Primero
de todo intentemos entender como era el pueblo Judío en la antigüedad. Durante muchos años se
ha pensado que el pueblo hebreo se había formado a partir de un conjunto de
pueblos nómadas o seminómadas que, por la emigración, habían llegado a la
región comprendida entre la ribera oriental del Jordán y el Mar Mediterráneo, y
la montaña del Hermon y la montaña del Líbano al norte y el desierto del Negeb
y l’Araba al sur. Se veían precedentes en los apiru o habiru un
conjunto de gente que aparece nombrada por primera vez en los documentos
cuneiformes de la Dinastía III de Ur, en torno al 2050 a.C aproximadamente, y
bien documentados en las Cartas de Amarna.
Algunos de los nombres de estos apiru/habiru son
semíticos, aunque también aparecen otros que no lo son. En el cambio de siglo,
del siglo XX al siglo XXI, las aportaciones sobretodo arqueológicas dieron un
giro a la cuestión: el pueblo hebreo – mantendremos esta denominación como
pueblo co-protagonista de la Biblia – habría nacido de la evolución de los
autóctonos de la tierra de Canaán muy influenciados por Mesopotamia y Siria sobre
todo. Y nómadas y sedentarios formaban parte de una misma economía y, por lo
tanto, del mismo elemento autóctono.
Hoy se tiende a
suavizar las posturas y si bien es necesario aceptar que la mayoría del pueblo
hebreo es ciertamente de la población autóctona, se admite la llegada de
diversos grupos que se habrían ido integrando. Pequeños grupos seminómadas
emigrados de Mesopotamia, del sur y del norte. Uno de los grupos
decisivos, por lo que a la fe se
refiere, habría sido el grupo procedente de Egipto, portador de extraordinarias
experiencias del desierto, un grupo que a su vez había ido incorporando
pequeños grupos durante su travesía y estancia en el desierto. De hecho, los
orígenes del pueblo que será llamado Israel comienzan a finales del siglo XIII a.C,
principios del siglo XII a.C.
Dejando de lado, pues, los grupos que se fueron
incorporando, con su historia propia, el pueblo que dará lugar a Israel en el
futuro, tiene una historia antigua de la que hallamos los primeros indicios de
civilización urbana en la época del Bronce (3500-1150 a.C), pero la cuna del
pueblo hebreo tiene sus primeras manifestaciones en torno al siglo XIII a.C.
La situación geográfica, de una amplitud bastante más
modesta en sus inicios que la que se anotará al Reino de Israel, en una parte
de lo que se ha llamado
convencionalmente “la media luna fértil”, situó al pueblo hebreo en
medio de civilizaciones emergentes y
declinantes a lo largo de los siglos y en un terreno plagado de
confrontaciones. Tendrá que sufrir la presión de los filisteos – herederos de
los Pueblos del Mar – de los egipcios, de los hititas, de los hurritas, de los
asirios, de los babilonios, de los persas, de los macedonios, de los lágidas,
de los seléucidas, de los romanos. Y habrá de sufrir también los conflictos con
los vecinos, amorreos, moabitas, edomitas, amonitas, idumeos… de todo lo cual
quedará huella indeleble en su cultura.
A
pesar de lo explicado hasta ahora, cada población tiene su propio sentido del
humor, que puede o no ser comprendido por los demás y que es parte de su
idiosincrasia como pueblo. Tenemos varios ejemplos en el llamado humor inglés o
más cercanamente en el humor catalán, no siempre comprendido por el resto de la
península. Si queremos rastrear las posibles presencias de humor en el Antiguo Testamento,
deberíamos intentar conocer (que no implica necesariamente comprender) la
presencia del humor en los textos antiguos judíos, básicamente miraremos de ver
cómo era el humor en el pueblo judío, muy marcado por su historia. Aunque la Biblia
nos demuestra que las autocríticas del pueblo judío son algo anterior a la diáspora,
como nos hace observar el doctor Ernest van den Haag, el superego
judío siempre fue, al parecer, extraordinariamente poderoso (propio de
sociedades patriarcales), tanto cuanto encuentra su expresión en los profetas
como en los críticos sociales posteriores. Desde los tiempos
Bíblicos y rabínicos hasta la actualidad las bromas que los judíos se dicen
entre sí se refieren muy frecuentemente a la dureza de la vida que soportaron
durante muchos siglos. Con este humor pretendían sacarse el aguijón del
sufrimiento, como si el dolor fuera en sí mismo una diversion. Los
Rabinos enseñaban que la Shekiná (Espíritu
Santo) no pertenece ni en un estado de tristeza ni de risa y frivolidad, sino
en la persona que posee una alegría vinculada al cumplimiento de un mitzvah o
mandamiento de la Ley Sagrada Judía o Torá (generalmente en el sentido de
devoción religiosa como se lee en el Sabbat 30b). La hagadá
(Teanit 22a) afirma que Elías alabó a dos hombres sencillos porque con sus
bromas y buen humor devolvieron la alegría a unos que estaban tristes y
consiguieron evitar una reyerta. Lo que nos permite reconocer una
aceptación positiva por parte de los rabinos aunque siempre vigilando el
desenfreno.
