Otro tipo de práctica sufí es
la audición espiritual (sama'), que en muchas ocasiones se incluye en la
anterior. Consiste, en la mayoría de las ocasiones, en la recitación de poesía
de temática espiritual o sagrada, que tiene como ánimo permitirle al alma un
grado de apertura a los significados sutiles (lata'if). Estas prácticas
suelen hacer uso de poesía sufí tanto en árabe como en otros idiomas como el
persa o el turco, de autores como Hafiz, Sanai, Ibn al-Farid, Rumi, Shushtari,
Abu Madyan, Mustafa al-'Alawi,etc. Dependiendo de la tariqa
incluye o no instrumentos de música, o simplemente percusión, aunque el
elemento más importante no deja de ser nunca la voz humana.
Ha de quedar claro que la base fundamental del
Sufi descansa sobre la revelación Coránica. No hay técnica que no tenga su base
en algún aspecto mencionado en el Corán. Así también, cada Cadena de
transmisión de enseñanza o Silsilat se remonta hasta el Profeta
Muhámmad mismo o alguno de los 4 Califas del Islam primigenio.
Una vez aclarado esto, vemos que la Sama es la audición de música
sufí, orientada a provocar estados interiores en los que se percibe la
belleza y se trasciende nuestro pequeño yo. Los
sufíes que se organizaron en multitud de
tariqas a principios del siglo IX de nuestra era adoptaron la música como
soporte de meditación, como medio de acceder a estados de intimidad en Allah o
de éxtasis, o simplemente para alimentar el alma, es decir, regenerar el cuerpo
y el espíritu. El samaa, literalmente
«audición», designa esta tradición de escucha espiritual de música y cánticos,
con formas muy variadas y ritualizadas en distinto grado.
El propio sentido del término samaa
sugiere que en este caso la escucha es lo espiritual, sin que la música o la
poesía tengan necesariamente carácter trascendente. La audición puede referirse
a todos los sonidos, naturales, artificiales o artísticos, así como a los
sonidos «sutiles» del mundo oculto o del cosmos. En su sentido más cabal, es
sinónimo de entendimiento, es decir, comprensión, aceptación y aplicación de la
Revelación (Qutb ad-Din al-Mansur Ibadi distingue tres clases de samaa en el
sentido de escucha o entendimiento: el de la unificación -tawhid-, el de las prescripciones y prohibiciones y el del Corán.
Precisa que sólo se trata del exterior en cuyo seno se oculta la verdad). La
práctica del samaa, más allá del
éxtasis o el arrebato, o en centro de ambos, puede ser un modo de desvelar
misterios, de acceder a elevados conocimientos. Tanto se puede expresar como
audición, recitación poética, musical como una danza (actualmente muy conocita
por los derviches mevlevies).
Este sama danzante es sin duda la expresión más conocida de la vida
mística en el Islam. Esta danza mística fue advertida por los primeros europeos
que visitaron los conventos de los mevlevíes, los derviches giradores. Pues la
tariqa mevleví es la única orden religiosa en la que ese movimiento giratorio
ha sido institucionalizado aunque, al principio, se lo hubiera practicado en
lodo el mundo islámico. No era naturalmente un rito oficial, sino más bien un
medio de expansión después de los ejercicios cotidianos extremadamente
rigurosos y después de la tensión psíquica que dichos ejercicios provocaban en
los sufíes
Centrándonos en a Sama general, vemos que los sufíes se preocuparon, en primer
lugar, de dar un contenido al éxtasis y un significado a la música, como
respuesta a los al-faquies que pretendían proscribir esta práctica y a los
iniciados que tendían a verla como una diversión. Se invocaron unos mitos
fundadores, como el del Pacto primordial (Alast),
cuando Allah les preguntó a los descendientes de Adán contenidos en potencia en
sus riñones: «¿Soy yo vuestro Señor?» A
lo que todos los hombres contestaron en la preeternidad: «Sí, lo atestiguo».
Todavía hoy muchos himnos sufíes entonan una respuesta extática a la voz
melodiosa del Creador cuya alegoría es la música: «Sí, mi Alma, sí, mi Señor, sí, mi Amado».
El primer samaa musical se atribuye a los ángeles, quienes, con esta
estratagema, lograron capturar el alma extasiada de Adán y encerrarla en el
cuerpo. El reverso de este mito es que la música también puede hacer que el
alma del místico se evada del cuerpo, lo cual puede causar la muerte, como
relatan numerosas fuentes antiguas. La música es el eco sensible del Verbo
divino, de los sonidos angelicales, celestiales (el viento del paraíso o
chirrido de su puerta), o cósmicos (la armonía de las esferas). En las
especulaciones gnósticas la música es un elemento importante del orden del
mundo y, por medio de los intervalos, extrae su esencia de la armonía de las
esferas y los números, y por tanto del Inteligible.
