente no muriese para que tú
quedases bien. Pero entonces viene Yahvé y nos dice —no sólo a Jonás, sino a
los lectores— lo que tenía que decirnos. Y lo dijo con un poco de sorna,
haciéndole a Jonás hacer el burro hasta el final, para cogerle en tus propias
palabras. Un poco zumbón, le preguntó algo así como: “Pero hombre, Jonás, ¿te
parece a ti que está bien enfadarte de ese modo por el ricino de marras?”, Y
Jonás, hecho un basilisco, respondió: “¡Sí señor, me parece bien irritarme
hasta reventar!”. Y fue cuando Yahvé Dios, con una bondad infinita y un poco
triste, dijo esto: “Te dueles por un ricino por el que no te habías tomado
ningún trabajo, que no habías hecho crecer tú, que creció en una noche y se
marchitó en una noche. ¿Y no me voy a doler yo por Nínive, la gran ciudad, en
que hay más de ciento veinte mil niños que no tienen todavía uso de razón, y
una gran cantidad de animales?”.
He aquí una muestra en la que el
autor, inspirado, nos muestra una forma pedagógica de enseñanza de Yahvé con el
recurso de la ironía y el sutil humor. Una herramienta usada por muchos
pedagogos para conseguir que aquellas ideas profundamente incrustadas en las
personas puedan ser cambiadas. Además de la genial muestra de Jonás, como
personaje que dentro de las exageraciones nos muestra un personaje muy, muy
humano, alejado de misticismos o personajes míticos que hemos encontrado a lo
largo de la lectura de los textos bíblicos. Toda una joya de libro.
Nacho Padró
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