Ya en el Antiguo Testamento se establece una
diferencia entre dos formas posibles de risa, podemos suponer que existía una
distinción en su uso habitual por aquellas épocas, pues en la lengua hebrea hay
dos palabras distintas para marcar esta diferencia. La palabra ‘sakhaq’ que significaba ‘risa feliz’,
‘desenfrenada’ e ‘iaag’ que hacía
referencia a la ‘risa burlona’, ‘denigrante’.
El
típico ejemplo usado múltiples veces por ser muy esclarecedor es la narración
sobre la concepción de Isaac. En ella
Abraham no había podido tener hijos con su mujer Sara, ambos eran muy mayores y
no tenían descendencia legítima, entonces en un encuentro con Dios éste le dice
a Abraham (Gn 17, 16 ) “Y la bendeciré, y también te daré de ella hijo; sí la
bendeciré, y vendrá a ser madre de naciones; reyes de pueblos vendrán de ella.”
En el Gn 17,17-19 continúa así, “Entonces Abraham se postró sobre su rostro y
río, y dijo en su corazón: ¿A hombre de cien años ha de nacer hijo? ¿Y Sara de
noventa años ha de concebir?” Dios le responde: “Ciertamente darás a luz a un
hijo, y llamarás su nombre Isaac; y confirmaré mi pacto con él como pacto
perpetuo para sus descendientes después de él.”. Es importante señalar que
Isaac significa ‘risa’, es un nombre derivado de la palabra hebrea ‘iaag’. Posteriormente se encontraba
Abraham junto a Dios y a tres varones que estaban junto a él y en Gn 18, 9 y
siguientes le dijeron “¿Dónde está Sara tu mujer? Y él respondió: Aquí en la
tienda.” Luego habló Dios: “Entonces dijo: De cierto volveré a ti; y según el
tiempo de la vida, he aquí que Sara tu mujer tendrá un hijo. Y Sara escuchaba a
la puerta de la tienda, que estaba detrás de él.” “Y Abraham y Sara eran
viejos, de edad avanzada; y a Sara le había cesado ya la costumbre de las
mujeres.” “Se rio, pues, Sara, entre sí, diciendo: ¿Después que he envejecido
tendré deleite, siendo también mi señor ya viejo?” “Entonces Yahvé dijo a
Abraham: ¿Por qué se ha reído Sara diciendo: ¿Será cierto que he de dar a luz
siendo ya vieja?” “¿Hay para Dios alguna cosa difícil? Al tiempo señalado
volveré a ti, y según el tiempo de la vida, Sara tendrá un hijo.” “Entonces Sara
negó, diciendo: No me reí; porque tuvo miedo. Y él dijo: No es así, sino que te
has reído.”
En los
pasajes citados del Génesis se ven varias de las concepciones centrales que
posteriormente heredará Occidente respecto de la
risa. La risa, como se refleja en las citas bíblicas, tiene dos aspectos
fundamentales que la tradición hebrea conservó, lo mismo que la griega, no
solamente en su pensamiento, sino en sus palabras. Para el hebreo hay una risa
buena, feliz, que se relaciona con la alegría y el placer, y por otro lado hay
una risa burlona, desenfrenada, humillante y degradante, aquella mediante la
cual el poderoso se ríe del débil, el triunfador del perdedor y el sano del
enfermo, ambas significaciones tuvieron tanto en hebreo como en griego palabras
diferenciadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario