En principio nos vamos a plantear
si con el humor podemos trascender, ir más allá de nuestra materialidad y en el
fondo vamos a preguntarnos si Dios tiene sentido del humor y este sentido se
habría, de alguna manera, reflejado en la inspiración de los escritores
bíblicos. Además si él tiene sentido del humor, nos será más fácil trascender.
Ya Benedicto XVI nos muestra el
humor como una característica de Dios al considerar el humor como
un componente de la alegría de la creación. Y nos habla de una percepción de
que en muchas cuestiones de nuestra vida se nota que Dios también nos quiere
impulsar a ser un poco más ligeros; a percibir la alegría; a descender de
nuestro pedestal y a no olvidar el gusto por lo divertido. De él son los
fragmentos poéticos sobre el humor:
"La alegría profunda del corazón
es también el verdadero supuesto del 'humor';
así el 'humor',
bajo cierto aspecto,
es un indicador,
un barómetro de la fe".
(Benedicto XVI)
Sobre este tema, quizás el problema
ha sido que históricamente siempre se ha tratado más el sentido del humor desde
la vertiente de la ironía, como un humor más inteligente, ¿más propio y
digno de la teología que un humor
vulgar?, como ya vemos en Climacus que escribe: “La ironía es la zona límite entre lo estético y lo ético; el
humor, la zona límite entre lo ético y lo religioso”, y como no,
se ha enfocado desde la perspectiva socrática, que está abierta a una
concepción religiosa del hombre; esto es lo que la justifica y lo que la
salva…: sin esta exigencia de conversión y esta apertura a lo divino, la ironía
no sería nada más que un capricho del ingenio particularmente discutible, una
demostración del poder de la razón, pero nada más, sólo un ejercicio
intelectual. La consecuencia de todo esto es que únicamente el místico tiene
derecho a ser irónico; para estar autorizado a mofarse de la conducta y las opiniones
corrientes de los hombres es necesario creer en algo de una manera plena e
intensa, que permita profundizar en las cosas para ir más allá de la
superficie, tener una fe en lo que sobrepasa al hombre, trascender como aprecia
J. Moreau.
Así podemos afirmar que “el hombre
sin humor, aunque sea Papa, no conoce a Dios pues no hay amor sin humor y a la
inversa” o que “el humor es un escalofrío de trascendencia”.
Pero
¿qué pruebas tenemos del humor de Dios?, como siempre nos remitimos a las
fuentes bíblicas y quizás la expresión más humana y de las primeras que tenemos
en nuestra vida sea la de la Risa. La risa es la manifestación de alegría que
se expresa con la boca y nuestros gestos. Es esa explosión de gozo, que se
manifiesta en un sonido que muchas veces suele ser contagioso. Algunas teorías
médicas atribuyen efectos beneficiosos para la salud y el bienestar a la risa,
dado que libera endorfinas. Un
estudio demostró que algunos indicadores relacionados con el estrés
disminuyen durante los episodios de risa, lo que apoya la teoría de que el
humor alivia el estrés. Recordemos la narración bíblica más clara sobre la
risa: “Entonces dijo Sara: Dios
me ha dado de que reír, y todo que lo oiga, reirá conmigo” (Gn
21, 6). Dios hizo reír a una mujer de 90 años, dándole un hijo en su vejez y a
la vez se juega con las palabras acerca del nombre de Isaac. También Dios hizo
reír a Josué cuando le dio la victoria sobre Jericó, la gran ciudad amurallada
imposible de conquistar, pero que fue derrotada con una curiosa estrategia
musical. Los hombres de guerra debían dar durante seis días una vuelta a la
ciudad, y al séptimo día dar siete vueltas, y cuando los sacerdotes tocaran las
trompetas, el pueblo gritaría a una gran voz y las murallas caería (Jos 6,1-16)
Y así sucedió Dios entregó la ciudad en manos de su pueblo con vueltas,
cánticos, fe y gritos. Aunque sus planes puedan parecer ilógicos, si creemos en
su palabra podemos terminar riendo, como le sucede a Sara. Parece que la risa,
y el humor asociado a ella, sí que se encuentran entre los dones divinos y muy
estrechamente relacionados con la fe, como veremos en los casos concretos en la
parte de los ejemplos bíblicos.
Recordemos
que el sentido del humor es tan antiguo como la alegría, es decir, como el hombre mismo. La
alegría existe en el fondo de las creencias y de las religiones del hombre
civilizado. El cristianismo la ha alentado desde los primeros tiempos: "Os
anuncio una gran alegría", tal es el inicio del mensaje evangélico de la
Navidad y, según más de un teólogo, toda la religión es el esfuerzo por
perpetuar esta profunda alegría. Tomás Moro, antes de morir (1535) decapitado
por el verdugo a servicio del rey Enrique VIII de Inglaterra —hombre con un
prodigioso sentido del humor—, escribió, con un humor muy británico, una
oración para animar a la alegría, y tres siglos más tarde, Gilbert K.
Chesterton, teólogo a ratos, jovial siempre, afirmaba que "la alegría es
el gran secreto del cristiano".
Pero parece que, mientras la alegría teológica es
una sublimación de la comicidad, un estado de espíritu de una pureza dedicada y
profunda, la comicidad es humana, terrestre, llena de defectos agresivos: la
sátira, la ironía, la parodia, el sarcasmo, sirven para alcanzar un estado de
espíritu alegre, para suscitar la risa física o la sonrisa intelectual, y ello
desde los tiempos más remotos. Los comediógrafos Aristófanes y Plauto, griego
el primero y latino el segundo, llevan a teatro la comicidad y la manejan con
una fuerza de incalculables efectos. Aristófanes, parodiando al filósofo
Sócrates, no só1o consigue que ría el público ateniense, sino que ría también
el propio Sócrates, pero con una risa superior, amarga y suprema: el sentido
del humor aparece así, por vez primera que sepamos, en la historia del espíritu
humano. Resulta evidente que las palabras humor y humorismo,
nuevas a partir del siglo pasado, sirven para descubrir algo que ya existía
anteriormente, aunque ahora responden a un nuevo matiz del espíritu humano,
algo más elevado. La comicidad, el chiste y la alegría no fueron nunca un
ejercicio espiritual, casi siempre disciplinado, como lo es el humor. No será
hasta Kant en su Crítica a la Razón,
que escribió casi de todo, que nos muestra una interesante valoración al
afirmar que la experiencia cómica no es únicamente un proceso fisiológico o
psicológico, sino que implica una determinada percepción específica de la
realidad, como una variante de su experiencia
estética que aportaría una percepción de la realidad muy diferente a la que
aporta la Razón. Un humor que nos permite ir más allá, trascender,
salir de nuestro propio Yo para verlo desde una perspectiva, me atrevería a
decir que divina.El propio Berger ya comenta en su obra que el
conocimiento profundo del Homo ridens,
como él nos llama, y de las causas de ese humor, habría llegado a la
comprensión de la naturaleza humana, constituida por una parte orgánica y
partícipe de la evolución (y sujeta a toda su materialidad fisiológica) y
también por aquella parte que solemos llamar espíritu, alma o mente.
Nacho Padró
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