Cuando Israel piensa en su Dios no lo concibe en
categorías abstractas. Nos ofrece sus experiencias concretas y las vivencias
más profundas de su Dios. El Dios de Israel es un Dios "histórico"
vinculado a su propia historia desde los orígenes. Una prueba evidente de estas
afirmaciones nos la ofrece el pequeño credo histórico: “Un arameo errante fue mi padre, que bajó a
Egipto para peregrinar allí; su número era pequeño, pero se hizo una nación
grande, fuerte y poderosa. Los egipcios nos oprimieron, nos maltrataron y nos
impusieron dura servidumbre. Entonces clamamos a Yahvé, Dios de nuestros
padres, y Yahvé escuchó nuestro clamor. Vio nuestra miseria, nuestras
calamidades y nuestra opresión; y Yahvé nos sacó de Egipto con mano fuerte y
brazo extendido en medio de gran terror, prodigios y señales. Nos condujo hasta
aquí y nos dio esta tierra, que mana leche y miel”. (Dt 26,5-10).
Los libros bíblicos están condicionados por la mentalidad y cultura de
sus autores, por las circunstancias históricas en que surgieron, por el entorno
cultural que los enmarca, por las costumbres de la época en que nacieron, por
la o las lenguas utilizadas en su composición -con las implicaciones que el
fenómeno lingüístico conlleva- por la geografía y climatología, además de por
la propia condición humana.
Hay que caminar hacia el texto
bíblico para comprenderlo en sí mismo.
Caminar hacia el texto significa hacer un esfuerzo para situarnos dentro
del ambiente histórico-cultural en que nació. Sólo así lo comprenderemos
debidamente. Significa, por tanto, renunciar a nuestros prejuicios y categorías
para no prejuzgar lo que el texto quiere decirnos. Casi siempre se ha hecho lo
contrario: Se ha partido de uno mismo, de los conceptos y categorías del
lector, y han sido aplicados a la Biblia, sin pensar en el cómo y quién lo
escribió.
Pongamos un ejemplo. Nosotros
tenemos un concepto bien perfilado de la justicia de Dios: su actividad
punitiva o castigadora por las infidelidades o pecados del hombre. Si partimos
de este concepto y lo aplicamos a la misma expresión bíblica estamos
desfigurando totalmente el texto. La Biblia nos habla de la justicia de Dios;
pero con esta expresión pretende describir la actividad salvífica de Dios
(exactamente lo contrario a la idea que nosotros teníamos). De ahí que el
Antiguo Testamento utilice la expresión en plural, las justicias de Dios (cosa
que nosotros nunca hacemos) y se refiere a las diversas intervenciones de Dios
a favor de su pueblo. Y si bien he puesto el ejemplo de la Justicia divina, lo
mismo podríamos aplicar al humor de Dios.
Si, en lugar de partir del texto,
partimos de nosotros, de nuestros conceptos y categorías, estamos desfigurando
el sentido mismo del texto; en lugar de leer lo que Dios nos dice a través del
texto bíblico, nos estamos leyendo a nosotros mismos en él; a lo sumo
expresamos nuestros pensamientos con palabras bíblicas. ¿Y si Dios tiene
sentido del humor y este queda plasmado en la inspiración hagiográfica?
Nuestro camino hacia el texto es
con billete de vuelta. Si hacemos el esfuerzo debido por llegar a él, entonces
él caminará hacia nosotros. Nos hablará interpelándonos. Pero no olvidemos que
la Palabra de Dios viene a nosotros vestida con trajes distintos a los que
nosotros utilizamos hoy. Trajes regionales y folklóricos que llaman nuestra
atención y excitan nuestra curiosidad; detrás o más allá de ellos debemos
descubrir la vida y costumbres de otra época. A nadie se le ocurre, después de
haber asistido a una exhibición de esta clase de vestidos, encargarse uno para
usarlo a diario.