Todo este simbolismo impregna la literatura musical y la literatura sufí, en
especial la poesía. Algunos grandes shaij hicieron un recurso moderado a la
música (como Ibn Arabi, Umar Suhrawardi o los jwaygan de la orden de los
naqshbandíes); otros sentían pasión por el samaa y el baile (como
Ruzbehan, Gisuderaz, Eraqi y Yalal ad-Din Rumi) y nos han dejado famosos
escritos didácticos o líricos sobre este asunto. Los que desaconsejaron expresa
y sistemáticamente esta práctica fueron muy pocos. De hecho, aparte de
la recitación coránica, la tradición de la audición musical con fines
espirituales no está atestiguada antes de mediados del siglo XI (siglo VI de la hégira).
La idea del samaa se pierde en un pasado inmemorial Probablemente los
sufíes la recuperaron en contacto con la música artística, que tuvo un
desarrollo extraordinario a partir del siglo IX.
Poco a poco fueron transformando este arte profano en un arte
trascendente con sus propias características. Un paso hacia esta transmutación
fue la sustitución de la palabra ghina -música-, con una connotación mundana) por samaa -escucha-. Mientras que
el ghina era reprensible por profano, el samaa les estaba permitido, e incluso
recomendado, a los iniciados. El origen del
samáa se encuentra, probablemente, en el hecho de que los místicos quedaran
encantados por alguna hermosa voz o incluso por una simple palabra que por
azar entraba en armonía con su estado de espíritu y engendraba así una
elevación espiritual. Se sabe hasta qué punto los árabes son sensibles a los
sonidos y al arreglo rítmico de una frase; la recitación del Corán hecha por un
buen hafiz puede provocar lágrimas en un gran auditorio.
Al parecer, fue en círculos sufíes de Bagdad, hacia el 850, donde surgió esta
nueva costumbre, que se propagó rápidamente por Jurasán, Isfahan y Shiraz.
Desde el principio el samaa apareció como un fenómeno oriental e impulsado en
particular por los discípulos persas de Nuri y Yunayd (m. 910, él mismo de
origen persa). Al principio casi todos los autores que se ocuparon del samaa también fueron persas (que
escribían en árabe, y más tarde en persa), con la excepción de Abu Talib
Muhammad al-Makki (m. 386/996). Estos primeros escritos, que datan de un siglo
después de la instauración de la costumbre del samaa, coincidieron con los primeros ataques de los tradicionistas
que condenaban la música, y eran una réplica a los mismos. Se pueden clasificar
en tres grupos y periodos:
-
Siglo X: Abd al-Rahman as-Sullami (m.
941), Makki (m. 996), Sarray (m. 998), Kalabadhi (m. 990) y Abu Mansur. Estos
autores se hacen eco de hadices y máximas de los patriarcas del sufismo, y se
dedican sobre todo a defender el samaa frente a sus detractores.
-
Siglo XI: Al-Bujari, Abul Qasim
al-Qushayri (m. 1074), Ghazali (m. 1111). Estos sufíes todavía están a la
defensiva, pero más seguros de su razón y su posición social e incluso
política.
-
Siglos XIII y XIV: Naÿm ad-Din Kubra,
Ruzbehan Baqli Shirazi (m. 1209), Ahmad Yam, Naÿm al-Din Baghdadi, Abd ar-Razaq
Kashani, Ahmad Tusi (siglo XIV), etc. Tienen en cuenta el aspecto social del
ritual y recurren a una argumentación más racional.
Después de esta época el samaa formó parte de las costumbres de los sufíes y
casi no fue objeto de argumentaciones jurídicas. Las obras que tratan de él se
limitan a exaltar sus virtudes y significados simbólicos. Los poemas cantados
en los primeros samaa pertenecen al género «sabiduría y consejos», y están
todos en árabe. En la siguiente etapa, que constituye un paso decisivo, se
inspiraron en la poesía galante. Esta costumbre se originó en Jurasán a
mediados del siglo X. A1 mismo tiempo los sufíes persas empezaron a cantar en
su propia lengua. Huywiri (m. entre 1072 y 1077) aún desaprobaba el uso de un
vocabulario erótico que describía las bellezas del amado (o de la amada), pero
algo después al-Gazali defendió esta vía a condición de que el oyente
interpretara las imágenes en un sentido espiritual. Más adelante se escribieron
tratados que explicaban las imágenes utilizadas en estos poemas (Eraqi, m.
1289).
Los primeros escritos no nos dicen gran cosa sobre la forma de esta costumbre,
y se puede suponer que durante mucho tiempo no estuvo ritualizada. Los
derviches escuchaban en silencio a los músicos y cantores. Cuando no se podían
contener, se dejaban llevar por los arrebatos de éxtasis, se agitaban, lloraban,
gritaban, bailaban cada cual a su aire, con movimientos propios. A veces se les
deshacía el turbante, se quitaban la ropa o se la rasgaban, y si estaban
demasiado alterados sus compañeros procuraban calmarles. Hay miniaturas que
representan con gran viveza estas sesiones a las que aún hoy podemos asistir.
