No hace todavía muchos años, cuando se hablaba de los
géneros literarios utilizados por la Biblia para transmitirnos su mensaje, era
excluido el mito. Sencillamente por su incompatibilidad con la santidad de la
Biblia. La Biblia no podía recurrir a la falsedad, a un producto puro de la
fantasía, a algo que no es verdadero sino falso y, además, esencialmente
politeísta. El recurso al mito equivaldría a decir que la Biblia nos contaba
algo que no era verdad. Hoy las cosas han cambiado. Y el cambio se ha producido
desde dos vertientes. Por un lado se ha conocido mejor el mundo
histórico-cultural en cuyo contexto nacieron los libros bíblicos. Además se ha
estudiado a fondo el concepto de mito y su función dentro de las culturas
antiguas. Aunque todavía estén lejos los especialistas en ponerse de acuerdo
acerca de la naturaleza del mito, han ido cayendo casi todas los reservas que
existían frente a él y ha alcanzado una valoración altamente positiva. La forma
o narración mítica es siempre símbolo de la realidad captada oscuramente y como
por intuición. Esta realidad es percibida y representada, no por medio de la
abstracción, sino en acontecimientos o sucesos concretos que son ofrecidos como
una historia.
Siguiendo esta
línea de pensamiento, ¿Es posible leer todos los pasajes de la Sagrada
Escritura con gesto serio y mirada hierática? Más bien no. Ya se ve que una de
las formas obliga a leer algunos textos con un tono grave y serio, como es el
tono con que se ha de recitar el célebre “Escucha Israel, el Señor nuestro Dios
es un solo Dios...” y otro el tono con que se han de recitar algunos de los
versículos expuestos como pequeños ejemplos. Hay textos de la Sagrada Escritura
que podrían inscribirse en mármol en grandes letras capitales, mientras que
otros parecen estar ideados como arma arrojadiza, más bien podríamos hablar de
versículos arrojadizos cargados de humor e ironía.
Estos y otros textos
de la Biblia nos dan a entender una característica divina: su sentido del
humor, el posible sentido del humor de Dios. Ya Bessiere lo intuía en su artículo “El
humor, ¿actitud teológica?” (Revista Concilium nº 95) al afirmar sin
importar que se rieran de él que “El humor es signo de Dios en la humanidad”.
Tenemos ejemplos,
como hemos visto, en el libro de Jonás acaba con estas palabras de Dios: “Tú te
compadeces del ricino [un tipo de árbol], (...) y ¿Yo no habría de compadecerme
de Nínive, la gran ciudad, donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben
discernir entre su derecha y su izquierda, y numerosas bestias?” (Jon 4,
10-11). Como se ve es muy encomiable la preocupación de Dios por el ganado
doméstico cuando están en juego 120.000 personas y el libro de Jonás es a
menudo señalado por los estudiosos como un excelente ejemplo de humor negro.
También los Salmos
contienen varias referencias a la risa de Dios mismo, y, en el Génesis, Dios
ordena a Abraham ya Sara para nombrar a su hijo Isaac (que significa “risa”)
debido a la alegre sorpresa que la concepción del bebé trae. En Pr 17-22,
encontramos esta directiva explícita: Un corazón alegre es buena medicina, pero
un espíritu triste seca los huesos. Sin embargo, como el sabio autor del
Eclesiastés se dio cuenta, el humor no siempre es apropiado y hay que saber
reconocer su momento adecuado. Con frecuencia, en las Escrituras Hebreas, el
uso del sarcasmo excesivo es la marca de un cínico hastiado del mundo o algo
peor. Los que dudaban de Moisés, por ejemplo, se burlaron de su líder cuando
más necesitaba el apoyo (Éx 14,11).
¿Cuándo y por qué,
qué los autores del Antiguo Testamento usan el humor? Muy a menudo, era para
dilucidar uno de sus temas principales: que el pecado debe ser condenado. Los
idólatras son otro blanco frecuente. Recordemos en 1 Re 18,27, como Elías se
burla de los seguidores de Baal: “Gritad con voz más fuerte, porque él es dios,
pero tendrá algún negocio, le habrá ocurrido algo, estará de camino; tal vez
estará dormido y despertará!”.
Nos podemos
preguntar si era la manera de entender a esos escritores, o era la expresión
más humana para que lo comprendieran sus coetáneos. Un pueblo, como se ha
visto, con un concreto sentido del humor, en parte a causa de su historia… donde
se les hace presente Yahvé ¿nos muestra así un reflejo de su actitud, una nueva
virtud teologal?
Lo veremos
posteriormente en Jesús, el hijo de Dios, donde el humor era similar al de los
escritores del Antiguo Testamento: graciosos oscuro, y distintivamente judío.
Su propósito era casi siempre, para avergonzar a los malos y / o para desinflar
el pomposo. Algunas de sus humillaciones, como “un ciego guiando a otro ciego”
que se han convertido en parte del lenguaje cotidiano.
Y considerar su
réplica irónica a la mujer en el pozo de Jacob: “Tienes razón cuando dices que
no tienes marido. El hecho es que has tenido cinco maridos y el que ahora
tienes no es tu marido!”. Ejemplos de humor del Antiguo Testamento se podrían
multiplicar. Aunque es probable que pocos provoquen una profunda hilaridad,
estos fragmentos de mordiente humor son capaces de evocar una sonrisa y
posiblemente estaban destinados a hacerlo. Ya que sociológicamente nos
encontramos con un texto que era narrado por un pueblo con su propio sentido
del humor, como todos los pueblos de alrededor como se ha demostrado y que
quedó plasmado, con mayor o menor gracia, en su paso a la escritura, quedando reflejada
esa manera de conectar con la divinidad tan peculiar y propia.
Pero ¿qué nos
llega a nosotros de ese humor?. Del esquivo humor que tan difícil reconocemos
en tan sagrada obra nos encontramos con el reconocimiento de la presencia de
Dios en la realidad, al humanizar caracteres, situaciones y profundizar, desde
otra perspectiva los hechos de acontecieron dándoles una nueva forma de verlos,
interpretarlos y permitiéndonos ser así de nuevo interpelados por el texto. Es
posible así descubrir que el humor no deja de ser un recurso del texto para
trascender lo inmediato. Se trata, sin embargo, no de un humor para reírse a
carcajadas, sino para provocar la reflexión capaz de conducir a las personas al
entendimiento de la voluntad de Dios, quien parece que se da a conocer con cierta
ironía.
Nacho Padró
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