Traduciendo la imagen a lenguaje
directo significa esto: la fe patriarcal o la de Israel llega a nosotros en
relatos históricos a los que, en la época en que fueron escritos, se añadieron
adornos mediante la invención de rasgos de tipo legendario, hiperbólico,
ficticio; o mediante discursos puestos en boca de quienes no los había
pronunciado, para expresar los sentimientos y deseos más profundos de una
persona o del grupo o pueblo a los que representaba en su intervención; a veces
se recurre a la fábula, la parábola, la alegoría, la etiología (creación o
invención de una historia particular para explicar un fenómeno cuyas causas se
desconocen), etimología popular (para explicar nombres de personas o lugares),
o al sentido del humor. Todo ello nos ayuda a la confección de una plena
comprensión del texto.
La
palabra de Dios, al hacerse escritura para el hombre, ha quedado aprisionada en
múltiples formas de caparazón que es necesario romper para que ella llegue a
nosotros con todo su poder interpelante. Sólo llegará a nosotros si previamente
hemos hecho el esfuerzo de llegar hasta ella. La Biblia es palabra de Dios. Pero, ¿hemos pensado, al
expresarnos así, que Dios no habla como nosotros, que él tiene un código
lingüístico distinto al nuestro? En cuanto mensaje y palabra de Dios, la Biblia
trasciende el tiempo y el espacio. En cuanto palabra y mensaje envuelto en un
ropaje arcaico y milenario se halla limitada por todos los condicionamientos
del mismo. De ahí que sea imprescindible distinguir siempre entre lo que la
Biblia dice y lo que quiere decir... La Biblia dice, por ejemplo, que la mujer
fue creada de la costilla del hombre, pero ¿qué es lo que la Biblia quiere
decir con esa expresión o imagen?
Fundamentalmente la Biblia
describe un encuentro. Los protagonistas del mismo son Dios y el hombre: Dios
que sale al encuentro del hombre que busca. Esto significa sencilla y llanamente
que adentrarse en la Biblia equivale a sumergirse en el misterio. En el
misterio de Dios, por supuesto, pero también en el misterio del hombre. Y como
ni el uno ni el otro pueden ser expresados adecuadamente, en fórmulas
universalmente válidas, el encuentro con el misterio nos hará caminar por el
terreno de lo desconocido. Una auténtica aventura con el aliciente estimulante
de explorar lo desconocido y con el riesgo inevitable de perderse en la
espesura
Dios sale al encuentro del hombre
para responder sus interrogantes más profundos, respondiendo a su capacidad de
trascendencia. Pero hay más. Dios sale al encuentro del hombre no sólo para
responder sus interrogantes, sino para abrirle nuevas posibilidades que él ni
siquiera podría pensar o sospechar. Búsqueda, por parte de Dios, de una
promoción humana cuyo nivel está muy por encima de lo que el hombre, a quien se
intenta promover, pudiera desear o imaginar.
Uno de los valores de la Biblia está en haber
consignado en sus páginas la experiencia y reflexión de casi veinte siglos de
la vida del hombre y del pueblo al que pertenece. A la vista de este hecho
resulta difícil aceptar que el hombre, aunque sea el llamado hombre moderno y
adulto, pueda encontrarse en circunstancias totalmente nuevas, que no hayan
sido vividas anticipadamente, de algún modo, por el hombre bíblico: prosperidad
y miseria, angustia y optimismo, zozobra y seguridad, apetencia e indiferencia,
alegría y abatimiento, triunfalismo y ocultismo, esclavitud y libertad,
experiencia sensible del Dios próximo y desolación profunda por su lejanía o
inexistencia y que han sido expresadas desde su manera de explicar las cosas
con su literatura propia, su forma de hablar, con sus códigos, expresiones
propias y alegorías que sólo ellos conocen porque las viven en el día a día. La
mejor aclaración de lo que teóricamente estamos diciendo nos la ofrece la
Biblia misma. Sólo en su lectura y meditación descubriremos que todo esto es
verdad
Nacho Padró
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