A partir del siglo XIII, aproximadamente,
los autores dan muchas más indicaciones sobre el comportamiento de los
derviches durante las sesiones y sobre lo que es conveniente e inconveniente:
el samaa se ritualiza, tendencia que en algunas órdenes se acentúa más tarde.
También procuran justificar con interpretaciones simbólicas unos
comportamientos que podían escandalizar a las personas de bien: el batir de
palmas y plantas de los pies, el despojarse de la ropa, la exhortación al
baile, el hecho de que todos los adeptos tuvieran que seguir al shaij cuando
éste entraba en el baile, todo tenía su explicación.
Al-Gazali da instrucciones precisas sobre las condiciones que debe cumplir la
organización de una sesión, sobre todo en lo referente al momento (zaman), el lugar (makan)
y los participantes (ijwan, los «hermanos»).
No todos eran admitidos en estas sesiones, cuya finalidad era únicamente
espiritual. En líneas generales los oyentes de música se dividían en dos o tres
categorías distintas. Los comentadores lo señalaron muy pronto, y se convirtió
en un leitmotiv de todos los
escritos doctrinales y prácticos sobre la música sufí:
Están los que escuchan según su ego (samaa al-nafs), y la
fuerza que sacan procede del mundo sensible; otros practican la audición con el
corazón, y la fuerza viene del mundo invisible (ghayb); por último, los adeptos a la
audición del alma, que viene del mundo trascendente. Sólo estas dos últimas
formas son admisibles (Ansari, Purjavadi).
En el nivel más alto ya no es el oído físico el que escucha, sino el del
espíritu. Como dice mawlana Rumi a propósito del samaa: "Necesitas la oreja del corazón, no la del cuerpo. No somos
conscientes de la flauta y el tamboril". O también Attar acerca
de sus propios versos: "Hay que
escuchar estas palabras con el corazón y el alma; no hay que escucharlas
llevando consigo agua y tierra".
Andando el tiempo la cuestión de la
licitud de la música y el baile dejó de preocupar a los sufíes. El samaa fue
saliendo del estrecho círculo de los derviches confirmados, no sólo estaba
«permitido» con condiciones sino, según ciertos autores, era recomendable o
incluso obligatorio para todos los sufíes. En general, como afirma Qutb ad-Din
Mansur Ibadi (m. 547 H), el samaa y el placer que se siente con él son los
signos de la perfección del hombre. El que no siente placer con el samaa carece
de esa perfección.
Los manuales de sufismo están llenos
de discusiones sobre el carácter lícito o ilícito del samaa. Las conclusiones
difieren según los teólogos místicos o las órdenes religiosas. Los ortodoxos
tenían la costumbre de rechazar todo lo que fuera música y danza rítmica, y
algunas órdenes “sobrias”, como las naqshbandiyya, siguieron su ejemplo. Otras
órdenes lo veían como un medio de canalizar el sentimiento religioso de los
fieles piadosos, y era precisamente este aspecto musical de algunas
fraternidades místicas lo que atraía a las muchedumbres. Se planteaba
sin embargo la cuestión de si el oyente, que debía estar totalmente presente a
Su Señor (hadir - «presente»), podía permitirse el dejarse transportar por la
música o por cualquier otro sonido
La evolución de los escritos sobre el
samaa sugiere que esta práctica fue desviada muy pronto de su fin inicial por
los derviches que buscaban el éxtasis o la delectación, o simplemente una forma
de diversión. Huywiri ya deploraba que algunos derviches hubieran hecho del
samaa un fin en sí mismo. El aspecto de diversión quedaba reforzado por el
hecho de que después del samaa se servía una cena, en un ambiente festivo. Los
primeros aforismos de los shaij incluyen numerosas advertencias contra los
peligros de una práctica abusiva y desenfrenada del samaa, y contra los samaa
profanos, es decir, los conciertos con pretextos espirituales pero en realidad
destinados a divertir a la gente. Además de estos conciertos, que proliferaron
en algunas épocas, otras manifestaciones musicales prolongaban antiguos ritos
de posesión animista, pero con un barniz islámico pasaban por samaa
espirituales. Todas estas formas, incluyendo las menos ortodoxas, aún perduran
aquí y allá. Aunque también hoy son criticadas, forman parte de costumbres muy
arraigadas.
Samaa
y dhikr tienen una finalidad común, el acceso a
estados superiores de la conciencia. Sus analogías formales hacen posibles
combinaciones en diversos grados. En efecto, el dhikr
de la lengua tiene necesariamente forma
musical, aunque sólo sea por la regularidad de la escansión colectiva. Los
movimientos que acompañan esta escansión, generalmente codificados, pueden
hacer que el dhikr colectivo tenga aspecto de coreografía. Además, a veces las fórmulas
del dhikr están moduladas sobre varias notas, y constituyen formas melódicas
mínimas. Para acentuar la escansión, mejorar el unísono de los participantes y
dinamizar la ejecución, se suele recurrir a percusiones. El dhikr colectivo se convierte
así en una forma musical, o por lo menos sirve de substrato a construcciones musicales.
En las sesiones de muchas cofradías el ostinato
rítmico-melódico que forma el dhikr hace de bordón, de
telón de fondo de un canto melismático, medido o libre, con uno o varios
cantantes acompañados o no de instrumentos.
Al margen de esta combinación,
muy frecuente, la relación entre música y
dhikr puede ser más discreta. Es lo que sucede en la mayoría de los samaa: aunque los
sufíes, aparentemente, no participan en la música, su escucha no es en absoluto
pasiva, pues practican su dhikr interior adaptándolo eventualmente al ritmo de la melodía, o haciendo
discreta o abiertamente movimientos que corresponden a ese dhikr. Estos movimientos
pueden ampliarse hasta parecerse a una danza, sentados o de pie. A la inversa,
los cantos sufíes a menudo proponen unos motivos recurrentes o cantinelas que
por su forma y contenido equivalen a dhikr,
hasta el punto de que los asistentes repiten enérgicamente una especie de
estribillo. La forma extrema de esta tendencia es la estructura antifonal, en
la que un chantre o un grupo enuncian un poema verso a verso, alternándolos con
un estribillo (por lo general, el primer verso) repetido por todos los
asistentes.
Según autores como Ruzbehan, durante la audición pueden surgir los
estados interiores y las emociones más variadas y contradictorias, pero con una
fuerza y un significado infinitamente superior. Otros, más moderados, reconocen
que cada cual reacciona a su manera: unos lloran, otros dan muestras de júbilo,
unos bailan, otros se quedan quietos. En los textos antiguos aparecen con
frecuencia tres palabras cuyo significado y valor ha ido cambiando, antes de
estabilizarse: tawaÿud, waÿd y wuÿud, derivadas de la misma raíz WYD, -hallar-. En líneas generales se pueden
definir así:
ü el tawaÿud es el condicionamiento mental psicológico y físico para alcanzar el
éxtasis; también define un estado previo al éxtasis propiamente dicho, que se
manifiesta con una agitación, una excitación más o menos voluntaria o
ritualizada;
ü este estado puede llevar a un éxtasis más intenso, el waÿd , en el que desaparece la voluntad, y se puede alcanzar sin
condicionamiento previo;
ü la forma perfecta de este estado se llama a veces wuÿud (sobre todo en los textos antiguos). A diferencia de los estadios
considerados inferiores, éste se manifiesta generalmente con signos llamativos,
como movimientos, exclamaciones o lágrimas.
Mientras el dhikr ha llegado a ser la práctica fundamental de casi
todas las órdenes místicas, el samaa propiamente dicho ha sido remplazado poco
a poco por formas híbridas o por el simple dhikr colectivo y sonoro, a veces
acompañado de cánticos. Las escasas supervivencias del samaa original sólo se
encuentran en los derviches mavlawíes (sobre todo en Turquía), los chishtíes, y
en otras tariqas del Islam indio que escuchan con agrado a los Qawwal, gremio
de músicos sufíes muy populares. También podemos mencionar a los baktashíes y
alawíes de Turquía, así como a los ismailíes. Aparte de estos casos típicos, en
la mayoría de las tariqas encontramos elementos musicales superpuestos al
dzíkr, o que lo anteceden o siguen por medio de cánticos acompañados de
instrumentos rítmicos y a veces melódicos.
En la parte musical de los ritos de dhikr o samaa se recurre a todas
las grandes formas: instrumental y/o vocal, vocal sola, instrumental sola, con
o sin percusión, de ritmo medido o no medido, en solo o en coro. Puede tratarse
de música culta y sofisticada, o también de formas sencillas, que no obstante
requieren una competencia especial. Con frecuencia a lo largo de la ceremonia
se suceden varias de estas combinaciones. He aquí el esquema del desarrollo de
dos formas de samaa:
ü samaa mawlawí
(Turquía): recitación cantada del Corán (voz sola, ritmo no medido) /
instrumento solo (ney) con un ritmo no medido / voz (solo o coro) con
instrumentos, con un ritmo medido / final instrumental medido;
ü samaa
ahl al-haqq (Kurdistán): introducción vocal solo, no medida, con acompañamiento
instrumental / canto antofónico medido, con instrumento(s) y percusiones /
instrumento solo, medido o no.
Nacho Padró
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